Lena fue la primera en despertar. Somnolienta, se sentó en la cama y contempló a su madre con una sonrisa de la más pura dicha. Se bajó lentamente y arrastró sus medias hasta la habitación de Tom, con Coco colgando de su mano por una oreja.
Ya eran casi las cinco de la tarde, pero él seguía durmiendo profundamente. Toda la tensión por lo sucedido lo había dejado exhausto y cuando Lena le tiró de la manga de su pijama para llamar su atención, aún sentía que con un par de horas más de sueño podría ser más feliz.
Abrió un ojo, algo perezoso y espió a la niña.
- ¿Qué pasa, Lena?- Murmuró, con la boca pegada a la almohada.
- Tengo hambre, papi.- Le dijo, trepándose a la cama junto a él.- ¿Podemos desayunar?
Tom se desperezó un poco, se sentó contra el respaldo y le echó un vistazo al reloj.
- Vaya, es tarde.- Miró a Lena, que se estaba metiendo bajo las mantas.- ¿Pretendes que te traiga el desayuno a la cama?
- Sería divertido.- Le sonrió radiante.
Durante unos segundos, Tom se quedó contemplando a la niña absorto, mientras por su cabeza desfilaban todos los momentos de incertidumbre y temor que había vivido. La abrazó con fuerza, sin poder resistirlo más.
- ¿Tienes idea de lo asustado que estuve ayer? No vuelvas a irte así, Lena, nunca más.- Farfulló, apretándola contra su pecho y dándole un beso en el suave cabello castaño.- ¿Oíste? Nunca más.
La pequeña empezó a agitar sus bracitos.
- No puedo respirar, papi…
- Oh.- La soltó de inmediato.- Lo siento.
En cambio, Lena, se subió a su regazo y se recostó tiernamente sobre él.
- No me voy a ir otra vez, papi, lo prometo.- Susurró, pinchándole la mejilla con un dedito.- Te quiero mucho.
Tom sintió el nudo que se iba formando en alguna parte de su garganta. Asintió: se había quedado repentinamente mudo.
- Mami está aquí.- Dijo Lena, desbordando alegría.
Tom se acomodó contra las almohadas.
- Lo sé. Ha venido por ti.- Lena se recostó a su lado.- ¿Sigue durmiendo?
- Sí.- Puso a Coco entre los dos.- Nunca la vi dormir tanto.
- Debe estar cansada.- Repuso él, pensativo. Seguramente, con dos empleos no tendría mucho tiempo de descansar.- Dejémosla dormir. Prepararemos algo de comer y le guardaremos un poco para cuando despierte. ¿Qué dices?
- ¿Qué vamos a comer?- Preguntó ella.
- Mm… quiero comer… papas fritas y…
- Nunca comí papas fritas de desayuno.
- Y yo no recuerdo haber desayunado a las cinco de la tarde, así que… creo que hoy vamos a hacer cosas muy anormales.- Empezó a hacerle cosquillas, hasta que Lena parecía sofocada de la risa.- Papas fritas, entonces.
- Y helado.- Agregó ella, poniéndose de pie y comenzando a saltar en la cama.
- ¿Helado? ¿Estás segura? Hace un poco de frío.- Levantándose de la cama, la atajó en el aire y se encaminó con Lena hacia la cocina.
- Podemos ponerlo en el microondas.- Dijo ella, encogiéndose de hombros, como si fuera algo de lo más obvio.
La cocina pronto empezó a parecer un indicio de que se acercaba la tercera guerra mundial. Yendo y viniendo, iban preparando todo lo que se les ocurría que tenían ganas de comer. Y mientras Lena se llenaba la carita de harina, pero sin perder la sonrisa, al insistir en preparar galletas para las que ninguno de los dos tenía la receta, Tom se dio cuenta de que se sentía feliz. Inmensamente feliz.
Tom y Lena estaban en pijama, jugando a los videojuegos, sentados en la alfombra junto a la chimenea cuando Maggie despertó, algo sobresaltada. Del piso de abajo le llegaban risas y exclamaciones amortiguadas y un ligero olor a galletas quemadas. Se frotó los ojos y miró su viejo reloj pulsera: ya habían pasado las ocho de la noche.
Se levantó de un salto. Era increíblemente tarde y su turno en la estación de trenes ya debería haber comenzado. No podía creer que hubiese dormido tanto. Quizás al fin todo el cansancio atrasado que acarreaba la había vencido en aquella mullida cama, junto a su hija y el alivio de verla de nuevo.
Bajó las escaleras lentamente, quitándose el cabello ondulado y enmarañado del rostro y sintiéndose inusualmente fresca. Estaba preocupada por su empleo, pero lo cierto era que las horas de sueño le habían venido más que bien.
- ¡Ahí!- Gritaba Lena, saltando y señalando la enorme pantalla de televisión, mientras Tom manejaba el control del videojuego.- ¡Ahí hay otra moneda, ahí, papi, salta, salta!
- Maldito Mario mugroso…- Musitó Tom, con los ojos verdes fijos en los gráficos de colores y moviendo los dedos como loco.
- ¡Métete en el castillo! ¡En el castillo!- Lena parecía sumamente emocionada.- ¡Cuidado con el hongo!
La presión fue excesiva para Tom. Tras una mala maniobra, las palabras Game Over aparecieron en la pantalla. Él arrojó el aparatito sobre el sillón, malhumorado.
- Éste juego apesta.- Se levantó y encontró a Maggie al volverse, parada tímidamente en la entrada de la sala.- Hola.
- Hola.- Susurró ella. La niña corrió de inmediato hacia su madre y brincó para que la levantara en brazos.- Hola a ti también.
- Hola, mami. Hay papas fritas, helado, galletas y hamburguesas para desayunar.- Explicó con entusiasmo.- ¿Quieres?
- No, cariño, gracias.- Evitó a toda costa mirar a Tom, mientras ponía a su hija de nuevo en el suelo.- Deberías ir a cambiarte. Tenemos que ir a casa.
Lena la observó sin entender.
- ¿Por qué? ¿No vamos a quedarnos aquí?
- No, Lena. Ya habíamos hablado de esto. Sólo iba a ser temporal, ¿recuerdas?
- No deberían irse aún.- Intervino Tom, dando un paso hacia ellas. Lena se acercó y estiró los brazos hacia él. La sostuvo con fuerza, sin dejar de mirar a Maggie.- Tenemos algunas cosas de qué hablar.
- Tengo que irme a trabajar.- Repuso Maggie.- Estoy llegando más que tarde. No debí dormirme. Y perdí mi turno de esta mañana.
- Entonces el daño ya está hecho.- Tom se encogió de hombros, razonable.- Quédense aquí esta noche y mañana las llevaré…
- Tom, por favor…- Suplicó Maggie, negando suavemente.- No puedo arriesgar más mi empleo.
- Sólo es una noche. Es importante.- Sus ojos verdes se clavaron en los de ella con intensidad.- Y lo sabes.
- Por favor, mami, por favor.- Pidió Lena, con su vocecita estridente.
Suspirando, Maggie se dejó caer en el sillón. Iba a ser una noche muy larga.
- De acuerdo.
- ¡Sí!- Exclamó Lena con alegría.- Tienes que probar nuestras galletas, mami, las hicimos para ti.- Pegando un salto, se encaminó a la cocina.
Tom se sentó a su lado.
- Gracias.
- No tienes que agradecerme.- Murmuró Maggie. ¿Por qué mirarlo se le hacía tan difícil?- Mereces que hablemos.
- No, no me refería a eso.- Tom le dedicó la más pícara de las sonrisas.- Me refiero a que no sabía que las galletas eran para ti. Pensé que me iba a obligar a comerme esa porquería.
Maggie rió, muy a su pesar.
- No son muy hábiles para la cocina, ¿eh?
- Siempre fui un hombre soltero. De la casa de mi madre pasé a vivir solo. Antes me cocinaba ella, luego aprendí a ordenar por teléfono. La única vez que realmente quise cocinar algo elaborado fue para uno de mis aniversarios con Nat y salió espantoso. Desde entonces, sólo ella ha entrado a esa cocina…- La sonrisa se le extinguió un poco. Aún no sabía en qué terminaría lo suyo con Nat y eso le provocaba una horrible incertidumbre.
Maggie se sintió algo incómoda.
- Lamento haber puesto en peligro tu relación con tu novia. No fue mi intención que todo se te complicara.- Por una vez, lo contempló fijamente.- Pero no te preocupes. Lena y yo ya no nos pondremos en tu camino. Simplemente… dejaremos que sigas con tu vida.
Tom escuchó sus palabras y las entendió a la perfección. Supo que Maggie no le estaba exigiendo que se hiciera cargo de Lena, que tomara su lugar como figura paterna auténtica. Le estaba dando la solución que necesitaba: no tenía que ser él quien decidiera qué elegir. Maggie le daba la oportunidad de quedarse con Nat sin sentirse culpable.
Lena llegó en ese momento acarreando un plato con dificultad, lleno de una extraña masa uniforme, con manchas negras por las quemaduras. Maggie simuló entusiasmo y tomó una del montón, tratando de despegarla del resto. Tom también simuló comer, pero en realidad, su cabeza estaba en otra parte, porque ahora que de una vez por todas le decían cómo llegar a un final que había estado buscando, no estaba seguro de quererlo.
Esperaron a que Lena se quedara dormida para poder hablar, cosa que ocurrió cerca de la medianoche. Tom, sin embargo, tenía la sensación de que ya no había nada que quisiera saber. Todo lo que lo había preocupado había sido disuelto pocas horas antes: no tenía obligaciones. Podía darles la espalda tranquilamente a ambas y no habría rencores.
Maggie se encargó de remarcárselo, desesperada por encontrar la manera de compensarlo por desordenar su existencia. Era como si la desesperara la idea de desaparecer de su vida, como si Tom hubiese sido obligado a tener una hija. Lena había nacido porque ambos habían sido inconscientes, pero Maggie actuaba como si sólo ella hubiese sido la responsable de ello.
- Yo…- Interrumpió Tom, algo atontado, cuando ella le decía por vigésima vez que no volverían a molestarlo pasara lo que pasara.- Llevé a Lena a hacer una prueba de paternidad esta semana. Debería tener los resultados aproximadamente en un mes…
Maggie lo miró como si no comprendiera. Para ella no había lugar a dudas de que Lena era hija de Tom. Parecían hechos del mismo molde: mismos ojos, mismo cabello, mismas mejillas rosadas… incluso se reían de una manera parecida. Pero Tom había estado asustado y era comprensible. Había hecho lo que creía lógico.
- Entiendo.- Murmuró ella, aunque en realidad no sabía a qué venía el comentario.
- Si…- Comenzó Tom, rascándose la cabeza. Jamás se había visto en una situación así, jamás había sentido que tenía que hacer algo, ni ser responsable por nada como en aquel instante.- Si resulta que Lena es mi hija… me haré cargo, Maggie.
Ella abrió la boca y trató de decir algo, pero no lo logró. Era como si eso fuese lo más extraño que un hombre podía decirle.
- No tienes que hacer nada, Tom.- Repitió otra vez.- No creas que…
- Hey.- Cortó, con tono suave pero mirada severa.- No soy otro de esos tipos que etiquetaste de maravillosos sólo para darte cuenta de lo equivocada que estabas. Si te digo que me haré cargo, es cierto.
Maggie bajó la cabeza, intimidada por la profundidad verdosa de sus ojos.
- No quiero arruinar tu vida, Tom.
Él parpadeó un par de veces y luego se acercó, para sentarse junto a ella. La obligó a mirarlo.
- ¿Crees que Lena podría arruinarle la vida a alguien?- Preguntó, sintiéndose más extraño que nunca.- ¿Arruinó tu vida? ¿Estás arrepentida de…?
- No.- Dijo ella de inmediato.- Cometí todos los errores que una persona puede cometer, pero Lena no es uno de ellos. Jamás me arrepentiría de tenerla. Jamás arruinaría mi vida.
- Entonces la mía tampoco.
Tenía un nudo en el estómago. Un nudo doloroso, que parecía clavársele muy profundo.
Cuando se separaron para irse a dormir, ella con Lena, él sólo en su enorme cama, Tom seguía sintiéndose raro. Como un pez fuera del agua esforzándose por respirar, por acostumbrarse a ese entorno ajeno y amenazante.
Mientras iba cayendo en un sueño intranquilo, se dio cuenta de que la posibilidad de volver a vivir una vida que había añorado estaba al alcance de la mano. Se durmió demasiado pronto y no supo si aquella sensación le causaba alivio o aún más dolor.
La mañana apenas comenzaba cuando Tom fue arrancado de su sueño intranquilo. Lena fue, nuevamente, la encargada de despertarlo. Antes de que él pudiera entender realmente qué sucedía, la pequeña se metía debajo de las mantas con él y se recostaba su lado para mirarlo con el embelesamiento propio de las niñas pequeñas que miran a sus padres con admiración.
Tom se sintió horriblemente mal.
- Es muy temprano, Lena.- Refunfuñó él, tratando de volverse y dormir de nuevo. Ella se le acercó más y le dio un besito en la mejilla.
- Mami dice que nos iremos en un rato. Tiene que ir a trabajar.- Respondió ella, haciendo que Tom despertara del todo. Casi había olvidado que Maggie estaba allí y que iba a llevarse a la niña.
Carraspeó, como intentando sacudirse esos extraños nervios que lo acuciaron de pronto.
- Bueno… yo tengo que ir al estudio, así que…
- ¿Puedo ir yo también?- Lena le sonrió.- Hice un dibujo para el tío Richard. Es una batería. ¿Quieres verlo?
A Tom se le encogió el corazón.
- No, Lena, tienes que irte con tu madre ahora.- Le acarició el cabello suave.- No puedes ir al estudio conmigo.
- Pero me gusta ir…- Se quejó ella, jugueteando con sus medias.
- Lo sé, nena.- La estrechó con fuerza. En ese momento, le parecía muy duro no verla otra vez. Lena lo había hecho pasar por situaciones inimaginables y jamás podría olvidar algo como ello.- Tal vez otro… otro día.- Susurró, sin poder evitar mentirle. Tenía la sensación de que para la niña también sería complicado separarse, ahora que se había acostumbrado a él.
Se escuchó un golpecito y Tom levantó la mirada. Maggie los observaba tímidamente desde la entrada de la habitación y les dedicó una pequeña sonrisa.
- Buenos días.- Saludó quedamente.- Yo… quiero vestir a Lena. Tenemos que irnos ya.
Lena rió y escondió la cabeza debajo de las sábanas.
- ¡Lena no está aquí!- Gritó.
- Basta de juegos, cariño, se me hace tarde.- Dijo Maggie, cansinamente.- Vamos.
- Lena, pórtate bien y hazle caso a tu madre.- Repuso Tom con firmeza y ella asomó la cabeza para mirarlo.- Ve a vestirte.
Quejándose por lo bajo, la niña salió de la cama y arrastró los pies para seguir a Maggie, que la tomó de la mano y la llevó de regreso a la habitación de invitados.
Tom se levantó y se vistió rápidamente. Bajó y prendió la cafetera, aún bostezando. Subió nuevamente, sin saber por qué, y fue en busca de Maggie y Lena.
Estaban las dos sentadas en la cama y Maggie la estaba peinando, haciéndole dos prolijas trencitas en el cabello, que Tom jamás hubiese podido hacer.
- ¿Tienes… tienes todo?- Preguntó él, sólo por decir algo.
- Sí.
- ¿La ropa? ¿Los libros de cuento? ¿Coco?- Insistió él.
- ¿Libros de cuento? ¿Ropa?- Repitió Maggie, sin entender.
- ¡Papi me regaló muchas cosas, mami! ¿Quieres ver?- Lena pegó un salto y empezó a buscar sus libros.- ¡Mira!
- Tom, no tenías que…- Empezó a decir ella.
- Llévatelos. Son de Lena.- Interrumpió. Le costaba horrores hablar. ¿Qué demonios le estaba sucediendo?
Regresó al piso de abajo, sin poder seguir allí ni un segundo más. Se sirvió una taza de café y le dio un trago distraídamente.
Unos minutos más tarde, Maggie bajó, llevando a Lena de la mano y se paró frente a él, preparándose incómodamente para una despedida.
- Vamos. Las llevo.- Musitó, sin darle tiempo a nada.
Tomó las llaves del auto al pasar y salió. Las dos lo siguieron, Lena canturreando en voz baja y Maggie absolutamente callada.
Acomodaron a la niña en el asiento trasero, con el cinturón de seguridad.
Tom nunca se había sentido tan incómodo. No sabía qué decir. No sabía si explicarle o no a Lena que no iban a verse más. No sabía si dejar que Maggie se encargara de ello. No sabía si…
- Vamos… vamos a Eastbourne.- La voz de Maggie resonó en el auto, regresándolo a la realidad.- Voy a cambiarme de ropa y a dejar estas cosas antes de ir a trabajar.
- Bien.- Dijo solamente. Tomó una curva y se dirigió en la dirección que ella le indicaba.
Lena no era consciente de nada. Por alguna razón, creía que Tom seguiría siendo parte de su vida. Lo que tenía sentido. Era su padre, ¿o no? Eso le había dicho su madre. Si era su padre, tenía que estar con ella…
Parecía que una nube de mosquitos le volaba dentro de su cabeza. Podía oír los molestos zumbidos con toda claridad.
Salió de su mundo personal sólo cuando llegó al sitio donde vivían. Miró alrededor, con los labios apretados. Los edificios de aquella calle estaban destartalados, viejos, descascarados. Una mujer caminaba con la cartera bien apretada contra el costado y mirando para todas partes, constantemente en alerta. No había niños jugando en las veredas. Todo parecía haber cobrado un triste tono de gris.
Su primer pensamiento fue que aquel no era un lugar para que Lena creciera.
- Es allí.- Masculló Maggie, haciéndole una seña. El edificio que ella le indicaba, de dos pisos, era el más maltrecho. La puerta de entrada estaba algo desvencijada.
Tom estacionó. Un grupo de chicos adolescentes sentados en la esquina dejaron escapar un silbido y se pusieron de pie para mirar el auto. Era evidente que nunca habían visto un Ferrari en su vida.
- Gracias por traernos.- Susurró Maggie. Juntó las bolsas en que llevaba la ropa y los libros de Lena.- Gracias por todo, en realidad, Tom.- Le dedicó una sonrisa cálida.- Espero que tengas mucha suerte con… con tu novia.
Él asintió y se volvió a mirar a Lena, que no entendía mucho lo que estaba pasando.
- ¿A dónde vamos ahora?- Preguntó ella, moviendo los piecitos de un lado a otro, que colgaban del asiento.
- Esta es nuestra nueva casa, Lena.- Informó su madre.- Despídete.
Tom tragó saliva, azorado. Lena frunció el ceño.
- ¿Por qué?- Inquirió, sospechando un poco.
- Dame un abrazo, ven aquí.- Le dijo él, estirándose para quitarle el cinturón de seguridad. Ella saltó de inmediato y lo rodeó con sus bracitos. Tom hundió el rostro en su pequeño hombro.- Eres la niña más maravillosa que he conocido, Lena.
- ¿No vas a entrar, papi?- Lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
- No.
- ¿Te voy a ver de nuevo?- Sollozó.
Tom le echó un vistazo a Maggie. Todo dependía ahora de los exámenes sanguíneos.
- No lo sé.- Decidió sincerarse. No quería darle falsas esperanzas.- No lo sé, Lena.
- ¿Estás enfadado? ¿Es porque volqué el chocolate caliente el otro día? ¿Es porque me fui? ¡No lo voy a hacer de nuevo!- Exclamó, perdiendo el control. Maggie se dio cuenta que era el momento de intervenir.
- No, cariño. No está enojado.- Tom apartó la mirada y ella estuvo segura de que también tenía ganas de llorar.- Pero ahora vas a volver conmigo.
- ¡Pero quiero a papi!- Chilló escandalosamente.- ¡Me voy a portar bien!
- No te pongas así.- Le pidió él, con un hilo de voz.- Tienes que ir con tu mamá.
Y él tenía que recuperar su vida.
- ¡No quiero!
- Vámonos, Lena.- Maggie la tomó en brazos como pudo y abrió la puerta del auto. Se volvió hacia Tom una última vez.- Adiós, Tom.
Él no pudo responder. Se limitó a asentir con la cabeza otra vez y a no mirarlas. Lena lloraba desesperada y se agitaba en brazos de su madre, hasta que finalmente desaparecieron dentro del edificio.
Tom esperó a que llegara el alivio y la sensación de libertad, pero ambos brillaron por su ausencia.
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