La monotonía de los días no parecía tan terrible cuando Tim trabajaba sin parar. Día y noche, cualquiera que lo buscara lo encontraba o bien sentado componiendo o tocando el piano o rasgando un par de acordes en alguna guitarra. Era como si jamás se detuviera y ese era, en realidad, su propósito: no detenerse hasta que el dolor y los remordimientos desaparecieran por completo de su sistema.
Al caminar por la calle todos los días no hacía más que pensar en Jayne. Por todos los rincones de Londres seguía viendo vestigios de su matrimonio, lugares donde habían estado juntos o cosas que a ella le gustaban salpicando los escaparates de Picadilly Circus.
Al acostarse en su cama todas las noches no hacía más que pensar en Mae. Era como un interruptor dentro de su cabeza, que encendía los recuerdos tan pronto como se sumía en el silencio de la madrugada. Se sentía terriblemente por haberla tratado así y en una ocasión hasta se planteó la manera de localizarla o enviarle una carta para disculparse… ¿pero de qué podía servir? Tenía que dejarla seguir con su vida.
A veces cerraba los ojos y se imaginaba que estaba de nuevo en La Trinité-sûr-Mer, nadando despreocupadamente en el océano, viendo a Cherry corretear de un lado a otro y sintiendo el roce de la piel de Mae bajo el agua…
Y entonces sacudía la cabeza y se decía que estaba loco y volvía a pensar en Jayne, como si el dolor de su ex esposa fuera más soportable que la culpa que Mae le hacía sentir.
Se dio cuenta que su escape a Francia había sido una verdadera estupidez, porque ahora tenía dos problemas en lugar de uno. Se sentía reducido a nada: cuando se veía en el espejo a duras penas lograba reconocerse. Jayne lo estaba consumiendo con su ausencia.
- ¡Hey! ¿Estás sordo o qué?- Escuchó de repente y, saliendo de su ensimismamiento, se volvió para mirar a Tom, que movía los brazos de un lado a otro para llamarle la atención.
- ¿Perdón?- Susurró, desganado.
- Dijiste que querías enseñarnos una nueva canción y de repente te quedaste como anulado.- Explicó Richard, mirándolo ceñudo desde su posición detrás de la batería. Tim no recordaba haberle dicho semejante cosa y, de hecho, ni siquiera recordaba haber ido al estudio que Tom tenía en su casa tampoco. Definitivamente, estaba volviéndose loco.- ¿Estás bien?- Agregó, más que preocupado.
Se limitó a asentir, pensativo. No quería que Tom y Richard estuvieran aún más pendientes de él de lo que ya estaban. Supuso que no tenía nada de raro: siempre se habían cuidado los unos a los otros y, en ese momento, ellos estaban aplicando esa regla con él. Estaba hecho un estropajo, como había dicho Mae.
Sonrió brevemente al recordarla otra vez y el ceño de sus amigos se frunció aún más. Carraspeó y recobró la compostura, tratando de recordar qué canción era la que quería mostrarles.
Empezó a tocar y a canturrear distraídamente, inventando algo sobre la marcha para que no sospecharan de su locura y poder salir del paso.
Sin embargo, fracasó. Tom lo interrumpió a la mitad de la canción, con una expresión extraña en el rostro.
- Eh… ¿Tim?- Murmuró, algo incómodo.- Estás… estás parloteando en francés.
Richard dio un paso al frente.
- Peor que eso: estás parloteando en francés… sobre Jayne.- La preocupación de Rich iba visiblemente en aumento.
Tim mandó al demonio todos sus intentos por ser disimulado, se puso de pie de golpe y abandonó la habitación, mientras sus amigos lo miraban desconcertados y ya sin saber qué hacer con él.
Las paredes del departamento parecían cerrarse sobre él, estaba ahogándose. Si no podía trabajar, ¿qué haría? Era lo único que le había ayudado en el pasado cuando tenía un problema… pero ahora no encontraba una escapatoria.
Tim se levantó del sillón y se puso a dar vueltas por la sala. Se estaba volviendo loco. Tenía que hacer algo lo antes posible…
Fue a la cocina y buscó una botella de agua. Su refrigerador estaba bastante vacío: hacía días que no iba de compras y a veces se olvidaba de comer, sumido en los grises pensamientos que lo agobiaban día y noche. No le había importado demasiado, pero ahora le alegraba tener algo que hacer. Tomó las llaves de su auto y salió del apartamento, camino al ascensor.
Condujo al supermercado en silencio. Ni siquiera se molestó en encender la radio. Todas las canciones que oía lo fastidiaban de algún modo y le recordaban todo lo que quería dejar atrás. Aparcó con cierta brusquedad al llegar y se apeó del auto desganadamente. La alegría y el color de la rutina de la gente a su alrededor estaba empezando a molestarlo y deseó regresar a su apartamento y a sus paredes asfixiantes.
Tomó un carrito y empezó a empujarlo entre las góndolas. Distraídamente, fue tirándole cosas dentro, sin estar seguro de si se trataba de algo que necesitara o no. Suspirando y hundiéndose en uno de sus muy particulares malhumores, se rascó la barbilla. Hacía varios días que no se afeitaba y empezaba a parecer un vagabundo. Se encaminó a la sección de artículos de tocador para buscar una espuma de afeitar y algunas otras porquerías para el baño.
Eligió un jabón para la ducha y se puso a analizar qué diferencia había entre la espuma de afeitar con frasco verde y la de frasco rojo, cuando oyó una voz detrás de él.
- ¿Tim?
Se quedó paralizado unos segundos antes de animarse a volverse. Había reconocido esa voz. La había escuchado durante muchísimos años en su vida. La había oído diciendo “sí, quiero” y “te amo” innumerables veces. La había oído rogándole más y más en las largas noches de pasión y sábanas arrugadas…
La miró como si no la conociera, pero estaba exactamente igual que la última vez que la había visto. La única diferencia era que el anillo que llevaba en su dedo ya no la hacía pertenecer a él. Era de alguien más.
Se observaron uno al otro sin decir nada unos segundos. Él se sentía como anulado, ella lo miraba preocupada. Estaba muy cambiado, y no para bien. Estaba un poco más delgado y bastante deteriorado. Era obvio que se había descuidado a si mismo.
- ¿Cómo estás?- Le preguntó, suavemente. La expresión de Tim no le decía nada.
Tim detuvo sus ojos azules y apagados unos instantes en las manos de Jayne. Llevaba un desodorante de hombre, que acababa de tomar de la góndola un poco más allá. El carrito de Jayne la esperaba a unos metros y rebozaba de cosas que no solía comprar cuando vivía con Tim. Lo primero que vio fue una pizza congelada. Jayne odiaba las pizzas congeladas. Siempre despotricaba cuando Tim llegaba con una del supermercado.
- Estoy bien.- Dijo al fin, en un tono algo sombrío.
Suspirando, Jayne negó con la cabeza.
- No lo pareces. Has perdido peso…- Dio un paso hacia él, con cierto temor, como si no supiera si podía hacerlo realmente.
- He estado ocupado.- Repuso, encogiéndose de hombros. Se volvió hacia su propio carrito y arrojó la espuma de afeitar dentro.
Jayne trató de sonreír.
- Vi el concierto de Nottingham el otro día, en la televisión. Estuvieron muy bien.- Comentó, como si quisiera hacerlo sentir más cómodo.
Tim tuvo ganas de bufar. Sabía que lo decía por compromiso. El concierto a beneficio de Nottingham no había ido tan bien como él hubiese querido. Sus manos no le habían respondido muy bien cuando quería dirigirlas por el teclado y más de una vez se había equivocado con los tiempos.
- Gracias.- Musitó de todos modos. Se volvió a mirarla nuevamente… ella sí que se veía bien. Mucho mejor que nunca, de hecho. Jayne había seguido con su vida.- ¿Cómo estás tú?
La sonrisa se tornó auténtica.
- Muy bien. Estoy bien, Tim.
La miró a los ojos. Algo muy extraño estaba pasando en su interior. Conocía a la perfección a esa mujer parada frente a él, pero de pronto se le antojaba tan ajena que casi quería preguntarle si era realmente la Jayne con la que había estado casado.
Frunció el ceño. Había algo más…
- Tim...- El tono de voz de Jayne se volvió apresurado.- Lamento mucho todo, y lo sabes, ¿verdad? No quise causarte dolor.
Dolor… era eso. Dolor. ¿Por qué tenerla en frente no le causaba ese dolor tan insoportable que no lo dejaba respirar? Levantó la mirada hacia ella. ¿Por qué cuando la miraba no se rompía en mil pedazos? ¿Por qué no sentía nada?
- Lo sé.- Susurró, desconcertado.
- Ojalá algún día puedas perdonarme.- Contestó ella, apenada. Al ver que él no decía nada, se sintió incómoda.- Richard… Richard me dijo que te fuiste de vacaciones a Francia.
Asintió, perdido en sus pensamientos.
- Sí, fue sólo un fin de semana, en La Trinité-sûr-Mer.- Explicó, y de pronto la imagen de Mae riendo descontroladamente entre sus brazos mientras él la llevaba hacia el mar para arrojarla entre las olas lo embargó por completo.
Y el dolor regresó.
¿Cómo había podido ser tan estúpido? Ahora veía todo con tanta claridad que tenía ganas de golpearse la cabeza contra la pared. En algún punto, Mae lo había ayudado a borrar el dolor que sintiera por Jayne, pero al dejarla había creado uno nuevo. Y él no se había dado cuenta, porque pensaba que seguía sintiéndose mal por haber perdido a su esposa…
Definitivamente, era un imbécil. Estaba enamorado de Mae.
- ¿Tim? ¿Te sucede algo? Te pusiste pálido…- Jayne le puso la mano en el brazo para llamar su atención. Tim la miró fijamente, pero sin sentir nada.
- Sólo… me di cuenta de algo.- Farfulló. ¿Qué iba a hacer ahora? La había perdido…
- ¿De qué?- Preguntó, intrigada.
La sonrisa de Tim fue increíblemente triste.
- De que compliqué lo más simple del mundo por negarme a dejarte ir.- Respondió. Jayne lo observó con pena.
- Tim…
- No, está bien. Ahora lo entiendo todo.- Levantó la mano y le acarició la mejilla. Era un contacto familiar, pero ya no le producía el cosquilleo de excitación en el estómago…- Me alegro de que estés bien, Jayne.
Sin decir nada más, se volvió y caminó hacia la salida, olvidándose de su carrito y olvidándose de su ex esposa, pero recordando tanto a Mae que parecía que todos sus sentidos se habían complotado para torturarlo.
- Bueno…- Susurró Tim, dejando a un lado su copa de vino. Tom apartó la mirada de su plato para observarlo. Tanto él como Richard estaban expectantes de oírlo decir algo que les sirviera para ayudarlo.- Les alegrará saber que al fin solucioné mi problema con Jayne…
Con un pequeño estruendo, Tom dejó caer su tenedor en el plato y algo de salsa que bañaba sus fetuccinis voló directo a su remera amarilla.
- ¿Estás seguro?- Le preguntó Richard, al tiempo que le alcanzaba a Tom una servilleta para que se limpiara.
- Me encontré con ella en el supermercado el otro día. No sentí nada.- Contestó entre suspiros. Se sentía tan abatido que ni siquiera lograba pasar la comida.
- Pero…- Tom puso un fideo que se le había caído en las piernas de regreso en el plato.- ¡Pero te ves tan miserable como siempre!
Richard le dedicó una mirada asesina.
- ¿Qué te dijo? ¿Hablaste de algo con ella?- Quiso saber, frunciendo el ceño.
- Estaba comprando un desodorante para su nuevo esposo.- Explicó Tim, desviando los ojos azules hacia uno de los cuadros que Richard tenía colgado en la pared del comedor.- Y estaba feliz…
- ¿Jayne te vio? ¿O sólo tú la viste?- Dijo Tom.
- Ella me vio primero. Hablamos unos minutos, pero… no sé. Cuando la toqué, no sentí lo que creí que sentiría.
- No la habrás besado, ¿o sí?- Richard entrecerró los ojos, con sospecha.
- Claro que no.- Respondió Tim. Ni siquiera se le había cruzado por la cabeza. Eso era un síntoma indiscutible del olvido.- Simplemente me di cuenta que no es lo mismo…
Las sonrisas de sus amigos fueron de puro alivio. Pero el brillo seguía sin aparecer en la mirada de Tim. Las sonrisas se desvanecieron casi tan rápido como habían aparecido.
- ¿Qué te sucede? Olvidar a Jayne es lo mejor que podía pasarte, Tim.- Richard se inclinó sobre la mesa para hablarle.- Era hora de que te dieras cuenta que no te queda más que seguir con tu vida.
Se puso de pie, pasándose la mano por el cuello y caminó hasta la ventana. Observó la noche estrellada recordando las maravillosas madrugadas francesas con Mae.
- Cometí un terrible error.- Fue todo lo que dijo.
- ¿A qué te refieres?- Tom lo siguió, confundido.
Tim apoyó la frente contra el vidrio y deseó poder abrazarla.
- La dejé atrás pensando que todo esto se trataba de Jayne, pero ahora…- Las palabras se extinguieron. Estaba tan molesto consigo mismo que tenía ganas de darse un puñetazo.
- ¿De que estás hablando?- Richard también se puso de pie, sin entender.
- Nada.- Ya no sentía ganas de hablar. No podía reparar sus errores. No tenía sentido.
Tras unos segundos de silencio, Tom lanzó una exclamación.
- ¡Ya sé! ¡Es ella! ¿Verdad? La chica que conociste en Francia. Es por ella por quien pareces un trapo de piso que fue usado para limpiar un baño público.- Lo señaló con un dedo acusador.
- Gracias por ese apelativo tan agradable, Tom.- Murmuró, volviéndose a mirar a sus amigos.- Y sí, tienes razón. Es por Mae. Me di cuenta que no debí haberla dejado como la dejé. Fui un idiota y ahora pagaré por eso porque no sólo no sé como encontrarla, sino que también estoy seguro de que no quiere verme.
- No seas ridículo.- Espetó Richard.- No puedes darte por vencido antes de intentarlo.
- Rich, la dejé llorando y ni siquiera miré atrás. Ni siquiera me inmuté cuando me dijo que me amaba.- Dijo, secamente.
- ¿Te dijo que te amaba?- Repitió Tom.- Entonces sí que eres un idiota. ¿Qué haces aquí lamentándote? Ve por ella.
- No. No puedo. Seguramente Mae siguió con su vida. Nunca había tratado a nadie como la traté a ella. Me siento horrible.
- Más razón aún para que te muevas.- Lo regañó Richard, severo.- Tienes que disculparte con ella.
- ¿Y cómo se supone que haré eso? ¿Golpearé todas las puertas que haya en Nueva York hasta que sea Mae la que me abra?- Frustrado, se dejó caer en un sillón.
- Sí, eso es precisamente lo que vas a hacer.- Richard fue hacia el vestíbulo y, cuando regresó, le arrojó a Tim su abrigo.- Si te importa lo suficiente, harás lo que debes.
Tim miró a sus amigos. Los dos lucían increíblemente decididos, pero él ya había perdido todas las esperanzas. Sabía que Mae estaba por ahí, en alguna parte, pero también sabía que le había roto el corazón y que, aunque lograra encontrarla, no merecía su perdón.
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