domingo, 20 de enero de 2008

Nothing In My Way: Capítulo 1.

La mañana en que Tim Rice-Oxley decidió dejar a su esposa, no se sentía triste, o amargado, ni siquiera molesto, furioso o frustrado. De hecho, era pura felicidad y satisfacción lo que lo embargaba por dentro y eso fue el detonante para que tomara la determinación de dejarla.
La mera idea de tener que hacerlo le causaba una punzada de dolor en el pecho. Tim bajó las manos hacia el piano que tenía frente a él y deslizó los dedos por el teclado, arrancando de él una melodía nueva y fresca, mientras en su cabeza fluía un sinfín de palabras que, paulatinamente, parecían formar una canción.
Sonriendo con una mezcla de pena y alivio, tuvo que admitir que allí estaba la solución. Si deseaba poder componer nuevamente, tendría que dejar a Jayne.
Cualquiera que oyera sus pensamientos lo tacharía inconfundiblemente de loco, pero él se conocía bien y tenía la sensación de que llevaba varias semanas esquivando lo inevitable: separarse de su esposa le causaría una desdicha que contrastaría absolutamente con la vida feliz y perfecta que llevaba en ese momento, y al fin sería capaz de componer de nuevo.
Desde muy pequeño, Tim había sido un apasionado de la música. Amaba componer e interpretar sus propias canciones y ahora, ya con treinta y un años de edad, vivía cómodamente gracias a la música que fluía dentro de él. Tenía una banda con sus dos mejores amigos, le iba más que bien y no había nada que pudiera faltarle. Tenía una esposa hermosa que había estado a su lado desde siempre, empezaba a formar su familia, la amaba… y de repente, eso, la alegría de tenerlo todo, no era suficiente.
Nadie con una vida normal y feliz era apto para escribir canciones que realmente significaran algo. Nadie que no experimentara la desesperación del dolor y que no se sumiera en la más profunda de las depresiones podría realmente sacar de su interior las notas adecuadas para hacer una canción que valiera la pena.
Y todo era demasiado normal para Tim. Todos sus conflictos se habían extinguido de un día para el otro: Tom ya no tenía problemas con las drogas ni necesitaba ser rescatado en bares de mala muerte, Richard no tenía más penas amorosas, Jayne y él ni siquiera discutían por el color con el que pintar las paredes de la cocina. Una insostenible armonía se cernía sobre él y no creía que pudiera soportarlo mucho tiempo más.
Con los ojos azules fijos en las teclas blancas y negras, Tim quiso hacer un último intento de encontrar otra salida. Sabía que una vez que arrancara a Jayne de su vida, perdería cualquier oportunidad de recuperarla. Ella jamás querría saber de él de nuevo…
Sólo tenía dos opciones y lo sabía: o aceptar que perdería a su esposa, o aceptar que perdería la música. ¿Cuál de las dos le era más primordial para vivir? ¿Qué era lo que necesitaba más? ¿Componer o despertar junto a la calidez de su mujer cada mañana por el resto de su vida? ¿La soledad, la quietud y la depresión para poder crear algo significativo o alguien que lo esperara en casa con ansias cada vez que regresaba de una gira? ¿Tener la oportunidad de expresarse y de vivir gracias a lo que más disfrutaba o limitarse a ser un hombre común con una existencia común?
Con todas estas preguntas dando vueltas en su cabeza, Tim Rice-Oxley abandonó el estudio, cerrando la puerta tras de sí y dejando que la habitación quedara sumida en el más profundo silencio.

Había pasado gran parte de la tarde cuando Jayne entró en la casa de North Trade Road, de muy buen humor y cargando algunas bolsas. Había pasado un rato muy agradable almorzando con su madre en uno de los restaurantes de Battle que más les gustaba a ambas, mientras dejaba que Tim tuviera la calma de la casa para él sólo. Sabía que últimamente estaba bloqueado y le costaba muchísimo trabajar, así que le había parecido mejor dejarlo solo. Había decidido también prepararle su cena favorita y pasar una noche agradable junto a él, quizás bebiendo una copa de vino en el jardín para disfrutar del tiempo cálido que traía la primavera.
Para cuando dejó las llaves y las bolsas sobre la mesa de la cocina, Tim ya estaba recluido en su estudio nuevamente. Jayne no escuchó ni el más leve rastro del piano, y supuso que, o bien seguía bloqueado, o estaba escribiendo o trabajando en su computadora portátil. Golpeó a la puerta, con intención de avisarle que ya estaba de regreso y asomó la cabeza.
Tim la miró con los ojos azules brillando de una manera muy especial. No estaba sentado frente al piano, como ella había esperado encontrarlo, ni concentrado en la computadora. Estaba sentado en el escritorio, sumido en una inusitada penumbra para la hora que era y con el mentón apoyado en las manos entrelazadas, con los codos apoyando sobre la superficie de madera.
- Hola, cariño. Quería que supieras que ya estoy aquí.- Dijo ella, con una dulce sonrisa embargada de amor. Tim sintió que el corazón se le estrujaba de pena al notarlo.- ¿Quieres que te traiga un té? Puede ayudarte a trabajar si te sientes…
- Pasa, Jayne.- Cortó él, de forma inexpresiva. Su mujer abrió más la puerta y se introdujo en la habitación.
- ¿Qué…?- Comenzó a preguntar con amabilidad, pero Tim volvió a interrumpirla.
- Siéntate.- Le señaló el sillón que estaba en el otro extremo de la habitación y a Jayne esto le extrañó: ¿por qué no la invitaba a sentarse frente a él, más cerca? Sin embargo, no dijo nada. Intuía que Tim no estaba de humor para réplicas.
- ¿Ha pasado algo?- Inquirió preocupada, tras unos segundos y al ver que él no hablaba. Tuvo miedo de que hubiera recibido una noticia terrible durante su ausencia y se horrorizó de pensar que había estado sólo para enfrentar algo semejante.
- Nada por lo que debas alterarte.- Se apresuró a decir, en un intento de apaciguar su temor. La miró a los ojos.- Quiero que hablemos.
- ¿De qué quieres hablar?- Quiso saber con curiosidad y mucho más tranquila.
Otra vez el silencio, la pausa. Jayne estaba acostumbrada a que Tim tuviera sus tiempos, era un hombre callado, profundo, pensativo… pero eso jamás auguraba nada bueno. Cada vez que Tim se ponía así era porque había algo que lo afectaba, que lo preocupaba, que le causaba malhumor, pena o dolor. O quizás algo más. Aún ante las palabras de su esposo, Jayne supo que sí era algo por lo que debía alarmarse.
- De nosotros. De ti y de mí, Jayne.- Respondió y la frialdad de su tono le perforó el corazón. Tim permanecía inmutable. De hecho, la frialdad aumentó más en su voz, cuando volvió a hablar.- Creo que debemos separarnos.
La brusquedad con que lo dijo lo sorprendió incluso a él y ella sintió que se estrellaba contra una pared. Tim no había planeado decirlo de ese modo, pero el dolor estaba matándolo y necesitaba hacerlo cuanto antes.
- ¿Qué…? Pero… ¿por qué…?- Musitó ella ahogadamente y Tim vio, a pesar de la oscuridad y todo, que sus ojos se llenaban de lágrimas.- Yo…
- No es nada que hayas hecho o dicho, Jayne. Simplemente creo que se terminó.- Le asombró no ceder ante el evidente hecho de que su esposa estuviera despedazándose por sus palabras. Le asombró no correr hacia ella y abrazarla, decirle que se arrepentía de lo que acababa de decir. Le asombró descubrir que, de alguna manera, por dentro se volvía de hielo.
- ¿Es que ya no…?- Susurró Jayne y el llanto a duras penas la dejaba hablar. Tim decidió ahorrarle ese momento tan embarazoso.
- No es que ya no te ame o que no te haya amado alguna vez.- Dijo y su voz estaba perfectamente controlada.- No se trata de eso, ni de que no haya sido feliz a tu lado. Pero tengo la sensación de que…
- No entiendo…- Murmuró Jayne y Tim casi se sintió irritado de que lo interrumpiera. Dentro de él empezaba a fluir una melodía y eso lo fortaleció para seguir adelante.
- No puedo seguir. Eso es todo. Siento que no es lo que yo…
- ¡Pero si hasta esta mañana todo era perfecto!- Exclamó, sumiéndose ya en la desesperación.- Estabas de buen humor, me llevaste el desayuno a la cama…
- Sólo intentaba ser amable.- Repuso Tim, como si eso fuera una excusa y él sabía que no era cierto. Había estado tan pendiente de la felicidad de su esposa que no se había dado cuenta que la suya propia estaba consumiendo algo que para él era increíblemente importante.
- ¿De qué estás hablando? ¿Amable?- Repitió incrédula y las lágrimas volaban furiosamente por su rostro.- ¿Todo este tiempo has querido ser amable? ¿Vives conmigo por ser amable? ¿Me llevas a cenar por ser amable? ¿Me besas, me acaricias y me haces el amor sólo por ser amable? ¡Y ahora también vas a decirme que te casaste conmigo por ser amable!
- Baja la voz, por favor.- Pidió, sin poder evitarlo. Ella abrió los ojos de par en par y él bufó de frustración.
Se puso de pie, dándose cuenta que la situación se estaba desbordando. No lo estaba manejando como debía.
- ¿Qué te pasa?- Espetó Jayne, en un sollozo desesperanzado. Tim le dio a espalda y escrutó a través de la persiana el hermoso atardecer de Battle. Apenas unos rayos del ya tardío sol lograban colarse con dificultad en la habitación y caer de lleno en su mirada de color de mar.
- No soy feliz, Jayne.- Mintió, sintiendo que el estómago se le retorcía. La razón por la que la dejaba era exactamente lo contrario, pero no había modo de explicárselo a su esposa.
Se volvió a mirarla. Estaba agazapada en el sillón, abrazada a sus rodillas y llorando sin parar. Tuvo ganas de acercarse y consolarla, pero era tarde para eso.
- No… no te creo.- Logró articular ella. Tim no se movió, invulnerable.- No. Tiene que haber algo más.
- Lo siento, Jayne.- Susurró, como si eso fuera a resolverlo todo.
- ¡No! ¡No lo sientes, maldita sea! ¡Dime la verdad!- Se puso de pie y lo enfrentó. Tim no se apartó, ni siquiera parpadeó.- ¿Estás con otra mujer?
- No.- Dijo solamente.
- ¿Entonces, qué? ¿Por qué dejaste de ser feliz de la noche a la mañana? ¿Qué te he hecho, Tim?- Gritó, descontrolada, sin dejar de llorar.
Por un momento, Tim vaciló. Verla así le estaba partiendo el corazón. ¿Estaba haciendo realmente lo correcto? ¿Había escogido bien? ¿Podría vivir el resto de sus días sabiendo que había alejado a la mujer que amaba sólo por un puñado de canciones?
- Dime que no es cierto.- Escuchó entonces, y vio que Jayne lo observaba con las lágrimas en las mejillas, pero ya no lloraba. La incredulidad, la impresión la habían dejado estática y lo había estado estudiando mientras él entraba en ese trance vacilante.
Tim la miró, tratando de entender a qué se refería. La sospecha asomaba en los ojos de su esposa.
- Dime que no me estás dejando por esto, Tim. Dime que no me estás dejando porque no puedes componer.- La súplica lo petrificó. Todo el aire se esfumó de sus pulmones y abrió la boca, pero ningún sonido salió de entre sus labios.
¿Cómo era posible que Jayne se diera cuenta de todo? ¿Cómo era posible que lo conociera tan bien?
- ¿Cómo puedes ser tan egoísta?- Gritó ella, interpretando su silencio a la perfección.- ¿Cómo puedes renunciar a todo sólo porque quieres sentirte desgraciado para escribir algo que valga la pena?
- No sabes lo que dices.- Masculló, dándole la espalda nuevamente, pero Jayne lo tomó del brazo y lo giró hacia ella.
- ¡Claro que lo sé! ¡Estoy a tu lado desde siempre, desde antes que la música se volviera algo serio para ti!- Replicó, enloquecida.- ¡No puedo creer que seas capaz de buscar la infelicidad constantemente para…!
- No sabes lo que dices.- Repitió mordazmente, apartándola.
- Nunca te he visto feliz por más de una semana. Siempre estás deshaciéndote de todo lo que te hace bien. Era cuestión de tiempo que me tocara a mí.- Dijo y las lágrimas volvieron a sus ojos.- No tienes ningún otro problema. Últimamente hemos estado mejor que nunca. Te ríes más seguido, estás de buen humor… y no puedes componer. Esto no es una casualidad.
- Jayne…- Susurró, tratando de acabar con eso de una vez por todas.
- No. No, Tim, te lo ruego.- El enfado desapareció y la desesperación retornó a ella a toda velocidad.- No me dejes, por favor. Te amo… no podría vivir sin ti.- Se aferró a su camisa y lo acercó a ella.- Haré lo que sea. Discutiré contigo todos los días, no te hablaré durante una semana, te ignoraré por completo, te haré la vida lo más infeliz que pueda…
- Jayne…- Insistió, pero su esposa había alcanzado tal grado de consternación que ya no lo oía.
- … sólo dime qué quieres, Tim. Lo que sea. Por favor, por favor…- Apoyó la cabeza en su hombro y él notó como las lágrimas le empapaban la camisa con rapidez.
La apartó con suavidad, pero con firmeza.
- No hay nada que puedas hacer, Jayne.- Sentenció en un susurro.- De verdad lo lamento.
Horrorizada, se alejó de él, sin dejar de mirarlo y con una mano en la boca. Tim la estaba dejando…
- Me iré a un hotel por esta noche y luego veremos…- Empezó a decir, porque no soportaba la mirada de ella.
- No. No. Yo me iré. No quiero estar aquí. No toleraría estar aquí sin ti.- Farfulló, y entonces pareció querer aparentar ser más orgullosa. Se irguió y secó las lágrimas que seguían fluyendo incontrolables.- Adiós, Tim.
Se volvió y trató de llegar a la puerta. Tim la detuvo antes.
- No era mi intención que esto pasara, Jayne.
Ella lo observó de forma extraña y profunda unos segundos, como si quisiera reconocer a la persona que acababa de hablar.
- Por supuesto que no. Pero no has hecho nada para evitarlo y no has querido hacerlo tampoco. Es obvio qué lugar ocupo en tus prioridades. Es bueno saberlo ahora, que somos sólo tú y yo y que nadie más saldrá herido.- Dijo ahogadamente. Su voz estaba evidentemente afectada por lo sucedido, aunque quisiera disimularlo.
Ambos se miraron unos instantes: ella con ganas de abrazarlo y hacerlo entrar en razón, él con una mezcla de dolor y deseos de estar solo. Parecía que Jayne quería decir algo más, pero simplemente no logró hacerlo. Se dio media vuelta y se marchó.
Tim no se movió hasta que oyó el sonido amortiguado de la puerta de salida al cerrarse y supo que estaba completamente solo en la casa. Entonces se sentó frente al piano, puso las manos sobre las teclas y un imponente sonido resonó en la habitación.
Tim sonrió torcidamente. El alivio y el dolor se entremezclaban en su corazón: la combinación perfecta. La música siguió fluyendo a través de él a lo largo de la noche y ya había amanecido cuando se permitió un descanso. Fue a su cuarto y se acostó en la cama vacía y fría. Inconscientemente, estiró el brazo, como si quisiera alcanzar una presencia invisible: el precio que debía pagar para seguir haciendo lo que sabía, lo que disfrutaba… lo único que le importaba.
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2 comentarios:

luly dijo...

ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!!!

adivina quien soy???? sssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii tu amiguis y fan numero uno!! aunque ahora haya muchas yo me mantengo en lo que digo, la first soy yo! JUM!

o no oruga???? (mas te vale decir que si! juajua)

que puedo decir....muy buenos caps aunque los que viene son mejores!!se los puedo asegurar awe*

flor! dijo...

holaaa!!! ay ahora si oruga tenemos un lugar libre para leer tus fics!! q alegria!!! sabes q para mi sos una scelente escritora!! y siempre leo tus fics con mucha impaciencia!! jajaja gracais por molestarte tanto por hacernola llegar!!! y luly callate!!! no nos adelantes nada!!! jaja

besoteee