martes, 21 de abril de 2009

Wolf at the Door: Capítulo 8.

El sol en lo alto del cielo no lograba darle calidez al frío sábado de enero. La primavera parecía increíblemente lejana y la sola idea de que la nieve se derritiera sonaba absurda. El pesimismo de Tom no ayudaba: sentía que el invierno iba a durar para toda la eternidad.
Las palabras que Nat le dijera un par de noches atrás estaban estancadas en su cabeza. En cierto punto, sentía que su novia se había vuelto una mujer extraña, aunque quizás él lo hubiese provocado y mereciera su maltrato y sus gritos.
- No la justifiques.- Le había dicho Richard cuando se lo contó todo a él y a Tim a la mañana siguiente en el estudio.- Por enojada que esté no puede forzarte a tomar una decisión como esa. Si Lena es tu hija…
- La única prueba que tengo de que Lena sea mi hija se basa en que nuestros ojos son iguales y su madre lo asegura.- Tom estaba totalmente abatido.- ¿Cómo sé que no estoy arriesgando lo mío con Nat por nada?
- Ayer estabas convencido de hacer lo correcto, Tom.- Repuso Tim, pasándole una taza de café para ver si ayudaba con su terrible aspecto.- Rich y yo te vimos con Lena, lo estás haciendo muy bien.
- No pensé que las cosas con Nat se saldrían por la borda de este modo.- Dijo él en cambio, como si no escuchara a sus amigos.
Había pensado en llamarla de nuevo y pedirle que recapacitara, pero se dio cuenta que no tenía sentido. Nat ya había tomado su decisión y esperaba que él tomara la suya.
Además, había otras cosas que le preocupaban. Tenía dos días libres de trabajo y no tenía la más mínima idea de qué hacer con Lena. La niña se había despertado bastante temprano y lo había llamado a los gritos hasta que él mismo se vio arrancado de un sueño profundo porque quería ir al baño. Esa no era, definitivamente, la vida que había imaginado que tendría.
- Tienes que aprender a desabrocharte los pantalones sola, Lena.- Le dijo somnoliento, dándole un empujoncito hacia la puerta del baño.
- Son muy difíciles.- Repuso la niña, que estaba del todo despierta.- Igual que las cintitas de los zapatos.
- Pero no son imposibles. Practica.- Cerró la puerta detrás de ella y se encaminó a la cocina. Presentía que iba a necesitar una alta dosis de cafeína para soportar aquel fin de semana.
Su teléfono comenzó a sonar justo cuando acababan de desayunar. Estuvo a punto de arrojarse encima para atenderlo, desesperado. Que sea Nat, que sea Nat, que sea Nat, pidió para sí mismo.
- Buenas noticias.- Dijo la voz de Tim del otro lado, haciendo que se sintiera un tanto desilusionado.- Sé que estabas preocupado por pasar el día sólo con Lena, así que iré a buscarlos y podemos salir a almorzar.
Tom se animó un poco y suspiró.
- ¿De verdad? ¿No te molesta?
- Para nada. Anoche se veía perfectamente en tu rostro tus ansias por desaparecer de la faz de la Tierra hasta el lunes.- Respondió éste.
- Gracias, Tim.- Frunció el ceño.- ¿Seguro que no quieres aprovechar el día para estar con Jayne?
- No, es el cumpleaños de su mejor amiga y va a estar fuera todo el día. Yo te salvo a ti y tú me salvas a mí.
No mucho después, Tim estacionaba su auto gris frente a la entrada. Tom le abrió la puerta y lo miró como si fuera Superman.
- Gracias a Dios que llegaste.- Masculló, dándole un abrazo a modo de saludo. Tim sonrió y le palmeó la espalda.- Quiero ir a darme una ducha, pero no me agrada la idea de dejar a Lena sola sin que nadie la esté vigilando.
- ¿Dónde está?- Preguntó su amigo, entrando y mirando alrededor con los profundos ojos azules.
- Jugando en la sala. Se divierte con casi cualquier porquería.- Contestó. Tim lo observó y notó que estaba un poco más tenso que la noche anterior, cuando lo había visto por última vez. Dudó que realmente Tom hubiese tomado la mejor decisión para él, aunque no había dudas de que Lena sí había salido beneficiada.
- Descuida, yo me quedo con ella. Ve a hacer lo que quieras.- Le dio un empujoncito hacia las escaleras y se acercó a la niña.- Hola, Lena.
- Hola Tim. ¿Quieres jugar?- Levantándose de un salto se colgó del cuello de Tim para saludarlo con un abrazo.
Tom subió al segundo piso y las voces de los otros dos fueron perdiéndose hasta que sus propios pensamientos ganaron terreno. Mientras se metía en la ducha, sintió una vocecita en su interior que le decía que debía retomar su plan inicial: subir a Lena al auto y llevarla a las autoridades de una vez por todas.
Una punzada de culpa lo hizo negar con la cabeza. Era terrible que pensara en eso… pero también le parecía terrible perder a alguien como Nat, que siempre había estado ahí para él.
Se sentía confundido y molesto. ¿Por qué todo debía ser de ese modo? ¿Por qué Lena no podía estar con su madre y un padre que realmente quisiera ocuparse de ella? ¿Por qué él no podía volver a la vida que llevaba antes de que la niña apareciera?
También lo confundía la actitud de Nat. Entendía su enojo, entendía que no quisiera verlo… ¿pero exigirle que se deshiciera de la mocosa? ¿Dónde encajaba eso con la imagen tierna y comprensiva que tenía de ella?
Y si esa era la verdadera Nat, la que había estado bajo la superficie por años… ¿realmente iba a abandonar a una pobre niña por ella? Fuera o no su hija, alguien debía ayudarla…
Apoyó la cabeza contra la pared, algo mareado. Aquello se le estaba yendo de las manos. Quizás debía limitarse a ser frío como Nat: que la niña no le importara, dejarla en la policía o en alguna entidad de cuidado de niños o…
La risa de Lena le llegó con increíble nitidez desde el piso de abajo donde seguramente estaba aún jugando con Tim. El corazón se le estrujó. Era una mierda sólo por fantasear con la idea de abandonarla.
Se enfadó con Maggie como nunca se había enojado con nadie en la vida. Se sentía furioso. ¿Qué derecho tenía a hacer aquello? Abandonar a Lena, imponerle a él algo como eso… ¿qué era eso tan importante que tenía que hacer? ¿Qué tan importante era que debía dejar a su hija con alguien a quien había conocido en un bar de mala muerte?
¿Y si no volvía? ¿Y si sólo era una excusa para que Lena se quedara con él y con el transcurrir de los días sintiera pena y cariño y ya no quisiera librarla a su suerte? Los pensamientos de Tom bullían a tal velocidad que estaba empezando a darle una terrible jaqueca.
¡Todos aquellos problemas y ni siquiera sabía si realmente era su hija…!
Una lucecita se encendió dentro de él. Frunció el ceño, pensativo. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
Acabó de ducharse tan pronto como pudo y, tras vestirse con lo primero que encontró, bajó para reencontrarse con su amigo. Tim estaba sentado en el sillón junto a Lena, cambiando los canales en la televisión.
- Te ves un poco… mejor.- Musitó Tim, no muy convencido. Era evidente que Tom estaba bajo mucha presión, pero no estaba seguro de poder aconsejarlo. La situación era raramente complicada.
- ¿Nos vamos ya?- Propuso éste, haciéndole caso omiso.
- ¡Pero íbamos a mirar Pocahontas!- Exclamó Lena desilusionada.
- Puedes mirarla otro día, ve a buscar tu abrigo.- Ordenó sin mucha suavidad. Lena se levantó, cabizbaja y arrastró los pies fuera de la sala.
Tim lo escrutó con atención.
- ¿Qué es lo que va mal?
- Me siento una rata dentro de un laberinto.- Contestó, suspirando.- Éste experimento que están haciendo conmigo no es divertido.
- Lo sé.- Tim sacó las llaves de su auto de la chaqueta y se acomodó una bufanda sobre el cuello.- Pero ya no sé qué decirte al respecto, Tom. Lo que estás haciendo con Lena es muy noble, pero tal vez alguien sólo quiere aprovecharse de ti.
- Estoy pensando en hacerme una prueba de paternidad. ¿Crees que es una buena idea?
Tim alzó las espesas cejas negras, sorprendido.
- ¿Por qué no se nos ocurrió antes?
Encogiéndose de hombros, Tom se abrochó su abrigo. Lena regresó a toda velocidad con su enorme buzo azul y su saco de lana gris. Se los pasó a Tom para que la ayudara.
- Seguramente porque todo sucedió muy de golpe.- Se puso de rodillas en el piso y abrigó a la niña.- Me tomaré el día el lunes. Supongo que deberíamos ir a Londres, será más rápido y simple que hacerlo por aquí.
- ¿Puedo llevar a Coco con nosotros?- Preguntó Lena, mirándolo con sus enormes ojos verdes algo avergonzada.
- Lleva lo que quieras.- Respondió, cansinamente.
Lena volvió a salir de la sala para buscar su conejito. Tim se volvió hacia su amigo.
- ¿Y qué harás una vez que sepas el resultado?- Inquirió preocupado.
Tom se frotó la frente con una mano, despeinándose un poco su suave cabello castaño.
- Un paso a la vez, Tim. Un paso a la vez.

Mirando el reloj, Maggie apuró el paso y logró alcanzar el autobús que había estado a punto de perder. No tenía mucho tiempo y las esperanzas de concretar el asunto ese mismo día la llenaban de ansiedad.
Sólo tenía la hora del almuerzo para cruzar todo Hastings hasta Eastbourne, ver un pequeño apartamento que había salido en los avisos del periódico esa mañana y regresar para continuar con su trabajo en la cafetería.
Se recostó un poco contra el asiento, esperando poder descansar al menos durante el trayecto. Estaba hecha polvo: llevaba toda la mañana en la cafetería, estaba trabajando en el turno nocturno en la boletería de la estación de trenes y ahora incluso tenía en mente un trabajo en una posada de Battle. Hacía un par de horas había escuchado a la dueña del lugar comentarle a otra mujer que una de las que se encargaban de la limpieza del pequeño edificio de dos pisos había renunciado. Con un poco de suerte, podría tomar un tercer empleo…
Releyó el periódico un par de veces más. Era su ritual diario: verificar que alguien publicara un sitio mínimamente decente para llevar a su hija, pero que pudiera pagar. No era una tarea fácil.
Al pensar en Lena se sintió mal, nuevamente. Cada vez que la recordaba (cosa que pasaba al menos un millón de veces en un período de dos horas), sentía unas horribles ganas de llorar y de correr a buscarla. Cruzó los dedos dentro del bolsillo de su raído abrigo. Quizás ya no faltaba tanto.
Bajó del autobús en la primera parada de Eastbourne. Caminó un par de calles bajo el intenso frío invernal, chequeando las direcciones de las casas alrededor. El vecindario no estaba nada mal. Se veía tranquilo. Quizás un poco fantasmal, pero Maggie no estaba en condiciones de ponerse quisquillosa al respecto. Mientras fuese un sitio seguro para Lena, sería aceptable.
La fachada del edificio en particular al que Maggie se dirigía estaba algo descascarada y gastada por el tiempo. Era evidente que era una construcción bastante antigua y que nadie se había ocupado de mantenerla arreglada. Necesitaba pintura, para empezar. Y una de las ventanas tenía un vidrio roto.
Golpeó a la puerta y esperó, mientras observaba a su alrededor. Un hombre muy mayor respondió después de uno o dos minutos.
- ¿Sí?
- Buenos días. Vi su aviso en el periódico hoy y me gustaría ver el apartamento que tiene disponible.- Dijo, sonriéndole. Quería causar una buena impresión y, a decir verdad, estaba muy ilusionada con poder cambiar de vida.
- Sígame.- La hizo entrar a un largo y oscuro pasillo revestido en madera que chirriaba con los pasos. Al final de éste, había una escalera de no mejor aspecto.- Es en el tercer piso. Cuesta noventa libras a la semana. Se paga puntualmente, los lunes.
Fueron subiendo lentamente los escalones. El edificio parecía muy silencioso, como si estuviera deshabitado. Maggie trataba de no perderse detalle alguno.
El hombre buscó un juego de llaves en su bolsillo y abrió una puerta, una vez que llegaron al tercer piso. Había cuatro entradas. Invitó a Maggie a echar un vistazo en el departamento más cercano a las escaleras.
No era la gran cosa, pero Maggie sabía que no podía esperar ver una casa como la que Tom tenía en las afueras de Rye. Ella necesitaba buscar algo más acorde a su presupuesto y, la verdad, aquel sitio no estaba tan mal. Tenía una sola habitación, un baño diminuto y una sala que hacía las veces de cocina. Estaba segura de que todo el departamento entraba en una sola de las habitaciones más pequeñas de la casa de Tom…
Pero estaba bien. Era lo que ella necesitaba. Las ventanas estaban en condiciones, la cocina no se veía tan mal y los muebles, aunque desvencijados, servían a la perfección. El baño no estaba averiado y no parecía haber goteras, cosa que ya era algo.
Pensó en que llevaba cuatro días separada de Lena y no necesitó nada más que la convenciera. Fuera como fuera, convertirían ese departamentito en un hogar para ambas. Un lugar donde pudieran estar juntas y a salvo.
Volvió a bajar con el hombre y le dio las noventa libras en mano. Le costó despegarse del dinero, pero sabía lo que eso significaba: podían mudarse de inmediato.
Se despidió y corrió para poder volver a tiempo al trabajo. Esa noche no tenía turno en la estación de trenes, así que trataría de sacar sus cosas sigilosamente de la casa para poder trasladarse a su nuevo apartamento. Al día siguiente iría a buscar a Lena y todos serían felices…

Maggie estaba de lo más exhausta esa noche cuando llegó a casa de Jake. No había señales de él por ninguna parte y se sintió aliviada: era sábado a la noche, lo más probable era que estuviera emborrachándose en algún bar con sus amigos. Eso le daba tiempo de desaparecer para siempre de su vida.
Fue a su habitación y buscó su maleta vieja y usada debajo de la cama. Empezó a meter su ropa y la de Lena a toda velocidad y, cuando estuvo llena, fue a buscar algunas bolsas. Recogió todas sus pertenencias y se puso a buscar todo lo que su hija pudiera necesitar.
Se cambió rápidamente y fue a la cocina. Llenó la última bolsa de toda la comida que quedaba en las alacenas y sintió su corazón latiendo como loco. Al fin lo había conseguido. Al fin iba a deshacerse de…
- ¿Qué estás haciendo?- Interrumpió la voz de Jake detrás de ella, dejándola petrificada. ¿Cómo era que no lo había oído entrar? ¿O acaso había estado allí todo el tiempo y ella no lo había notado?- ¿A dónde mierda vas con todo eso, Maggie?
- A ninguna parte.- Rodeó la mesa de madera redonda y trató de escabullirse lejos de él. A pesar de su ebriedad, Jake fue más rápido. La retuvo por un brazo.
- ¿Por qué hay una maleta en la sala?
Maggie tragó saliva. Al menos Lena no estaba allí. Era hora de enfrentarlo, pero su hija no estaría para ser víctima de las consecuencias. Se alegró de haberla enviado a casa de Tom.
- Me voy, Jake.- Respondió con suavidad.
Los dedos de Jake se volvieron de acero en torno a su brazo.
- ¿Qué mierda quiere decir eso? Tú no te vas a ninguna parte.
De un tirón, logró liberarse.
- Ya no tiene sentido que siga aquí contigo.- De dos largas zancadas, salió de la cocina.
Jake fue más rápido que ella. Llegó a la sala y pateó la maleta, haciendo que se abriera y el contenido volara por toda la habitación. Maggie lamentó su estupidez. Había tardado demasiado…
- ¿Te crees que te vas a ir así como así, maldita puta?- Espetó a los gritos, y Maggie retrocedió hasta la pared. Miró con ansias la puerta de salida, pero no iba a poder llegar sin pasar junto a él.- ¿Te crees que simplemente me vas a dejar?
- Jake, no seas…
Pero él no la escuchaba. Estaba mirando alrededor, como enloquecido.
- ¿Dónde está esa mugrosa hija tuya? ¿Eh? ¿Dónde la tienes escondida?
Maggie sintió que le hervía la sangre.
- Deja a Lena en paz. Déjame a mí en paz, Jake. Se acabó.- Trató de sonar firme y valerosa, pero la voz le temblaba demasiado.
- ¿No te la llevas contigo? ¿Me la dejas para que me divierta un rato?- Bramó, mirándola burlón y Maggie tuvo la horrenda sensación de que iba a vomitar.
- Lena no está aquí. No vas a ponerle un solo dedo encima, basura.- Respondió. Tenía que hacerlo. Tenía que hacer el intento de correr hasta la salida. Tendría que abandonar todas las pertenencias que tenían.
No será la primera vez que tenga que empezar de cero, se dijo a modo de aliento. Todo va a salir bien…
- ¿Te la llevaste? ¿Hace cuánto estás planeando esto? Eres una puta. ¿Con quién te estás acostando ahora?
La rabia iba aumentando dentro del pecho de Maggie. Se sentía desvalorizada y traicionada por la vida. ¿Por qué no podían las cosas salirle bien de una vez por todas?
Jake abrió la boca, seguramente con intenciones de seguir insultándola, pero Maggie al fin se armó de valor y empezó a correr como nunca antes había corrido en su vida. Alcanzó la puerta y tiró para abrir, pero al mismo tiempo sintió que tiraban de ella y acabó cayendo al piso, perdiendo el equilibrio.
- ¡No te vas a ir a ninguna parte! ¡Puta! ¡No me vas a hacer esto a mí!
Los insultos se turnaron borrosos e inaudibles mientras le propinaba la primera patada. Maggie sintió el punzante dolor tan familiar que casi no gritó. Los golpes se sucedieron unos tras otros, cada vez peores, cada vez más fuertes, pero ella se mantuvo quieta, soportándolo.
Cerró los ojos y trató de concentrarse. Veía la carita sonriente de Lena en medio de la más profunda oscuridad. Oía su risa tan claramente que tuvo la sensación de que estaba justo a su lado. Oía su voz. Veía su sonrisa, sus mejillas encendidas…
Cuando Maggie finalmente quedó inconsciente, tenía una amplia sonrisa en el rostro y unas lágrimas amargas mojando sus pestañas.
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1 comentario:

Lali dijo...

es la segunda vez que leo W.A.T.D. pero aún me dan ganas de llorar en algunas partes. Ésta es una de ellas... pobre Maggie, por dios u.u