La brisa veraniega se escurría entre las cortinas, haciéndolas danzar levemente al sonido de la música del piano, que se interrumpía cada dos por tres. Finalmente, Tim se puso de pie con brusquedad y se alejó de allí, camino a la ventana. La cerró de un golpe, como si eso tuviera la culpa de su frustración. Luego apoyó la frente contra el vidrio y suspiró: las cosas no iban bien.
Estaba perdido nuevamente y lo sabía. Después de dos meses sin Jayne, se daba cuenta que haberla dejado sólo había sido una solución momentánea. El dolor, la ausencia, todo se había ido evaporando lentamente y ahora se sentía acostumbrado a la soledad y su mujer ya no le hacía tanta falta, las heridas cicatrizaban rápidamente y él se preguntaba, no por primera vez, si realmente había valido la pena renunciar a ella.
Debía admitir que su esposa tenía razón: siempre buscaba algo de qué deshacerse para poder deprimirse, experimentar dolor, desesperación… y ahora no le quedaba nada. Jayne había sido el último despojo doloroso de la vida que había conocido y ya no le restaba absolutamente nada que pudiera salvarlo de ese fastidioso trance de no poder componer.
Tim se daba cuenta que no había nada que lo amargara en esos momentos. Pasaba sus días tal y como le gustaban: sentado al piano sin interrupción alguno, valiéndose de sus propios tiempos, sus silencios y sus arranques de sonido constante. De vez en cuando se reunía con Tom y con Richard para compartir las canciones nuevas, pero lo cierto era que pasaba más tiempo sólo que con ellos, que sí se dedicaban a disfrutar de los días libres antes de sumergirse de nuevo en el trabajo.
Trabajo… justo lo que Tim ansiaba hacer y no podía. ¿Por qué demonios tenía que ser todo tan complicado? Odiaba desperdiciar los minutos con melodías cutres e inservibles y sopesando las palabras para tratar de armar algo.
Pero no podía dejarse vencer tan pronto: las cosas habían cambiado, así que tenía que haber otra salida, al menos esta vez. Quizás el encierro, el aislamiento, pasar tantas horas metido en el estudio, sin descansar ni pensar más que en lo que debía hacer estaba causándole efectos. Necesitaba salir, despejarse, vivir experiencias nuevas… o al menos observar cómo la gente normal las vivía. Estaba seguro que si se despegaba del piano por un par de horas, todo volvería a ser perfecto. Regresaría a su casa, escribiría diez canciones nuevas y no habría de qué preocuparse.
Tim necesitaba convencerse de eso y no dejó de repetírselo en todo el camino hacia la puerta. Salió a la calle sin molestarse en tomar las llaves del auto: caminar por Battle le renovaría los pensamientos. Había algo mágico en ese pueblo que siempre lograba desbloquearlo, al menos por un rato. Y con eso le bastaba.
Había sido una mañana caótica, acompañando a mis padres al aeropuerto y tratando de regresar a tiempo para ir a la cafetería. Oliver se había ofrecido a cubrirme si se me hacía tarde y yo le había respondido con una infantil carcajada: ¿él haciendo algo?
Terminamos trazando planes para esa noche: mi amigo pasaría a buscarme al final de mi turno, iríamos a casa, cocinaríamos algo de cenar y veríamos la maratón de una de nuestras series favoritas en la televisión. Nada mal para un miércoles en la noche.
Llegué a las apuradas, directamente de la estación de tren, corriendo todo el camino hacia The 1066, con el cabello enmarañado volando detrás de mí y maldiciendo que mi rutina se viera alterada de esa manera. No me agradaba llegar tarde y me agradaba aún menos no poder hacer mi recorrida habitual por North Trade Road. Era más que obvio que tampoco podría pasar por allí a la salida, porque Oliver no entendería qué era lo que quería ver.
Jamás le había hablado a nadie de lo que sentía por Tim y no tenía intención de hacerlo. Me avergonzaba y sabía que nadie entendería realmente por qué me gustaba tanto una persona tan fuera de mi alcance, en vez de centrarme en chicos de mi edad, que los había a montones y los frecuentaba con más facilidad.
Sin embargo, no era una chica que hubiera tenido demasiados… encuentros amorosos durante mi etapa en la secundaria. Ya de por sí, los últimos dos años, o poco menos, los había pasado enamorada de Tim, lo que había hecho que definitivamente, no le prestara atención a nadie más que a él. Y el resto del tiempo… simplemente no me había interesado por ninguno de mis compañeros, aunque no había faltado la oportunidad. Me habían robado besos en los bailes de la escuela y me habían invitado a salir con frecuencia, pero constantemente estaba rechazando ambas cosas. Tal vez no encontraba a la persona ideal…
Lo cierto era que era complicada en cuanto a esos temas. No me gustaba la idea de involucrarme con cualquiera solo porque sí, y nadie me había hecho sentir nada especial como para decidirme a empezar algo… bueno, casi nadie.
Había pros y contras en estar enamorada de un hombre como Tim Rice-Oxley. Por supuesto, las contras ganaban en cantidad: era mayor que yo, estaba casado, no me conocía, jamás se enamoraría de mí ni me vería cómo a algo más que a la camarera del 1066. Y lo bueno de todo eso era… que me hacía bien. Con sólo pensar en él me sentía inmune a cualquier mal. Si tenía problemas o estaba triste por algo, susurraba su nombre y era suficiente. Tim era mi lugar feliz, mi refugio y en ocasiones, mi mundo entero.
Como de costumbre, siempre que mi imaginación volaba pensando en Tim, el tiempo parecía escurrirse a mayor velocidad. Hacía mis tareas en el trabajo como si estuviera dentro de una nube, sin siquiera notar qué hacía o cómo lo hacía. Hablaba, saludaba a la gente, iba y venía balanceando una bandeja en la mano, pero en realidad, me encontraba a varias calles de allí, escuchando furtivamente el sonido de un piano.
Oliver llegó poco después de las cuatro, cosa que me distrajo de una vez por todas. Cuando le pregunté qué hacía allí tan temprano, me respondió con su habitual “estaba aburrido”.
- ¿Crees que puedas conseguirme un empleo aquí?- Me preguntó, cuando le llevé una gaseosa.
- Claro que puedo. Pero tu madre me cortará la cabeza, así que olvídalo.- Respondí riendo. Miré alrededor y vi que se habían ocupado varias mesas más.- Parece que vas a aburrirte de todos modos, Oliver.- Agregué mientras me iba rápidamente a atender.
Él no se inmutó en lo más mínimo. Buscó en su mochila y sacó una pila de historietas, que se puso a leer concentradamente, al mismo tiempo que sorbía su gaseosa como un niño de diez años. Tuve que contener la risa varias veces al pasar por su lado.
Oliver también era bastante particular. En el colegio jamás había tenido éxito con las chicas y los chicos lo miraban mal. Quizás por eso se había pegado a mí: porque era la única que le hacía caso y que no lo rechazaba. Era gracioso, amable y siempre se preocupaba por mí: me cuidaba como a una hermanita menor, aunque yo era mayor, por un mes de diferencia. Y de todos modos, no podía cuidarme demasiado: yo era impulsiva y me gustaba meterme en líos. El pobre Oliver se había ganado unos cuantos puñetazos por mi culpa en distintas etapas de la escuela, hasta que decidí portarme bien.
Para colmo, su contextura era más bien menuda, aunque era bastante alto, más que yo al menos. Si hubiese dejado de lado sus excentricidades, su pasión por las historietas y sus hábitos infantiles, quizás hubiese logado conseguir una novia.
Pocos minutos antes de las cinco, lo vi guardar todo nuevamente en la mochila y sacar dinero para pagar lo que había estado tomando. Yo suspiré, deseosa de irme a casa, relajarme y compartir una noche tranquila con él. Me llevé las manos a la espalda para desatarme el delantal cuando la puerta de entrada se abrió de nuevo y me quedé paralizada detrás del mostrador.
Tim Rice-Oxley acababa de entrar y caminaba tranquilamente hacia una mesa del fondo. Varias personas lo saludaron al pasar y él les devolvió el saludo con una inclinación de cabeza.
Se veía fantástico y eso hizo que me quedara sin aire: llevaba unos lentes de sol verdosos, una camisa violeta, remangada y jeans oscuros. Lo seguí con la mirada, grabándome su imagen en la mente, como atesorándola, hasta que se sentó y miró alrededor, como esperando que fueran a atenderlo.
Prácticamente pasé por encima de la otra camarera, ajustándome el delantal otra vez. El corazón me latía enloquecido cuando me detuve frente a él.
- Buenas tardes.- Logré decir.
Él me dedicó una pequeña sonrisa a modo de saludo.
- ¿Me traes un té, por favor?- Pidió y me di cuenta que me había quedado mirando fijamente sus labios.
- Sí, claro. Enseguida.- Musité ahogadamente.
Me di media vuelta y me alejé de él, con los ojos cerrados y murmurando para mí misma palabras ininteligibles.
Preparé el té y la bandeja especialmente, como siempre que él aparecía por allí. Me temblaban las manos de la emoción de volver a verlo después de tanto tiempo, pero logré controlarme.
Noté la mirada impaciente de Oliver cuando iba de regreso a llevarle las cosas a Tim, pero lo ignoré. Esos momentos eran gloriosos para mí y me gustaba disfrutarlos.
- Aquí tiene.- Susurré, dejando la taza frente a él, que me agradeció casi inaudiblemente, mientras tomaba un sobre de azúcar de una canastita que acababa de dejar al lado de la taza. Fue entonces cuando creí que moriría.
No llevaba el anillo. Su anillo, el anillo de bodas, ése que relucía en su mano como apropósito cada vez que lo tenía cerca, como recordándome que él pertenecía a alguien más… había desaparecido.
Para cuando reaccioné nuevamente, Tim me estaba mirando, como extrañado. Me había quedado petrificada, observándolo incrédula. Abrió la boca, como queriendo decir algo, pero yo me di vuelta y me fui antes de que lo hiciera, al mismo tiempo que mis mejillas se teñían de un intenso rubor.
No tenía pensado irme de allí hasta que él no se fuera. Alargaría mi turno veinticuatro horas más si era necesario, pero no podía desaprovechar la oportunidad de tenerlo cerca…
- ¿Nos vamos ya, Summer?- Preguntó Oliver cuando pasaba junto a él, y me dio una excusa para detenerme y hacerme la distraída.
- Eh… no. No, hoy llegué tarde y… me quedaré un rato más…- Farfullé, más pendiente de Tim que de lo que estaba diciendo.
- ¿Por qué cambiaste de opinión? Pensé que…- Frunció el ceño, observándome, pero no lo dejé terminar.
- Es que de repente llegó mucha gente. Me matarán si me voy ahora.- Dije, siendo esto lo primero que se me ocurrió.
Oliver miró alrededor. Además de él y Tim, había solo tres mesas más ocupadas, y una de ellas estaba vaciándose en ese momento. La sospecha inundó sus ojos oscuros, aunque yo apenas lo notaba. Seguía viendo lo mismo una y otra vez en mi cabeza.
¡Tim se había separado! El anillo había desaparecido y al fin sabía por qué no veía más a su mujer. Creí que el corazón se me escaparía por la boca de lo nerviosa que estaba. ¡Como si a partir de ese descubrimiento fuera a tener posibilidades con Tim…!
Pensar en eso me alteró aun más y pensé que estaba al borde de un infarto. Afortunadamente, me llamaron de otra mesa para pedir la cuenta, porque Oliver me contemplaba de una manera muy molesta.
Llevaba el dinero al cajero cuando tropecé con una silla, llevándome por delante a la otra camarera, que volvía al mostrador con dos vasos vacíos, los cuales se hicieron añicos en el piso. Enseguida, corrí a buscar algo con qué limpiarlo todo, sintiéndome más nerviosa, porque tenía la certeza de que Tim me estaba mirando.
Ordené el desastre lo más rápido que pude. Oliver empezó a bufar, seguramente aburrido, y entonces noté que Tim hacía señas, esperando que lo atendieran nuevamente. Corrí a su encuentro antes de que me ganaran de mano.
- ¿Sí?- Pregunté, sin aire. Él frunció el ceño, más extrañado que antes.
- ¿Podrías traerme más té, por favor?- Sonrió y me tendió la taza ya usada. Yo la tomé, y mis dedos rozaron los suyos. Temblé de emoción y la dejé caer.
Tim se apartó a tiempo para no ensuciarse con el fondo de bebida que aún quedaba en la taza y que salpicó el piso. Esperando que me tragara la tierra, me incliné a recogerlo, sin poder pensar con claridad e insultándome por ser tan tonta justo en ese momento.
- Con cuidado, vas a lastimarte.- Murmuró, apartándome la mano de un pedazo de porcelana particularmente dentado que estaba a punto de agarrar y esta vez me esforcé por controlarme.
- Sí… gracias.- Evité mirarlo. Si lo miraba todo se iría al demonio. Me perdería en sus ojos… me perdería en sus labios y ya no reaccionaría más.
Me llevé los trozos rotos de la taza y los tiré a la basura, apresurándome a buscar una nueva y limpia para llevarle más té. Logré dejársela sin inconveniente alguno, excepto una sonrisa tímida cuando lo miré y tropezar nuevamente cuando iba hacia la mesa de Oliver.
- ¿Qué te pasa?- Me preguntó mi amigo, sin siquiera disimular.
- Ssh… baja la voz, Oliver.- Pedí, ruborizándome más.
- No te entiendo, Summ, ¿desde cuándo eres tan torpe?- Masculló, sin hacerme caso.
- ¡Ssh!- Insistí, desesperada.- Por favor, cállate, Oliver. Te lo explicaré en casa.- Dije, sólo para que mantuviera la boca cerrada, mientras le dedicaba una mirada ansiosa e involuntaria a Tim, que se estaba llevando la taza a los labios.
Oliver entrecerró los ojos, sospechando más que nunca.
- ¿Podemos irnos ya?- Pidió de mala manera.
Aparté los ojos de Tim y lo miré a él de nuevo.
- Sólo un ratito más.- Susurré.
Bufando, se puso de pie de golpe. Me tomó por un brazo y me obligó a seguirlo hasta la calle, donde nos encontramos solos.
- No te lo voy a preguntar diez veces, Summer. ¿Qué te pasa?- Hice el intento de regresar adentro. ¿Y si Tim se iba y yo no podía verlo de nuevo…?- ¡Hey! Te estoy hablando a ti.
- Estoy trabajando, Oliver.- Musité, como si fuera un niño al que había que regañar.
- ¿Quién es ese tipo?- Preguntó entonces, haciendo una seña con la cabeza hacia el interior de la cafetería.
- ¿De quién hablas?- Hacerme la tonta y la desentendida era más fácil que explicarle todo. Pero con él no funcionó. Me conocía demasiado bien.
- ¡Ése! ¡El que está sentado allá adentro y hace que te pongas como loca, rompiendo tazas y demás!- Exclamó exasperado.
Abrí los ojos, aterrorizada.
- Por Dios, Oliver, baja la voz. Te va a oír.- Supliqué.
- No me importa. Ni siquiera sé quién es, pero parece que tú sí.- Repuso y yo no encontraba razón para que se pudiera así.- No vas a decirme que te gusta, ¿verdad? Es muy viejo para ti.
- No es viejo.- La indignación fluyó en mi tono y me arrepentí al instante, porque acababa de delatarme a mí misma.- No digas tonterías, Oliver.
- Vamos, Summ, te conozco. Nunca te pones así, ésta no eres tú. ¿Por qué no me lo dices si te gusta?
Escondí la cara entre las manos, en una mezcla de frustración y vergüenza. Lo único que quería era regresar adentro.
- Mira, hablaremos después. Yo tengo que…- Me giré, con intención de entrar lo antes posible.
- ¡No, hablaremos ahora!- Volvió a agarrarme del brazo y me atrajo hacia él.
- ¡Maldita sea, Oliver!- Exclamé, enojándome.- ¿Por qué te pones tan pesado? ¡Suéltame!
- ¿Por qué no…?
- ¿Todo está bien?- La voz profunda y ya conocida irrumpió de pronto y al mirar a un lado vi que Tim acababa de salir de la cafetería y se detenía a nuestro lado, observándonos. Dio dos pasos hacia nosotros. Me miró, dando a entender que la pregunta iba dirigida a mí y yo pensé que iba a desmayarme.
Oliver me soltó de inmediato.
- S… sí. Sí, señor Rice-Oxley. Todo… todo está bien…- Tartamudeé, tratando de hacer que el oxígeno volviera a mis pulmones.
- ¿Segura?- Insistió y la sola idea de saber que estaba protegiéndome hizo que me recorriera un agradable calor por todo el cuerpo.
- Sí. Sólo… sólo es un amigo.- Aclaré, como si hubiera necesidad de hacerlo. Como si a él fuera a importarle.
Tim asintió y acto seguido, le dedicó a Oliver una mirada tan profunda como su voz, que duró unos pocos segundos. Entonces se dio vuelta y se alejó, caminando en dirección a North Trade Road.
Contuve la respiración hasta que se perdió de vista. Sólo una vez que ya no fue visible recordé que Oliver estaba conmigo.
- Sólo un amigo.- Murmuró, y hubiese jurado que estaba ofendido.
- Oliver…- Suspiré, meneando la cabeza.- ¿Por qué tenías que…?
- ¿Sabes, Summ? Ya no tengo ganas de hacer nada hoy.- Interrumpió. Evitó a toda costa mirarme directamente.- Así que mejor me voy. Te veré mañana.
- Oliver, espera. Podemos…
- Tampoco tengo ganas para eso.- Balbuceó y se alejó en dirección contraria a la de Tim, sin darme tiempo a decir nada más.
Me encogí de hombros, sin terminar de entender su actitud y, tras unos minutos, me fui a casa. Seguí los planes como si Oliver hubiera estado allí, aunque la verdad era que ni siquiera entendía lo que estaba viendo en la televisión: los acontecimientos recientes me ocupaban todos los pensamientos, cada palabra que había dicho, cada mirada que me había dedicado. Una y otra vez, recordaba que Tim ya no llevaba su anillo y que ahora era un hombre completamente libre…
***********************************************************
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario