lunes, 3 de mayo de 2010

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Keane Fics se muda, y están todos invitados!

Hace click aquí para ir a mi nueva casa ♥

Gracias por los tiempos compartidos en este blog. Inolvidables!

Laura.

sábado, 1 de mayo de 2010

!

No crean que me olvidé lo que les prometí.
Broken Toy empieza esta semana, en cuanto termine la construcción de la página, que cambia de aires y cambia de dirección!

Más detalles por acá y por mis páginas facebook y twitter!

Besos enormes!

viernes, 16 de abril de 2010

...

Hola de nuevo!

Decidí hacer un pequeño posteo de agradecimiento. Sé que siempre en los comments estoy arrojando GRACIAS a los cuatro vientos, pero no estoy segura de que logren entender realmente lo importante que es para mí que se tomen un tiempito, cada tanto, en leer algo que yo escribí. ¡Y ni que decirles lo que significa que den sus opiniones y, además, pidan que actualice con tantas ansias!
Escribir es mi vida, y estas últimas semanas redescubrí lo que es eso. Por esa razón, a pesar de que esto es sólo un humilde blog de fics de Keane, trato de hacerlo lo mejor que puedo, lo más seguido que puedo. No me importa si seis horas de mi día se me van en sólo ocho páginas. Lo que quiero es releer un capítulo terminado y sentir muy en el fondo, que estoy avanzando. Que estoy mejorando. Que estoy aprendiendo. Y ustedes contribuyen a ese aprendizaje, cada vez que comentan, cada vez que dicen qué escenas les gustaron o qué escenas no. Por eso es este gracias gigante: porque son parte de una de las cosas más importantes de mi vida y me ayudan a seguir andando por un camino que espero con todo el corazón que sea realmente largo.

Diciendo esto, no puedo más que prometerles que voy a escribir algo nuevo. No tengo idea cuándo podré empezar a publicarlo, pero se me ocurrió que, mientras tanto, podía poner los capítulos de los dos primeros fics de Keane (de Tim, en realidad xD) que escribí, y que los publiqué por otro medio, por lo tanto muchos de ustedes no los leyeron. Sólo para darme algo de tiempo y, a su vez, para poder tenerlo en algún otro lado en caso de que mi computadora termine colapsando y pierda todo lo que tengo archivado xD.

Así que, próximamente en los mejores cines… digo, en Keane Fics (¿?)… Broken Toy.

Con mucho, mucho, mucho amor,

L.-

miércoles, 14 de abril de 2010

Leaving So Soon: Capítulo 26.

El silencio que reinaba dentro del auto parecía aplastarlos. Echándole un vistazo a su amigo con un giro rápido de sus ojos verdes, Tom se dijo que no valía la pena preguntarle como estaba, pero que iba a hacerlo de todos modos.
- ¿Estás bien?
Tim parecía absorto en la vista que le ofrecía la ventanilla. Se lo veía incluso peor que antes, si eso era posible. Se demoró en contestar. ¿Estaba bien? Se preguntó a sí mismo, rebuscando en su interior. Y la respuesta era no. No, no estaba bien y no lo estaría hasta estar seguro que la mentira de Jayne no había hecho que perdiera a Georgia para siempre.
Pensar en su esposa hacía que le subiera algo agrio por la garganta, como si su angustia se hubiera tornado líquida. ¿Cómo era posible que ella hubiese manejado su vida como un titiritero que mueve los hilos sin que él fuese consciente de nada? Durante quince años había vivido en la oscuridad de una mentira. Y, de no haber sido por Tom, hubiese seguido consumiéndose en la segunda.
Su amigo seguía aguardando una respuesta, más y más preocupado a cada segundo que Tim seguía callado. Trató de sonreírle, pero lo único que logró fue una triste mueca.
- Voy a estarlo cuando encuentre a Georgia y arregle todo esto…- Dijo, con toda la firmeza que pudo. Porque iba a encontrarla, e iba a arreglarlo todo. Tenía que hacerlo.
- Ah, sí, por eso no te preocupes.- Tom hizo un ademán con la mano, como si eso no fuera algo que debía desanimarlo.- Sé exactamente dónde está. Y por la sensación que me dejó verla, estoy seguro de que saltará a tus brazos antes de que puedas darle explicaciones…
Sonreía ampliamente, convencido de sus palabras.
Y, sin embargo, Tim, superado ya por todo, se sacudió tratando de contener un sollozo y sus ojos azules se llenaron de lágrimas.
Tom se puso nervioso al instante. ¿Qué podía hacer para calmarlo?
- Vamos, Tim…- Murmuró, sintiéndose un inútil.
- No puedo creer que todo esto nos haya pasado, Tom.- Masculló, con la voz quebrada.- Todo lo que creía conocer y amar ha sido una farsa.
- Bueno…- Se removió incómodo en el asiento. Luego se encogió de hombros, buscando la mejor manera de enfocar la situación.- Mira, Tim, piénsalo de éste modo: no está nada mal tener a alguien que te ame tanto. Es bastante halagador, de hecho…
Decidiendo que era mejor mantener la boca cerrada, ya que Tom no tenía la culpa de lo que había pasado, sino que trataba de ayudarlo, y decidido a no descargar su frustración con él, Tim se volvió hacia la ventana y se dejó perder en sus pensamientos nuevamente.
Esos pensamientos, que devolvieron el silencio al ya de por sí tenso ambiente en que estaba sumido el interior del auto, eran muy poco felices. Por un lado, ahora lograba comprender con claridad porque Jayne siempre se había mostrado tan afectada respecto al tema de Georgia: no era por viejos asuntos sin resolver con su amiga, ni por celos, ni nada de eso. Era temor a que se descubriera lo que había hecho lo que le ponía los pelos de punta. Quizás Georgia no se había resistido demasiado a la idea de huir, pero de no haber sido por su esposa, ella jamás se hubiese sentido tan alarmantemente ansiosa de dejar Battle. Y, definitivamente, la última mentira simplemente lo empeoraba todo.
Tim entendía que él no había sido ningún santo al engañar a su mujer de aquel modo, pero inventar un embarazo sólo para deshacerse de la amante de su marido sonaba demasiado a una telenovela barata y llena de clichés. Aun no le entraba en la cabeza que había estado quince años al lado de una persona que prácticamente había construido con él una relación basada en forma casi pura y exclusiva en mentiras.
¿Y qué pasaba si esa última mentira había logrado surtir el efecto deseado y Tim y Georgia no volvían a estar juntos? Ahora que sabía todo el tiempo que habían perdido en vano, Tim ya no podía concebir que las cosas continuaran de ese modo. Si no lograba recuperarla, todo su mundo carecería de importancia, en especial habiendo descubierto que ella había sido lo único real que había conocido. La había perdido demasiado pronto. Solo esperaba que la segunda oportunidad aún no los hubiera abandonado del todo. Esperaba que aún fuera capaz de estirar una mano y retenerla.
Tom observó el semblante de su amigo, sintiéndose más y más preocupado a cada minuto. Su rostro iba adquiriendo un triste tono grisáceo y, desesperado, buscó algo inteligente que decir antes de que Tim se hundiera por completo en la miseria.
Sin embargo, antes de dar con el consuelo adecuado, advirtió como le temblaba todo el cuerpo y decidió establecer prioridades.
- Timmy,- le dijo suavemente, para no sobresaltarlo.- Estas muy pálido. Voy a detener el auto para que tomes un poco de aire...
- No.- Protestó él, débilmente.- No. Tenemos que llegar cuanto antes.
- No seas idiota, necesitas...
- A Georgia.- Interrumpió, posando en él sus desanimados ojos azules.- Necesito ver a Georgia, Tom, sólo...
Pero las palabras se perdieron antes de tocar sus labios. Tom lo vio llevarse una mano a la boca y decidió mandar al demonio los deseos de su amigo y velar por su maldito bienestar, cosa que todos parecían haber olvidado durante muchos años.
Detuvo el auto a un costado del camino, haciendo oídos sordos a los gestos que Tim hacía para llamar su atención e indicarle que siguiera conduciendo. Abrió la puerta, bajó, rodeó el auto y le abrió a su amigo, a quien estuvo a punto de arrastrar fuera del vehículo tomándolo por un brazo para que obedeciera.
Las rodillas de Tim flaquearon y por poco lo dejan caer de bruces al suelo. Sus ojos llenos de angustia eran una súplica constante.
- ¡Si no manejamos las cosas a mi manera, suspenderemos éste maldito viaje!- Exclamó Tom, exasperado.- De nada te sirve llegar a Londres si sufres un paro cardíaco en el camino. Así que más te vale calmarte, porque no pienso seguir conduciendo hasta que dejes de ser tan testarudo.
- Sólo quiero encontrarla...- Musitó Tim, medio a modo de disculpa.
- Y yo estoy llevándote a que lo hagas.- Repuso con firmeza.- Ya te lo dije, Tim: sé exactamente dónde esta. No dejaré que la pierdas.
Tim lo miró, conmovido, tratando de recuperar el aire que le faltaba al mismo tiempo. Vio frente a él a una persona que conocía desde que usara panales, desde antes de que aprendiera a hablar... Y se dio cuenta que no todo habían sido engaños y mentiras en su vida. También había tenido a su lado gente maravillosa y desinteresada que lo cuidaban y lo apoyaban. Había tenido a sus amigos. Eso era suficiente para sentirse inmensamente dichoso.
- Gracias, Tom.- Dijo, tratando de sonreírle. Dio dos pasos hacia él y le dio un abrazo, que el otro respondió de inmediato.
Cuando se apartó, advirtió que Tom sonreía ampliamente, haciendo que sus rosadas mejillas se le abultaran en torno a los labios extendidos. Realmente no distaba nada de aquel niño al que había visto decir sus primeras palabras...
- Ahora sí podemos irnos.- Consintió éste, con renovado entusiasmo.- ¿Ya tomaste suficiente aire? Bueno, entonces métete al auto y vámonos de una vez.
Tom no había hecho más que pisar el acelerador cuando el teléfono de Tim comenzó a sonar ruidosamente desde el bolsillo de su jean. Lo buscó rápidamente, con la esperanza de que Georgia tuviese un presentimiento, que supiera que estaba yendo por ella, que quisiera asegurarle que allí estaría esperándolo…
Pero en la luminosa pantalla de su celular mostraba en letras blancas un nombre distinto: Jayne.
Se quedó mirando ese nombre, furioso, deseoso de poder borrar todo lo que había pasado, deseoso de hacer de cuenta que ése período de su vida jamás había existido.
Tom arqueó una ceja.
- ¿No vas a contestar?- Preguntó, extrañado.- ¿Quién es?
- Es Jayne.- Contestó, sintiendo la amargura en lo profundo de su ser.
- Vaya que es persistente.- Farfulló Tom por lo bajo.- ¿Qué haces?
Tim bajó la ventanilla y arrojó el aparato, que no dejaba de reclamar su atención, hacia fuera. Lo oyó estrellarse contra el pavimento y observó por el espejo retrovisor cómo sus restos destruidos eran aplastados por un camión que iba detrás de ellos.
- Ése teléfono era bastante costoso…- Comentó Tom, con una sonrisa. Era la primera vez en su vida que veía a Tim liberarse de algo que le resultara una carga sin importar nada. Normalmente, solía soportar el peso hasta el final, por mucho que no le gustara, sólo por cumplir con lo que se esperaba de él.
- No me importa.- Respondió, suspirando.- Sólo quiero que me deje en paz.
Y, tras decir eso, se quitó la alianza de oro que llevaba en el dedo y la arrojó también, sólo que ésta vez, tal y como había hecho cuando saliera de la casa, dejando a Jayne hecha un manojo de nervios, no miró atrás.
Volvieron a quedarse callados. Tom estaba tan emocionado que casi no podía contenerse. Se sentía parte de una de esas películas de Hollywood, el amigo que ayuda al protagonista a conseguir a la chica de sus sueños, llevándolo a toda velocidad hasta el aeropuerto para que pudiera alcanzarla y decirle que la amaba antes de que abordara a su vuelo, alejándola así de las frías garras de un amante indeseado que…
Frunciendo el ceño nuevamente, Tom decidió que tenía que empezar a prohibirle a Nat que escogiera las películas que veían los fines de semana.
Alrededor de media hora más tarde, mientras el atardecer iba oscureciendo paulatinamente los alrededores, vieron asomar la silueta de Londres, apenas enmarcada por la última luz del día.
- Ya casi llegamos.- Murmuró Tom, para ayudar a mantener la calma. Tim asintió sin decir nada, pero se enderezó en su asiento, como si así fuera a acelerar las cosas.
- ¿Dónde dices que estaba?- Preguntó, ansioso.
- Entró en ese hotel que está frente al Támesis, ése elegante y pequeño, el de la fachada blanca y dorada… ¿recuerdas? Nos quedamos allí en el 2005, cuando vinimos a Londres para estar en el programa de…
- Sí, Tom, lo recuerdo.- Cortó, tratando de no sonar brusco. No estaba de humor para recordar cosas de trabajo en ese momento.- ¿Y ella…? ¿Ella dijo algo sobre…?
- No hablamos demasiado.- Explicó Tom, despreocupadamente. Tenía una corazonada respecto a aquello. ¿Qué podía salir mal?- Se notaba que no estaba bien. Parecía tan frágil como si…- Miró a Tim otra vez y cerró la boca.- ¿Quieres que yo hable con ella? Tengo la sensación de que te vas a desplomar en cualquier momento…
- Sólo estoy nervioso.- Admitió, y luego soltó una risa amarga.- ¡Nervioso! ¿No es ridículo? La conozco prácticamente de toda la vida. Hemos pasado tantas cosas, hemos estado juntos casi toda nuestra adolescencia y…
- No pasa nada, Timmy.- Lo tranquilizó el otro.- Te apuesto cincuenta libras a que no tienes ni que abrir la boca. En cuanto te vea, saltará a tus brazos.
- No estaría tan seguro. Va a necesitar que le explique muchas cosas…- Frunciendo los labios, sin poder calmarse del todo, empezó a mirar compulsivamente hacia todas partes, casi esperando verla en alguna de esas cafeterías, de esas tiendas, de esas veredas que se extendían del otro lado de la ventanilla.
- Cincuenta libras.- Canturreó Tom, tratando de animarlo.- Acuérdate. Maldito tráfico. Ahora recuerdo porque vivo en un pueblo con menos de diez mil habitantes…
- ¿Por qué no estacionas ahí?- Tim señaló un punto libre a su izquierda.- Me bajaré e iré corriendo. Será mucho más rápido.
- Claro que no. Mírate cómo estás. Aún faltan como treinta calles. Si te dejo correr todo eso, para cuando llegues con Georgia habrá que hospitalizarte.- Lo regañó, severamente.- Voy a conducir hasta allí y tú vas a quedarte quieto. No me fastidies.
Refunfuñando por lo bajo, Tim se dejó caer contra el asiento nuevamente. No aguantaba un solo segundo más allí sentado, sintiéndose impotente.
Les tomó otros diez minutos salir del embrollo de tránsito y acercarse a la calle que lindaba con el río. Una vez allí, sólo había diez calles entre ellos y el hotel donde Georgia seguramente esperaba que Tim fuera a rescatarla de su miseria. Tom pensó, apenado, que deberían haberse detenido a comprar flores en alguna parte…
Otra vez. De verdad iba a tener que hablar con Nat sobre esas películas.
- ¡Ahí!- Exclamó Tim, haciéndolo sobresaltar.- ¡Ahí está el hotel! Es ése, ¿verdad?
- Sí, es ese. Vi a Georgia justo allí, donde está ese banco de madera…- Tom le indicó con una seña el lugar al que se refería.
Detuvo el auto en el primer espacio disponible que encontró, bajaron y apretaron el paso (o más bien, Tom tuvo que apretar el paso para que Tim no lo dejara atrás) para ir hacia la entrada del hotel.
Atravesaron las puertas dobles doradas, sin siquiera detenerse a agradecerle al trajeado empleado que les abrió. Tim llegó tan pronto al mostrador al final del vestíbulo que parecía que en vez de zapatillas llevaba patines.
- Buenas noches.- Saludó Tom, tratando de censurar al otro con la mirada, que parecía la mismísima imagen de la desesperación.- Estamos buscando a…
- Georgia Atwood.- Interrumpió Tim con brusquedad.- ¿Cuál es su número de habitación?
La recepcionista, no muy contenta con la descortesía, se tomó su tiempo para buscar la información en la computadora frente a ella. Compuso una sonrisa automática en sus labios pintados de rojo.
- Habitación quinientos dos.- Musitó.- Los anunciaré con…
- ¡Gracias!- Gritó Tom, echando a correr detrás de Tim, que ya estaba casi junto a la puerta del elevador.- ¿Quieres aguardar un minuto? Van a echarnos a patadas si no te comportas.
Éste no le hizo caso. Seguía murmurando para sí mismo el número de la habitación, como si tuviese miedo de olvidarla en el camino. Cuando las puertas del elevador más próximo se abrieron, casi atropellaron a las personas que intentaban salir de él. Tim oprimió el botón a toda prisa y aguardó, impaciente, a que el maldito aparato se moviera.
O estaban demasiado ansiosos, o jamás habían utilizado un ascensor más lento que aquel. Incluso Tom se sentía frustrado y ansioso cuando llegaron al piso que buscaban.
- Ahí está la habitación.- Masculló, señalándole a su amigo los números de bronce que relucían en la puerta de madera oscura.
Tim se lanzó contra la puerta y empezó a aporrearla, casi histéricamente. Una pareja de ancianos que salía de la habitación contigua los miró escandalizados.
- ¡Georgia!- Gritó, sin dejar de golpear.- ¡Georgia, soy Tim, ábreme, por favor!
No había respuesta alguna del otro lado. Tim fue poniéndose un poco más pálido.
- ¡Georgia!- Repitió. Un millón de ideas inundaron de pronto su dolorido cerebro: que ella se hubiese ido, que no quisiera abrirle, que le hubiese sucedido algo y no pudiera responderle…- Al demonio.- Farfulló, harto, y dándole un empujón a la puerta, logró hacerla ceder.
La habitación estaba casi completamente oscura. La única luz provenía de la luna que había hecho su aparición en el cielo no muchos minutos antes. Tim miró alrededor y Tom, que lo había seguido, se apresuró a accionar el primer interruptor de luz que encontró en su camino y una lámpara de pie se encendió de inmediato.
- ¿Georgia?- Volvió a llamar Tim, pero ésta vez su voz sonó mucho más débil.
Al mirar alrededor, la única palabra que les venía a la mente era desastre. Las mantas de la cama estaban revueltas y arrugadas, como si hiciera semanas que nadie se molestaba en armarla como se debía. Había restos de comida por todas partes: era obvio que Georgia había pedido servicio al cuarto varias veces, pero que simplemente no se había comido nada de lo que había pedido. Las puertas de uno de los armarios estaban abiertas y había un montón de ropa caída en el suelo, como si se hubiese salido de su sitio. Los rollos de tela que Georgia había comprado para hacer la ropa de su boutique estaban apoyados contra una de las paredes, sin utilizar, olvidados.
Tim sintió que se le oprimía el corazón. ¿Dónde se había metido Georgia?
- El baño está vacío.- Dijo Tom, regresándolo a la realidad. Se volvió y vio que salía de una puerta a la derecha y la cerraba detrás suyo.- Debe haber salido.
Suspirando, sintiéndose abatido y súbitamente cansado, Tim se sentó en el borde de la cama. Todo aquel desorden no parecía tener nada que ver con la mujer que él había conocido. Definitivamente, la Georgia que él siempre había amado no hubiese permitido que la ropa se amontonara en una pila en el suelo. Si no estaba cada prenda en su sitio, adecuadamente planchada, limpia y colgada, solía enloquecer.
- ¿Y si le pasó algo?- Preguntó Tim, sin muchas fuerzas, sin dejar de mirar alrededor, como si esperara que Georgia fuera a salir de debajo de la cama.
- No lo creo. Esto luce mal, pero no creo que sea para tanto: si está deprimida, no va a molestarse en mantener el orden…- Observó a Tim que levantaba una hoja de papel del suelo.- ¿Qué es eso?
Se acercó a él. Los ojos azules de Tim se estaban llenando rápidamente de lágrimas.
- Uno de los dibujos de Georgia.- Contestó, disimulando un sollozo.
Se trataba de un vestido blanco, con perlas blancas y negras en la cintura. Tom frunció el ceño.
- Creí que tenía mejor gusto. Es bastante feo.
- Es bastante viejo.- Corrigió Tim, sin poder evitar que se le escapara una sonrisita.- Es el primer vestido de novia que diseñó. Esto…- Pasó un dedo por las perlas.- Simboliza el teclado de un piano. Me simboliza a mí.
- Vaya.- Susurró Tom.- Si aún lo tiene es porque significa algo para ella, Tim.
- Sí, eso creo…
- ¿Y qué quieres que hagamos?- Inquirió su amigo, deseoso de nuevas instrucciones.
Tim se puso de pie y empezó a pasear por la habitación.
- Lo mejor que podemos hacer es esperarla aquí. Tiene que regresar eventualmente, ¿no te parece?- Se detuvo para escrutar por la ventana, exhalando aire ruidosamente. Luego frunció el ceño y entrecerró los ojos.- Es… ¿Es esa Georgia?- Levantó un brazo para señalársela a Tom. Éste dirigió la mirada a la figura recortada contra el río cinco pisos más abajo y pensó que era raramente familiar.- ¡Es Georgia, Tom!- Exclamó Tim, sin esperar a que éste se lo confirmara.- ¡Es ella!- Se dio media vuelta y echó a correr nuevamente hacia la salida.
Ya ni siquiera se fijó si Tom iba detrás de él. Todo lo que quería era alcanzarla antes de que se desvaneciera como una ilusión. Incluso aguardar el elevador le parecía una tortura. ¿Y si mientras él se quedaba ahí esperando, ella se iba a otra parte? ¿Y si la perdía de vista?
Buscó las escaleras y empezó a bajar escalones de dos en dos. Sentía su corazón golpeando violentamente contra su pecho, pero hizo caso omiso de él. ¿De qué otra forma podía latir teniendo a Georgia tan cerca?
Todas las personas que estaban en el vestíbulo lo miraron alarmadas cuando cruzó como un rayo hacia la salida. El chico de la puerta ni siquiera tuvo tiempo de abrírsela para que pasara, sino que él mismo la empujó con fuerza al alcanzarla. Sólo se detuvo cuando el aire nocturno le dio de lleno en el rostro y miró alrededor para volver a localizar a Georgia.
Seguía no muy lejos de allí. Estaba apoyada contra la baranda que separaba la calle del borde del río. Mientras volvía a emprender la carrera hacia ella, Tim no vio nada más. La gente a su alrededor no existía, no había vehículos circulando por las calles y daba lo mismo si los árboles se mecían con el viento o no.
- ¡Georgia!- Exclamó, sin poder contenerse más.
Ella se volvió enseguida, sorprendida, como si la hubiese arrancado bruscamente de un sueño. Lo miró con los ojos bien abiertos, como si no les diera crédito, como si verlo allí, corriendo desesperadamente hacia ella, fuera algo absolutamente imposible.
- Tim…- Susurró, justo cuando él se detenía frente a ella, tratando de recobrar el aliento. Lo dijo casi con miedo, como temiendo que al decir su nombre, él fuera a desaparecer o ella despertara del todo.- ¿Qué…?
- Creí que jamás volvería a verte…- Farfulló él, repentinamente aliviado. El peso que llevaba sobre sus hombros se aligeró tanto que pensó que iba a desplomarse en el suelo.
Georgia parpadeó muy lentamente, aún confusa.
- No entiendo. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en Battle, con Jayne?- Preguntó, frunciendo el ceño. Y sólo entonces Tim se tomó el tiempo necesario para mirarla realmente y se asombró tanto como ella al verlo a él.
De no ser porque conocía su rostro a la perfección, Tim hubiese dicho que esa no era la misma mujer que él había amado siempre. La ausencia de los altos tacos hacía que fuera varios centímetros más baja de lo que solía ser. Su ropa inmaculada y totalmente acorde a las últimas tendencias había desaparecido por completo, dejando lugar a un pantalón de gimnasia azul y un buzo gris de las épocas de la escuela. Su cabello, que siempre iba brillante y suave, estaba recogido en un desprolijo moño en lo alto de la cabeza y algunos mechones le caían descuidadamente sobre el rostro. Además, no había una sola gota de maquillaje sobre su piel.
Sin poder evitarlo, esbozó una amplia sonrisa.
- Dios, estás hermosa…- Murmuró, conmovido, haciendo que ella se sonrojara un poco.
- ¿Estás bromeando?- Repuso ella, cruzándose de brazos, como si intentara taparse.- Soy un desastre.
- No, no lo eres.- Aseguró él con firmeza.- Siempre me has gustado así, al natural. Los mejores recuerdos que tengo de ti son de cuando no llevabas zapatos, estabas despeinada y sin maquillaje.
- Entonces tienes muy pocos recuerdos.
Georgia también sonrió, pero enseguida bajó el rostro y la expresión triste regresó a sus ojos. Cuando volvió a mirarlo, parecía al borde del llanto.
- ¿Vas a decirme qué haces aquí?
- Estoy aquí porque tú estás aquí, Georgia.- Respondió suavemente.- Porque me estaba muriendo sin ti, porque estos días han sido una pesadilla, porque te amo y si tú no estás no estoy seguro de a dónde pertenezco. Estoy aquí porque donde tú estés me siento en casa y porque ya no quiero perderte otra vez.
Las lágrimas acabaron por ganar y comenzaron a deslizarse por las mejillas de Georgia.
- Debes estar enfadado porque volví a desaparecer sin darte una explicación.- Dijo, evitando cuidadosamente mirarlo.- Lo siento, Tim. Creí que sería lo mejor para ti.
- A partir de ahora déjame decidir eso a mí.- Dio un paso hacia ella, pero Georgia retrocedió, casi como si le tuviera miedo.- ¿Por qué te alejas de mí?
- No hay un a partir de ahora para nosotros, Tim. No sé qué planes tienes…- Murmuró entre sollozos.- Pero me ha costado mucho mantenerme alejada de ti y estoy empezando a sobrellevarlo justo ahora. Así que, por favor, no lo hagas más difícil…
- Georgia, tú me dejaste porque…
Sin embargo, ella no quiso oírlo. Se llevó las manos a los oídos y cerró los ojos.
- Por favor, Tim. Por favor, sólo déjame sola, sólo…- Se vio obligada a abrir los ojos nuevamente cuando él la tomó por los brazos y la hizo escucharlo.
- Jayne no está embarazada.- Soltó de pronto, haciendo que ella se quedara petrificada.- Nunca lo estuvo.
Se quedaron en silencio. Ella aún trataba de asimilar si lo que acababa de oír lo había imaginado o realmente había salido de los labios de Tim.
- ¿A qué te refieres con que nunca estuvo embarazada?- Inquirió, en un tono de voz mucho más chillón, totalmente incrédula.- ¡Ella fue a verme justo cuando tú te fuiste y me dijo que iba a tener un hijo tuyo!
- ¡Jayne te mintió, Georgia! Se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y de seguro habrá intuido que era cuestión de tiempo que yo la dejara para poder estar contigo.- La punzada de frustración volvió a atenazar su pecho. Ciego. Completamente ciego durante años enteros de su vida.- Y no es la primera vez que miente para separarnos.
- Pero…
- Escúchame, Georgia. Te prometo que te lo explicaré todo, pero primero necesito decirte que al fin veo todo con claridad. Hoy me he dado cuenta que absolutamente todo lo que soy, todo lo que tengo es una mentira, excepto tú. El amor que siento por ti no ha cambiado, sigue siendo el mismo que hace casi veinte años. Incluso cuando te habías marchado… no hubo un solo día que no pensara en ti, una sola noche en que no soñara con encontrarte. Eres lo único que he querido.
Georgia sonrió entre las lágrimas y se armó de valor para poder hablar, aunque tenía la sensación de que no había nada más difícil que ello. Las palabras parecían estar aferrándose a su garganta, deseando quedarse allí en lugar de salir al mundo real.
- Nunca… nunca debí haberte…- Masculló, atragantándose con un sollozo.
- No, cariño, no estoy aquí para pedirte explicaciones o para hacerte reproches…- Interrumpió él, poniendo un dedo sobre sus labios para calmarla.- Estoy aquí porque ya no voy a vivir en una farsa. Toda mi vida he querido estar contigo y de una vez por todas pienso hacerlo.- Le acarició una mejilla y sintió que se perdía en sus ojos.- Sólo dime una cosa, Georgia. ¿Me amas?
Georgia no pudo más que reír. ¡Aquella pregunta le parecía absurda, estúpida incluso, innecesaria! Nunca había logrado amar a nadie porque el recuerdo de Tim le empañaba el corazón. Había regresado a Battle con la excusa de reestablecerse, pero la realidad era que, muy en el fondo, sólo deseaba cruzarse con él, convencerse de que el amor que había sentido por él podía dejar de existir… o al menos volver a sentir la dicha de hundirse en sus ojos azules, aunque no fuera más que por sentir el desprecio que Tim pudiera profesarle después de haberlo abandonado.
- ¿Amarte, Tim?- Repitió, como si no comprendiera.- ¿Amarte, dices? ¡Decirte que te amo no me resulta suficiente! He tratado de encontrar algo que lo describiera mejor, porque ni siquiera la palabra amor puede realmente hacerle justicia a esto que siento por ti!
Entonces Tim también rió, porque por un momento todos sus miedos se habían materializado frente a él. Que no lo amara siempre podía ser una posibilidad, pero él no había querido considerarla. Y, sin embargo, lo que Georgia acababa de decirle era todo lo que había ansiado oír durante noches y noches de dolorosa vigilia, de insoportable nostalgia.
Tim se dio cuenta que ya no podía contenerse más. Llevaba más de quince años ansiando hacerlo y decidió dejar de condicionarse tanto y dejarse llevar más. Dejarse llevar por el amor que tenía por Georgia y ser feliz de una vez por todas.
Cuando apoyó una rodilla en el suelo, Georgia dio un paso hacia atrás, llevándose una mano al pecho, absolutamente aturdida, y algunas personas que pasaban por allí lanzaron una exclamación, mezcla de ternura y asombro, y se pararon a curiosear. Entre ellos, estaba Tom, que se había quedado algo apartado, pero había observado toda la escena y no podía dejar de sonreír.
Tim levantó la cabeza y vio a Georgia recortada contra el luminoso fondo del Puente de Londres y el cielo estrellado. Su corazón latió aún más deprisa y estiró una mano para tomar la suya.
- Tim…- Musitó ella, sin poder evitar el temblor de su voz.
- Georgia,- dijo él en cambio.- Te amo. Eres mi única verdad y ya no quiero seguir sin tenerte en mi vida.
Buscó rápidamente en su bolsillo y sacó una desgastada cajita, que abrió frente a Georgia.
- Oh, Dios mío…- Exclamó ella, sin poder creérselo.- Tim… ¿es ese…?
- Sí, es el mismo anillo que encontraste hace quince años.- Explicó él, sin poder dejar de sonreír.
- Creí que se lo habías dado a Jayne.- Confesó ella, algo avergonzada.
- No. Siempre ha sido tuyo. Solamente estaba esperando que finalmente pudiese preguntarte lo que siempre he querido que me respondieras…- Sus ojos azules brillaban con tal intensidad que las piernas de Georgia empezaron a flaquear, de modo que ella también se agachó junto a él.
- ¿Vas a preguntarte lo que creo que vas a preguntarme?- Inquirió atolondradamente, presa de un súbito nerviosismo.
- Sí.
- Ay, por Dios, Tim…- La sonrisa de Georgia fue gigantesca.- ¡Por supuesto que sí!
- Todavía no te he preguntado nada.- La regañó él, riendo.
Georgia trató de recuperar la compostura.
- Lo lamento.- Carraspeó.
Tim se tomó su tiempo. Había soñado tantas veces con ese momento… y aunque llegaba con retraso y bajo circunstancias inesperadas, no podía creer que finalmente estaba haciéndolo. Sintió que la voz le temblaba de emoción pero juntó fuerzas en lo más profundo de su alma y simplemente lo dijo:
- Cásate conmigo, Georgia.
Ésta vez fue ella quien no logró contenerse. Se arrojó a sus brazos y lo abrazó con fuerza, ansiosa por hundir sus labios con los de él. Ella sabía a lágrimas, él no podía dejar de devorarla como si jamás pudiese satisfacer su apetito de ella. Tim se obligó a separarse, sólo porque necesitaba que Georgia le confirmara lo que en el fondo de su corazón ya sabía.
- Imagino que eso fue un sí.- Le sonrió.
- Sí.- Asintió ella y Tim se apresuró a deslizarle el antiguo anillo en el dedo.- Es perfecto, Tim.
- Tú eres perfecta.- Repuso él, dulcemente.- Sólo dime qué quieres, Georgia, y yo lo haré para ti. Si deseas quedarte en Londres, podemos…
- Quiero vivir en Battle, contigo. Quiero vivir una vida simple y feliz, usar zapatillas en lugar zapatos y ponerme vestidos sólo cuando salgamos a cenar. Quiero dejar de concentrarme en estupideces cuando lo que en realidad me importa es levantarme a tu lado cada mañana.- Dijo Georgia, dándose cuenta de que todo era más fácil de lo que ella había creído.
La vida no se trataba de copiar los atuendos de las páginas de las revistas de moda, ni de tener las cosas más exclusivas, ni de vivir en el lugar más caro de todo Londres. Sólo mirar a Tim a los ojos le enseñaba que había estado equivocada muchas veces y que lo único que quería poseer era el corazón del hombre arrodillado a su lado, lo único que quería vestir era la piel de él contra la suya y el único maquillaje que necesitaba era la esencia de los labios de Tim en los de ella.
Se abrazaron, allí en el suelo, durante un largo rato. El río pasaba ruidosamente junto a ellos, las luces de los autos tintineaban constantemente desde el Puente no muy lejos y los curiosos comenzaron a retirarse, incluido Tom, que decidió que era mejor dejarlos solos. Georgia no podía dejar de sonreír, consciente al fin de lo que significaba todo aquello. Iba a casarse con Tim. Nada podía ir mal.
- Será mejor que empieces a pensar en un vestido de novia…- Le susurró Tim al oído.- ¿Qué quieres? ¿Algún diseñador en especial? ¿Era Vera Wang la que tiene tantos vestidos de novia?
- No me importa.- Susurró ella, a su vez.- Siempre y cuando seas tú el que me espere en el altar.
Tim volvió a sonreír.
- Eso, cariño, puedes apostarlo.
La levantó en brazos, provocándole un ataque de risa, y la llevó de regreso al hotel. De pronto se le había ocurrido que quizás podían ensayar un poco lo que sería la noche de bodas.
Georgia y Tim se perdieron en las profundidades de la noche londinense, se perdieron uno en el otro, una y otra vez, hasta que cualquier vestigio de dolor, de separación, de confusión, se disipó entre las sábanas, y lo único que quedó flotando en el aire era esa certeza de que, de ahora en más, no existirían si no estaban juntos.
Para cuando llegó el nuevo día, Georgia poseía el corazón del hombre que dormitaba a su lado, lo único que vestía era su piel contra la suya y todo el maquillaje que llevaba era el del más reciente beso de Tim en los labios.
Era hora de cambiar las páginas de todas las revistas: una mujer podía ser perfectamente feliz sin un bolso de Prada. Y la inamovible sonrisa de Georgia cuando finalmente se quedó dormida sobre el pecho de Tim, era toda la prueba que se pudiera necesitar.
***

Fin.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Leaving So Soon: Capítulo 25.

Aún con el pasar de las semanas, Tim necesitaba de todo su poder de autocontrol para no derrumbarse. Su rostro, pálido y ojeroso después de muchas noches sin poder dormir, reflejaba una pena profunda y arraigada en su corazón de un modo inexorable. Las manos le temblaban en su esfuerzo por contener el llanto, que amenazaba con invadirlo constantemente, sin descanso.
No había vuelto a ver a sus amigos desde que Richard lo visitara. Imaginaba que habían llamado o que se habían aparecido por la casa, pero él los ignoraba. Demasiado sumido en su mundo, descolorido y frío, le importaba poco si tenían trabajo que hacer, si sus carreras se hundían por falta de atención o si había algo, cualquier cosa, del otro lado de aquellas paredes detrás de las cuales Tim se refugiaba. Había perdido el interés en la vida. Parecía que Georgia la había empacado junto a sus otras pertenencias y se la había llevado lejos de allí.
Jayne merodeaba a su alrededor, siempre radiante de alegría, pero totalmente invisible para él. Tim ya no se molestaba en disimular con ella, no porque no le importara su esposa, sino porque ya no tenía fuerzas para hacerlo. Cuando ella entraba en la habitación con la sonrisa intacta plasmada en su rostro, Tim no la veía, porque se hallaba en un sitio al que Jayne no podía entrar, una especie de universo paralelo que le era ajeno, inaccesible. Donde el dolor dejado por Georgia lo gobernaba todo.
Y, al igual que Georgia, se encontraba en un estado tal que no reconocía el paso del tiempo. Los días se deslizaban monótonamente iguales y las noches insoportablemente largas. La única diferencia era que el se movilizaba cada tanto por la casa: obedecía vagamente a Jayne cuando lo llamaba para cenar, se sentaba con ella en el comedor y removía la comida en su plato; iba hasta la ventana del vestíbulo de vez en cuando, solo para sentirse peor al descubrir que su ilusión de ver a Georgia acercándose por el camino era verdaderamente absurda.
- Te traje un sándwich, cariño.- Jayne había irrumpido en el estudio donde Tim se había dejado vencer apoyando la cabeza contra el piano, cubriéndosela con los brazos como si ya no quisiera oír, ver o sentir nada de lo que sucedía a su alrededor.
Su esposa dejo una pequeña bandeja frente a él, aunque parecía totalmente en vano. Tim no se movió, lo cual al fin, después de semanas, hizo que la sonrisa de Jayne vacilara.
Lo amaba y verlo destruido la destruía a ella, inevitablemente. Pero por primera vez en quince años, era como si a pesar de ver que su esposo iba muriendo lentamente por dentro, Jayne tuviese que darle prioridad a su propia felicidad tantas veces relegada a un segundo lugar. Había luchado incansablemente para hacerlo feliz durante demasiado tiempo: le había restado importancia a la certeza de que amaba a otra mujer, se había casado con el sabiendo que Tim se lo pedía sólo porque no podía pedírselo a Georgia, había tenido que soportar que su esposo susurrara otro nombre en sueños y que muchas veces la abrazara en la oscuridad con la falsa ilusión de que no era Jayne quien dormía a su lado, sino Georgia.
Había hecho todo lo que él quería, sin oponer resistencia. Cada vez que Tim quería que fuera con él de gira, dejaba todas sus obligaciones de lado para seguirlo; había visto un millón de veces el mismo concierto y escuchado un millón de veces las mismas canciones sólo para complacerlo; se había levantado a las tres de la madrugada sólo para darle su opinión sobre algo nuevo que estaba componiendo; había soportado largas ausencias y el hecho de no poder tener una vida matrimonial normal para que él viviera a pleno su carrera; había postergado más de una vez su sueño de formar una familia para que Tim se concentrara en un nuevo disco, una nueva gira o simplemente porque él no creía que fuera el momento adecuado… aunque lo que Jayne sospechaba era que él no quería tener hijos con ella. No era esa la mujer que había soñado para semejante papel.
Jayne apretó los labios con fuerza, poniendo toda su voluntad en no dejar que la ganara una furia y un rencor que había tenido enterrados en su pecho desde que se diera cuenta que por mucho que lo intentara, el corazón de Tim jamás sería suyo.
-¿Por qué no comes algo? Has perdido mucho peso, Tim, estás paliducho.- Espetó de manera inexpresiva mientras se iba controlando de a poco.
Aún con la cara oculta por sus brazos, Tim abrió la boca para responder, pero las palabras se perdieron en alguna parte de su garganta y no supo qué decir, como si hubiese olvidado el significado de las frases. Parpadeó un par de veces, como si quisiera aclararse, como si quisiera borrar la imagen de Georgia que tenía grabada en la retina y que parecía brillar en la oscuridad en que se encontraba sumido.
Sin embargo, no tuvo necesidad de decir nada. Repentinamente se desató un inesperado alboroto que parecía provenir desde la calle. Alguien aporreaba la puerta, con lo que parecía desesperación en su estado más puro.
- ¡Tim! ¡Tim, ábreme, por favor!- Incluso perdido como estaba en ese sopor tan grisáceo, Tim logró reconocer la voz de Tom, pero le sonó extraña, como si hiciera años que no veía a su amigo.- ¡TIM!
El último grito fue tan fuerte que Jayne abrió los ojos y la boca, escandalizada, antes de dirigirse con paso firme hacia el pasillo, fuera del estudio y caminar hasta el vestíbulo.
A pesar de aquella rara escena, Tim encontraba increíblemente difícil levantar la cabeza, así que abandonó sus intentos de poner atención casi de inmediato y se quedó tal y como estaba.
Oyó a Jayne, recibiendo a Tom, como si se hallaran en una dimensión distante e inalcanzable.
- ¿Pero qué demonios pasa, Tom? ¿Qué son todos esos gritos?- Farfulló molesta.
Pero Tim no escuchó que Tom respondiera.
- ¿A dónde vas?- Preguntó Jayne, aún más sorprendida.
Los pasos de Tom se hicieron más y más fuertes a medida que se movía dentro de la casa. Fue directo al estudio. Conocía tan bien a su amigo que sabía que ése sería el lugar donde estaría refugiado.
Irrumpió como un tornado y cerró la puerta tras de sí, prácticamente en la cara de Jayne, que lo había seguido hasta allí pisándole los talones. Sus quejas llegaron amortiguadas desde el otro lado y Tim, finalmente logrando sentir algo de asombro ante la actitud de su amigo, levantó la cabeza y lo miró con sus vacíos ojos azules.
Tom se apoyó contra la puerta cerrada, para impedir que Jayne la abriera, y observó con pena el rostro consumido y triste de su mejor amigo. Verlo así le dolía más que cualquier mal que pudiera ocurrirle a él.
- Mírate. Estás asqueroso.- Comentó con un dejo de burla, esperanzado de que eso le arrancara una sonrisa, que jamás se dibujó en sus labios.
Tim se sentía demasiado cansado para enfrentarse a otro reproche como el que le había querido hacer Richard al visitarlo tiempo atrás. Le sostuvo la mirada unos pocos segundos, hasta que sintió que el esfuerzo era excesivo, y acabó apoyando la cabeza en los brazos nuevamente.
- Si te envió Rich…- Masculló de mala gana, ansioso por darle término a aquella visita.
- No. No he visto a Rich. He estado en Londres.- Cortó Tom con un tono significativo que Tim no fue capaz de captar. Jayne pareció rendirse del otro lado y Tom notó que sus pasos se alejaban.
- Ah.- Susurró después de unos segundos, porque aparentemente Tom esperaba que dijera algo al respecto.
- Sí.- Tom vaciló. El aspecto frágil que presentaba Tim era mucho peor que el que Richard le había descrito, y lo asustaba la posibilidad de hacerle más daño.- Compré un departamento allí, ¿sabes? Así que fui a hacer algunos papeles que tenía pendientes y…
- Tom.- Interrumpió Tim con un hilo de voz.- Lo siento, pero… quiero estar solo.
Fue casi tangible el modo en que Tim empezó a cerrarse a él, como si fuera un libro que no quería compartir el contenido de sus páginas. Tom se dio cuenta que no había tiempo de ser delicado y decidió ir directo al grano.
- Vi a Georgia en Londres.
Embotado como estaba, Tim tardó en entender lo que esas palabras querían decir. Había oído el nombre, pero llevaba tantas semanas musitándolo dolorosamente que ya no sabía si era producto o no de su imaginación.
Como Tom volvía a esperar una reacción de su parte, esta vez Tim se esforzó por proporcionársela.
- ¿Georgia?- Repitió, con una punzada desagradable en el pecho.
- Me costó reconocerla.- Contestó Tom, mientras asentía con la cabeza.- Tiene el mismo aspecto miserable que tienes tú. Claro que en ella es muy notable porque suele ir impecable por la vida, pero…
La voz de Tim recobró algo de fuerza al replicar, como si se estuviera escudando para no salir tan lastimado.
- Debe ser la culpa. No debe poder cargar con ella…
Tom lo estudió con detenimiento. Si Tim atacaba a Georgia no era porque estuviera enfadado con ella sino porque tenía miedo y no sabía qué hacer después de haber sido abandonado. La amaba tanto que no sabía qué hacer para sobrellevar aquel sufrimiento.
Con dificultad, Tim se puso de pie y dio unos pasos hacia el ventanal. Tom estuvo a punto de acercarse a ayudarlo, pero supo que su amigo, orgulloso, jamás se lo permitiría, al igual que no le permitiría ver las lágrimas que de seguro estaban empañando sus inexpresivos ojos.
- ¿Hay algo que no me hayas contado, Tim?- Preguntó con suavidad.
Frunciendo el ceño, confundido, Tim se olvidó momentáneamente de su orgullo y miró a Tom.
- ¿De qué estás hablando?- Inquirió.
- De Jayne.- Tom dio un paso hacia él y Tim sintió que entendía incluso menos que antes.- ¿Hay algo sobre Jayne que no me hayas contado?
- ¿Qué tiene que ver Jayne con todo esto?- Exclamó Tim, que empezaba a enfurecerse sin saber por qué. ¿Qué pasaba con sus amigos que no comprendían que lo único que deseaba era que lo dejaran en paz? ¿No se daban cuenta que estaba harto de que lo cuestionaran y lo fastidiaran?- ¿Por qué habría de interesarte si hay algo sobre ella que te haya dicho o no?
Tom se encogió de hombros, avergonzado, sabiendo que estaba metiéndose donde no lo había llamado, pero también con la certeza de que si le decía la verdad a Tim podría ayudarlo de algún modo a recuperarse.
- Es que Georgia me dijo que…
- ¡Georgia!- Gritó Tim, y su voz tembló un poco.- ¡Georgia! ¡No te creas todo lo que dice, Tom! ¡A mí me mintió descaradamente, no sólo una, sino dos veces!- Comenzó a pasearse por el estudio, aunque sosteniéndose eventualmente del respaldo de una silla, del borde del piano, del escritorio. La debilidad que le habían dejado las últimas semanas parecían acometerlo impetuosamente en ese momento.
- Escúchame, Tim.- Masculló Tom, en un intento por imponerse en la conversación.- Georgia parecía creer que había una razón muy importante para dejarte. Una razón que, según creo, la hizo actuar contra sus propios sentimientos…
- ¡No me digas! ¿Qué fue esta vez?- Lo miró, furioso, pero en sus ojos, donde debía llamear algún fuego, alguna mínima llama de enojo… seguía sin haber absolutamente nada.
- Un embarazo.- Dijo Tom con voz muy clara, para que no quedaran dudas.
Tim se quedó helado, entendiendo aún menos que antes.
- ¿Un embarazo?- Repitió, tras un instante de vacilación. Sintió el corazón golpeándole en el pecho.- ¿Quieres decir que…?- Titubeó. Aquello era demasiado para su cerebro cansado y privado de comida.- ¿Quieres decir que… que Georgia está…?
Tom movió los labios y abrió mucho los ojos.
- ¡No, no, no es eso lo que quise decir!- Aclaró con prisa, acompañándose de un movimiento de manos bastante convincente.- No, Tim. Georgia parecía creer… que Jayne está embarazada.
Tim se sintió como si las paredes del estudio se hubiesen cerrado por completo sobre él, aplastándolo, reduciéndolo a la nada misma. Aquello era una locura…
- ¿Y de dónde habría sacado Georgia esa idea?- Preguntó incrédulo.
- Bueno… aparentemente… se lo dijo Jayne.- Balbuceó Tom, casi con miedo. No sabía de qué modo tomaría Tim lo que le estaba diciendo.
Era como si pasaran varios minutos. Nada en el semblante de Tim indicaban que lo hubiera oído. Era como si aún esperara la respuesta de Tom. Estaba estático, parado frente a él, mirándolo sin siquiera parpadear, como si estuviese congelado, como si fuese incapaz de respirar siquiera.
Y entonces, sin previo aviso, Tim se encaminó con paso firme hacia a puerta. De repente sus pies parecían sostenerlo a la perfección, no necesitaba agarrarse de las paredes y la debilidad había desaparecido por completo. Tom lo siguió, perplejo, por el pasillo, pero Tim parecía haberse olvidado de que su amigo estaba allí.
Entró en la cocina de golpe, haciendo que Jayne, que estaba acomodando unos platos en la alacena, mientras farfullaba malhumorada en voz baja, diera un respingo y dejara caer uno de los platos. La sorpresa de ver a su marido de pie, de pronto inundado de lo que aparentaba ser una renovada fuerza, hizo que ni siquiera fuera consciente de lo que acababa de hacer.
- Tim, ¿qué…?
- ¿Estás embarazada?- Soltó él sin delicadeza alguna y Tom se sonrojó intensamente y se retiró a un rincón.
Jayne se quedó aún más asombrada. Abrió y cerró la boca un par de veces, mirando alternativamente a Tim y a Tom, para volver a concentrar su atención en su esposo.
- Yo…
- Es una pregunta simple, Jayne.- Dijo Tim bruscamente.- Sólo tienes que decir sí o no.
Ella se quedó petrificada. La única señal de vida que emitió fue que una de sus manos tembló ligeramente. Luego pareció decidir que sería mejor conservar la calma.
Su expresión se serenó súbitamente, como si la confrontación de su esposo no hubiese sucedido.
- ¿De dónde sacaste esa idea?- Inquirió con indiferencia, mientras se volvía y ponía agua a calentar para preparar el té.
- Sigues sin responderme.- Replicó Tim, sin inmutarse.
Jayne logró esbozar una sonrisa.
- Claro que no, tonto. ¿No te parece que te lo hubiese dicho?- Lo observó con ternura, como si creyera que todas esas semanas de triste reclusión le hubiesen afectado el juicio. A continuación miró a Tom, ocultando su enojo tras una expresión de cálida y burlona reprensión.- ¿Y tú con que cuentos le vienes a tu amigo? Deja de creer los rumores que corren por el pueblo. Tú mejor que nadie, deberías saber que los rumores tienden a no ser ciertos, Tom.
Las orejas de Tom, que eran la única parte visible de su cuerpo que aún no se había sonrojado, enrojecieron en menos de un segundo.
Sin embargo, Tim no se amilanó ante la actitud de su esposa.
- ¿Y por qué Georgia está en Londres convencida de lo contrario?
- ¿Georgia?- Repitió Jayne, con un rictus de desprecio y una voz ligeramente chillona que no pudo disimular.- ¿Qué tiene que ver ella en todo esto?
A Tim no le pasó por alto la manera despectiva en que Jayne se refería a Georgia y la sospecha que había nacido en su interior, ínfima, casi inexistente, empezó a crecer de a poco.
- ¿Le dijiste a Georgia que estabas embarazada para que se fuera del pueblo?- Dijo Tim, yendo directo al grano. Tom ahogó un pequeño grito. Hubiese deseado salir de allí, pero tenía los pies clavados en el piso.
Jayne pareció ofendida.
- ¿Cómo se te ocurre preguntarme algo así?
- ¡Deja de responderme con más preguntas!- Bramó Tim, impaciente.- ¡Georgia se fue de Battle de un día para el otro y quiero saber si tú tuviste algo que ver!
Como si hubiese estado sujeta por cuerdas que la mantenían en sus cabales, Jayne se sacudió, como si se liberara de ellas. Sus ojos llamearon de la manera en que los de Tim no podían hacerlo y Tom sintió que esa mujer que estaba viendo no se parecía en nada a la que estaba casada con su amigo. Había algo muy extraño allí, como si esa fuera otra Jayne, reemplazándola.
- ¡No sé por qué te sorprende tanto que Georgia se haya ido! ¡No es la primera vez que lo hace, Tim, por si no lo recuerdas!
- Lo recuerdo perfectamente, gracias.- Gruñó Tim, con frialdad.- Sin embargo, esta vez las cosas eran diferentes y…
- ¿Diferentes?- Interrumpió, totalmente alterada.- ¿Diferentes? ¿Te refieres a los revolcones que te dabas con ella por todo el pueblo, Tim?
Fue el turno de Tim de quedarse perplejo. ¿Cómo sabía su esposa…? No. Debían ser acusaciones infundadas, hechas por puro miedo. Habían sido tan cuidadosos…
- ¿De qué…?- Musitó, pero ella no lo dejó hablar.
- ¡Tendría que haber estado ciega para no verlo! ¡Todas esas ausencias, el celular apagado, Tom contestándome el teléfono para darme excusas todo el tiempo!- Lo señaló, acusadoramente, con un dedo, haciendo que Tom diera un paso hacia atrás.- ¡Llevaba bastante tiempo sospechando, pero quería creer que no serías capaz de hacerme algo así!- Empezó a respirar entrecortadamente.- ¡Y entonces los vi con mis propios ojos, en ese maldito granero que compraste sólo porque te hacía acordar a ella!
Tom abrió la boca, buscando la manera de excusarse para salir de allí, pero Tim no le dio tiempo a nada.
- Jayne…- Las palabras de su esposa ciertamente lo habían desarmado. Había ido a enfrentarla, pero no había esperado que ella le soltara aquello. No la creía capaz de callarse algo así por tanto tiempo.- Sabes que no fue…
- ¿Tu intención?- Terminó ella y lanzó una risa amarga que Tim jamás le había oído antes.- ¿Qué, lastimarme? Estoy segura que ni siquiera te acordabas de mí mientras te follabas a esa puta.
Tom tuvo la sensación de que realmente existían dos Jayne: la mujer dulce, solícita y amable que había conocido toda su vida y ésta, la nueva, la que era vengativa, fría y maliciosa.
Tim no sabía qué decir. Había temido el momento en que Jayne descubriera lo que había hecho desde el primer momento en que se había atrevido a traspasar el límite con Georgia. Y sin embargo, ahora ya no le servía de nada que su esposa lo supiera. Sólo servía para lastimarla más, porque lo suyo con Georgia era algo absolutamente imposible.
- Lo siento.- Susurró al fin, con profunda sinceridad.- Lo siento, Jayne, aunque mis disculpas no te sirvan de nada. Es verdad que no quería lastimarte, pero Georgia…
- Pero Georgia siempre fue el amor de tu vida, ¿no?- Repuso Jayne, pasando por alto sus disculpas por si no le importaran.- Deja de disimular, Tim, siempre lo supe. Nunca fui tu primera opción. Si Georgia no se hubiese ido, no te hubieses fijado siquiera en mí. Yo siempre te quise de verdad, pero eso no te interesaba, estabas demasiado concentrado en dejar que esa estúpida te manipulara, para que le cumplieras todos sus caprichos. ¡Cómo si no pudiera saberlo yo, lo caprichosa que era! Costó tanto que se fuera de aquí, que se dejara convencer que Battle jamás estaría a su altura, que Londres era la ciudad para ella… ¡y a pesar de lo que te hizo nunca fuiste capaz de olvidarla! ¡Ella siguió siendo para ti tan perfecta como siempre!
- ¡Ya te dije que…!- Exclamó Tim, desesperado, pero de la nada Tom le puso una mano en el brazo, para detenerlo, con el cejo fruncido.
- ¿Qué quieres decir con eso de que “costó tanto que se fuera de aquí”, con eso de que “se dejara convencer”?- Inquirió, mortalmente serio, pero cuando Jayne posó en él sus ojos furiosos, como si intentara discernir de dónde había sacado aquellas palabras, Tom se amedrentó y volvió a retroceder.
Sin embargo, para Tim la interrupción no pasó desapercibida. Las frases de Jayne, pasadas por alto durante su exaltado discurso, parecían brillar ante él como si estuvieran escritas en luces de neón sobre la alacena de la cocina.
- Responde a la pregunta de Tom.- Ordenó con firmeza.
Jayne continuó mirando a Tom con intenso odio hasta que Tim se interpuso entre ellos para atraer su atención. Sólo entonces volvió a explotar.
- ¡Te hice un favor al deshacerme de ella!- Gritó, sin pizca de remordimiento.- ¡Te demostré quién estaba realmente para ti y quién era capaz de cambiarte por un simple par de zapatos!
Tim no podía creer lo que oía. Empezaba a darse cuenta que su matrimonio estaba construido sobre un cimiento hecho de mentiras y engaños y notó que se le formaba un nudo en el estómago.
- ¿Cómo pudiste, Jayne?- Farfulló, con suavidad, casi mudo por la impresión.
- ¡No podía quedarme de brazos cruzados sabiendo que ibas a casarte con ella!- Respondió, como si fuera lo más lógico del mundo. Tim frunció el ceño, aún más confundido.- ¡Te vi, Tim, te vi entrar en una joyería y salir con un anillo! ¡Y cuando vi a Georgia la noche de la graduación, tan nerviosa, supe que ella también lo había visto!
- ¡Estaba enamorado de ella, Jayne!- Bramó Tim, recuperando la fuerza a medida que una furia incontrolable se adueñaba de él.- ¡Te metiste en medio sabiendo que la amaba!
- ¡Y yo estaba enamorada de ti! Lo estuve desde el primer momento en que te vi, pero tú parecías no saber que existía.- Le reprochó con un nuevo brote de desprecio.- Y Georgia tenía demasiadas ambiciones para lograr que tú fueras feliz. Sin embargo, yo sólo tenía una prioridad: tú.
- ¿Tu prioridad era hacerme feliz?- Incrédulo, Tim la observó tratando de encontrar en ella algo que le hiciera reconocer a la mujer que había llegado a serle tan familiar.- ¿No se te ocurrió pensar que lo que necesitaba para ser feliz era exactamente lo que ya tenía?
- Sabía que eso era sólo cuestión de tiempo. Una vez que te olvidaras de ella, podrías ser feliz conmigo.- Jayne se encogió de hombros con una indiferencia tal que Tim se sintió profundamente indignado.
- ¡No puedo creer lo que estoy escuchando!
- ¿De qué te quejas?- Espetó Jayne, despectivamente.- Tuviste la mejor esposa que un hombre puede pedir, estuve allí contigo cuando me necesitaste y he antepuesto todas tus necesidades a las mías…
- ¿Y qué te hace pensar que era eso lo que yo quería, Jayne?- Estalló Tim, totalmente fuera de sus casillas.- ¡Todo lo que quería era a Georgia y tú me la quitaste! ¡Te aprovechaste de ella cuando estaba asustada y vulnerable y lograste que se fuera por tu propio beneficio!
- Hice lo que creía mejor para ti.- Dijo, como si aquello zanjara la cuestión.- Así que deja de mirarme de ese modo.
Tim no lograba comprender que Jayne mostrara tal frialdad. No lograba comprender cómo había dejado que los últimos quince años pasaran sin confesarle lo que había hecho, sin sentir remordimiento alguno, y peor aún, en esas últimas semanas, mientras veía cómo Tim agonizaba al darse cuenta de que había perdido a Georgia otra vez.
- Entonces sí le dijiste que estabas embarazada…- Musitó finalmente, mientras Jayne servía el té en tres tazas, como si estuvieran manteniendo una conversación casual sobre el clima en vez de oírla confesar semejante secreto.
- Por supuesto que sí.- Dijo sin inmutarse.- Quería proteger lo que tanto me costó conseguir…
Le tendió una taza a Tim, que le dio un manotón, furioso, haciendo que estallara contra la pared. El líquido hirviendo y los pedazos de porcelana rota volaron por todas partes y Jayne hizo un gesto de dolor cuando se quemó una mano.
- ¡Mierda, Jayne! ¿Acaso no te importó verme sufrir tan dolorosamente estos días? ¿Cómo demonios puedes jactarte de haberte ocupado de mi felicidad cuando no has hecho más que enturbiarla?- Dio un paso hacia ella, y parecía mucho más alto y mucho más amenazador de lo que jamás lo habían visto.- ¡Estoy muriendo de dolor, Jayne, y a ti no te importa!
- ¡Porque me cansé, Tim, estoy harta de pensar sólo en ti! ¡Es lo que he hecho durante quince años! ¿Y cómo me lo devuelves? ¡A la primera oportunidad sales corriendo detrás de esa idiota y la metes en la cama!
Tim hizo el intento de dar otro paso hacia ella y Tom, previsor, lo tomó del brazo y lo apartó.
- No vale la pena, amigo, cálmate, ya pasó…- Murmuró, apaciguador.
Jayne le clavó los ojos y su expresión parecía la de una serpiente a punto de atacar.
- Sal de mi casa, Tom. Ya no eres bienvenido aquí. Y no lo serás mientras sigas en contacto con esa…
- Cierra la boca.- Tim tiró de su brazo, tratando de soltarse, pero Tom lo retuvo con más fuerza.- ¡Si no fuera por Tom seguiría sin saber con quien estoy casado!
- Deja de lloriquear, Tim, y supéralo de una vez. No estás enfadado conmigo, sino con Georgia, porque todavía no aceptas que no seas lo primordial en su vida.- Se inclinó en el suelo y comenzó a recoger la porcelana.- Y ahora ayúdame a limpiar este desastre, tengo que preparar la cena…
Tim la miró sin poder creer que pensara que las cosas iban a seguir inalterables después de la escena que acababa de producirse. No pudo evitar esbozar una sonrisa sarcástica.
- Olvídalo, Jayne. Se acabó.- Sintió que toda su debilidad, su cansancio, retornaban después de la agitación.
Alarmada, Jayne levantó la vista hacia él.
- ¿Qué quieres decir?
- Si crees que voy a seguir casado contigo después de lo que sucedió, estás más loca de lo que estoy empezando a creer que estás.- Repuso y, sin darle tiempo a nada, ella se puso de pie y se aferró a su mano.
- ¡No puedes dejarme! ¡No puedes arrojar todos estos años a la basura! ¡Soy la única que siempre estuvo a tu lado!- Gritó, volviendo a lucir temerosa e indefensa.
- Sí.- Concedió Tim, con un lento movimiento de cabeza.- ¿Pero a qué precio?
Jayne no pudo responder. Empezaba a darse cuenta de las consecuencias de sus actos y su mundo se desmoronaba con la misma rapidez que un castillo de arena arremetido por una ola.
Tim suspiró y clavó los ojos azules en su amigo, que aún lo sostenía por un brazo, ya no para impedir que hiciera algo indebido, si no para evitar que perdiera el equilibrio.
- ¿Puedes llevarme a Londres, Tom?- Pidió, suplicante.- No me siento lo suficientemente bien para conducir…
- Por supuesto.- Le echó un vistazo a Jayne mientras respondía, inseguro.- Vámonos de inmediato.
Sin embargo, Tim se separó un momento de él y le indicó con una seña que lo esperara. Tom se quedó sólo con Jayne, que empezaba a sollozar, inmóvil entre los restos de porcelana y té.
- Todo esto es tu culpa.- Acusó, mientras las lágrimas le resbalaban por el rostro.
- No.- Masculló Tom simplemente.- Yo sólo me limité a abrirle los ojos que tú mantenías vendados.
Tim regresó en ese momento, con un abrigo puesto y sin lucir mucho mejor. Tom lo siguió hacia el vestíbulo, ambos haciendo caso omiso de las llorosas súplicas de Jayne que los seguían por toda la casa.
Cuando Tim cerró la puerta no miró atrás.
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lunes, 22 de febrero de 2010

Leaving So Soon: Capítulo 24.

La ciudad de Londres se erguía descomunal y gris ante los ojos de Georgia, a pesar de que ella caminaba por sus calles sin prestarle atención. Podría decirse que había perdido el interés… o que había aprendido a amar el encanto de un pueblo pequeño donde podía perderse entre los árboles respirando aire puro.
Al haber dejado Battle, Georgia se había dado cuenta de que lo que en realidad estaba dejando atrás era un hogar. La primera vez que había huido había sido demasiado tonta e imprudente. Pero haber regresado con el correr de los años había hecho que olvidara los prejuicios de niña caprichosa y viera lo que verdaderamente tenía importancia en su vida. Y justo cuando empezaba a creer que no era tan tarde para recuperar a Tim…
Movió la cabeza negativamente, como si quisiera espantar algo y se dijo con firmeza que ya no debía pensar en Tim. Lo había desenterrado entre fragmentos de su pasado sólo para comprender que todos sus errores estaban poniéndose en su contra al fin.
Ignoró el profundo y potente dolor que le atenazaba el pecho, amenazando con derrumbarla allí mismo en aquella calle llena de gente totalmente extraña. No podía dejar que el dolor y la autocompasión le ganaran. No más.
La primera semana de Georgia en Londres había sido un absoluto desastre, aunque no más que un recuerdo borroso, como si hubiese pasado gran parte de ese tiempo inconsciente. Demasiado desorientada y cegada por el sufrimiento, sólo había atinado a refugiarse en una habitación de hotel para poder resquebrajarse de una vez por todas. Vencida por el llanto, no había podido salir de la cama en tres días. Cuando tuvo suficientes fuerzas para moverse, lo único que logró hacer fue tomar tantos pares de zapatos como le permitieran sus brazos y salir en mitad de la noche, cruzando la calle, hasta la orilla del río Támesis y arrojarlos al agua con furia.
¿Cómo había podido cambiar una vida de felicidad por todas esas porquerías meramente materiales? Observó cómo sus mejores botas de Prada se hundían emitiendo un par de burbujas. Unos meses atrás, se hubiese arrojado urgentemente a salvarlas, pero en ese momento, aún con el recuerdo del último beso de Tim flotando en sus labios y las palabras de Jayne (Estoy diciendo que estoy embarazada, Georgia) resonando en sus oídos como si se las estuviese gritando sin cesar, las miró con indiferencia y se volvió para regresar al hotel, donde lo único que la esperaba era más oscuridad y soledad.

Despertó sin saber si era de día o si era de noche. Sin saber si era la mañana de un día nuevo o la tarde del mismo. Y de todos modos… ¿qué más daba si había pasado un año entero y Georgia seguía allí, escondida bajo las mantas de una cama que no era la suya, despeinada y con las ojeras más gigantescas que sus ojos hubieran lucido jamás? Si no podía estirar la mano para alcanzar a Tim del otro lado de la cama, no le importaba demasiado despertar ni en qué circunstancias lo hacía.
Su cabeza no la dejaba en paz. Analizaba, repasaba, desmembraba hechos, buscando explicaciones, inventando respuestas que en realidad Georgia no tenía y probablemente nunca llegaría a tener. Revivía, lenta y agonizantemente, cada segundo de felicidad que le habían obsequiado antes de que perdiera todo en sólo un segundo.
Se decía a sí misma que no tenía ningún sentido seguir con todo aquello, pero no podía evitarlo. Sentía que estaba pagando por su estupidez, por su egoísmo, por su superficialidad, y aunque estaba convencida de que merecía aquel castigo, se preguntaba si alguna vez iba a terminar o si acabaría muriendo aún revolcada en dolor y remordimientos.
Pensaba que a Tim seguramente no le había hecho mucha gracia descubrir que lo había abandonado de nuevo. Sin embargo, Georgia confiaba en que la noticia de Jayne lo alegrara lo suficiente para no dejar que se hundiera en el mismo pozo de tristeza que ella. Iba a tener un bebé con su esposa. ¿Qué mayor alegría podía sentir un hombre? Y Georgia, que lo amaba con toda su alma, necesitaba estar contenta por él. Necesitaba sonreír ante la perspectiva de que Tim pudiera tener una vida plena y feliz...
Pero no podía. Que lo amara, por mucho que lo hiciera, no bastaba realmente para extirpar la amargura de su corazón. A pesar de que hacía ya mucho tiempo que Tim no era realmente suyo, Georgia sintió, estúpidamente, que con aquello lo perdía un poco más de lo que ya no lo tenía. Compartirlo con Jayne, conformarse con ser la segunda en su vida, aceptar las migajas de su amor… podía con ello, no se quejaba. Ser la que se interpusiera entre un hombre y su hijo… no.
Lo peor de todo era saber que la culpa no era de nadie más que de ella. Georgia había tenido al alcance de la mano la oportunidad de tener todo lo que ahora Jayne reclamaba como suyo. ¿Y para qué? ¿Para construirse la irreal fantasía de una vida perfecta? ¿Qué sentido tenía tener el trabajo más glamoroso y espectacular si cuando llegaba a su casa al final del día no había nadie que la recibiera con un beso? ¿Qué sentido tenía irse a dormir con el papelerío de trabajo al otro lado de la cama en lugar del cálido cuerpo de alguien que la amara?
¿Qué sentido tenía cerrar los ojos y soñar que regresaba a Battle, donde Tim la recibía con los brazos abiertos, si ese sueño jamás se cumpliría?
Georgia escondió la cabeza bajo las sábanas y trató de imaginar lo que haría con el resto de su vida. Seguir viviendo en aquella habitación de hotel le parecía lo más cómodo. La sola idea de salir por ahí a buscar un apartamento la hacía sentirse enferma. Buscar un hogar cuando sabía exactamente donde estaba resultaba absurdo.
¿Salir a buscar un empleo? El dinero no iba a durarle para siempre, por mucho que hubiese ahorrado en sus años de falso esplendor. Pero no le importaba si acababa acarreando bandejas en un restaurante, ni tampoco tenía voluntad para volver a abrirse camino en el mundo que siempre le había interesado. De hecho, la idea de su boutique, que tanto entusiasmo le había producido, no parecía ahora más que un plan irrelevante y la ropa confeccionada por ella misma que se apilaba descuidadamente en cajas y más cajas en la habitación, le producía una cierta sensación de repulsión que nunca antes había experimentado.
Sin pensárselo dos veces, cuando esa noche volvió a acometerla la intensa punzada de dolor que le producía arcadas y le cortaba la respiración, fueron esas cajas las que arrojó al río, sin que le importara en lo más mínimo echar su futuro por la borda, porque lo que en realidad estaba haciendo era deshacerse de su pasado.

Habían pasado ya varias semanas (Georgia no lograba calcular exactamente cuántas, como si el tiempo fuera algo demasiado insignificante para tenerlo en cuenta), pero no había habido cambio alguno. La figura de Georgia, que siempre había rayado la perfección, se había ido consumiendo con la pena. Su pelo, antaño brillante y suave, se había vuelto opaco y quebradizo, a falta de los productos a los que lo tenía acostumbrado. Cuando lograba encontrar la fuerza suficiente para arrastrarse al baño y darse una ducha, sólo era capaz de sentarse bajo la lluvia de agua caliente y quedarse inmóvil un rato. Al salir, se envolvía en una toalla con la mirada perdida y volvía a la cama, donde se acurrucaba, a veces sintiendo demasiado frío y tratando de recordar lo que era sentir el calor rozando la piel.
La comida se había vuelto algo vago. De vez en cuando pedía servicio a la habitación. Una veces se quedaba dormida antes de que se la llevaran, otras perdía el apetito a pesar del buen aspecto de los platos que le presentaban.
Su rostro estaba pálido y cansado, a pesar de que prácticamente lo único que hacía era dormir. Pensó que si seguía así mucho tiempo más lo más seguro era que muriera, pero no le interesaba.
Sin embargo, casi podía oír la voz de Tim regañándola, obligándola a que se cuidara, a que saliera de allí, viera la luz del sol y comiera algo. Se levantó de la cama como si él estuviera jalándola del brazo para ponerla en movimiento.
Ya casi no le quedaba ropa. En sus ataques de angustia había ido deshaciéndose de ella. Gran parte había ido a parar al fondo del río. Algunos zapatos habían volado por el balcón, otros habían caído por el tracto de la basura al final del pasillo. Abrió un bolso y sólo vio un pantalón de gimnasia y una remera vieja y gastada que rezaba, en letras que ya casi habían desaparecido, Instituto de Hastings, 1989.
En otro momento de su vida, se hubiese mirado al espejo para cerciorarse de que su maquillaje y su peinado estaban al nivel de radiante que ella consideraba adecuado. En esa ocasión, se limitó a recogerse el pelo en lo alto de la cabeza sin muchos miramientos y, sin siquiera fijarse en su reflejo, salió de la habitación.
Había un Starbucks a dos calles de allí, pero Georgia no sentía ganas de caminar demasiado. Compró un pretzel en un carrito a pocos metros de la entrada del hotel y se puso a masticarlo sin ganas, mientras se apoyaba contra la baranda de la orilla del río y contemplaba sin entusiasmo alguno la silueta del Puente de Londres que se erguía no muy lejos de ahí.
Sus ojos, algo descoloridos, contemplaban el paisaje citadino como si en el fondo aún trataran de entender qué era aquello que los había deslumbrado muchos años antes. Georgia no veía maravilla alguna en los edificios que enmarcaban las pobladísimas calles, ni en los muchos autos yendo y viniendo, o los autobuses rojos que se cruzaban en las esquinas o en la imponencia del Big Ben recortado contra el cielo no mucho más allá. Para ella, en su profunda amargura, aquello no era más que un estúpido reloj gigante.
La gente pasaba junto a ella sin verla, demasiado ocupados en sus vidas cotidianas. Hablaban de sus trabajos, de sus hijos, de sus parejas y sus planes ajenos totalmente al aire de tristeza que sólo Georgia parecía percibir. Ella tampoco los miraba. Tenía la sensación de que, una vez perdida esa persona que lo significa todo, el resto de los seres humanos desaparecían del planeta, dejándola sola en una especie de confuso borrón grisáceo.
Mordisqueó un poco más su pretzel y luego lo estrujó y arrojó las migas en el suelo, entre un grupo de palomas que se pusieron a picotear agradecidas.
- ¿Georgia?- Oyó entonces y su corazón dio un respingo.
Se dio media vuelta tan rápidamente que se mareó y tuvo que sostenerse de la barandilla a su lado. Pero al lograr enfocar la mirada en la persona que la había llamado, la pequeña, ínfima esperanza que se había encendido en su interior explotó con un estallido doloroso.
Era Tom quien la miraba con el entrecejo fruncido, estudiándola como si se tratara de una rara especie.
- ¿Qué te pasó? Estás muy… rara.- Masculló él, suavemente, como si tratara de no ser descortés.
- ¿Qué haces aquí, Tom?- Dijo ella a su vez. Una voz en su cabeza empezó a murmurar, insistente: pregúntale por Tim, pregúntale por Tim, ¡pregúntale por él!
- Compré un departamento en Covent Garden hace un par de semanas y vine a hacer algo de papeleo…- Explicó sin darle importancia.- Georgia, ¿qué…?- Se quedó callado, aún mirándola con atención, como si las palabras correctas no lograran salir de su boca.
Georgia también guardó silencio un instante. Estaba librando una batalla interior. Si se ponía a hacerle preguntas sobre Tim, dudaba que pudiera hacerle algún bien. ¿Qué esperaba escuchar? ¿Qué Tim estaba fantástico, paseando con Jayne por todo el pueblo, tomados de la mano, eligiendo cunas?
- ¿Por qué te largaste así de nuevo? ¿Qué estás haciendo aquí?- Preguntó Tom al fin, que parecía haber decidido mandar al demonio la sutileza.
Georgia suspiró. A pesar de que llevaba semanas sin hacer más que dormir, de repente sentía un cansancio insoportable.
- No tuve más remedio.- Contestó, con una voz que no parecía la suya.
- ¿De qué estás hablando?- Tom la observó extrañado.
- Necesitaba alejarme. No tenía ningún sentido que me quedara allí, dadas las circunstancias…- Murmuró suavemente.
- ¡Pero tenías tantos planes, y…!
- Y esos planes ya no existen.- Cortó, sin poder evitar la sequedad en su tono.- No tiene sentido. Cometí errores y tengo que soportar las consecuencias…
- No entiendo, Georgia.- Tom parecía abatido.- Se veían tan felices que yo…
- Escucha, Tom… ¿para qué seguir hablando del asunto? Ya terminó. Todo terminó.- Se pasó una mano por el rostro, esforzándose para no ponerse a llorar.- Yo sólo…
Vaciló. No. No iba a hacerle ningún bien.
Pero fue más fuerte que ella.
- ¿Cómo está?- Susurró, en algo que no pareció más que un sollozo.
- ¿Tim?- Farfulló Tom, confundido y Georgia asintió con un estremecimiento.- ¿Cómo quieres que esté?
Georgia bajó la cabeza. Claro. Era una estúpida.
- Lo imagino. Con una noticia como esa…
- Desde que se enteró se ha encerrado en su casa.- Había un dejo de reproche en la voz de Tom.
Por supuesto. Tim estaba tan feliz ahora que sabía que iba a ser padre que no salía de su casa. Seguramente él y Jayne no hacían más que planear la familia que tendrían juntos…
- Mejor.- Balbució Georgia, al ver que, aparentemente, Tom esperaba una respuesta.
- ¿Mejor? ¿Eso es todo lo que piensas decir?- Replicó, enojándose cada vez más.
Lo que quedaba de su corazón empezó a quebrarse. Casi podía oír las grietas formándose a toda velocidad…
- Jayne esperaba que la felicite, pero francamente, yo…- Georgia negó con la cabeza, sintiéndose cada vez peor.
- ¿Jayne?- Inquirió Tom, cada vez más confundido.
- Sí, fue ella quien me lo contó.- Explicó Georgia. Se sostuvo de la baranda con más fuerza. Le temblaban las piernas. No había hablado de eso con nadie y al contárselo a Tom era casi como revivirlo.
Él frunció tanto el ceño que sus ojos casi desaparecieron debajo de sus cejas.
- ¿Jayne?- Repitió, incapaz de decir otra cosa.
- Supongo que Tim no lo sabía aún, si no todo hubiese acabado de un modo distinto…- Ensimismada, Georgia contempló el agua, como si concentrándose en el río fuera a sentir menos dolor.- Pero que yo me enterara primero fue mejor, quizás.
- Te fuiste, Georgia.- Refunfuñó Tom, a modo de reclamo.- Sin decir nada.
- Lo sé.- Una lágrima empezó a caer por su mejilla, pero ya había derramado tantas que ni siquiera la notó.- Lo sé, Tom, y no tienes ideas cuántas veces deseé dar la vuelta y volver corriendo hacia él…
- ¿Y por qué demonios no lo hiciste?- Repuso, elevando la voz.
- Porque no es lo mismo, Tom. No puedo inmiscuirme en algo como esto… no se trata de una estupidez. ¿Qué podía hacer? ¿Apartar a Tim de una de las alegrías más hermosas que la vida puede darle? Yo no podía exigirle nada…
- Pero…- Tom vaciló, como si no supiera qué decir. Su enfado fue disminuyendo, quizás porque trataba de entender.
- No.- Interrumpió Georgia, levantando la mano para detenerlo.- No, Tom. Te digo que es lo mejor. La tristeza que mi partida le pueda haber causado no debe ser nada después de la felicidad que Jayne debe haberle provocado… se olvidará de mí tan pronto como nazca el bebé, ya verás…
Tom abrió mucho los ojos y alcanzaron una forma circular casi anormal.
- ¿Bebé?- Murmuró.
Georgia volvió a sentir ese dolor que hacía que se derrumbara. Sintió que las piernas le fallaban más que nunca y supo que en un minuto estaría tirada en el suelo dejando que el llanto la acometiera.
- Mira… no quiero hablar más de esto, Tom.- Lo miró con unos ojos tan vacíos que Tom se quedó mudo de la impresión.- Sólo… necesito estar sola.
Empezó a caminar, tambaleándose, hacia el otro lado de la calle. Tom dio un paso hacia ella, alarmado.
- Aguarda, Georgia, ¿a dónde vas?- Quiso saber, preocupado.
Sin embargo, ella no le contestó. Tom la siguió con la mirada mientras ella prácticamente se arrastraba hasta la entrada del hotel que se erguía frente al río y se perdía en su oscuro lobby.
Lo que acababa de oír le taladraba la cabeza y en menos de un segundo, Tom logró atar todos los cabos que quedaban sueltos. Boquiabierto por la confusión, se dio media vuelta y se alejó del hotel, camino a su auto, totalmente seguro de que había una pieza que no terminaba de encajar del todo.
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martes, 26 de enero de 2010

Leaving So Soon: Capítulo 23.

El rumor de la partida de Georgia se corrió tan rápido como se había corrido el de su llegada. Sin embargo, los habitantes de Battle se olvidaron de ella en seguida. No era la primera vez que hacía algo así y al haber estado tantos años lejos de allí, muchos casi no se acordaban de ella. Además, esa misma noche, la mujer del dueño de uno de los restaurantes más elegantes del pueblo apareció ebria en la puerta del local, clamando que iba a matar a su marido porque se acostaba con una camarera. En una localidad tan reducida como era Battle, era fácil aburrirse de una noticia como la de Georgia, de modo que todo el mundo dirigió sus cotilleos hacia el nuevo escándalo.
Todo el mundo, excepto Jayne Rice-Oxley. A ella poco le importaba de qué hablaban los demás y la sonrisa grabada en su rostro no tenía que ver con chismes, sino con certezas. La primera certeza era que su mentira había surtido efecto. La segunda, que esta vez nada iba a separarla de Tim.
Durante unas pocas pero desesperantes horas, había sentido miedo. ¿Y si Georgia le había ido con el cuento a Tim y se habían fugado juntos? ¿Y si Tim no era el hombre que ella siempre había creído que era y terminaba dejándose llevar más por un par de largas piernas que por la posibilidad de tener un hijo con su esposa?
Pero todos sus miedos se desvanecieron cuando, ya bastante pasada la medianoche, Jayne oyó el auto estacionando en la entrada. Unos pocos segundos después, Tim irrumpía en la sala.
Lucía terrible, como si acabara de ser arrollado por una aplanadora. Tenía el cabello despeinado y en cualquier dirección y la ropa desarreglada. Y lo peor, al observarlo con atención, era la mirada: totalmente perdida y desencajada como si ni siquiera supiera donde estaba parado, como si sus ojos necesitaran escapar de la luz de la sala, como si no viera a la mujer que le sonreía desde el sillón.
- Hola cariño, ya me tenías preocupada.- Musitó Jayne, sin poder disimular la alegría de su tono.- ¿Cenaste? ¿Quieres que te prepare algo?
Tim no respondió, ni la miró, ni mostró señales de haberla oído. Como si estuviera intentando recordar cuál era su lugar en aquella casa y a dónde conducían los pasillos, avanzó con paso vacilante y, después de un minuto, Jayne lo oyó encerrarse en su estudio.
Jamás, en los muchos años que hacía que Jayne conocía a Tim, en los muchos años que hacía que lo amaba, lo había visto así, destruido, derrotado, extraviado. Y, a pesar de ello, Jayne continuó sonriendo, porque el abatimiento de su esposo no hacía más que seguir confirmando que todo había acabado al fin.

El sol estaba brillando con bastante fuerza cuando Richard estacionó su auto frente a la casa de Tim dos días más tarde. Se quitó los lentes de sol y los dejó sobre el tablero, mientras observaba la fachada de la casa con el ceño fruncido. No había sabido nada de su amigo desde que le dijera que había visto a Georgia cargando sus maletas por más que no había dejado de llamarlo por teléfono desde entonces.
- Yo tampoco sé nada de él.- Le dijo Tom esa mañana cuando lo llamó en busca de noticias.- Fui ayer a verlo. El auto de Jayne no estaba, pero el de Tim sí. Y por más que golpeé a la puerta durante varios minutos nadie me abrió.
- ¿Crees que es posible que no hubiese nadie?- Había preguntado Richard, intentando con todas sus fuerzas encontrarle el lado positivo a todo.
- Ni idea. Eso espero.- Murmuró Tom con cierta desconfianza.
Echando un vistazo alrededor, Rich divisó que ambos autos estaban estacionados a un lado de la casa y varias ventanas estaban abiertas para permitir que pasara la agradable brisa de verano al interior.
Aún así, un escalofrío lo recorrió cuando no hizo más que pisar la galería, como si algo dentro de él supiera que lo que iba a encontrar no sería demasiado alentador. Llamó a la puerta, reticente y algo nervioso.
Jayne le abrió casi de inmediato y Richard vaciló. Se la veía radiante, incluso feliz. Las cosas no podían estar tan mal si Jayne se encontraba de aquel modo…
- ¡Rich!- Exclamó con entusiasmo.- ¡Qué sorpresa! Tim no me dijo que vendrías.
- No lo sabe, he decidido pasar a hablar con él un momento…- Dijo, clavando sus ojos celestes con total atención en la mujer que tenía delante.
- No hay problema. Pasa, pasa, estaba haciendo un poco de té, ¿quieres?- Ofreció, regresando hacia la cocina y dejándolo encargado de que cerrara la puerta después de entrar.
- Gracias, Jayne, quizás otro día. estoy un poco apurado, sólo necesito comentarle algo a Tim…- Ella iba de un lado a otro de la cocina, buscando una taza, sirviendo el agua caliente, casi brincando más que caminando…- ¿Dónde está?
- En su estudio.- Respondió como si nada.- Ya sabes cómo es: no puedo hacer que deje de trabajar ni en su tiempo libre. Lleva encerrado ahí desde antes de que me levantara esta mañana.
- Bueno, con tu permiso, iré a…
- Claro, claro.- Interrumpió amablemente.- Estás en tu casa. ¿Seguro no quieres té?
- Muy seguro, gracias.- Le dedicó una pequeña sonrisa y luego giró sobre sus talones para recorrer el pasillo que conducía al estudio.
De vuelta volvió a sentir el escalofrío, pero… si Jayne estaba de tan buen humor, era imposible que algo anduviera mal… ¿o no?
Golpeó los nudillos suavemente, pero no obtuvo respuesta. Volvió a repetir durante varios segundos, sin resultado alguno. Y, finalmente, ya demasiado preocupado para quedarse como un idiota allí, limitándose a golpear una puerta, abrió y entró.
Tim estaba, en efecto, en su estudio. Dándole la espalda a la entrada, estaba sentado en la silla de su escritorio, que había movido hasta la ventana y parecía inmerso en la contemplación del mundo exterior. Ni siquiera se movió cuando oyó que Richard entraba.
Cerrando detrás de él, Rich avanzó muy despacio hacia su amigo, tratando de llamar su atención sin sobresaltarlo. Sin embargo, Tim seguía sin moverse. Sus ojos estaban clavados en la vista que le ofrecía la ventana, absolutamente absorto.
Era la visión más triste que Richard había contemplado en su vida. Parecía la representación de la mismísima miseria y no recordaba haberlo visto así ni siquiera cuando Georgia lo había abandonado la primera vez. Imaginaba que esta vez había acabado de aplastar todos sus sueños por completo. Lo que quedaba no era más que la sombra del hombre que Tim siempre había sido.
Se inclinó a su lado, poniendo la mano en el apoyabrazos de la silla.
- ¿Tim?- Susurró, en voz baja y tranquila, para no asustarlo.
No se inmutó. Richard se preguntó cuánto tiempo llevaría sin parpadear, mirando tan fijamente ese punto en la distancia que sólo él parecía ver.
- ¿Tim?- Insistió, y esta vez le tocó un brazo.
Muy lentamente, Tim giró la cabeza y lo miró. No dijo nada, era como si procesara la información, como si necesitara tiempo para asimilar que lo que veía era a Rich agachado junto a él, hablándole.
- Hola.- Musitó Rich, despacio. No tenía mucho sentido someterlo a un largo interrogatorio sobre su bienestar. Las respuestas eran obvias, estaban a la vista.
Tim pareció perder el interés demasiado pronto. Volvió a girar la cabeza y concentrarse en la ventana, sin abrir la boca. Apenas sí parpadeó, como si hacerlo conllevara un esfuerzo gigantesco.
Suspirando, Rich se tragó la amargura que le subía por la garganta.
- Bien.- Le sonrió débilmente.- Me sentaré aquí detrás de ti, en el sillón, por si quieres hablar en un rato.
Tim siguió ignorándolo, aunque Rich no podía asegurar si lo hacía apropósito porque no quería hablar con nadie o si era inconsciente, por que estaba demasiado sumido en su dolor para notar el mundo que seguía andando a su alrededor.
Hubo un pequeño golpecito en la puerta justo cuando Richard se acomodaba en el sillón sin dejar de mirar a su amigo, y Jayne irrumpió en el estudio, tan sonriente como siempre, acarreando una bandeja.
- Perdón que interrumpa la charla.- Masculló despreocupadamente y Rich la observó atónito, preguntándose si estaba ciega o si se negaba a ver.- Pero Tim no tenía hambre más temprano, y está sin comer nada.- Dejó la bandeja, con una taza de té y un platito con sándwiches, en una mesita junto a su marido.- Avísame si quieres más, cariño.- Le dijo con dulzura, y después le plantó un tierno beso en la cabeza, del que Tim no se dio cuenta, porque seguía en su mismo sitio, ajeno a que su mujer estaba allí.
Aquello parecía la escena de una mala película en que el personaje está recluido en una institución mental, pero aún más recluido dentro de su propio mundo. Richard empezó a desesperar, sin saber qué hacer, y cuando se quedaron solos otra vez, no pudo más que decirse a sí mismo que quizás Jayne también estaba demasiado asustada como para aceptar que algo andaba mal.
Sacó su celular del bolsillo, con la intención de escribirle un mensaje a Tom, aunque no sabía bien como explicar en caracteres reducidos lo que estaba sucediendo allí.
- Estarás satisfecho, después de todo.- Musitó una voz extraña y entrecortada y Richard tuvo que mirar todos los rincones de la habitación para asegurarse de que no hubiese nadie más allí. Esa voz no sonaba en nada a la de Tim y, sin embargo, era él quien había hablado al fin.
- ¿Qué dices?- Inquirió Rich, confundido, apresurándose a ir junto a su amigo.
Los ojos azules de Tim, que parecían haber cobrado un triste tono grisáceo, seguían ocupados en la contemplación de la ventana.
- No querías que estuviera con Geor… con ella.- Susurró y el nombre se le atragantó en un sollozo mal disimulado, incapaz de decirlo.- No querías que hiciera mi vida con ella, te parecía que era una locura y…
- No, Tim, lo único que yo quiero es que seas feliz. El cómo, el por qué y el con quién, no me interesan.- Le aseguro, pacientemente.
- Quizás debí escucharte.- De una vez por todas, Tim ladeó la cabeza y miró a su amigo. La desesperación que parecía correr por su rostro era tan terrible que a Richard se le estrujó el corazón, adolorido, como si acabaran de abandonarlo a él también.- No sé por que pensé… pensé que esta vez sería diferente. Que me amaría lo suficiente para dejar atrás cualquier otra cosa.
- No te tortures, Tim.- Le pidió, abatido.- No vale la pena.
- No, no vale la pena sufrir por alguien que prefiere un par de zapatos a un hombre que la amaría incondicionalmente…- Repuso. La emoción, cualquier dejo de expresividad, se habían desvanecido. Tim hablaba como si fuera una persona sin alma, sin corazón, sin espíritu. No más que un envase vacío sin utilidad alguna.- Y así y todo… tengo un presentimiento.
- ¿Qué tipo de presentimiento?- Frunciendo el ceño, Rich lo miró con curiosidad.
- De que me necesita, de que me ama…- Negó con la cabeza, casi dejando escapar lo que sonaba parecido a una risa, pero absolutamente distorsionado.- Qué idiota, ¿verdad?
Como no sabía qué contestar, Richard se quedó callado. ¿Qué sentido tenía decirle a un hombre enamorado y herido hasta lo más profundo cualquier comentario estúpido a modo de consuelo? El dolor era demasiado fuerte. Lo único que se podía hacer era esperar a que todo fuera cicatrizando, y a que el sufrimiento atenuara. Rich esperaba que no se demorara demasiado o acabarían juntando los restos de Tim para reconstruir una persona complemente nueva, pero extremadamente dañada.
- ¿Por qué no comes algo de lo que Jayne te trajo?- Dijo después de un rato. Le acercó el plato de sándwiches, pero Tim ni lo miró.- El té está enfriándose, pero puedo pedirle que te traiga otra taza…
- No quiero nada.
- Tienes que comer.
Con una voz cansada, como si hiciera años que no dormía, Tim volvió a mirarlo una vez más.
- Sólo quiero estar solo, Rich.
- ¿Te parece una buena idea?- Replicó, riñéndolo.- ¿Quedarte aquí sentado, compadeciéndote a ti mismo?
Los ojos de Tim parecieron llamear por un segundo, en un arranque de furia.
- Cuando a ti te abandone la misma mujer, de la misma manera, dos veces, Richard, quiero que vengas a verme y decirme qué se siente.- Gruñó.- Cuando ames siquiera la mitad de lo que yo amo a Georgia, cuando hayan destrozado todos tus sueños como si fuesen baratijas sin importancia, entonces hablaremos.
- Escucha…
- Vete de aquí.- Murmuró, otra vez absorto en la ventana.- Y ni se te ocurra mandar a Tom. No quiero ver a nadie más…
Rich abrió la boca con intención de responderle, pero Tim se encogió en su silla, abrazándose a sí mismo y cubriéndose los oídos como un niño pequeño que no desea oír más retos. Sin saber qué más hacer, lo observó una última vez, deseando poder hacer algo por su amigo, y salió de allí, con un paso vacilante, tan cerca de volverse para quedarse como de salir corriendo para encontrar a Georgia, aunque aquello no fuese a solucionar las cosas, sino a empeorarlas.

Tim se quedó sólo, envuelto en sí mismo, con una angustia que le oprimía el pecho con tanta fuerza que no podía respirar. Apretó la frente contra sus rodillas, tratando de contener el llanto, pero no fue capaz de hacerlo.
La imagen de Georgia estaba aún demasiado fresca en su memoria. La sensación de su tacto era todavía muy reciente para su piel. El sabor de sus labios estaba tan arraigado en los suyos que tenía la sensación de que aún estaba besándola.
Tim estaba condenado a amar a Georgia y lo sabía. De haber podido ser capaz de olvidarla, no hubiese permitido que lo afectara una segunda vez. El problema había sido que había pasado quince años extrañándola y amándola aunque él mismo no quisiera admitirlo y haber podido tenerla de nuevo había sido como recaer en la adicción de una droga que había logrado mantener a raya durante mucho tiempo.
No. No, Georgia era mejor que una droga. Georgia era saber que los sueños se hacían realidad, porque ella en sí era un sueño. Georgia era adrenalina y la capacidad de pasar por un millón de sensaciones distintas tan sólo durante la duración de un beso. Georgia era alivio, como el rayo del sol en pleno invierno o una fugaz y refrescante tormenta en verano. Era como un punto de partida del que nunca quería arrancar, pero al que siempre quería volver.
Georgia era un engaño, era miedo y decepción. Era la promesa de una vida que nunca se llevaba a cabo, de un amor que jamás llegaba a su clímax. Georgia era canciones sin terminar y un montón de melodías discordantes, porque nunca sabía si debían ser alegres o tristes.
Georgia era el amor de su vida, aunque la alianza en su dedo quisiera demostrar lo contrario. Era la más pura agonía y su recuerdo más feliz.
Era saber todo lo que ella había sido para él, pero que él, evidentemente, nunca había sido para ella. Era el final anunciado que Tim no había querido aceptar la primera vez y que en esta ocasión se lo llevaba por delante, amenazando con hacer trizas todo lo que le quedaba…
Pero lo peor de todo era que a Tim ya no le importaba, porque para él Georgia lo era todo y si eso era exactamente lo que había perdido, no tenía sentido que siguiera luchando en busca de una felicidad que le era esquiva.
Tim volvió a mirar por la ventana, con los ojos abnegados en lágrimas, y se dio cuenta de que estaba acabado.
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