
FEBRERO DE 2006, BEXHILL-ON-SEA, EAST SUSSEX.
Era perfecta y en esa casa no podía llevarse una vida que no fuera también perfecta. Le sonreí a las paredes, le sonreí a los ventanales y a los techos hasta que el romper de una ola contra la orilla me distrajo.
- ¡Noah!- Exclamé, mirando de reojo. Era casi imposible quitarle la vista de encima a lo que ahora era mi nuevo hogar. Sin embargo, me obligué a hacerlo para asegurarme de que el pequeño de tres años que correteaba por la arena no se estaba metiendo en líos.
Fui a su encuentro y lo tomé en brazos. El frío parecía calarme los huesos, así que me apreté aún más el abrigo alrededor del cuerpo y me aseguré de que Noah llevara bien ajustada su bufanda de ositos.
- ¿Y qué me dices?- Pregunté con dulzura, haciendo una seña hacia la casa.- ¿Te gusta?
Se metió un dedo enguantado en la boca y observó, pensativo lo impactante de la construcción.
- Zí.- Sentenció al fin y se largó a reír.- Ez moy grande.- Agregó, esta vez haciéndome reír a mí.
- Claro que es grande. Aquí seremos todos muy felices.- Le expliqué, dándole un beso en la cabeza.
Decidí llevarlo adentro porque ya estaba oscureciendo. Encendí las luces de la sala y la sola vista de la playa por el ventanal me dejó sin aire. Kevin había cumplido su promesa: era como estar dentro del mismísimo mar.
Definitivamente, era un gran contraste con el piso que habíamos tenido en Londres. Me alegraba saber que no vería tráfico e incesante movimiento cada vez que me asomara detrás de una cortina.
Además, ese departamento, aunque enorme para dos personas, ya no era tan práctico una vez que Noah se sumó a la familia. El pequeño correteaba todo el tiempo, llevándose por delante mesitas, sillones, bibliotecas e incluso paredes. Y hubiese sido imposible albergar allí también a los padres de Kevin. En cambio, en la imponente casa de Bexhill, podríamos ser una familia completa.
Dejé a Noah en el piso de la sala, rodeado de todos los juguetes que habíamos podido cargar en el auto y fui a ver que todo estuviera predispuesto para recibir a los demás. Me encaminé por un largo pasillo, el elemento clave que unía dos casas en una. Sólo Kevin era capaz de diseñar algo tan raro que resultara tan maravilloso al mismo tiempo. No por nada se había graduado con grandes honores en la Universidad y era, hasta el momento, una de las grandes promesas de la arquitectura británica. Había puesto todo su empeño en que nuestra propia casa fuera la más fantástica de sus obras… y sin dudas, lo había logrado. Había trabajado en ella incansablemente desde que supiéramos que Noah entraría en nuestras vidas. Sabía que yo siempre había deseado una casa en la playa, lejos del aturdimiento de la gran ciudad… y él constantemente estaba buscando una manera tras otra de cumplir mis sueños.
Dejé sábanas limpias para los padres de Kevin sobre la enorme cama matrimonial y sonreí. Eran como mis padres. Había perdido a los míos hacía unos diez años y, en el preciso momento en que conociera a los Matthews, el horrible espacio vacío había sido ocupado por ellos. Eran amorosos, comprensivos y amables a más no poder. Una gran familia perfecta viviendo en una casa perfecta.
Desanduve el camino de nuevo, regresando a la parte que correspondía a Kevin, Noah y yo y decidí preparar la cena para que pudiéramos sentarnos ni bien llegaran. Kevin había ido por sus padres a Londres: el último paso de nuestra mudanza estaría concluido esa misma noche. Me sentía absolutamente emocionada.
Saqué una olla nueva y reluciente de la alacena y puse agua a hervir. Abrí la heladera para buscar los ingredientes para hacer una ensalada y entonces Noah entró tambaleándose, levantando en alto mi teléfono celular que no dejaba de sonar.
- ¡Éfono, mami, éfono!- Exclamó con entusiasmo.
- Gracias, cariño.- Dije con una sonrisa, tomándolo de su mano pequeña. Le di un empujoncito para que volviera a la sala y atendí.- ¿Hola?- Mascullé, mostrando el mismo entusiasmo que mi hijo. Estaba segura de que sería Kevin, para avisarme cuánto demorarían en llegar.
Pero la voz que contestó del otro lado era muy diferente y áspera.
- ¿Allison… Stuart?- Murmuró, como si estuviera verificando los datos al mismo tiempo que hablaba.
- Sí, soy yo.- Respondí, al mismo tiempo que me ponía a cortar un manojo de espinaca y sostenía el celular entre el hombro y la mejilla.- ¿Quién es?
- Soy el sargento Howard Ford, del departamento de policía de Sussex.- Explicó, sin demostrar emoción alguna. El músculo de mi cuello se tensó de repente.- Me temo que…
- ¿Se trata de Kevin?- Interrumpí, aferrando el teléfono ahora con dos manos y conteniendo la respiración.
- Así es, señora Stuart, ha habido un incidente en la carretera.
- Ay, Dios mío…- Musité, con el pecho subiéndome y bajándome a toda prisa.- ¿Se encuentra bien? ¿Están bien sus padres? ¿Están malheridos?
Esperé la respuesta negativa. Quizás sólo habían sido unos rasguños, quizás el accidente no había sido grave. Quizás algún que otro golpe que los obligaría a guardar reposo hasta que estuvieran del todo bien…
- Lo lamento, señora Stuart. Los tres fallecieron en el acto.- Las palabras salieron por el auricular pero era como si no las hubiera oído. Cómo si no comprendiera el significado…
Me sostuve justo a tiempo del borde de la impoluta y nuevísima mesada de granito blanco. Mis nudillos se pusieron pálidos por la fuerza.
- Tiene que haber un error…- Dije, con voz ahogada.- Verifiquen de nuevo. Quizás… quizás se confunden con… con los ocupantes del otro automóvil…
- No hay otro automóvil, señora Stuart. Patinaron en el asfalto mojado al intentar esquivar un camión… lo lamento mucho.
Me quedé callada. Estaba segura de que había un error. Tenía que haberlo…
- Tal vez debería usted llamar a un familiar o a un amigo para que la acompañe en este momento…- Sugirió, tratando de sonar compasivo. Pero yo apenas lograba entenderle.- ¿Se encuentra usted sola?
- Yo…- Me obligué a recordar cómo se usaban las cuerdas vocales en medio de mi aturdimiento. Había algo en el concepto de que Kevin se había ido para siempre, que no terminaba de encajar para mí…- Yo… estoy con mi hijo…
- Le recomiendo que busque compañía.- Me concedió unos segundos, como si con eso fuera suficiente para comprender la horrible realidad que empezaba a ceñirse sobre mí.- Y necesitamos que venga usted cuanto antes a hacer el papeleo. Sé que en este instante eso suena…
Ya no fui capaz de seguir la conversación. Estaba aturdida, desorientada, tratando de comprender… tratando de encontrar un mínimo rastro de coherencia en toda aquella situación…
Era como si me estuvieran apuñalando en el medio del pecho, como si pudiera sentir el inmenso dolor de la agonía sin terminar de morir de una vez por todas. Como si me rehusara a morir, como si me aferrara a una cura inexistente…
Me di cuenta que a duras penas tenía fuerzas para hablar y las centré en cortar la comunicación. Ya no quería oír más… no podía seguir escuchándolo ni por un segundo.
- Me comunicaré con usted en la mañana, sargento…- Farfullé, con la mirada desencajada y sin sentir el dolor de mis dedos que seguían apretando la dura superficie de la mesada. En ese momento, la idea de que llegara la mañana me parecía tan irreal…- Buenas… buenas noches.
Corté sin darle tiempo a decir nada más. Observé el teléfono que tenía entre las manos y lo arrojé lejos de mí, como si me asustara, como si ese insignificante aparato tuviera la culpa de…
Era una pesadilla. Eso no podía estar sucediéndome a mí. Corrí hacia la ventana, aparté las cortinas color maíz de un manotón y escudriñé el camino y el bosque que se extendían en la oscuridad. De un momento a otro vería el auto de Kevin estacionarse en la espaciosa entrada… los vería bajar a los tres, riendo y cargando las maletas…
- ¿Mami?- Escuché una vocecita detrás de mí y me volví como si me hubiesen gritado, espantada. Noah no notó mi turbación, ni las lágrimas que empezaban a apiñarse en mis ojos.- ¿Me daz una gasheta?
Tragué saliva para contener el agónico sollozo que amenazaba con escaparse de mi garganta y rebusqué en la alacena con las manos temblorosas. Le entregué la galleta, a la que le dio un mordisco rápido y, sin quitársela de la boca, regresó a la sala, arrastrando las zapatillas sobre el brilloso piso de la cocina.
Con una mano, sellé mis labios. Apreté los ojos y un par de lágrimas rodaron violentamente por mi mejilla. Ese no era un dolor nuevo, no era la primera vez que perdía a alguien… pero parecía elevado a la décima potencia.
Sentí las paredes de la casa cerrarse sobre mí. Me escabullí a toda prisa, golpeándome con las puertas, con los muebles nuevos y sin estrenar, hasta que logré sentir la ráfaga de aire helado en mi rostro. Bajé a la playa sin dejar de correr, tropezando e intentando que mi mente embotada funcionara de alguna manera.
No va a regresar…
La certeza cayó sobre mí como si la casa entera se derrumbara, atrapándome entre los escombros.
- Kevin…- Susurré, como si lo llamara.
No hubo respuesta. Sólo el mar golpeando furiosamente contra la orilla, tal y como las crueles e irreales palabras me habían golpeado a mí.
Me abracé las rodillas y hundí la cabeza entre las piernas, tratando de contener el llanto, para no llamar la atención de Noah…
Noah. De repente fui consciente de que era todo lo que me quedaba. De repente fui consciente de que tendría que decirle a mi hijo de tres años que su padre y sus abuelos habían muerto…
La angustia explotó en mi pecho y lloré desconsoladamente, sin creer que apenas una hora antes estuviera convencida de que viviría una vida perfecta. Era increíble cómo la nueva realidad me aplastaba, torciendo para siempre los sueños que me habían alimentado hasta no hacía mucho…
Sin mostrar ningún tipo de piedad, el océano atlántico restalló otra vez contra la orilla. Estaba sola.
Era perfecta y en esa casa no podía llevarse una vida que no fuera también perfecta. Le sonreí a las paredes, le sonreí a los ventanales y a los techos hasta que el romper de una ola contra la orilla me distrajo.
- ¡Noah!- Exclamé, mirando de reojo. Era casi imposible quitarle la vista de encima a lo que ahora era mi nuevo hogar. Sin embargo, me obligué a hacerlo para asegurarme de que el pequeño de tres años que correteaba por la arena no se estaba metiendo en líos.
Fui a su encuentro y lo tomé en brazos. El frío parecía calarme los huesos, así que me apreté aún más el abrigo alrededor del cuerpo y me aseguré de que Noah llevara bien ajustada su bufanda de ositos.
- ¿Y qué me dices?- Pregunté con dulzura, haciendo una seña hacia la casa.- ¿Te gusta?
Se metió un dedo enguantado en la boca y observó, pensativo lo impactante de la construcción.
- Zí.- Sentenció al fin y se largó a reír.- Ez moy grande.- Agregó, esta vez haciéndome reír a mí.
- Claro que es grande. Aquí seremos todos muy felices.- Le expliqué, dándole un beso en la cabeza.
Decidí llevarlo adentro porque ya estaba oscureciendo. Encendí las luces de la sala y la sola vista de la playa por el ventanal me dejó sin aire. Kevin había cumplido su promesa: era como estar dentro del mismísimo mar.
Definitivamente, era un gran contraste con el piso que habíamos tenido en Londres. Me alegraba saber que no vería tráfico e incesante movimiento cada vez que me asomara detrás de una cortina.
Además, ese departamento, aunque enorme para dos personas, ya no era tan práctico una vez que Noah se sumó a la familia. El pequeño correteaba todo el tiempo, llevándose por delante mesitas, sillones, bibliotecas e incluso paredes. Y hubiese sido imposible albergar allí también a los padres de Kevin. En cambio, en la imponente casa de Bexhill, podríamos ser una familia completa.
Dejé a Noah en el piso de la sala, rodeado de todos los juguetes que habíamos podido cargar en el auto y fui a ver que todo estuviera predispuesto para recibir a los demás. Me encaminé por un largo pasillo, el elemento clave que unía dos casas en una. Sólo Kevin era capaz de diseñar algo tan raro que resultara tan maravilloso al mismo tiempo. No por nada se había graduado con grandes honores en la Universidad y era, hasta el momento, una de las grandes promesas de la arquitectura británica. Había puesto todo su empeño en que nuestra propia casa fuera la más fantástica de sus obras… y sin dudas, lo había logrado. Había trabajado en ella incansablemente desde que supiéramos que Noah entraría en nuestras vidas. Sabía que yo siempre había deseado una casa en la playa, lejos del aturdimiento de la gran ciudad… y él constantemente estaba buscando una manera tras otra de cumplir mis sueños.
Dejé sábanas limpias para los padres de Kevin sobre la enorme cama matrimonial y sonreí. Eran como mis padres. Había perdido a los míos hacía unos diez años y, en el preciso momento en que conociera a los Matthews, el horrible espacio vacío había sido ocupado por ellos. Eran amorosos, comprensivos y amables a más no poder. Una gran familia perfecta viviendo en una casa perfecta.
Desanduve el camino de nuevo, regresando a la parte que correspondía a Kevin, Noah y yo y decidí preparar la cena para que pudiéramos sentarnos ni bien llegaran. Kevin había ido por sus padres a Londres: el último paso de nuestra mudanza estaría concluido esa misma noche. Me sentía absolutamente emocionada.
Saqué una olla nueva y reluciente de la alacena y puse agua a hervir. Abrí la heladera para buscar los ingredientes para hacer una ensalada y entonces Noah entró tambaleándose, levantando en alto mi teléfono celular que no dejaba de sonar.
- ¡Éfono, mami, éfono!- Exclamó con entusiasmo.
- Gracias, cariño.- Dije con una sonrisa, tomándolo de su mano pequeña. Le di un empujoncito para que volviera a la sala y atendí.- ¿Hola?- Mascullé, mostrando el mismo entusiasmo que mi hijo. Estaba segura de que sería Kevin, para avisarme cuánto demorarían en llegar.
Pero la voz que contestó del otro lado era muy diferente y áspera.
- ¿Allison… Stuart?- Murmuró, como si estuviera verificando los datos al mismo tiempo que hablaba.
- Sí, soy yo.- Respondí, al mismo tiempo que me ponía a cortar un manojo de espinaca y sostenía el celular entre el hombro y la mejilla.- ¿Quién es?
- Soy el sargento Howard Ford, del departamento de policía de Sussex.- Explicó, sin demostrar emoción alguna. El músculo de mi cuello se tensó de repente.- Me temo que…
- ¿Se trata de Kevin?- Interrumpí, aferrando el teléfono ahora con dos manos y conteniendo la respiración.
- Así es, señora Stuart, ha habido un incidente en la carretera.
- Ay, Dios mío…- Musité, con el pecho subiéndome y bajándome a toda prisa.- ¿Se encuentra bien? ¿Están bien sus padres? ¿Están malheridos?
Esperé la respuesta negativa. Quizás sólo habían sido unos rasguños, quizás el accidente no había sido grave. Quizás algún que otro golpe que los obligaría a guardar reposo hasta que estuvieran del todo bien…
- Lo lamento, señora Stuart. Los tres fallecieron en el acto.- Las palabras salieron por el auricular pero era como si no las hubiera oído. Cómo si no comprendiera el significado…
Me sostuve justo a tiempo del borde de la impoluta y nuevísima mesada de granito blanco. Mis nudillos se pusieron pálidos por la fuerza.
- Tiene que haber un error…- Dije, con voz ahogada.- Verifiquen de nuevo. Quizás… quizás se confunden con… con los ocupantes del otro automóvil…
- No hay otro automóvil, señora Stuart. Patinaron en el asfalto mojado al intentar esquivar un camión… lo lamento mucho.
Me quedé callada. Estaba segura de que había un error. Tenía que haberlo…
- Tal vez debería usted llamar a un familiar o a un amigo para que la acompañe en este momento…- Sugirió, tratando de sonar compasivo. Pero yo apenas lograba entenderle.- ¿Se encuentra usted sola?
- Yo…- Me obligué a recordar cómo se usaban las cuerdas vocales en medio de mi aturdimiento. Había algo en el concepto de que Kevin se había ido para siempre, que no terminaba de encajar para mí…- Yo… estoy con mi hijo…
- Le recomiendo que busque compañía.- Me concedió unos segundos, como si con eso fuera suficiente para comprender la horrible realidad que empezaba a ceñirse sobre mí.- Y necesitamos que venga usted cuanto antes a hacer el papeleo. Sé que en este instante eso suena…
Ya no fui capaz de seguir la conversación. Estaba aturdida, desorientada, tratando de comprender… tratando de encontrar un mínimo rastro de coherencia en toda aquella situación…
Era como si me estuvieran apuñalando en el medio del pecho, como si pudiera sentir el inmenso dolor de la agonía sin terminar de morir de una vez por todas. Como si me rehusara a morir, como si me aferrara a una cura inexistente…
Me di cuenta que a duras penas tenía fuerzas para hablar y las centré en cortar la comunicación. Ya no quería oír más… no podía seguir escuchándolo ni por un segundo.
- Me comunicaré con usted en la mañana, sargento…- Farfullé, con la mirada desencajada y sin sentir el dolor de mis dedos que seguían apretando la dura superficie de la mesada. En ese momento, la idea de que llegara la mañana me parecía tan irreal…- Buenas… buenas noches.
Corté sin darle tiempo a decir nada más. Observé el teléfono que tenía entre las manos y lo arrojé lejos de mí, como si me asustara, como si ese insignificante aparato tuviera la culpa de…
Era una pesadilla. Eso no podía estar sucediéndome a mí. Corrí hacia la ventana, aparté las cortinas color maíz de un manotón y escudriñé el camino y el bosque que se extendían en la oscuridad. De un momento a otro vería el auto de Kevin estacionarse en la espaciosa entrada… los vería bajar a los tres, riendo y cargando las maletas…
- ¿Mami?- Escuché una vocecita detrás de mí y me volví como si me hubiesen gritado, espantada. Noah no notó mi turbación, ni las lágrimas que empezaban a apiñarse en mis ojos.- ¿Me daz una gasheta?
Tragué saliva para contener el agónico sollozo que amenazaba con escaparse de mi garganta y rebusqué en la alacena con las manos temblorosas. Le entregué la galleta, a la que le dio un mordisco rápido y, sin quitársela de la boca, regresó a la sala, arrastrando las zapatillas sobre el brilloso piso de la cocina.
Con una mano, sellé mis labios. Apreté los ojos y un par de lágrimas rodaron violentamente por mi mejilla. Ese no era un dolor nuevo, no era la primera vez que perdía a alguien… pero parecía elevado a la décima potencia.
Sentí las paredes de la casa cerrarse sobre mí. Me escabullí a toda prisa, golpeándome con las puertas, con los muebles nuevos y sin estrenar, hasta que logré sentir la ráfaga de aire helado en mi rostro. Bajé a la playa sin dejar de correr, tropezando e intentando que mi mente embotada funcionara de alguna manera.
No va a regresar…
La certeza cayó sobre mí como si la casa entera se derrumbara, atrapándome entre los escombros.
- Kevin…- Susurré, como si lo llamara.
No hubo respuesta. Sólo el mar golpeando furiosamente contra la orilla, tal y como las crueles e irreales palabras me habían golpeado a mí.
Me abracé las rodillas y hundí la cabeza entre las piernas, tratando de contener el llanto, para no llamar la atención de Noah…
Noah. De repente fui consciente de que era todo lo que me quedaba. De repente fui consciente de que tendría que decirle a mi hijo de tres años que su padre y sus abuelos habían muerto…
La angustia explotó en mi pecho y lloré desconsoladamente, sin creer que apenas una hora antes estuviera convencida de que viviría una vida perfecta. Era increíble cómo la nueva realidad me aplastaba, torciendo para siempre los sueños que me habían alimentado hasta no hacía mucho…
Sin mostrar ningún tipo de piedad, el océano atlántico restalló otra vez contra la orilla. Estaba sola.
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