domingo, 2 de agosto de 2009
Leaving So Soon: Capítulo 1.
Georgia Atwood cerró los dedos con fuerza en torno al volante y se dijo a sí misma que todo el asunto era una inmensa equivocación. En todo lo que respecta a la vida, pensó, deberíamos avanzar. No ir hacia atrás. No retroceder, ni darse media vuelta, ni tropezar, ni caer, ni desviarse a la izquierda, ni tomar una curva. Avanzar. Ir hacia delante, no detener la marcha.
Cualquier persona en su sano juicio diría que el curso natural de la vida es graduarse de secundaria, dejar la casa de los padres para ir a la Universidad, salir de la Universidad para comenzar una carrera exitosa, pasar de un departamento en una zona accesible, a un loft en Covent Garden.
Con un suspiro de fastidio derrotista, Georgia bajó un poco la ventanilla para dejar que entrara el aire de principios de abril. Tener que regresar a vivir con sus padres a los treinta y dos años definitivamente no era signo de avance alguno. Por Dios, si estaba retrocediendo a pasos agigantados.
Miró por el espejo retrovisor con sus ojos verdes perfectamente delineados. Londres no era más que una silueta achicándose detrás de ella, envuelto en la acostumbrada bruma gris que anunciaba tráfico y multitud por doquier, despidiéndose en silencio. Nunca había creído que tendría que abandonar la ciudad para regresar a un aburrido pueblito sureño. Al dejar Battle casi quince años atrás, se había convencido de que nunca tendría que volver, excepto quizás para la boda de alguna de sus numerosas primas o el funeral de su tía Edna. Sin embargo, había logrado zafar incluso de aquellos compromisos familiares excusándose por sus exigencias laborales. Miles de horas en la oficina. Inamovibles reuniones. Un viaje imprevisto a París. Negocios y más negocios. Durante los últimos años, de eso se había tratado su vida. Una vida maravillosa que jamás había esperado que acabara con brusquedad. Así como no había esperado volver sobre sus pasos y tener que pedirles a sus padres que desempolvaran la habitación que había usado hasta los dieciocho años.
Esforzándose por no hiperventilar en medio de su desesperación, trató de recordarse que no sería más que temporal. En un par de semanas recuperaría su trabajo, su departamento, su estilo de vida. Mientras tanto, quizás no era tan mala idea descansar un poco, aprovechar la quietud de Battle, tomarse tiempo de explorar otras opciones.
Tuvo que bufar de incredulidad ante sus propios pensamientos. ¿Qué otras opciones? Lo cierto era que todo lo que quería, era lo que acababa de perder. Le había costado muchos años llegar a ser la directora general de una excelente compañía de moda. Había empezado repartiendo el correo y fregando suelos hasta ascender, por su buen gusto y su determinación, hasta uno de los puestos más altos de toda la pirámide. Era la mano derecha de la diseñadora. Tenía su oficina en el piso más alto de un elegante edificio, con un ventanal que parecía abarcar toda la ciudad de Londres. Todo el mundo había aceptado sus opiniones, sus sugerencias… incluso la última decisión. La que los llevara a todos a la ruina. La que la hiciera salir repentinamente de escena, tomar sus valijas de Louis Vuitton para regresar a Battle después de haberse acostumbrado durante quince años a valerse por sí misma.
Debió haberse imaginado que el mundo no estaba preparado para compartir su excelente criterio, innovador, arriesgado. El problema, se dijo Georgia para animarse, era que ella estaba adelantada. No era su culpa que toda la colección que había instado a producir y comercializar fuera el fracaso más grande que la industria de la moda había visto en la historia. Era culpa de la gente, del público, de la prensa, de todo el que había desprestigiado la línea de verano. ¿Qué podían saber ellos? Para entender, se necesita respirar y vivir en ese mundo.
Y Georgia lo había vivido y respirado como si fuera más precioso que el oxígeno. Había amado cada segundo pasado en él. Incluso todas las veces en que, en sus comienzos, había tenido que quedarse después de hora sólo para limpiar los vestigios de las reuniones de la gente importante. Porque había sabido, con total certeza, que ella estaría entre ellos, no mucho después. Sabía lo que valía y los demás también se enterarían tarde o temprano.
Porque sabía lo que valía se había ido de Battle antes incluso de su graduación. No había esperado ni un minuto. Sin dudar que en Battle el éxito jamás la encontraría y que ella tendría que ir tras él, le había dado la espalda a todo y a todos y se había decidido a ir a cumplir sus sueños.
Subió el volumen de la radio y dejó que una canción pegajosa inundara el interior del auto, hasta acallar casi por completo sus pensamientos. Ya de por sí era todo un desafío tener que volver atrás. No quería mortificarse por ello más de la cuenta.
En el asiento del acompañante había una bolsa de papel de Starbucks. Se había aprovisionado para el viaje como para una guerra mundial. En ese maldito pueblo no encontraría una cafetería decente ni por casualidad. Aún recordaba las tardes de domingo en que su padre la llevaba a tomar el té a The 1066. De seguro todo seguía igual por allí. No sería capaz de encontrar un frappuccino en el menú ni aunque derribaran el lugar y lo construyeran nuevamente totalmente modernizado. Allí abundaban las tazas de té, los diminutos sándwiches de pepino y algún que otro seco scone de mermelada. Estiró la mano, extrajo de la bolsa una galleta de vainilla con chispas de chocolate y se la llevó a la boca, tras lo que soltó un largo suspiro. ¿Qué podían saber en Battle de ese tema?
Quisquillosa y todo como era, lo que más ansiedad le causaba era tener que saber que viviría en la casa de alguien más, por más que esas personas fueran sus padres. Llevaba más de una década siendo independiente, sin tener a nadie que le dijera dónde poner la ropa sucia, qué desayunar o qué programa ver en la televisión. Sería una verdadera pesadilla regresar a compartir su espacio con alguien. Georgia se había adaptado a un estilo de vida muy distinto al que sus padres solían llevar. Iba a ser todo un logro que alguno de ellos no acabara en un hospital psiquiátrico.
- Bueno…- Susurró a la soledad del auto.- Londres queda a sólo dos horas. Puedo ir a la ciudad cuando me plazca, ver a mis amigos, divertirme…
Tenía un par de personas que solía llamar amigos por el mero hecho de ser quienes iban con ella de tanto en tanto después de la oficina a beber uno o dos martinis.
En Battle, en cambio, no le quedaba nadie que no tuviera un vínculo sanguíneo. En su momento, quince años atrás, había sido inseparable con una chica de su clase, pero no había vuelto a saber de ella desde que prácticamente huyera de aquel pueblo. Simplemente, Georgia no se había preocupado por mantener las relaciones que la unían a Battle.
No había tenido tiempo de arrepentirse, de todos modos. De nada. Ni de desilusionar y preocupar a sus padres, ni de descuidar a su mejor amiga, ni de abandonar al chico con el que había estado casi toda su adolescencia. ¿Qué esperanzas podía tener con él? Era dulce con ella, pero no podía imaginar un futuro con él. Georgia estaba segura de que no llegaría a nada con Tim.
Una sonrisa de ironía se extendió en su rostro. Había sido una estúpida, eso estaba claro. Georgia lo había dejado atrás pensando que no había éxito posible a su lado y él era ahora un músico y compositor famoso que ganaba millones y viajaba con su banda por lo largo y lo ancho del mundo.
Aún así, lo había querido. A pesar de que Tim Rice-Oxley fuera un nerd sin remedio que se vestía mal, usara unos lentes espantosos con muchísimo aumento y no pensara en otra cosa que en tocar el piano todo el día, había sido siempre maravilloso con ella. Tim había sido su primer amor, y Georgia lo había sido para él.
No era la primera vez que sentía un leve revoltijo en el estómago al recordar que ni siquiera le había dejado una carta para despedirse. Se preguntaba cómo se habría enterado Tim que ella ya no estaba en Battle. Todo lo que sabía era que no lo había oído de sus padres: una vez que ella no estuvo, él no volvió a aparecer en su busca. Asumió que se habría enterado de algún otro modo, pero nunca supo cuál.
A lo largo de aquellos años había ido oyendo cosas sobre él, pero como sus padres no solían frecuentar a la misma gente que los padres de Tim, tampoco se había enterado de las cosas con precisión. Sabía que se había casado hacia dos o tres años. Sabía que le iba de maravillas con su carrera. Había oído un par de sus canciones cuando la banda tuvo éxito por primera vez y le había parecido genial, pero había decidido no mirar tanto al pasado… aunque no había podido evitar buscar una foto suya en Internet para ver cómo lo había afectado el tiempo.
- Que tenga verrugas, que tenga verrugas, que tenga verrugas…- Había deseado, cruzando los dedos, mientras esperaba que la imagen apareciera en la pantalla de su computadora portátil. Y se había llevado una verdadera decepción al ver que, si bien seguía sin vestirse muy bien, se había vuelto un hombre bastante atractivo.
Así y todo, estaba segura de que no se cruzaría con él. Si tenía tanto éxito, ¿qué podía estar haciendo aún en Battle? De seguro se había ido de allí, buscando horizontes mejores, como ella.
Suspiró y se percató de que, sumida en sus pensamientos y recuerdos como estaba, había andado más de la cuenta y el cartel de bienvenida a Battle aparecía frente a sus ojos en ese preciso momento.
Pisó el acelerador, decidida a terminar con todo aquello cuando antes.
O más bien, a empezar.
La taza estaba a punto de tocar sus labios cuando el teléfono comenzó a sonar. Jayne fue más rápido que él, de modo que Tim se quedó en su sitio y le dio un sorbo al humeante té, dejando que el calor de la bebida envolviera su lengua.
- Claro, Richard, está aquí conmigo.- Decía su esposa y le pasó el auricular, antes de regresar a su tarea de preparar la cena.
- Richard.- Murmuró Tim a modo de saludo. Había visto a su amigo más temprano en un ensayo y supuso que al baterista de la banda se le había ocurrido alguna idea demasiado genial que no podía aguardar al día siguiente.
- No te imaginas lo que acabo de ver en High Street.
Tim frunció el ceño y sus ojos de color azul oscuro se llenaron de curiosidad.
- ¿Qué?
- Ponme en altavoz.- Respondió Rich en cambio.- Jayne va a querer oír esto.
No sin cierto fastidio por todo el misterio, Tim presionó un botón en el teléfono y lo dejó sobre la mesa.
- Listo.- Farfulló.
- ¿Jayne puede oírme?
- Sí, Rich.- Contestó ella, mientras cortaba algunos ingredientes para una ensalada.
- No van a creer a quién acabo de ver, manejando por High Street en dirección a Powdermill Lane.
- ¿Lo vas a decir o quieres que empiece a nombrar a todos los habitantes del pueblo?- Preguntó Tim con un gruñido.
- A Georgia Atwood.
La cocina de los Rice-Oxley se sumió en el más absoluto silencio. El sonido del cuchillo de Jayne golpeando contra la tabla de madera se cortó en seco. Tim sintió que incluso dejaba de respirar. ¿Georgia? ¿Cómo podía ser posible?
Lentamente, Jayne echó un vistazo sobre su hombro, con los ojos oscuros centrándose de inmediato en su esposo. Vio que acababa de quedarse petrificado y pudo percibir cómo los pensamientos iban cruzando por su mente y su rostro a una velocidad increíble.
Durante años había tenido que luchar contra el fantasma del primer amor de Tim. Durante años había hecho todo lo que había estado a su alcance para ayudarlo a olvidarla. Y ahora, en una décima de segundo, con sólo la mención de su nombre, Jayne veía cómo todo se iba al demonio. Todas las preguntas a las que Tim no había encontrado respuesta volvían a reflotar ante sus ojos. El resentimiento y el dolor parecían florecer nuevamente, como si sólo hubiesen estado sepultados bajo una espesa capa de polvo todo aquel tiempo.
Jayne Rice-Oxley miró a su esposo y supo sin lugar a dudas que lo que estaba por venir no podía ser nada bueno.
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2 comentarios:
Gracias!!!!
AAI, como grité de felicidad cuando vi que habias subido una nueva fic!! jaja es increible como escribis, me atrapan demasiado, y no aguanto a que subas el 3er capitulo :) gracias! no dejes nunca de escribirr!
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