Era ya más de medianoche y lo único que quebraba el insondable silencio era el silbido del agua que comenzaba a hervir y reclamaba la atención de Tim. Saliendo de su ensimismamiento con un respingo, se acomodó los lentes de montura negra y se sirvió una taza de té. A continuación, la levantó para llevársela a los labios, pero se detuvo, absorto en sus pensamientos.
¿Qué demonios sucedía? En otros tiempos, la larga caminata por Battle hubiera sido suficiente para, al menos, levantarle el ánimo. Pero no había servido de nada y había desperdiciado varias horas paseando por ahí.
La frustración de no lograr hallar un modo de volver a escribir estaba sobrepasando los límites de su paciencia. Y aquella situación hacía que su cabeza se llenara de cavilaciones completamente inservibles. Arrepentimientos, paranoia y una insoportable culpa de haber dejado a Jayne para volver a bloquearse dos meses más tarde. ¿Y qué había ganado con ello? ¿Diez canciones? ¿Quince? ¿Veinte, tal vez? Sí. Y una vida de soledad y amargura.
Instantáneamente, Tim dejó la taza en la mesada de la cocina y casi corrió hasta su estudio. Eso que estaba sintiendo, esa intensa sensación que le provocaban los acontecimientos recientes de su vida… ¿ayudarían? ¿Conseguiría al menos un acorde?
Se sentó frente al piano y relajó las manos sobre las teclas. Cerró los ojos y respiró profundo. Esperó que su instinto actuara por sí sólo, como solía hacerlo cuando tenía un arranque de inspiración… pero nada sucedió.
Se forzó a sí mismo a sentirse mal. Trató de recordar con claridad el momento en que había terminado todo con su esposa. La forma en que ella se había desplomado de dolor… la dolorosa crueldad que lo había invadido por dentro y había querido extirpar lo antes posible, que parecía envenenarlo, que no permitía que se reconociera. Las palabras que había dicho, las lágrimas de Jayne, las horas de soledad y vacío esa misma noche…
Y nada. Se levantó bruscamente, haciendo caer el banco en el que se sentaba largas horas a tocar y componer. No sabía cómo describir el modo en que se sentía. Frustrado no era suficiente. Irritado, molesto, inútil. Quizás una combinación de todo ello.
Se asomó a la ventana y contempló la quietud de la madrugada de Battle. Amaba ese lugar. Amaba ese pueblo, con sus caminos, sus silencios y su profunda calma. Pero ese día tenía la impresión de que lo había defraudado. Battle no le había aportado nada más que un par de horas de caminata y dos tazas de té en The 1066…
Repentinamente y sin razón alguna, Tim recordó a la chica de la cafetería. No sabía por qué pensaba en ella, pero había logrado llamar su atención con su manera atolondrada de dar vueltas entre las mesas, rompiendo tazas y tropezando. En el tiempo que hacía que frecuentaba ese sitio, Tim la había visto un par de veces, pero jamás le había dado importancia, ni se había acordado de ella. Quizás ese día en particular la chica regresaba a su memoria por el simple hecho de haber estado ocasionando disturbios. Y también se le había quedado mirando, con cierta clase de estupefacción, durante varios segundos. Tim incluso se había preguntado a sí mismo si se encontraría bien…
Entonces volvió a ser consciente de lo que estaba haciendo y, para su sorpresa, se encontró sentado frente al piano, del cual fluían agradables notas, formando una melodía que lo dejó perplejo. Era suave, armoniosa, casi perfecta.
Se detuvo, con esa música resonando en su cabeza. Intentó grabarla en sus pensamientos rápidamente, mientras transcribía gran parte de las notas en una hoja de papel, garabateando con premura.
Luego se quedó mirando la oscuridad de la habitación, apenas iluminada por una lámpara halógena en el escritorio y la luna colándose entre las cortinas. ¿Sería posible…? No había hecho más que pensar en esa chica y algo se había desbloqueado dentro de él…
Probó nuevamente. Se esforzó por recordar algo más.
Cerró los ojos, concienzudamente y trató de verla, de dibujarla en su memoria. Recordaba su cabello, porque era uno de los rasgos que más sobresalían de ella: abundante, castaño, lleno de rulos, dándole una sensación extraña de libertad, de soltura. Pero sus ojos se convirtieron en un pequeño misterio. No lograba rememorar el color, ni tampoco el timbre de su voz. Aunque de repente lo embargó la imagen de una cintura estrecha, una figura tan armoniosa y suave como las notas que acababan de salir del piano.
Continuó tocando. Todo empezaba a tomar forma, increíblemente y Tim tenía ganas de reír de alivio. Sin embargo, no se permitió distraerse: necesitaba terminar eso antes de que se le escapara.
La escena fuera de The 1066 lo invadió al instante. Un muchacho la tomaba del brazo y parecía que estaban discutiendo. Ella parecía molesta y quería soltarse. Cuando Tim había intervenido brevemente para ver si él la estaba molestando, la chica había murmurado algo de que eran amigos.
Y entonces recordó su voz: le había dicho algo así como “todo está bien, señor Rice-Oxley”.
Tim sintió un cosquilleo en las palmas de sus manos, que decidió atribuir a las ganas de seguir componiendo. Pero continuó pensando en esas palabras.
Ella lo conocía. Sabía quién era. Sabía su nombre y lo había pronunciado con un tono tembloroso y asfixiado. Señor Rice-Oxley…
Cuando volvió a sentir el cosquilleo, esta vez a lo largo de su columna, Tim se obligó a regresar a su trabajo. Se focalizó con todas sus fuerzas en lo sucedido esa tarde, en cada movimiento de la chica, en cada palabra, en todo lo que lograba recordar.
Empezó a tocar de una forma tan apasionada, tan involucrada con lo que estaba haciendo, como cuando se encontraba tocando en vivo para veinte mil personas. Lo dejó fluir, se metió en la canción y notó como se grababa en su memoria, sin siquiera tener la necesidad de detenerse a anotarlo todo. Simplemente, allí estaba. Era una canción, era intensa y su forma de interpretarla también lo era. No se detuvo hasta que llegó a un último acorde, tan perfecto como los anteriores y entonces se dejó caer, relajado, contra el banco del piano, sintiéndose casi exhausto.
Era tan extraño… Tim se quedó pensativo en el silencio palpitante de la casa, tratando de recuperar el aliento. ¿Cómo era posible que alguien a quien no conocía pudiera inspirarle algo tan terrible como lo que acababa de suceder? Era profundo, magnífico, parecía haber sido arrancado de sus mismísimas entrañas… y había sido provocado por una camarera de la que ni siquiera sabía el nombre.
Tenía que hacer algo y lo sabía. La melodía era absolutamente brillante y ahora necesitaba una letra que estuviera a su altura. Y Tim tomó una decisión, consciente de que jamás le había ocurrido algo semejante en todos los años que llevaba componiendo. Tenía que regresar a The 1066. Tenía que volver a verla, quizás averiguar cómo se llamaba. Necesitaba completar la canción y, mientras se metía en la cama, un par de horas después, estaba más que convencido de que ella tenía las palabras que a él le faltaban.
Me había acostado tarde la noche anterior y no precisamente por culpa de la televisión. Tim había estado dando vueltas en mi cabeza más de lo usual y la sonrisa que llevaba en el rostro seguía intacta a la mañana siguiente.
Había pasado varias horas haciendo hipótesis sobre las posibles razones de la separación de Tim y todas ellas me llevaban a conclusiones similares: a) ella lo había engañado con otro hombre y él había decidido dejarla; b) se había casado con él sólo por su dinero y por lo tanto, al descubrirlo, Tim había decidido dejara; o c) su esposa era una mujer egoísta que no deseaba tener hijos y Tim, siendo el tipo más perfecto del mundo, deseoso de formar una familia tan perfecta como él, había decidido dejarla.
En fin, todas las conclusiones me llevaban a pensar que ella era la villana de la película, pero lo cierto era que, las pocas veces en que la había visto, me había parecido absolutamente encantadora. Aún así, me gustaba más pensar que la razón de la separación la había puesto ella. Siquiera imaginar que Tim la hubiera dejado por otra mujer o que su esposa la hubiera descubierto en una situación parecida, se me hacía inaceptable. Me daba náuseas.
Salí de la cama refunfuñando por lo bajo. Bajé por las escaleras, con el cabello enmarañado y lo ojos entrecerrados por la intensa claridad del sol veraniego que se colaba por las ventanas. El living y la cocina estaban hechos un desastre y mis padres llevaban apenas un día fuera. No quería imaginar cómo estaría todo eso en un mes.
Lavé los platos y las tazas sucias de la noche anterior y acomodé los sillones y almohadones desperdigados por toda la sala. Cuando todo volvió a ser al menos un poco más presentable, fui a buscar algo de desayunar.
Saqué una caja de cereal de la alacena y busqué un cuenco mientras tomaba el teléfono distraídamente. Marqué el número de la casa de Oliver y esperé a que me atendieran.
También había pensado mucho en él y en la forma en que se había comportado. No me gustaba nada, no lo entendía pero de todos modos no quería continuar con el tema. Lo quería demasiado como para pelear por estupideces.
Su madre me atendió al tercer timbrazo, al mismo tiempo que yo llenaba el cuenco de cereal y me iba hasta la heladera a buscar la botella de leche.
- Buenos días, señora Nesser.- Dije amablemente cuando oí su voz.
- Hola Summer. ¿Cómo estás?- Masculló cordialmente.- Oí que tus padres se han ido de viaje y no hay nadie más en tu casa.
- Sí, pero me las estoy arreglando bastante bien.- Respondí sonriendo. La leche se me derramó por la mesada y me apresuré a limpiarlo.
- Puedes quedarte con nosotros cuando quieras. Oliver no se siente a gusto sabiendo que estás sola, y a decir verdad, tampoco yo.- Mi sonrisa se pronunció aún más. Eran como otra familia más para mí, nos conocíamos desde que tenía memoria.
- Me encantará quedarme en alguna ocasión.- Murmuré, llevando el cuenco y una cuchara a la mesa de la cocina.- ¿Está Oliver en casa?
- Sí, claro. Iré a buscarlo, dame un minuto.
Empecé a comer mientras esperaba. La oí abrir una puerta y quejarse un poco, hasta que sus palabras se volvieron claras.
- Oliver. Oliver, despiértate. Es Summer.
- ¿Summer? Dile que venga más tarde.- Musitó con la voz algo amortiguada.
- En el teléfono, Oliver.- Insistió su madre.- Levántate de una vez. Y mira esta habitación, es un desastre. Recoge todas esas historietas o las tiraré a la basura.
Reí sin poder contenerme, sabiendo que Oliver era capaz de escarbar todos los botes de basura hasta encontrar el último pedazo de historieta del que su madre se deshiciera.
- ¿Hola?- Dijo al fin, más dormido que despierto.
- Linda manera de empezar el día.- Bromeé.
- No me digas.- Lo oí desperezarse.- ¿Qué pasa? ¿Por qué llamas tan temprano?
- No es temprano, Oliver. Y sólo quería saber qué hacías.- Jugueteé con el cereal y la cuchara mientras hablaba.- Yo ya me voy a trabajar, pero pensé que esta noche podríamos ponernos al día y ver unas películas. Me sobró mucho helado.
Él tardó en responder. Finalmente, suspiró.
- No sé…
- ¿Tienes algo mejor que hacer?- Dije, tratando de apurarlo. Sabía que no tenía otros planes.
- No, pero…
- Es esto o quedarte a limpiar tu habitación.
- Ya sé, Summer, es que…
Fruncí el ceño.
- ¿Es por lo que pasó ayer? ¿Qué es lo que te molesta?- Quise saber, olvidándome de mi idea de no volver a tocar el tema.
Inmediatamente, se puso incómodo.
- No, no. No es que moleste, es que yo…- Carraspeó.- Ya sabes, Summer… yo… bueno, me pareció que…
- Deja de balbucear, Oliver, no te entiendo.- Volví a fruncir el ceño, tratando de descifrar algo entre esas vacilantes palabras.
- Lo siento.- Dijo enseguida.- Supongo que…- Empezó otra vez. Pero se detuvo y se hizo silencio.- ¿Qué te parece si lo hablamos esta noche?
Miré la hora. Se me haría tarde para irme a la cafetería.
- De acuerdo. ¿Pasas por mí?
Vaciló una vez más.
- Está bien.- Aceptó al fin.
Nos despedimos y cortamos. Dejé las cosas del desayuno para lavar y me fui de nuevo al piso superior. Me di una ducha rápida y me vestí. Hice todo esto mientras pensaba en Oliver, logrando quitarme a Tim de la cabeza después de no haber dejado de pensar en él por horas. Era extraño que su actitud para conmigo se tornara de aquella manera. Y por primera vez en mi vida, había algo de él que no llegaba a entender. Quizás era una de los tantos cambios por los que pasaba un hombre en la transición de la adolescencia a la madurez… o alguna otra estupidez por el estilo.
Tomé mi bicicleta y pedaleé lentamente hasta la calle, acomodándome el bolso sobre el hombro. El sol ardía intensamente y todo auguraba que sería un día terriblemente caluroso, perfecto para dejarse caer a la sombra de un árbol para desgastar el tiempo. Un panorama que Oliver y yo adorábamos, pero hacía mucho que no hacíamos nada así. Yo siempre estaba haciendo algo y él… estaba aburrido.
La casa de North Trade Road estaba particularmente silenciosa esa mañana, apagada, aún bajo los radiantes rayos matinales. Me detuve por unos breves instantes, dudando si acercarme más o no. Lo que se escondía detrás de paredes, puertas y ventanas me llenaba de curiosidad. Moría por conocer cada rincón del hogar de Tim, porque era una manera de conocerlo más a él. Pero sabía que jamás lograría traspasar la entrada. Y nunca me animaría a espiar por una ventana. El miedo a ser descubierta era demasiado grande.
Continué mi camino, casi obligándome a alejarme de allí. Llegué a The 1066 cinco minutos más tarde y ya había bastante trabajo. A medida que se acercaba el fin de semana, el pueblo iba llenándose de turistas y la pequeña cafetería rebalsaba de visitantes. Apenas tuve tiempo de ponerme el delantal sobre la ropa y tuve que ocuparme de atender a una pareja que acababa de sentarse.
Hacia el mediodía todo siguió igualmente atestado de gente y había que correr de un lado a otro, tomando pedidos y acarreando bandejas con bebidas. Más de una vez agradecí no ser la única camarera.
Aproveché para recargar de aire mis pulmones mientras esperaba que me alcanzaran un sándwich desde la cocina y ordené los demás pedidos en la bandeja: aunque la llegada constante de clientes no menguó ni siquiera a lo largo de la tarde.
- Disculpa.- Dijo una voz a mis espaldas y di un respingo para girarme a toda velocidad, atontada por el timbre de esa voz que conocía tan bien. Encontrarme a Tim frente a mí, mirándome amablemente con sus ojos azules hizo que el poco aire que había recuperado se extinguiera de inmediato.- ¿Tienes alguna mesa libre o que esté por desocuparse?- Preguntó entonces y necesité obligarme a mí misma a comportarme.
- Déjeme verificar. Creo que es posible.- Respondí, intentando que mi voz no temblara y ocultando mis manos, que sí lo hacían, bajo el delantal.
- Gracias.- Me sonrió y tuve que alejarme de él. ¡Maldita sea, era tan irresistible!
Mientras recorría el atestado local para ver si había un lugar disponible, me pregunté que estaba haciendo Tim allí nuevamente. No recordaba otra oportunidad en que hubiera ido dos días consecutivos. Estaba acostumbrada a perderlo de vista por semanas, hasta meses. Y, definitivamente, que me tomara por sorpresa no me hacía nada bien.
Lo observé de reojo. La remera gris que llevaba puesta se le ajustó a la espalda cuando se apoyó contra el mostrador. En las manos llevaba un par de anteojos oscuros y la falta del anillo era cada vez más notable. Odiaba que fuera tan atractivo y odiaba quedarme mirándolo como una idiota. Y más odiaba que se notara que me quedaba mirándolo como una idiota.
Regresé a su lado unos segundos más tarde, tratando de evitar ruborizarme, balbucear, babear, quedarme con la boca abierta, tartamudear, suspirar o demás cosas que pudieran delatarme frente a él.
- Eh… ¿señor Rice-Oxley?- Llamé tímidamente y la forma en que él se volvió hacia mí, levantó levemente las cejas y hundió imperceptiblemente los labios, hizo que me olvidara de todos mis propósitos.- Acaban de pedir la cuenta en una mesa del fondo, si no le molesta esperar unos minutos.
- No, no me molesta en absoluto.- Sus ojos se clavaron en los míos y mi corazón se detuvo. Tuve la sensación de que los escudriñaba con absurda atención… ¿por qué habría de contemplarme Tim Rice-Oxley con verdadero interés?
- Genial. ¿Le gustaría tomar algo mientras espera?- Ofrecí, terminando de preparar la bandeja que había dejado olvidada cuando él me interrumpiera.
- Sí, una Coca-Cola, por favor.- Pidió y sonrió un poco más. Noté que tenía distintos tipos de sonrisas: algunas se quedaban en sus labios durante más tiempo y otras, como la que acababa de dedicarme, eran fugaces, mera cortesía.
- Enseguida.- Murmuré y me alejé a entregar ese pedido antes de que empezaran a quejarse. A continuación, corrí hacia el mostrador a entregarle a Tim su Coca-Cola. Me puse a secar unos vasos allí cerca, para tener excusa de quedarme junto a él.
- Nunca había visto este sitio tan repleto.- Comentó entonces y no pude creer que estuviera hablándome a mí. ¿Acaso era capaz de decirme algo más que “¿me traes una Coca-Cola?” y “la cuenta, por favor”?
- Se… se acerca el fin de semana y los turistas comienzan a llegar.- Contesté, dubitativa, sin saber si él esperaba que yo dijera algo al respecto.
- Supongo que debes estar acostumbrada. Yo enloquecería teniendo que correr de aquí para allá todo el día.- Le dio un trago a su gaseosa y, dado que estábamos conversando, tuve excusa para contemplarlo mientras lo hacía.- No sirvo para eso.
No supe qué contestar. ¡Maldita sea! ¡Al fin tenía oportunidad de hablar con él y me había quedado sin palabras!
- Sí, bueno…- Farfullé, tratando de encontrar cuanto antes algo inteligente que decir.
- ¡Summer!- Gritaron desde la cocina y maldije por dentro con todas mis fuerzas.- ¿Puedes venir? Necesito tu ayuda.
- ¡Ya voy!- Exclamé, ocultando la frustración. Le dediqué una pequeña sonrisa a Tim a modo de disculpa y me alejé, refunfuñando por lo bajo. Parecía a propósito. ¿Por qué no podía disfrutar de él en paz?
Para cuando volví de la cocina, Tim ya estaba sentado a su mesa y tenía frente a él un menú que otra camarera le había alcanzado. En cuanto me vio, me hizo señas de que me acercara y tuve la agradable sensación de que me había estado esperando a mí.
Estúpidas ensoñaciones de niña hueca enamorada.
- ¿Puedo traerle algo más?- Inquirí con mi tono más profesional.
- Una hamburguesa, por favor. Y otra Coca-Cola.- Me dedicó una tercera sonrisa y me pasó la botella vacía. Sus dedos rozaron los míos y supe que fue intencional… ¿pero intencional de mí parte o de la suya?
Me limité a asentir con la cabeza, porque sabía que nada bueno saldría de mi boca si intentaba pronunciar algo. ¡Dios mío, lograba tenerme en un puño sin saberlo! Me sentía completamente entregada a él y ni siquiera estaba dispuesto a recibirme…
Me di cuenta que su presencia empezaba a atontar mis pensamientos, de modo que le llevé su pedido tratando de no involucrarme más. No era la primera vez que debía conformarme con sólo mirarlo. Ésta podía ser una de esas ocasiones. Definitivamente, no podía seguir rozando su piel ni oyendo su voz. Iba matándome paulatinamente.
Unos minutos más tarde, la puerta de entrada se abrió nuevamente y Oliver irrumpió en la cafetería, con una evidente expresión de desagrado ante la gran cantidad de gente que ocupaba las mesas. Mi amigo no era gran aficionado a las multitudes. Apretó con fuerza la pequeña pila de historietas que llevaba bajo el brazo.
- Hola Summ.- Saludó, con el ceño fruncido.- Esto es muy incómodo.
- Lo sé.- Contesté, dándole un beso en la mejilla.- ¿Prefieres esperar afuera? Me falta un ratito, aún.
- ¿Estás loca? Hace mucho calor.- Me miró horrorizado, como si acabara de decirle algo terrible.
- Sólo fue una sugerencia.- Le sonreí tiernamente, pero entonces noté que miraba sobre mi hombro, entrecerrando los ojos. Seguí la dirección de su mirada y vi que iban sin escalas hasta Tim que, increíblemente, también nos contemplaba a nosotros. Me volví de inmediato, avergonzada.
- ¿Tienes pensado quedarte horas extras hoy también?- Preguntó entonces y fijó toda su atención en mí.
Seguía resultándome muy rara la manera en que reaccionaba, pero no podía enojarme con él por eso. Le sonreí y meneé la cabeza.
- No, tonto. Tenemos planes y no quiero que se cancelen de nuevo.- Su sonrisa se pronunció ampliamente. Le di un amistoso golpecito en la mejilla con la palma de la mano.- Así que no te acomodes mucho. Nos iremos en quince minutos.
Pero quince minutos más tarde, Tim seguía sentado allí y no parecía tener intención alguna de marcharse. Indecisa, me lo quedé mirando desde detrás del mostrador. Deseaba quedarme allí, aprovechando cada segundo para hablarle y tenerlo cerca… pero entonces noté la mirada ansiosa de Oliver y recordé lo que había sucedido el día anterior. Por alguna razón, le había molestado de verdad que yo quisiera quedarme a trabajar por Tim.
Tenía que hacer mi elección y lo cierto es que ni siquiera lo dudé. Me quité el delantal y seguí a Oliver hasta la salida, colgándome de su brazo. Sabía que él estaría conmigo siempre y no deseaba perder su amistad por una estupidez. Tim, en cambio, era un amor absolutamente platónico e imposible. Y, aunque me doliera, era hora de quitármelo de la cabeza porque ni con toda la suerte del mundo alguien como él llegaría a fijarse en alguien como yo.
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