Ni siquiera había intentado defenderla. No había abierto la boca cuando Nat la insultara y Maggie se dio cuenta que había sido una ilusa por creer que quizás Tom pudiera sentir algo más que puro deseo por ella. Era sólo otro de los tantos hombres que pasaban por su vida viendo lo que podía ofrecerles exteriormente, pero ignorando que por dentro tenía necesidades que iban más allá de aquellas de la piel.
Qué idiota había sido. ¿Por qué había creído al menos por un instante que Tom podía quererla? Era tan obvio que aún sentía muchas cosas por esa chica Nat… los besos no habían significado nada. Nada. Tom sólo buscaba divertirse, al igual que lo había hecho esa noche cinco años atrás.
Era hora de salir de su vida, de seguir su camino y de dejar de vivir de ilusiones.
Era una verdadera lástima que ya fuera demasiado tarde. Era una verdadera lástima que ya estuviera perdidamente enamorada de él.
Tom dejó de ser consciente de lo que transcurría a lo largo del día. Llevó de nuevo a casa a Maggie y Lena y se encerró en su habitación hasta que la madre de la niña le avisó con cierta timidez desde el otro lado de la puerta que se iba a trabajar. Le hizo algo de cenar a Lena, revolvió su comida en el plato sin dejar de mirar un punto fijo en el techo y, una vez que la pequeña se hubo dormido, se dejó caer en la cama, pensativo.
Esos últimos días había estado tan sumergido en otras cuestiones que casi ni había pensado en Nat. Verla aparecer de repente había sido todo un acontecimiento y en su pecho había latido la esperanza, breve, fugaz, de que ella lo querría de nuevo.
¿Por qué había sido tan idiota? La furia de Nat no era algo que pudiera extinguirse con tanta facilidad.
Y Maggie… tampoco había sido agradable para ella, sin lugar a dudas. Él ni siquiera había sido lo suficientemente hombre para impedir que la insultaran, pero lo cierto era que se sentía apenado de que hubiera tenido que presenciar aquello. ¿Era necesario que cada vez que sentía que algo iba bien, se venía abajo como si fuese un castillo de naipes armado en una tarde de viento?
¿Qué sucedería con Nat? ¿Llegaría el inevitable momento de olvidarla o podría buscar la manera de solucionarlo todo y volver a la normalidad? ¿Qué precio debía pagar por tener en su vida a la mujer que había amado y con quien creía que compartiría toda su vida?
Sintió algunas náuseas. Nat no parecía dispuesta a acceder a una tregua, y aunque así sucediera… Tom no creía que su novia aceptara a Lena, nunca. Había dejado en claro demasiadas veces lo que creía de ella y aunque a Tom le parecía un poco cruel, no podía dejar de comprenderla: no era fácil aceptar a la posible hija ilegítima de su novio.
Durante horas y horas no pudo dejar de darle vueltas al asunto. Se durmió un rato antes de que amaneciera y cuando finalmente despertó, el mediodía de aquel soleado domingo había pasado de largo y Lena estaba saltando en su cama para arrancarlo de su pesado sueño intranquilo.
- ¿Qué pasa, Lena?- Preguntó, hundiendo más el rostro en la almohada.
- Estoy aburrida, vamos a jugar a algo.- Dijo ésta, tirando de las mantas en su mejor intento por destaparlo.
- Juega con Coco un rato, nena…- Farfulló él, somnoliento.- Yo iré en unos minutos. O en una hora. O dos.
Lena lanzó un quejido.
- ¡Vamos, papi!- Se abalanzó sobre él y quiso rodearlo con sus bracitos.- ¿Cuánto más quieres dormir? Ya te perdiste el almuerzo.
- ¿No quieres ver Pocahontas?
- No, quiero jugar contigo.
- Ve a ver Pocahontas, Lena.
- ¡Pero no te gusta esa película!
- ¿Dónde está tu madre?- Inquirió. La espió por un ojo para ver qué hacía. Parecía estar improvisando algún tipo de trencitas con su cabello. Tom se volvió en la cama para quitársela de encima antes de que su cabeza pareciera la de una Barbie.
- En la cocina.- Distraídamente, Lena lo tomó de la mano y le miró los dedos con atención.- ¿Puedo pintarte las uñas, papi?
- ¿Qué?- Exclamó horrorizado.- ¡Claro que no!
- ¿Por qué? Es divertido.
- Es para niñas.
- ¿Puedo pintármelas yo?
- Ni lo sueñes. Cuando cumplas dieciocho, jovencita.- Suspirando, se sentó contra las almohadas, dándose cuenta que ya no podría volver a conciliar el sueño.
- ¿Ya me puedo casar cuando tenga dieciocho?- Preguntó ella, observándolo con el pequeño ceño fruncido.
Tom le clavó la mirada.
- Estás bromeando, ¿verdad?
- No.
- ¿Quieres casarte?- Otra vez, se sintió horrorizado.
- ¡Sí!- Exclamó entusiasmada.
- ¿Con quién?- Entrecerró los ojos.
- No sé. Con el tío Tim, o el tío Rich…- Movió los deditos de los pies debajo de las medias.
- Lena, no vas a casarte con ninguno de los dos.- Farfulló, estirando los brazos para agarrarla y sentarla a su lado.- Cuando tú tengas edad de casarte van a ser muy viejos.
La curiosidad le embargó la expresión. Se volvió hacia su padre.
- ¿Qué tan viejos?
- Mucho. Viejos, feos, arrugados y aburridos.- Respondió, en un intento por desalentarla.
- ¿Tú también vas a ser viejo?- Quiso saber ella.
- No, yo no.- Le sonrió.
- ¿Entonces me puedo casar contigo?
Tom rió, sin poder evitarlo.
- Por supuesto que no. Eso no estaría bien.
- ¿Por qué no?
- Porque las niñas no deben casarse con sus… con tipos tan grandes.- Le dio un beso en la frente, simulando el breve bache.- ¿Y de dónde sacaste todas esas ideas, de todos modos? Eres demasiado pequeña aún, Lena.
- Lo vi en la tele. Los niños se casan con las niñas y las cuidan. Mamá nunca se casó y nadie cuidó de ella.- Se quedó pensativa un rato.- Tú deberías casarte con mami, papi. Así ella ya no va a estar siempre triste.
El corazón de Tom se estrujó en su pecho. Estrechó a Lena con más fuerza y salió de la cama, sin soltarla. Se preguntó de dónde sacaría su hija aquellas ideas tan extrañas en una niña de su edad y decidió que supervisaría más las porquerías que miraba en la televisión.
Entró en la cocina para servirse una taza de café y dejó a Lena sentada ante la mesa. Maggie entró casi detrás de ellos.
- Tengo que irme a trabajar.- Dijo con rapidez, como si deseara irse de allí lo antes posible.
- ¿Ya?- Tom miró la hora extrañado.- Tu turno no empieza hasta…
- Tengo que cubrir a una compañera.- Interrumpió, arreglándose su abrigo. Se acercó a Lena para besarla.- Pórtate bien, cariño.
- Esperaba que pudiéramos hablar…- Musitó Tom, apoyándose contra la mesada.
- Ahora no puedo.- Los ojos de Maggie lo esquivaban continuamente y él se dio cuenta que era probable que a ella también le hubiera afectado el encuentro con Nat.- Los veré mañana.
Antes de que fuera capaz de detenerla, Maggie parecía evaporarse frente a él y se quedaba sólo con Lena.
Miró a su hija sin verla en realidad. En su mente reflotaba la imagen de Nat mirándolo furiosa.
- Mierda.- Murmuró por lo bajo. Dejó la taza de café a un lado. Ya no le apetecía beberla.
Lena saltó hacia él.
- ¿Qué dijiste, papi?
Él suspiró, abatido.
- Nada, nena. Vamos a jugar a algo, ¿quieres?
Y de la mano se la llevó a la sala de estar. Sin embargo, en los rincones de su mente, sólo palpitaban dos emociones distintas, contradictorias. Amor. Miedo. Nat. Maggie.
Se compadeció de sí mismo y, no por primera vez, añoró su antigua vida sin preocupación alguna.
Cuando Tom se levantó a la mañana siguiente para ir al estudio, Maggie había regresado y había vuelto a salir. Se dio un verdadero susto cuando vio la nota sobre la mesada de la cocina: las notas con ella no eran un buen presagio.
- Tom, salí a buscar trabajo. ¿Puedes llevarte a Lena contigo? Los veré luego, Maggie.- Leyó en voz baja y se permitió sentir un leve alivio hasta que fue consciente de lo seca que sonaba la nota y del hecho de que parecía estar a la búsqueda de otro empleo nuevamente.
Levantó a Lena, la vistió y le sirvió el desayuno antes de partir hacia The Barn. La niña estaba de lo más feliz por tener que ir al estudio, pero Tom tenía demasiadas cosas en la cabeza para sentirse alegre y tararear con ella alguna de esas estúpidas canciones infantiles. Sentía que se contradecía a sí mismo. Por un lado, haber visto a Nat lo había impactado por completo, como si fuese un sueño que se hubiera materializado frente a él. Y por otro, deseaba que nunca hubiera sucedido porque era evidente que a Maggie también la había afectado bastante.
Trató de no volver a plantearse la misma pregunta: ¿qué eran él y Maggie? En ningún momento habían hablado de ponerse serios entre ellos. Cada vez que la besaba ella parecía huir de él. Buscaba excusas para no hablarle o mirarlo. Era como si hubiese levantado una pared a su alrededor y por mucho que Tom lo intentaba, no lograba escalar lo suficientemente alto para llegar del otro lado.
Richard estaba llegando al estudio cuando Tom condujo por el camino de entrada. Su amigo le sostuvo la tranquera abierta para que pasara, cerró rápidamente y luego se acercó a saludarlos, frotándose las manos para quitarse el frío.
- ¡Hola tío Rich!- Saludó Lena con entusiasmo, arrojándose a sus brazos.- Adivina.
- ¿Qué pasa, bonita?- La levantó para meterla dentro antes de que se congelara y Tom los siguió sin interferir demasiado.
- ¡Vine a visitarte!- Le plantó un beso ruidoso en la mejilla y se quitó el gorro de lana rosa de la cabeza.- ¿Te casas conmigo, tío Richard?
Éste rió por su ocurrencia y la bajó para quitarse el abrigo.
- No creo que tu padre esté muy contento con eso, ¿verdad, Tom?- Se volvió a mirarlo, pero éste ni siquiera les prestaba atención. Iba cabizbajo y con el ceño fruncido.- ¿Tom?
Levantó un poco las cejas y lo miró.
- ¿Sí?
- ¿Estás bien?
Se quitó la bufanda y el abrigo y los colgó por ahí. Le echó un vistazo a Lena.
- Ve a buscar a Tim, nena.- Le dijo y ésta se lanzó a la carrera hacia la habitación siguiente, proponiéndole matrimonio mientras lo buscaba.- Vi a Nat el sábado.
- ¿De verdad?- Richard lo miró con curiosidad.
- No, en realidad no. Vimos a Nat el sábado.- Corrigió, abatido.
- ¿Y qué sucedió?- Rich lo tomó del brazo y lo arrastró sigilosamente. Se metieron en la pequeña cocina y cerró la puerta, por si Lena estaba cerca y oía algo.
- Fue terrible. Maggie había llevado a Lena al baño y me tropecé con ella. Durante un momento pareció que todo lo malo había pasado entre nosotros y estaba diciéndome que le gustaría ir a cenar conmigo, cuando las dos regresaron y la cosa se puso fea.
Frunciendo los labios, Richard se apoyó contra la pared, observándolo.
- ¿Qué tan fea?
- Nat insultó a Maggie y no me golpeó sólo porque le solté el brazo a tiempo.- Suspiró, sintiéndose el idiota más grande del mundo.- Y lo peor es que me quedé tan petrificado por encontrármela que ni siquiera defendí a Maggie y creo que ahora está enfadada conmigo.
Rich le dio una palmada en la espalda.
- No te dan descanso, ¿eh?
- Todo esto es una mierda, Rich, no sé qué hacer.- Confesó, desesperado.- Aún extraño a Nat, pero sé que no me perdonará nunca, no sé qué es lo que quiero con Maggie y, para colmo, ella no va a dejarme averiguarlo porque me ha esquivado casi todo el fin de semana…
Le sirvió un vaso de agua y se lo pasó amablemente, en un intento de calmarlo un poco.
- Escucha, Tom, dale tiempo a Maggie. Ya sabes que todo es difícil para ella.
- Sí, lo sé, pero también me gustaría hablar con ella, disculparme si está enojada y ver qué podemos hacer… pero casi no la he visto. Esta mañana cuando me levanté, me había dejado una nota y se fue a buscar trabajo.
Richard carraspeó, incómodo.
- ¿Qué sucede?- Tom lo miró con desconfianza.
- Detesto preguntarte esto, pero…- Evitó mirarlo a toda costa.- ¿Estás seguro de que esa nota era sólo eso? Quiero decir… no se ha ido de nuevo dejándote a la niña, ¿verdad?
Tom apoyó el vaso de agua con cierta brusquedad sobre la mesada.
- Claro que no. Por Dios, Rich, no me pongas más nervioso, esto ya es…- La puerta de la cocina se abrió lentamente y Tim asomó de a poco, cargando a Lena en sus brazos.
- ¿Qué están haciendo ahí?
- ¿Quieres jugar a las escondidas, papi?- Preguntó Lena con una sonrisa.
Tom se pasó una mano por el rostro, tratando de despejarse.
- No, nena, tenemos que trabajar.- Estiró los brazos y Tim se la pasó.- Ven, vamos a buscarte algunos lápices para que hagas uno de tus bonitos dibujos…
Mientras ambos se perdían por el pasillo, Tim se volvió hacia Richard, buscando una explicación.
- Vamos a tener que aconsejar a Tom un poco. Está algo perdido…- Susurró éste.
Tim esbozó una mueca poco feliz.
- A mí no me mires. Si tuviera buenos consejos sobre relaciones los aplicaría en mí mismo y no pasaría tanto tiempo encerrado aquí.- Richard lo miró fugazmente, sin entender.- Vamos a trabajar de una vez, ¿quieres?
Y él también se alejó, dejándolo solo y pensando que, a lo mejor, muy pronto iba a tener que lidiar con dos amigos deprimidos en lugar de uno.
Había sido una semana terrible para Maggie. Había tenido que hacer malabares para poder evitar a Tom después del encuentro con Nat y había ido a innumerables entrevistas de trabajo en las que parecía probar constantemente que era una buena para nada.
Pensó en lo cómoda que se hallaba en casa de Tom y se dijo que tenía que irse de allí de inmediato. No sólo por ella misma, por no poder vivir con un hombre al que empezaba a amar con locura y que jamás la correspondería, sino también por él. Por él, que en el fondo moría de ganas de recuperar su antigua vida con Nat y se lo había dejado bastante en claro el fin de semana anterior.
Pero, ¿cómo se llevaría a su hija a un lugar medianamente decente con el mísero sueldo que tenía y sin que nadie la considerara para otro puesto de trabajo? Se sintió una basura inútil y empezó a desesperar más y más a medida que iban transcurriendo las horas, los días, la semana.
El viernes por la tarde se encontró con una chica con la que había trabajado en una cafetería unos años antes y le contó lo difícil que estaba siendo todo para ella.
- Tengo una idea que puede ayudarte.- Le dijo su amiga con una sonrisa, extendiéndole una tarjeta.- Aquí siempre están contratando y la paga es… bueno, increíble.
- No lo sé…- Maggie la miró sin estar muy segura.- Esto no es para mí, Liz…
- Yo pensaba lo mismo y no me fue tan mal. Ahorré bastante dinero en poco tiempo y cuando estuve lo suficientemente establecida, busqué otro empleo.- Le guiñó el ojo, intentando animarla.- Anda, Maggie. No tienes nada que perder.
Y sólo esa frase logró aterrorizarla como nada en su vida. Era cierto. No tenía nada que perder. Sólo tenía a Lena y ella estaba a salvo gracias a Tom. Pero en lo que a Maggie respectaba, estaba absolutamente sola y los riesgos casi no podían afectarla.
Asintió lentamente y se despidió de la chica. Al haberse decidido lo suficiente, tras un rato de pensarlo, tomó el autobús y se dirigió a la dirección que figuraba en la tarjeta.
Cuando salió del lugar, poco más de una hora después, Maggie tenía un nuevo empleo.
**************************************************************
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario