jueves, 9 de julio de 2009

Wolf at the Door: Capítulo 27.

El frío parecía colarse en los huesos de Tom para hacerlo reaccionar. La piel se le erizó en los brazos desnudos y el viento que hacía mover los árboles, le alborotó el cabello.
Era como si su cabeza estuviera siendo sometida a todas las catástrofes climáticas posibles. Sus pensamientos y sensaciones eran azotados por huracanes, tormentas y terremotos. Tenía la casi absoluta certeza de que el rostro en llanto y desesperación de Lena sería una imagen que lo perseguiría por el resto de sus días y el corazón se le quebraba en mil pedazos.
Y Maggie… ¿enamorada de él? Eso lo hacía sentir… era como si… no. Ni siquiera era capaz de poner en palabras lo que eso provocaba en él.
Se agarró la cabeza con las manos. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿No era eso lo que quería, después de todo? Maggie no había hecho más que complicarle la vida. Quizás así era como todo debía terminar. Quizás no estaba hecho para ser padre, ni para tomar responsabilidades. Maggie era una mujer demasiado difícil, Lena demandaba demasiado tiempo y…
¿Y entonces por qué sentía ese vacío en su pecho? ¿Por qué se sentía como si le hubiesen arrancado el corazón y lo hubiesen arrojado al piso para pisotearlo? Una furia inexplicable se apoderó de él y, como lo que más cerca tenía era el buzón, le dio una patada con todas sus fuerzas, haciendo que se abriera y que varios sobres cayeran sobre la nieve.
Se volvió para entrar en la casa, aún sumido en el más profundo aturdimiento. Necesitaba estar solo, pensar y…
Se detuvo en seco. ¿Había visto bien?
Dándose media vuelta, regresó hacia el buzón. Había dos o tres sobres caídos que eran facturas a pagar, pero luego había un sobre blanco y grande con un dibujo que indicaba que pertenecía a una clínica de Londres…
Prácticamente se arrojó para levantarlo. Eran los resultados de la prueba de paternidad… aunque llegaban irremediablemente tarde. Si hubiesen llegado unos días antes, quizás podría haber evitado que las cosas llegaran a su fin de esa manera…
Regresó a la casa y lo primero que hizo fue ir a la cocina y calentar agua para hacer té. Necesitaba calmarse. Estaba absurdamente alterado. Dejó el sobre encima de la mesa y le echó un vistazo de reojo, sin animarse a abrirlo. ¿Y que si lo que había dentro le demostraba que era un auténtico idiota que acababa de cometer el peor error de su vida? ¿Y que si lo que había dentro le demostraba que Maggie no era más que una mentirosa?
Se sirvió una taza con mano temblorosa, volcándose la infusión caliente en un dedo.
- ¡Mierda!- Gritó y mandó a volar la tetera contra la pared, haciéndola añicos y sin que ello lo ayudara a descargarse en lo más mínimo. Luego se dejó caer en la silla, con la cabeza entre los brazos y cerró los ojos, deseando poder volver el tiempo atrás y ahorrarse todo eso. No conocer a Maggie. No tener a Lena. No cruzárselas nunca…
El sobre frente a él parecía latir, como si quisiera llamar su atención. Como si implorara que lo abriera, que se enterara de la verdad, que dejara de vivir en la ignorancia, la duda, el miedo…
Furioso, sin saber por qué, lo tomó y salió de la cocina. Instintivamente subió al piso de arriba y entró a la habitación donde Lena había dormido más de un mes, haciéndose parte de él, convirtiéndolo en padre, aunque él no estaba seguro de querer serlo…
Era evidente que Maggie había empacado a las apuradas. Las puertas del armario estaban abiertas, aún quedaba algo de ropa allí y juguetes de Lena que habían sido olvidados estaban desparramados en el suelo. En la cama desarmada, un pequeño bultito bajo las mantas le llamó la atención. Se acercó y metió la mano bajo la sábana, sólo para quedarse sin aliento.
Era Coco. Lena lo había olvidado allí y ya jamás volvería a ver a aquel mugriento conejito que tanto amaba. De seguro se sentiría de lo más desdichada cuando descubriera que no lo tenía…
Dejándose caer en el borde de la cama, Tom se dio cuenta de lo estúpido que eso sonaba. A Lena no le importaría perder al maldito conejo. Lo que Lena quería no eran juguetes, películas infantiles o canciones de Barney. No quería clases de ballet, ni poder ver dibujos animados en una televisión más grande de lo que jamás había soñado. No quería nada de eso. Lena quería un padre.
- Dios mío…- Farfulló abatido, sintiendo que estaba a punto de llorar. ¿Por qué se había involucrado tanto sin saber cómo iba a ser el final? ¿Cómo había sido tan inconsciente de darle a una niña de cuatro años todo lo que realmente necesitaba y quería para terminar arrebatándoselo sin mostrar piedad alguna?
Contempló el sobre blanco con crecientes nervios. Tenía que abrirlo. Tenía que descubrir la verdad…
Pero, ¿en qué cambiaba lo que decía dentro? Maggie se había llevado a Lena. La había arrancado de su vida. Si no era su hija, tenía que dejarla ir, no tenía derecho a reclamar nada…
Pero, ¿y si lo era? ¿Y si estaba perdiendo a la persona más importante que jamás tendría? ¿Y si estaba allí sentado, lleno de preguntas sin respuesta mientras su hija iba por un camino y él por otro?
Levantó la solapa. Estaba harto de vivir en la oscuridad. Tenía que saberlo. Iba a saberlo…
Algo en su interior lo detuvo. Algo extraño, que no podía identificar. De pronto, toda la confusión que había sentido desde que todo aquello comenzara empezó a desvanecerse hasta desaparecer por completo. Se olvidó de las dudas y de lo que había tenido que sacrificar por Lena. Nat ya no existía, no era más que alguien que había pasado por su vida brevemente, pero que no estaba atada a su destino. Se olvidó de su gusto por la irresponsabilidad y de la inmadurez. Se olvidó de todo y pensó pura y exclusivamente en la sonrisa de la niña. En la manera en que le brillaban los ojos verdes cuando lo veía llegar. En cómo lo abrazaba con fuerza, casi con temor a perderlo. En cómo se sentía devastado cuando la veía llorar. En cómo reía y parecía iluminar la habitación cuando entraba. En como afectaba su vida y sus prioridades y en lo desesperante que había sido no saber qué le pasaba ni donde estaba, ni cómo recuperarla cuando la había perdido. Pensó que estaba conociendo un amor único e irrepetible y que le había dado la espalda por no ser lo suficientemente valiente para aceptar que no necesitaba un papel que le dijera nada.
Miró el sobre nuevamente y, en vez de abrirlo, lo rompió en pedazos. Lena era su hija. Lo sabía. Simplemente lo sabía. No podía dudar más al respecto. Podía dudar de todo, de sí mismo, de su historia, de su pasado, de su futuro. Pero no podía dudar de que ese angelito de ojos idénticos a los suyos y mejillas sonrosadas fuera suya. Era suya y la amaba porque despertaba en él una necesidad enorme de estar a su lado, protegerla y verla crecer…
Y no podía seguir allí sentado. Tenía que hacer algo para recuperarla. Tenía que hacerle saber a Lena que la amaba y que siempre estaría con ella y que su promesa seguía en pie.
Se levantó de un salto y bajó las escaleras sin importarle si tropezaba. Pasó por el vestíbulo como un rayo, tomó un abrigo sin fijarse en cual y corrió hacia su auto, aún sin poder recuperar el aire. Y sabía que no iba a respirar tranquilo hasta que no tuviera a su pequeña en brazos otra vez…
Puso el vehículo en marcha y salió de golpe, sin preocuparse por la nieve resbalosa ni los límites de velocidad. Tenía que llegar a la estación antes de que Maggie se llevara a Lena en ese tren y…
Maggie. Le había dicho que estaba enamorada de él y, en vez de retenerla en ese instante, había cerrado la boca y la había dejado marchar. Tenían que darle un premio por ser el idiota más grande de la historia. ¿Qué mierda le importaba el pasado de Maggie? Todo lo que sabía era que era una mujer maravillosa que había pasado por cosas demasiado difíciles… y que había seguido adelante con el solo propósito de proteger a Lena.
Recordó el sabor de sus labios y su cuerpo se estremeció de anhelo. Quería besarla. Quería besarla en ese instante y en todos los instantes que le quedaran de vida. Quería abrazarla y no permitir que tuviera que sufrir como lo había hecho tanto tiempo. Él también estaba enamorado de ella, sólo que había estado demasiado ocupado preguntándose qué hacer para darse cuenta. Se había esforzado tanto en buscar respuestas que no se había percatado que las tenía justo delante de sus ojos.
Aceleró un poco más, poniéndose más y más nervioso y mirando la hora sin parar aunque no sabía a qué hora salía el tren. Tampoco sabía cuánto tiempo había pasado desde que Maggie se fuera de la casa, pero sí sabía que si no lograba llegar, se arrepentiría siempre.
Pisó el acelerador y el auto cruzó la calle como una estrella fugaz. Pero nada iba a una velocidad mayor que su corazón enloquecido, que le golpeaba el pecho con la ansiedad más dolorosa que jamás había experimentado.

Maggie esbozó una breve sonrisa de agradecimiento y tomó los pasajes que acababa de comprar. Cargaba a Lena y el pequeño bolso en un mismo brazo, dificultosamente. La niña había dejado de llorar, pero estaba triste y callada, y a Maggie le dolía increíblemente verla así. Con gusto hubiese escogido cualquier otra solución con tal de devolverle la felicidad a su hija… pero no había encontrado ninguna.
Caminó hacia el andén lentamente. El tren salía en menos de diez minutos y lo único que quería era sentarse y recuperar el aliento. Tenía tantas ganas de llorar que parecía que iban a explotarle los ojos de tanto reprimirse.
Lena soltó un sollozo solitario y se encaramó aún más en el hombro de su madre. Maggie le palmeó la espalda suavemente, tratando de infligirle calma.
- Ssh, cariño.- Susurró, tratando de que no se notara que tenía la voz quebrada.- Aguarda a que subamos al tren y podrás dormir una siesta, ¿qué te parece?
Lena habló contra su cuello. Sonaba tan angustiada que estuvo tentada de dar media vuelta y regresar a la casa de Tom.
- No quiero dormir. Quiero ir a casa…- Masculló.
Prefirió no decir nada. No había manera de reconfortarla, no podía prometerle nada. Ni siquiera podía asegurarle que todo estaría bien, porque por más que lo intentara con todas sus ganas, no siempre las cosas iban como ella las planeaba. No había nada que deseara más que decirle a Lena que iban a ser muy felices y que no había por qué llorar… pero no podía. Principalmente, porque ella misma moría por esconderse en un rincón y dejar que las lágrimas cayeran con libertad.
El bolso se le resbaló del brazo cuando llegó frente al tren, cuyas puertas aún estaban cerradas. Bajó a Lena lentamente, mientras ella profería un pequeño quejido de protesta.
- Sólo un segundo, cariño.- Murmuró, aunque lo cierto era que Lena ya no era una bebé y le costaba bastante cargarla. Se frotó el codo dolorido y se colgó el bolso nuevamente.
Lena le tomó instantáneamente de la mano, como siempre que estaban en un lugar que no conocía. Miraba hacia todas partes, como si tratara de encontrar algo familiar, pero sin éxito alguno.
Las puertas del tren se abrieron para que los pasajeros comenzaran a abordar. Maggie dio un paso adelante para subir, pero Lena, tironeó para soltarse y empezó a correr.
- ¡Lena!- Gritó, yendo tras ella de inmediato.- ¡Lena, ven aquí!
Pero la niña gritaba otra cosa a su vez, con una excitación que parecía impulsar sus pequeñas piernas. Maggie levantó la mirada y vio que desde la gran entrada a los andenes, Tom llegaba corriendo y que aún no había visto a ninguna de las dos.
- ¡Papi!- Exclamaba Lena, recuperando de pronto la alegría.- ¡Papi!
Tom la oyó y se dirigió hacia ella tan pronto como pudo. La levantó en sus brazos y la estrechó con tanta fuerza que parecía que iba a quebrarla a la mitad. Maggie se detuvo en seco al llegar a ellos y trató de recuperar el aliento.
- ¿Qué estás haciendo aquí?- Le preguntó entrecortadamente.
Y allí estaba el miedo nuevamente. ¿Y si Tom había ido a detenerla, a impedirle que se llevara a Lena? ¿Y si quería quitarle a su hija?
Tom besó a Lena reiteradamente, como si hiciera mil años que no la tenía tan cerca. Luego sus ojos verdes recayeron en Maggie y el brillo en ellos era tan intenso que durante un segundo creyó que iba a quedarse ciega.
- Es que…- Masculló él, apartando un poco a Lena para poder hablar con ella.- Estuve pensando… si somos una familia, ¿por qué vivir separados?
Maggie lo contempló perpleja. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Estaba alucinando, imaginando que él decía justo lo que deseaba oír en el fondo de su alma?
- ¿Familia?
- Claro.- Dijo Tom con naturalidad.- De hecho, es absurdo.- Vio la expresión mortalmente seria de Maggie y se dio cuenta que no era momento de bromear.- Lo siento. Estoy arrepentido por todo lo que sucedió, Maggie.
- Ya lo sé. Me dijiste que…
- No.- Cortó enseguida. Tenía la sensación de que no tenía que perder ni un minuto más.- No. Estoy arrepentido de no haber creído desde el principio que Lena es mi hija, porque no hay dudas de que sí lo es. Estoy arrepentido de haberte dicho todas esas cosas horribles, cuando en realidad nadie me ha mostrado el mundo como tú. Estoy arrepentido de haberte dejado ir hoy sin decirte que yo también estoy enamorado de ti y que no me importa Nat. No quiero recuperarla. Sólo hay algo que quiero de regreso y no es a ella.
Maggie estaba ahogada. Era demasiada información de golpe. ¿Tom reconocía a Lena y decía que estaba enamorado de ella? ¿Por error había acabado finalmente en un cuento de hadas o qué?
-¿Y…? ¿Y qué es?- Preguntó temerosa.
Tom sonrió levemente y dio un paso hacia ella, con Lena aún firmemente agarrada.
- A ustedes, por supuesto.- Pasó la mirada de una a la otra, diciéndose que eso era exactamente lo que quería, lo que necesitaba, lo que amaba.- A ti y a Lena, para siempre, Maggie.
- ¿Estás seguro?- Inquirió, incrédula.- Tom, las cosas que dijiste…
- ¡Olvídate de eso!- Exclamó, usando la mano libre para tomar su rostro con delicadeza.- Maggie, sé que fui un estúpido, sé que dije cosas que sonaron espantosas… pero creo que necesitaba darme un buen golpe en la cabeza para darme cuenta que ustedes son lo más importante que he tenido…
- ¿Y qué hay si mañana tienes los resultados de la prueba de paternidad y cambias de parecer?- Farfulló ella, aunque estaba convencida de que de ninguna manera serían negativos. Aún así, estaba asustada y necesitaba cubrir todas las áreas posibles.- ¿Y qué si…?
- Ya recibí los resultados.- Interrumpió él, sin perder la sonrisa, sino más bien ensanchándola.
- ¿Los recibiste?- Repitió.- ¿Qué decían?
Tom negó con la cabeza y le acarició el cabello.
- No lo sé.- Miró a Lena y en sus ojos asomaba tanto amor que cualquier duda que Maggie tuviera fue disipada de inmediato.- Ni siquiera los abrí. Me di cuenta que no necesitaba de esa estupidez. Soy el padre de Lena, Maggie. Lo siento en el fondo de mi corazón…
Las lágrimas al fin asomaron en las mejillas de Maggie, cayendo una tras otra sin remedio. Eso era todo lo que había soñado oír y estaba sucediendo.
- Tom…- Suspiró, sonriendo entre el llanto.
- Y también siento que si no te beso, voy a explotar.- Rió suavemente y la observó avergonzado.- ¿Puedo?
Ella también rió, embargada de repente de una felicidad demasiado plena para ser cierta. Ni siquiera respondió. Se puso en puntas de pie, rodeó el cuello de Tom con los brazos y lo besó. Lo besó con todo el amor que había guardado en su alma, reprimiéndolo durante días y días. Él la acercó lo más que pudo, sintiendo cómo su cuerpo se calmaba estando en contacto con el de Maggie, como si con eso fuera suficiente, como si no pudiera precisar nada más.
Lena palmeó de alegría y abrazó a sus padres, que se separaron para besarla a ella. El tren a Londres anunció su partida, pero ninguno de los tres iba a bordo. Tom miró radiante a las dos mujeres que amaba y tuvo la sensación de que no le faltaba nada, de que estaba completo, como un rompecabezas con todas sus piezas.
Sin soltar a Lena, tomó la mano de Maggie y la condujo a la salida. Las condujo de regreso a casa.
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