Asomé entre el revoltijo de mantas y rizos castaños y miré la hora. Habían pasado apenas las nueve de la mañana y el sol veraniego se colaba por la ventana, brillante y cálido.
Refunfuñando un poco, me puse de pie. De buena gana me hubiese quedado en la cama, pero tenía que ir a trabajar. Y, de todos modos, no era tan temprano…
Me aparté el abundante cabello castaño de los ojos verdes y busqué mis pantuflas debajo de la cama. Debían estar por ahí, en alguna parte. Finalmente las encontré, una masa peluda color fucsia que me puse en los pies distraídamente, antes de dirigirme al baño para darme una ducha rápida que me despertara del todo.
Crucé toda la habitación, esquivando los muebles blancos y algunos almohadones y peluches desperdigados sobre la alfombra. Varios banderines de la escuela y la Universidad de Hastings a la que asistiría a partir de ese año decoraban las paredes rosas, además de algún que otro afiche de las bandas de música que me gustaban.
Hacía una semana que las clases habían terminado y yo había egresado de mi último año de secundaria en el instituto Tonbridge, la única escuela que teníamos en el pueblo de Battle. De momento, tenía un trabajo en una cafetería en lo que se consideraba el “centro” del pueblo, The 1066, que era propiedad de un amigo de mis padres y en el que había trabajado los últimos dos años.
Me metí en la ducha y dejé que el agua me cayera en la cara, cosa que me despertó enseguida. Mientras tanto me imaginaba lo que sería mi vida en la universidad y cuánto extrañaría Battle una vez que tuviera que establecerme en Hastings para estudiar. Había nacido allí y amaba mi lugar. Conocía cada rincón y a cada habitante y era muy apegada a mis afectos. Afortunadamente, muchos de mis compañeros de colegio, incluido Oliver que era mi mejor amigo, tomarían el mismo rumbo y compartiríamos muchas clases. Eso amortiguaba un poco el hecho de pisar un terreno absolutamente nuevo.
Salí de la ducha y me vestí, con una falda celeste que me llegaba las rodillas y una musculosa blanca que se me ajustaba a la cintura, cosa que odiaba. Detestaba que la ropa abrazara las curvas definidas de mi cuerpo, porque parecía que estaba tratando de provocar a alguien. Lo cierto era que eso no me interesaba en lo más mínimo.
Traté de cepillarme el cabello, lo cual fue casi completamente imposible. Amaba y odiaba mis rizos al mismo tiempo. Si bien no me imaginaba con el cabello lacio, tampoco era muy fácil lidiar con todos esos rulos. Finalmente, lo dejé suelto y bajé a la cocina.
Era todo un gran lío de maletas y prendas desparramadas por todas partes. Mis padres se irían de viaje al día siguiente y aún no habían terminado de organizarse. Después de haber dedicado dieciocho años de sus vidas pura y exclusivamente a la crianza de su única hija, iban a tomarse unas merecidas vacaciones, recorriendo todos los lugares con los que habían soñado siempre. Sabiendo que yo era más que responsable, la casa quedaba a mi cargo durante unas cuántas semanas.
Mamá se encontraba planchando una pila de camisas de mi padre, que estaba aún en el piso de arriba, tratando de hallar su corbata favorita que se había perdido en el embrollo de preparativos.
Había heredado el cabello de mi madre, sólo que el mío era más alborotado, y los ojos de papá. En carácter también nos parecíamos mucho, pero debía admitir que era más soñadora, más pensativa y más distraída que ellos. Parecía que siempre estaba en mi mundo, un mundo conformado por una pieza principal.
Mi madre me sacó de mi ensimismamiento pasándome una tostada para que desayunara.
- No te preocupes, mamá.- Musité yo, deteniéndola antes de que me sirviera una taza de té.- Tomaré algo en el trabajo, o se me hará tarde.
- De acuerdo.- Accedió y, tras darle un beso en la mejilla, me alejé hacia la salida. Me detuvo antes de que saliera de la casa. La escuché gritarme desde la cocina.- ¡Llévate un abrigo, Summer! ¡Va a llover más tarde!
Escudriñé por la ventana. El sol era casi cegador.
- ¡Bueno!- Exclamé solamente, pero salí a la calle sin preocuparme en ir a buscar mi chaqueta. Mi madre tenía una especie de fijación respecto al clima.
En la galería de la casa me esperaba, como todas las mañanas, mi bicicleta. Me colgué mi bolso a la espalda, la tomé del manubrio y salí al camino.
Teníamos una preciosa casa de fachada blanca sobre Chain Lane, una curva tranquila que quedaba detrás de la estación de policía, donde había menos de cinco moradas.
Me subí a la bicicleta y pedaleé pacíficamente para tomar un poco de velocidad. Si bien me convenía tomar por London Road para salir directo a High Street, la calle principal de Battle, todas las mañanas daba un rodeo por North Trade Road. Me alejaba bastante de mi curso, pero era el ritual que venía haciendo desde que lo había visto por primera vez y había averiguado dónde vivía.
Los caminos estaban casi desiertos por allí y, unas cuántas casas más allá, divisé mi objetivo. Aminoré la velocidad y me hice la distraída, mientras pasaba por el frente de una casa de dos pisos, con setos bien recortados y ventanas esmeriladas. La puerta principal era de madera oscura y se llegaba a ella por medio de una pequeña escalinata que daba a una galería. Observé con atención en busca de cualquier presencia humana, pero no fui capaz de dar con nadie. De todos modos, ya sabía cómo me pondría si nos cruzábamos. Ya había sucedido una vez y me había puesto tan colorada de vergüenza que me había delatado a mí misma… si es que él me había prestado realmente atención.
Sin embargo, hacía bastante que no veía a nadie. De vez en cuando veía entrar o salir a su esposa, una mujer muy bonita de expresión amable, pero últimamente no había rastros de ella. Si tenía suerte, oía el distante sonido de un piano, lo que indicaba que Tim estaba en su casa.
Tim. Decía su nombre y era como si tuviera incontrolables ganas de suspirar. Pensaba en sus ojos azules y me derretía como un pedazo de hielo olvidado bajo los rayos del sol de agosto. Tim Rice-Oxley.
Según lo que se sabía de él, había vivido gran parte de su vida en Battle, aunque se había establecido en Londres un tiempo y vaya uno a saber dónde más. Toda su familia era bien conocida en Battle, su padre tenía un consultorio y su hermano también era médico. Tim, sin embargo, se había dedicado a la música y por eso no era tan extraño escuchar el agradable sonido de un piano inundando North Trade Road.
Lo había conocido en The 1066, unos años antes, cuando había regresado a Battle para establecerse con la que ahora era su esposa. Tim solía aparecerse en la cafetería, sólo, en su compañía, o quizás con sus amigos. Aún recordaba a la perfección cómo se me había parado el corazón al verlo y cómo se me había roto al notar la alianza de oro en su dedo. Había sido como un amor a primera vista y al instante quise saber más de él.
Fue así como me enteré que Tim tenía una banda, llamada Keane. Los había oído nombrar, por supuesto, porque todos allí en Battle los conocían, pero jamás le había prestado atención al apuesto hombre del piano hasta que lo tuve enfrente y sus maravillosos ojos azules miraron directo en los míos.
Dudaba siquiera que supiera mi nombre. Tal vez, y con suerte, lo había oído de pasada mientras estaba en la cafetería y alguien me llamaba. De todos modos, sabía y tenía muy presente que mis posibilidades con él eran nulas: estaba casado, prácticamente no sabía quien era y, para colmo, yo era casi una niña a sus ojos.
Me contentaba, al menos, con verlo de tanto en tanto, tener el placer de oír su profunda voz y disfrutar del escalofrío que me recorría la espalda cuando me miraba directamente. Era como si el mundo se desvaneciera: durante los breves segundos que me prestaba atención, no existía nada más que nosotros y su perfecto acento musitando las palabras “¿podrías traerme la cuenta?”. Ah… con qué poco se conforma una persona enamorada.
- Buenos días, Summer.- Saludó una voz, y me encontré a mí misma ya dentro de The 1066, dándome cuenta que, nuevamente, había perdido la noción de los acontecimientos por estar pensando en Tim.
Saludé con una sonrisa a uno de los clientes habituales de la cafetería y fui detrás del mostrador, buscando rápidamente mi delantal en mi bolso.
Me gustaba trabajar allí: la gente era amable y ya familiar, estaba habituada al lugar y me ayudaba a ahorrar para la Universidad y demás. Además, no me gustaba mantenerme ociosa. Necesitaba estar haciendo algo.
Poco después del mediodía me tomé un descanso para comer algo. Aprovechando que el sol estaba en todo su esplendor, salí y me senté en el cordón de la vereda, con un sándwich y una lata de gaseosa a disfrutar del clima. No había dado más de un mordisco cuando vi llegar a Oliver.
- ¡Hola Oliver!- Saludé alegremente con una enorme sonrisa en el rostro.
- Hola, Summ.- Respondió igualmente alegre y se dejó caer a mi lado. Tenía cabello oscuro, con pequeños rulitos casi imperceptibles y unos ojos pardos que delataban amabilidad. Nos conocíamos desde muy pequeños y habíamos crecido juntos. Éramos como hermanos.- ¿Cómo va todo?
- Bien.- Musité, dándole un trago a mi bebida.- ¿Qué estás haciendo por aquí?
- Lo de siempre: me aburro.- Se quejó, arrancando un puñado de césped de un cantero que estaba junto a nosotros.- Detesto las vacaciones.
- Te pasaste todo el año escolar esperando las vacaciones, Oliver.- Repuse divertida.- El problema es que no tienes nada que hacer.
- Claro que no tengo nada que hacer. Tú te la pasas trabajando.
- No me la paso trabajando. Salgo a las cinco.- Le pasé la gaseosa, que aceptó gustoso: hacía mucho calor.- Y tú deberías buscar algo que hacer también.
- Ya sabes que mis padres no quieren que me busque un empleo. Dicen que descuidaré mis estudios.- Explicó, estirando las piernas y poniendo la cara al sol. Suspiró.- En fin. ¿Quieres hacer algo hoy?
- Mm… debería ayudar a mamá a empacar. Se van en la mañana.- Contesté, pensativa.
- ¿Y qué te parece mañana en la noche?- Insistió. Oliver pasaba más tiempo aburrido que haciendo cualquier otra cosa.- Podemos cenar, ver unas películas y no te sentirás sola.
- No lo sé. Te llamaré más tarde y te diré qué pienso hacer, aunque de momento no se me ocurre ningún plan mejor.- Me encogí de hombros y me terminé mi sándwich.
Estuvimos hablando un rato más y luego yo regresé adentro. Durante lo que quedaba de mi turno, me mantuve atenta a la puerta de entrada, siempre pendiente, siempre rogando verlo entrar… pero Tim no apareció ese día. De hecho, hacía bastante que no lo veía y me pregunté si estaría de viaje. Aún así, cuando regresaba a casa hacia las cinco de la tarde, pasé nuevamente por la residencia de North Trade Road. El corazón se me paralizó cuando percibí las suaves notas arrancadas del piano que me llegaban amortiguadas a través de paredes y ventanas. Me demoré unos segundos frente a la cerca de entrada, sin poder evitarlo.
La música se detuvo con brusquedad pocos segundos más tarde y me sobresalté, saliendo del trance en que había caído. Me aferré al manubrio de la bicicleta y me alejé a toda velocidad, sonriendo como una tonta enamorada sin remedio y para cuando llegué a casa, no podía pensar más que en esos ojos azules, con los que soñaba cada noche, pero que en la realidad, raramente se posaban en mí.
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