- ¿Segura que no tienes frío?
- Ajá.
- Te dije que al lado del mar…
- No te preocupes tanto.- Interrumpí con una sonrisa, porque su intranquilidad y su ceño fruncido me hacía sudar las palmas de las manos. Las restregué entre ellas como si me estuviera calmando a mí misma.- Estoy bien.
Cherry se había quedado durmiendo en mi habitación, cosa que dejaba a nuestro alrededor una quietud y un silencio increíbles. Me di cuenta que mi perra era una alborotadora, pero aún así la quería. La única que me hacía compañía siempre, en las buenas y las malas.
Tim se inclinó a recoger un caracol que había quedado lleno de espuma junto a la orilla. Lo sopló para limpiarlo y lo estudió un rato, hasta que se aburrió y lo arrojó nuevamente al agua, bastante lejos.
Lucía pensativo y durante unos segundos me pregunté si en vez de pedirme que lo acompañara para mantenerme al margen de pensamientos desagradables, no lo había hecho para que yo lo distrajera a él.
Carraspeé.
- Cuéntame de ese pueblito en el que te criaste.- Pedí, siendo lo primero que se me ocurrió.- ¿Dónde queda?
- Al sur de Inglaterra, en East Sussex.- Me miró, como esperando alguna reacción de reconocimiento, pero yo jamás había estado allí.- Battle. Es un centro turístico bastante importante. Hubo una batalla allí hace muchísimos años.
- De ahí el nombre, ¿cierto?
- Eres un genio.- Me guiñó un ojo burlonamente y ambos sonreímos.- Hay una abadía enorme en lo que consideramos el centro de la ciudad y eso es prácticamente todo, a excepción de buenos restaurantes, un buen museo y un maravilloso paisaje.
- Debe ser muy agradable. Yo vivo en ciudades grandes desde muy pequeña. Este tipo de sitios me parecen un sueño.- La Trinité-sûr-Mer era una delicia para mis ojos y mis sentidos.- ¿Sigues viviendo allí?- Agregué al ver el aire de nostalgia en su mirada.
- Lo cierto es que no. Me mudé hace algunos meses, cuando me separé.- Respondió con voz inexpresiva.- He estado viviendo en Londres desde entonces.
Pensé en algo que decirle respecto a aquello, pero quizás no le agradaría hablar de sus problemas de pareja conmigo, así que en cambio hice un comentario muy tonto.
- Eso de la repartición de bienes es un dolor de cabeza.
Me mordí la lengua, fastidiada.
- A decir verdad, la casa sigue siendo mía. Sólo que no podía seguir viviendo allí… solo.
Esta vez fue él quien carraspeó. Había que cambiar de tema cuanto antes…
- Cuéntame de tu trabajo. Me dijiste que eras médica.- Farfulló él, ganándome de mano.
Touché.
- Sí. Llevo ya varios años en el General Hospital de Nueva York.- Contesté, decidida a no profundizar demasiado.
- Es un trabajo muy difícil, muy esclavizante, ¿no es así? En mi familia casi todos son médicos.- Dijo, mientras seguíamos caminando a lo largo de la orilla. El horizonte ya estaba bastante oscuro y la playa no tenía iluminación en aquella parte que parecía aislada.
- Es agotador. A veces los turnos terminan extendiéndose muchísimas horas más de lo debido porque hay emergencias y los médicos de turno no dan abasto. A veces tienes que olvidarte de tu día libre para correr de regreso al trabajo porque tienes un contingente de accidentados.- Expliqué y casi sentía el cansancio del trabajo de regreso en cada fibra de mi ser.- Pero así es como tiene que ser. Alguien tiene que estar ahí, haciéndolo.
Sus ojos me observaron con profundidad, como si estuviese sacándome una radiografía con aquel exhaustivo escrutinio.
Abrió la boca, quizás con la intención de hacerme más preguntas al respecto.
- Qué despejado está el cielo aquí.- Susurré, levantando la vista hacia el cielo oscuro cubierto de infinitas estrellas, con la luna lejos en algún punto inalcanzable, quizás donde el mar terminaba o quizás más allá también.- Esto no puede verse en la ciudad.
- No con todos esos rascacielos y el humo del tráfico.- Repuso, bajando la voz hasta susurrar también él.- Extraño esto.
- Debe ser difícil cambiar algo así por un lugar ajetreado como Londres.
- Hay cosas aún más difíciles de cambiar.- Contestó, encogiéndose de hombros como si no le importara y alejándose un poco.
Me dejó atrás algunos pasos. Podía ver bien su espalda en aquel buzo verde y tuve ganas de correr hacia él y envolverlo en un abrazo. Tenía la sensación de que lo necesitaba y Tim estaba cayéndome tan bien que deseaba ayudarlo.
- Me gusta Londres. Me gusta muchísimo, en realidad.- Dijo y, sonó como si hablara más para sí mismo que para mí.- Sólo que no podía soportar estar allí este fin de semana.
Se quedó parado, con los ojos azules en las idas y venidas del mar y dándome tiempo a alcanzarlo.
- ¿Por qué no?- Quise saber, suavemente.
El viento se había encargado de revolver mi cabello hasta enredarlo y ahora no sólo se había secado del todo, sino que me caía en la cara cada dos segundos. Lo aparté con impaciencia, esperando la respuesta.
- ¿Estás casada, Mae?- Preguntó en cambio, con un dejo sombrío.
Pensé en Rob y en esa relación superficial que teníamos y que empezaba a aburrirme y abrumarme como todo lo demás.
- No. No tengo tiempo para eso.
Otra vez el silencio, como si, además de haber escapado a aquel paraíso frente al mar, estuviéramos escapando de nosotros mismos. La sola idea me pareció absurda pero me provocó un raro estremecimiento.
- Te dije que había refrescado.- Murmuró, malinterpretándome.- ¿Quieres regresar?
- No, me agrada aquí.- Respondí y seguí caminando.
Muy pronto llegamos a un grupo de árboles tupidos. Parecía la entrada a algún bosque y no nos sentíamos con ganas de aventurarnos en medio de la noche y terminar perdidos. Nos sentamos en un tronco caído sin decir nada.
¿Por qué huir de él? ¿Qué tenía de malo que dos absolutos desconocidos compartieran sus penas por un breve período de tiempo? Cuando regresara a Nueva York, si es que él no se iba antes, ya no volvería a verlo. Y cualquier cosa que le hubiera dicho perdería importancia.
Lo observé entre las sombras. Si no hablaba con él… ¿con quién más lo haría? ¿Con Rob, que no entendía nada? ¿O con Cherry? Aún no había llegado el día que mi perra me contestara algo entendible. Nadie en el trabajo sería capaz de desenredar el embrollo que tenía en la cabeza y sin todo eso, me quedaba sola.
- Lo cierto es…- Comencé con cierta voz ahogada, aunque mi intención era sonar lo más despreocupada posible, como si la conversación fuera casual. Él se volvió de inmediato hacia mí.- Que no sé que hacer con mi vida. Dediqué muchos años de mi adolescencia y mi vida adulta para prepararme para esta carrera. Ahora la tengo, si mis padres estuvieran vivos…- mi voz se ahogó un poco más,- estarían más que orgullosos de mí. Excepto por un pequeño incidente el otro día, cuando un paciente murió sin que yo pudiera hacer nada…- Las lágrimas se apoderaron de mis ojos y quise contenerlas, enojada.- Todavía no entiendo qué es lo que salió mal y yo…
Me detuve un momento para tomar aire. Tim estiró una mano y la puso sobre mi hombro, apretándome un poco.
- Lo lamento.- Susurró y me di cuenta que eso era exactamente lo que había esperado que todos me dijeran. Que lo lamentaban. ¿Qué tan complicado podía ser que dijeras eso, Rob?- Imagino que no te habrás sentido muy bien, pero estoy seguro que hiciste todo lo posible.
- Pero no fue suficiente.- Sollocé. Me avergonzó llorar frente a un extraño. Sin embargo, algo me decía que no había problemas con Tim. Que con él podía ser quien era realmente.- ¿De qué demonios sirve matarte estudiando y formándote para que la gente muera de todos modos?
- Mae, lo importante es que pienses en cuántas personas has ayudado. ¿Por qué no llevas la cuenta de la gente a la que le mejoras la vida? Esas son las cifras que realmente importan. Eres capaz de hacer una diferencia en el mundo con salvar al menos a una persona.- Cerré los ojos para contener las lágrimas y tuve la sensación de que los dedos de Tim me acariciaban el cabello, aunque podía ser sólo una ilusión y la angustia que al fin salía a flote libremente me embotaba los sentidos.- No creo que debas desanimarte. No debes dejarte vencer. Cuando estas cosas pasan tienes que remediarlas tratando de ayudar a los que sigan. Por mucho que duela y por mucho que eso te enfade.
Su mano regresó a mi hombro y, de forma instintiva, apoyé mi mejilla sobre ella. Era como si necesitara su tacto para sentirme mejor.
- Por eso estoy aquí, Tim.- Musité suavemente.- No podía seguir un segundo más en Nueva York. Quise escapar, pero no podré hacerlo cada vez que algo salga mal y lo sé…
- Sería muy costoso.- Me dedicó una sonrisa y secó mis lágrimas con la manga de su buzo.- En esta vida, Mae, las cosas salen mal todos los días. Sólo depende qué tanto te empeñes en enderezarlas o no que el resultado te afecte de una manera distinta.
- No sé si quiera asumir el riesgo de que la vida de alguien continúe o no debido a mí.- Confesé, temerosa de pronunciar aquellas palabras, como si decirlas en voz alta las hicieran una amenaza.
- ¿Qué quieres decir?- Inquirió con curiosidad.
- Cuando era pequeña, mi padre enfermó. Tenía una enfermedad que en ese entonces no se conocía demasiado y por más que los médicos intentaron varios tratamientos experimentales, jamás mejoró.- Me apreté las manos. Hacía mucho tiempo que nadie oía aquella parte de mi vida y no estaba segura de por qué se la contaba a él.- Mi madre estaba loca del dolor. Nunca vi a dos personas que se amaran tanto como ellos y estoy segura que sin la enfermedad de mi padre hubiésemos sido la familia más feliz del mundo… pero ella estaba siempre deprimida y asustada por la idea de perderlo. Constantemente me decía que si alguien realmente así lo quisiera, encontrarían una cura para la enfermedad. Sólo si alguien se interesara un poco más.
La mueca de Tim fue triste y, con toda la dulzura del mundo, me contempló instándome a que continuara.
- A medida que yo iba creciendo, mi madre comenzó a tratar de dejar esa responsabilidad en mis manos. Me regalaba estetoscopios y jeringas de juguete y cuando fui lo suficientemente mayor, me dijo que algún día yo sería una doctora importante y que sería quien salvara a mi padre.
- Debe haber sido una gran presión.- Comentó en voz baja y yo asentí.
- Me dediqué a obtener buenas calificaciones para entrar en una buena universidad y prácticamente me olvidé del resto del mundo. Cada vez que mi padre empeoraba, mi madre me instaba más y más a trabajar lo más duro posible, a que adelantara cursos en la escuela, hasta que acabé graduándome poco más de un año antes que mis compañeros y entré en la universidad. Estaba terminando el primer año cuando mi padre murió.
- Lo siento, Mae…
Asentí nuevamente. Yo también lo sentía aún.
- Mi madre prácticamente enloqueció y aunque realmente no lo dijo, yo sabía que se sentía decepcionada porque no había logrado hacer nada para ayudarlo. Ella también murió no mucho después, no pudo soportar la ausencia de papá.- El relato parecía quemarme la garganta, como si le hubiese dado un trago brusco a una botella de vodka.- Y creo que en algún punto yo también enloquecí, porque me obsesioné con la idea de graduarme y de tratar de salvar vidas.
Me quité las lágrimas de las mejillas con un ademán brusco.
- Esta semana, por primera vez en muchos años, un paciente murió y fue como revivir lo de mi padre. No pude hacer nada, porque no sabía qué era lo que debía hacerse, Tim.- Lo miré desesperada, como si él pudiera tener alguna respuesta maravillosa.
- Lo de tu padre no fue tu culpa. Nadie debería cargar eso sobre los hombros de un hijo. Encontrar curas a enfermedades desconocidas puede tardar muchísimos años o no suceder nunca. Y he conocido muchos médicos en mi vida, Mae, muchos colegas de mi padre, de mi hermano, de mi abuelo… ¡y no he oído de ninguno de ellos perdiendo sólo un paciente en tantos años de carrera!
Sabía que estaba intentando consolarme y me conmovió. Ese tipo no me conocía y se esforzaba más que nadie en hacerme sentir mejor.
- Escucha…- Masculló, inclinándose más cerca de mí.- No deberías culparte o avergonzarte o mortificarte por esto. Deberías estar orgullosa de lo que has logrado.
Cuando lo contemplé esta vez, el corazón me latió desbocado y me llevé una mano al pecho inconscientemente.
- Nunca nadie me había dicho que debería estar orgullosa.
- Entonces hay mucha gente ciega en este mundo.
Sonreí, una vez más rechazando el llanto que pujaba desde mi interior. Él se puso de pie y me tendió una mano.
- ¿Qué dices si regresamos? Me muero de hambre.
Me puse de pie, mi mano rozando la suya hasta que me soltó para comenzar a caminar.
Regresamos callados, pero cómodos el uno con el otro. Mi cabeza hervía más que antes, si eso era posible, pero ahora eran las palabras de Tim las que se repetían una y otra vez. Era como si, por primera vez en muchos años, todo empezara a cobrar sentido.
En la casa, todas las luces estaban prendidas y parecía un faro guiándonos a la distancia. No había música en esta ocasión. Era como si todo respetara el silencio en que estábamos sumidos.
Tim abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarme entrar primero.
- ¡Ah, ahí están!- Exclamó la casera al vernos y nos sonrió ampliamente. Era una mujer bajita, de cabello castaño recogido de forma tirante, regordeta y con un delantal rojo atado a la cintura. Cada vez que hablaba, a pesar de su excelente inglés, no podía dejar de sonar francesa hasta la médula.- Hice algo de cenar, si tienen hambre.
- Nos leyó el pensamiento.- Contestó Tim, quitándose el buzo que allí dentro era innecesario.
- Bien, bien. ¿Por qué no pasan a la sala un momento y les serviré algo enseguida? Tendré todo más que listo en diez minutos.
Agradeciendo, nos encaminamos a la sala, un sitio realmente acogedor, con piso de madera y una araña antigua colgando en el techo. Prácticamente, la única pieza valiosa, ya que todo era hermosísimo, pero sencillo. Excepto quizás también por el piano de madera tallada que estaba junto a la chimenea apagada.
- Wow, esto debe de costar una fortuna, es una verdadera reliquia.- Dijo Tim, maravillado, acercándose al instrumento mientras yo me arrebujaba en el sillón más cercano. Pasó la mano sobre la superficie, admirándolo.- Es simplemente fantástico.
- ¿Le gusta el piano, monsieur Rice-Oxley?- Preguntó la mujer, que pasaba cargando unos platos y unas copas para preparar la mesa en el comedor.- Es una herencia familiar. Data casi de la época de la revolución.
- Es increíble…- Se sentó en el taburete y observó el teclado. Luego la miró, ansioso.- ¿Le importaría si…?
- Oh, no, adelante. No ha sido tocado en bastante tiempo, el talento musical se saltó una generación conmigo.- Nos dedicó una sonrisa afable, al tiempo que se alejaba.
Tim acarició las teclas y tuve la sensación de que se encontraba de pronto perdido en su propio mundo. Enseguida comenzó a tocar, arrancándole una melodía asombrosamente buena que parecía latir dentro de la sala. Lo contemplé absorta. Era evidente que aquello despertaba una verdadera pasión en él: tocaba con los ojos cerrados, frunciendo el ceño y apretando los labios en ciertas partes de la canción.
Era lento y melancólico pero tan intenso que me hacía temblar. Tim tenía un talento que jamás había percibido en nadie y no podía dejar de mirarlo, deseosa de sentir lo mismo que él al menos un instante, por imposible que fuera.
Cuando llegó al final se inclinó sobre el teclado de tal manera que su frente casi rozaba las teclas. Abrió los ojos lentamente y me miró de reojo. Le dediqué una enorme sonrisa.
- Dios mío, jamás había oído algo como eso.- Musité incrédula. Tan sólo observándolo después de aquello, no podía imaginar a Tim siendo abogado, médico, bombero o cualquier otra cosa en el mundo. Era evidente que su lugar era el piano.- Eres músico, ¿no es así?
Sonriendo, asintió.
- Eres simplemente un genio.
Sonrojado, se encogió de hombros.
- No es para tanto, pero gracias.
- ¿Qué no es para tanto? Yo no podría hacer algo así ni en un millón de años.- Exclamé riendo.
La casera nos distrajo con una seña para indicarnos que la cena estaba lista. Nos levantamos al mismo tiempo.
- ¿Y esa canción tiene letra?- Pregunté enseguida, antes de que se apartara del piano.- ¿Puedo oírla?
- Oh, no. Vamos a cenar.- Dijo riendo y conduciéndome fuera de la sala a toda prisa.- Te lo aseguro Mae, no quieres oírme cantar.
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