Tom no había entendido nunca aquellos personajes infantiles que los niños parecían disfrutar tanto. Como ese Barney. ¿Qué demonios sucedía con ese dinosaurio gigante de color púrpura que hablaba de manera afeminada? De sólo pensar en esa cosa se sentía aterrado. ¿Barney es un dinosaurio que vive en nuestra mente? ¿Quién diablos había escrito una canción así? ¿Una compañía farmacéutica para niños?
Aparentemente, Lena amaba a ese bicharraco raro y violáceo. Durante el trayecto a Londres el lunes siguiente, se sentó en el asiento de atrás con Coco y Roxley y se puso a canturrear sin parar una por una todas las canciones. Todas. Se las sabía todas.
Había algo que lo perturbaba en las porquerías que los niños miraban en televisión en esos días. Esos Telebubbis se le hacían de lo más horripilantes y cambiando los canales un día de aburrimiento en su casa se había encontrado con un programa en que dos bananas vestidas con un traje a rayas caminaban por la playa con unos osos. Bananas con voces extrañas.
Al menos pensar en bananas degeneradas y dinosaurios transexuales lo distraían un poco. Estaba muy tenso por tener que hacerse la prueba de paternidad, pero al menos eso lo eximiría de todas las dudas. Sólo así iba a poder tomar una decisión más acertada.
Lena estaba muy entusiasmada con el viaje hasta Londres. Nunca había ido allí y Tom no le había dado demasiadas explicaciones respecto a la razón por la que iban a ir, aunque sí planeaba llevarla a comer algo por ahí y quizás a dar un paseo. Exponer a la niña a un análisis de sangre lo hacía sentir un poco incómodo.
- Tengo hambre…- Se quejó la pequeña después de un rato.- ¿Podemos desayunar?
Le había costado mucho mantenerla en ayunas para el análisis, pero le había prometido llevarla a comer unos waffles con chispas de chocolate cuando llegaran a la ciudad.
- Claro que sí. Cuando lleguemos iremos a desayunar.- Respondió, deseando internamente que Lena no siguiera cantando.- Primero tenemos que pasar por otra parte y luego podemos comer.
- ¿A dónde vamos?- Quiso saber con curiosidad.
- Vamos a ir a ver a un doctor.
- ¿Por qué? ¿Estás enfermo?
- No.
- Mami me lleva al doctor sólo cuando estoy enferma.
- Eso está mal. Debe llevarte con regularidad para ver que estés bien.- Su madre lo había llevado al médico mil veces de pequeño, aún cuando no tenía nada.
- Mami dice que es muy costoso.- Replicó ella.
- Por eso voy a llevarte yo esta vez.- La miró por el espejo retrovisor. Lena estaba muy interesada en el paisaje del otro lado de la ventana. Tenía ganas de hacerle preguntas sobre su vida con Maggie, pero no estaba seguro cómo.- ¿Así que nunca has ido a Londres?
- No.
- ¿Por qué no?- Insistió, para ver qué le decía.
- Porque mami siempre está trabajando y no podemos salir mucho.- Explicó con el ceño fruncido.- No la veo mucho tampoco. Siempre me quedo en casa de la señora Cole, pero no me gusta. Su casa huele raro.
- ¿Es tu niñera?
- ¿Qué es una niñera?
- Es una señora que te cuida cuando tu mamá no puede hacerlo.
- Entonces, sí.
Tom disminuyó la velocidad para dar una curva y luego regresó su atención a Lena. Abrió la boca para preguntarle de qué trabajaba su madre, para ver si podía llegar a ubicarla de algún modo, pero la niña fue más rápida.
- ¿Cuándo voy a ver a mami de nuevo?- Preguntó con tristeza.
Tom suspiró. No sabía qué responderle. ¿Y si Maggie no planeaba regresar? ¿Y si le decía a la niña que volvería pronto y demoraba mucho? No quería partirle el corazón.
En ese instante, todo su miedo y su confusión desaparecieron para dejarle paso a la indignación. Maggie no tenía derecho a hacerle eso a Lena, fuera o no su madre. Desilusionarla de ese modo, abandonarla, no decirle cuándo regresaría por ella… era muy duro para una niña de cuatro años. Necesitaba a su mamá.
- No lo sé, pequeña.- Le dijo al fin, suavemente. Los ojos de la Lena perdieron un poco de brillo. Apartó el rostro hasta que Tom ya no pudo verla por el espejo. Sintió que el mundo se le venía abajo al verla tan abatida.- ¿Cómo era esa canción que estabas cantando hace un rato? ¿La del dinosaurio violeta?
Un minuto más tarde, Tom se encontraba cantando a voces esa porquería que tanto odiaba.
Conocía a la perfección esa horrible sensación de no poder moverse. Sabía como nadie lo doloroso que podía ser querer al menos levantar un brazo. Maggie estaba familiarizada con las consecuencias de las golpizas.
Luego de que Jake la dejara inconsciente en el suelo, habían pasado unos cuantos minutos. Había vuelto en sí totalmente aturdida y a duras penas había logrado ponerse en pie y salir de allí antes de que el desgraciado regresase. Sólo había atinado a agarrar la maleta que había quedado a medio abrir en el suelo, la había cerrado y la había arrastrado hasta la parada del autobús. Y esa había sido la última vez que viera ese mugroso sitio que nunca había llamado hogar.
Llegó al departamento de Eastbourne cerca de la medianoche y prácticamente se desmayó en la desvencijada cama, sin poder hacer mucho más que el esfuerzo que había conllevado llegar hasta allí. Se durmió mientras las magulladuras iban tornándose oscuras y más visibles en su rostro y el resto de su cuerpo.
No había logrado ir a trabajar a la mañana siguiente. Ni siquiera pudo ir a telefonear para avisar que estaba enferma y tendría que faltar. Todo lo que hizo fue quedarse en la cama llorando: sus intenciones habían sido ir por Lena ese mismo día, pero no podía dejar que su hija la viera así. Se asustaría demasiado y, además, debería darle explicaciones a Tom luciendo como la mismísima personificación de la miseria.
Para el lunes no se sentía mucho mejor y su aspecto parecía ir empeorando. No lograba hacer nada más que pensar en Lena y durante unos instantes realmente oscuros se aferró al recuerdo de su pequeña para no dejar que el dolor y las heridas la vencieran. No podía abandonarla del todo. Nunca podría perdonarse el haberla dejado en casa de Tom de aquel modo. Tenía que ponerse bien para compensárselo. Con una vida nueva y mejor.
Cuando se recuperara lo suficiente, iría por ella y ya nada podría arruinarles la felicidad que las esperaba al final del camino.
No tardaron mucho más en llegar a Londres. Lena se quedó absorta mirando a su alrededor: los enormes edificios, la gente que iba y venía, el intenso tráfico de comienzos de semana. Todo le parecía fascinante y gigante. Señalaba para todas partes, como si esperara que Tom también se maravillara, pero él sólo podía sonreír: se dio cuenta que con algo tan insignificante como aquello estaba haciéndola un poco más feliz.
Condujo con calma hacia la clínica en la que había hecho una cita ese fin de semana, por medio del hermano de Tim que trabajaba allí. Buscó un lugar donde aparcar, lo que le llevó bastante tiempo teniendo en cuenta lo ajetreado de las mañanas londinenses y luego ayudó a Lena a desbrocharse el cinturón y bajar del auto.
Tomados de la mano entraron al frío recinto de la recepción. Tom pidió indicaciones y caminó junto a Lena por un largo pasillo hasta que encontró el consultorio de los análisis. Se sentó con ella en un asiento libre y vio que la pequeña tenía el ceño fruncido.
- ¿Tenemos que esperar mucho?- Preguntó, abrazando a Coco contra su pecho.
Antes de que pudiera responder, una mujer se asomaba por la puerta frente a él.
- Chaplin, Thomas Oliver.- Llamó y él se alegró de haber llegado a tiempo. Levantó a Lena en brazos y se dirigió hacia esa puerta. La mujer le tendió la mano a modo de saludo.- Buenos días.
- Buenos días.- Respondió. Por indicación de la mujer, se sentaron sobre una camilla, Lena tan pegada a él que era evidente que la situación no le gustaba mucho.
La enfermera leyó el expediente y buscó dos jeringas nuevas en un cajón. Lena se exaltó.
- ¡No quiero inyecciones!- Exclamó, casi trepándose encima de Tom.
- No te preocupes, Lena, sólo es un pinchacito.- Le aseguró, aunque ahora que la veía, la jeringa le parecía un poco bastante grande.- Sólo es un minuto.
- ¡No quiero!- Los ojitos se le llenaron de lágrimas.
- Tranquila, nena.- Intervino la mujer, tratando de sonar dulce.- No te va a doler.
Pero Lena estaba muy asustada y no quería escuchar a la loca que se le acercaba con una aguja en la mano. Se escondió detrás de la espalda de Tom.
- Tal vez sería mejor que lo hiciera usted primero, señor Chaplin, para que vea que no hay nada de qué temer.- Le dijo y a Tom le pareció razonable.
Se remangó la camisa escocesa en tonos de azul que llevaba puesta y con el brazo libre, le tomó la mano a Lena.
- Mira, no pasa nada.- Le aseguró, dulcemente.
- ¿Te duele?- Quiso saber ella, sollozando.
- Claro que no.- Le sonrió para darle confianza, aunque empezaba a sentirse un poco mareado.
- El doctor al que me lleva mami no me hace esto.
- Eso es porque éste es un examen distinto, Lena.
La enfermera le puso un algodón a Tom en el brazo y él se arregló la camisa.
- ¿Ves? No ha sido nada.- Se sentía absurdamente flojo, pero no quería perder el conocimiento frente a su hija.
- ¿No pueden hacerle eso a Coco en vez de a mí?- Pidió temerosa.
Tom levantó la mirada hacia la mujer que empezaba a impacientarse. Todavía se le acumulaban los pacientes en la sala de espera.
- ¿Le importaría sacarle sangre al conejo, por favor?- Farfulló, tendiéndole el maltrecho muñeco de felpa.- Así Lena se dará cuenta que no es nada.
- Está pálido, señor Chaplin.
- Sí, así que hágalo rápido, por favor.
La mujer tomó el conejito con calma y simuló hacer lo mismo que había hecho con Tom. Luego le puso una bandita en el brazo y se acercó a Lena.
- No pasa nada, nena, dame tu bracito.- Era evidente que si Lena no cooperaba pensaba hacerlo por las malas.
La niña se sentó en el regazo de Tom y escondió la cara en su pecho mientras estiraba uno de los brazos hacia ella. Apretó bien los ojos unos segundos.
- Listo.
Se despegó de él para espiar y desplegó una sonrisa enorme.
- ¡No me dolió nada!- Masculló alegremente.
- Por supuesto que no.- Tom la levantó en brazos y le agradeció a la mujer. Salió del consultorio algo tambaleante y se detuvo frente a una máquina de café. Necesitaba algo con mucha azúcar antes de desplomarse en el suelo.
Puso unas monedas y dejó que cayera todo el líquido caliente y artificial en la taza plástica. Bebió casi todo de un golpe mientras Lena lo observaba inmutable.
Antes de salir, pasó por el mostrador de información para preguntar cuándo podría tener listos los resultados. Se sentía increíblemente nervioso mientras la chica de atención de pacientes chequeaba las demoras en la entrega de estudios.
- Éste tipo de análisis toman de tres a cinco semanas, señor Chaplin, dependiendo de si hay que repetir o no las pruebas. Podemos enviárselo a domicilio cuando esté listo, para que no tenga que venir desde East Sussex.
Tom le agradeció a la chica, pensando que tres a cinco semanas era una eternidad, y salió con Lena a la fría mañana. La subió al auto de inmediato y se dispuso a manejar en busca de esos waffles.
Lena escogió una mesa junto a la ventana cuando entraron en la gran cafetería de estilo belga sobre Great Russel Street, en Bloomsbury. Tom se preguntó si a él le habían sacado más cantidad de sangre por ser mayor: la niña no parecía haber perdido nada de energías y él parecía necesitar que le recargaran las baterías.
La observó comer desde el otro lado de la mesa con una sonrisa en el rostro. Lena se llenó las mejillas de jarabe y chocolate, pero se la veía muy animada. Él le pasó una servilleta y la ayudó a limpiarse un poco, pero lo cierto era que parecía divertirse tanto con todo aquel lío que simplemente la dejó que hiciera lo que quisiera.
Cuando tuvieron el estómago lleno y las fuerzas repuestas, bajaron caminando por Museum Street, admirando las fantásticas librerías de la zona. Lena se sentó en la sección infantil y se puso a hojear un libro de cuentos con fascinación.
- ¿Te gusta?- Le preguntó él, sentándose a su lado en un extraño sillón con forma de oso panda.
- Sí, me gustan los dibujos.- Pasó las manos por las páginas.- Nunca tuve uno de estos.
- ¿Nunca tuviste un libro de cuentos?- Tom parecía asombrado. ¿Qué niño no tenía al menos uno? Miró al pobre y desvencijado Coco. ¿Por qué se asombraba tanto?
- No sé leer aún…- Dijo ella, encogiéndose de hombros, como si con eso quedara saldado el asunto.
- No importa. ¿Te gusta ése?- Lena asintió.- ¿Y esos que estabas mirando hace un rato?
- Están bonitos.
- Bueno.- Tom tomó la pequeña pila de libros en un brazo y la mano de Lena del otro lado y se dirigió a la caja. Salieron de allí con dos bolsas llenas de libros y la sonrisa de la niña era impagable.
- ¿De verdad son míos?
- Por supuesto que son tuyos. Esta noche podemos leer uno, ¿qué dices?- Trató de no recordar la prueba de paternidad que se habían hecho apenas una o dos horas antes. Se le hacía un nudo en el estómago.
Regresaron al auto andando lentamente y mirando todo alrededor. Fueron al mismísimo centro de la ciudad y llevó a Lena a caminar por Picadilly Circus. Lena se paraba a mirar escaparates, tiendas, casas, edificios y limusinas totalmente maravillada. No eran cosas que se veían muy comúnmente allá en el sur, y de seguro mucho menos en la zona en la que ella estaba acostumbrada a vivir.
Se detuvieron a almorzar algo por Covent Garden y continuaron el recorrido. Tom se metió en Harrod’s con una Lena que no lo soltaba por miedo a perderse en la multitud y compró un abrigo como la gente para la niña, para que ya no tuviera que estar poniéndose el buzo azul de él o ese gastado saco gris. Ella se entretuvo jugando en los probadores, probándose cosas un rato y haciéndolo reír con sus intentos de parecer una modelo. Cuando salieron de allí, Tom cargaba algunas bolsas más, que dejó enseguida en el auto para poder seguir paseando por ahí sin impedimentos.
Eran más de las cuatro de la tarde y estaban caminando por un agradable parque, disfrutando del casi imperceptible sol. Habían pasado casi todo el día de un sitio a otro y Tom se sentía bien de haber llevado a Lena a Londres. En realidad, no recordó que la había llevado allí con la intención de saber si era o no su hija. Simplemente se concentró en lo agradable que había sido verla divertirse tanto.
- ¿Papi?- Murmuró, tirándole de la manga y haciendo que Tom la mirara fugazmente, sorprendido.- Estoy cansada.
El corazón de Tom había empezado a latir desbocado. Lena se veía verdaderamente cansada y arrastraba los pies. La levantó en brazos y la estrechó con fuerza, mientras se dirigía con calma al lugar donde había dejado aparcado el auto.
Tenía la sensación de que debía decirle algo, pero no sabía exactamente qué y prefirió callar. Una sensación muy extraña y cálida le corría por dentro al mismo tiempo que Lena iba quedándose lentamente dormida con la cabeza apoyada sobre su hombro.
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4 comentarios:
ooh, creo es la primera evz que le dice papi?
ooOUUuuh:D
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
me encanto cuando le dijo papi, fue como que el se emociono u.u
xD!!!!!!!!!!
La primera vez que comento yegua, porque siempre leia a las corridas gracias a mi poco tiempo...¬¬
Me encanto este fic me cacho...^^
Es hermoso el último capitulo. De más esta decir que adore al compadre en el...xD!
Muchos cariños...^^
papi *.* dioooooos, hasta a mi se me estrujó el corazón al leer eso... Morí del amor u.u
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