domingo, 20 de enero de 2008

Nothing In My Way: Capítulo 6.

En sus treinta y un años de vida, no recordaba haber atravesado por una situación similar: el sentirse inútil no era algo que Tim tolerara. Odiaba eso, odiaba desperdiciar el tiempo sabiendo que nuevas canciones lo esperaban, allí, en alguna parte de su cabeza donde estaban atascadas, de donde no querían salir.
Habían pasado ya unos días desde que decidiera no dejarse llevar más por las ganas de observar a Summer para que lo inspirara. Desde entonces, no había hecho más que sentarse frente al piano en un profundo sopor, sin lograr nada, dormir y cambiar alternativamente los canales de la televisión de tanto en tanto. Tim creía que iba a enloquecer de un momento a otro: ése no era él. Era otra persona que se había apoderado de su cuerpo. Un alienígena, como el que había visto en esa película a las cuatro de la mañana…
- Mierda.- Murmuró, enfadado consigo mismo, y acto seguido, cerró la tapa del piano de un golpe brutal. Las teclas temblaron.
Si empezaba a recordar vívidamente detalles de las porquerías que veía en la televisión, quería decir que estaba irremediablemente arruinado. No recordaba cuándo había sido la última vez que pasara tanto tiempo con el control remoto en la mano. Sí recordaba que a Jayne le gustaba pasar los domingos lluviosos con él en el sillón, recostada sobre sus piernas y mirar comedias norteamericanas. Podían pasar horas allí, los dos tirados en el sillón, disfrutando del tacto y, en su caso, al mismo tiempo con la cabeza trabajando a toda velocidad.
Eso era peor. Si empezaba a recordar a Jayne y a sentirse mal por lo que había hecho, no llegaría a ninguna parte. Ya lo sabía. Ése dolor no tenía más melodías que regalarle, lo había exprimido al máximo y se sentía la peor basura sobre la faz de la Tierra.
También había vuelto a probar con las caminatas por Battle. Lo había hecho varias veces por la noche, cuando todo estaba sumido en el más reverente silencio, y lo hacía con la intención de que ese lugar que tanto amaba le susurrara en el viento una solución a sus problemas. Lo que fuera. Al menos una sola nota musical. Algún punto de partida.
Tim debía admitir que era un terrible perdedor, no le gustaba fallar y hacerlo lo ponía de malhumor. Era así desde que tenía memoria y quizás por eso también era un tanto testarudo, le gustaba esforzarse al máximo hasta conseguir lo que quería. Y no quería que eso fuera una excepción. Necesitaba demostrarse a sí mismo que seguía siendo el mismo hombre de siempre y que no aceptaría aquella situación que lo disgustaba.
Tim se irguió en el sillón, como si hubiese tomado una decisión, como si en su interior se hubiese prendido finalmente una luz, la respuesta a todo.
Dos segundos más tarde, sin embargo, se dejaba caer desprolijamente otra vez contra el respaldo. Tomó el control remoto y continuó cambiando los canales. Después de un rato, se quedó mirando un documental sobre la vida acuática. Lo había visto ya dos veces, la última vez había sido esa mañana a eso de las nueve. Aún así, se quedó con los ojos cansados fijos en la pantalla. De momento, no tenía nada mejor que hacer.

La puerta no se abría. Bueno… sí, se abría. Pero la persona que yo esperaba ver pasar a través de ella estaba absolutamente ausente.
Suspirando una vez más, me di vuelta y comencé a limpiar una mesa que acababa de desocuparse. “Debería estar acostumbrada” me dije a mí misma, “Tim jamás viene tan seguido. Fue extraño que lo hiciera y es imposible que vuelva a repetirse”.
Vi entrar a Oliver por el rabillo del ojo y estaba a punto de acercarme a saludarlo cuando escuché que me llamaban desde la cocina. Fui hacia allí tras hacerle un guiño a mi amigo y me encontré con Peter, quien era el dueño de The 1066.
Era un hombre alto y agradable, que rondaba los cincuenta. Había sido amigo de mis padres durante años y había sido más que amable al aceptarme como camarera allí, aún sin una pizca de experiencia. Yo le guardaba mucho cariño y era como parte de la familia para nosotros.
- Summer, necesito pedirte un favor.- Dijo, mientras revisaba una lista y chequeaba que la mercadería que se encontraba en la cocina coincidiera con ella.- ¿Crees que mañana puedas hacerte cargo tú de todo? Necesito salir de la ciudad para hacer algunos trámites. Tendrás que quedarte hasta la hora de cierre y dejar todo en orden para el día siguiente.
Lo miré ceñuda.
- ¿Quieres que yo lo haga? ¿No sería mejor que dejaras a George a cargo?- Pregunté.
- George es el cocinero, Summer, y además nadie conoce el funcionamiento de este sitio como tú. Vienes desde que eras así de pequeñita.- Dijo, sonriendo y usando sus manos para calcular mi altura.- Ni siquiera llegabas al mostrador.
Reí y asentí.
- No hay problema, me haré cargo. De todos modos, los días de semana está bastante tranquilo.
- Gracias. Es un alivio para mí contar contigo.
Tras darme un par de indicaciones, me dejó ir de nuevo a mi lugar original y pude acercarme a saludar a Oliver. Su sonrisa se ensanchó al verme y apartó los ojos tiernos de la historieta que leía.
- Tengo malas noticias para ti.- Le dije burlonamente, apoyándome en la mesa.- Mañana haremos horas extras, tú y yo. Aprenderás a barrer.
Frunció los labios y yo reí al verlo.
- Yo también tengo malas noticias.- Respondió.- Mis padres organizaron una cena mañana en la noche con todos sus amigos y vamos a tener que ir.
- No puedo, Oliver. Ya te dije que me tengo que quedar a cerrar. No puedo irme hasta que esto no se vacíe y no haya lavado hasta la última taza.- Expliqué.- No quiero fallarle a Peter, es muy importante que me deje a cargo.
- ¿Pero no hay nadie más que pueda hacerlo?- Quiso saber, suplicante.- Esas cenas son aburridas sin ti, Summ. No me dejes solo. Y ya sabes cómo son mis padres, quieren que esté ahí con ellos.
- Sí, ya sé.- Suspiré.- Bueno, no nos queda opción. Nos veremos cuando terminemos o sino otro día.
Oliver continuó quejándose no sólo mientras duró mi turno, sino también después de él, cuando ya estábamos yendo a mi casa. Iba distraída charlando con él cuando vi un auto que pasaba por allí y se me hacía familiar. El corazón se me paralizó y me quedé observando, pero no podía asegurar si era o no Tim. Disimulé antes que Oliver se diera cuenta y seguí mi camino, pero mucho más atenta que antes.
Pasamos la noche jugando videojuegos y más tarde pedimos una pizza. Tenía la sensación de que jamás iba a comer pizza tan seguido como durante la ausencia de mis padres. Ellos nunca hubiesen aprobado comida chatarra a diario.
Oliver se fue antes de la medianoche, de modo que me fui a dormir. Bostezando, me dejé caer en la cama y me acomodé. De repente me sentía absurdamente susceptible y sola. Estiré la mano y tomé el primer oso de peluche que hallé a mi alcance. Lo abracé y de a poco fui quedándome dormida, aunque en realidad deseaba que fuera una persona la que se encontrara entre mis brazos. Quería aferrarme a él y quedarme allí, saber cómo se sentía ser estrechada contra su pecho.
Dejé escapar un suspiro que llevaba su nombre y pronto me dormí. No valía la pena seguir soñando así. Sólo terminaría estrellándome contra la pared al ver que no había realidad posible junto a Tim.

Todo estuvo más que atareado al día siguiente. Tenía que estar en todos los detalles y, para colmo, cumplir con mi acostumbrada labor como camarera. Me gustaba saber que era digna de la confianza de Peter, pero la responsabilidad y el miedo a que algo saliera mal mientras yo estaba a cargo, era demasiado para mí. Afortunadamente, lo peor del día fue que se rompiera una copa.
Nunca había estado muy al tanto del movimiento que había por allí después de las cinco de la tarde, que era cuando terminaba mi turno, y me sorprendió que entre semana tanta gente saliera a cenar. Por supuesto, no era una gran cantidad de gente… pero sí la suficiente para llenar el pequeño lugar y tenerme de un lado a otro unas cuantas horas.
Al menos de ese modo no notaba que iba anocheciendo y que las horas volaban como si estuviera haciendo algo realmente divertido. Me preguntaba cómo le estaría yendo a Oliver en la cena de sus padres y estaba casi segura de que los dos estábamos pensando en el otro. Solía suceder, era como una tonta conexión entre dos personas que se conocen desde siempre.
Mi amigo había pasado un rato al mediodía, a ver cómo me iba todo, pero se había marchado casi enseguida, espantado porque la cafetería estaba bastante concurrida y, además, yo no tenía mucho tiempo de hablar. Había apurado su gaseosa y se había marchado, apenas deteniéndose a saludar y a decirme que me llamaría en la noche.
Sabía que la cafetería era un trabajo pesado, pero al ver que se acercaba la medianoche y aún quedaban dos o tres mesas ocupadas, pensé que jamás sería hora de irme. Extrañaba mi cama y mi cuerpo exigía descanso después de todo ese tiempo corriendo de un lado a otro.
El personal de la cocina y las otras dos camareras se retiraron pocos minutos después de que el lugar quedara vacío. Yo aproveché la soledad, me quité el delantal y las zapatillas y me senté a hacer algunas cuentas para cerrar la caja del día. Me corrí el cabello con impaciencia mientras pensaba que ser digna de confianza era algo bastante engorroso.

Tim Rice-Oxley había elegido esa noche, precisamente, para hacer otro de sus paseos en busca de inspiración. Cerca de la medianoche, las calles de Battle estaban prácticamente desiertas y él disfrutaba de estar solo. Su mente conseguía vagar por sitios lejanos, pero volviendo siempre al punto de origen. Y Tim seguía teniendo la esperanza de que sus largas caminatas le resolvieran sus problemas.
Iba en jeans y llevaba un buzo gris que lo protegía de la brisa nocturna que conseguía alborotarle un poco el cabello. Sus ojos azules iban más que nada clavados en el piso frente a él y denotaban una profunda concentración. Jugueteaba con las llaves de su casa en el bolsillo y trataba de tararear una melodía nueva, todo al mismo tiempo.
Suspirando, dándose cuenta que llevaba bastante caminando sin que le sirviera de nada, se resignó a regresar a su casa y cambiar los canales de la televisión nuevamente. Enfiló por High Street y la calle principal del pueblo estaba muchísimo más calmada a esas horas que de costumbre. Observó las casas silenciosas y los mercados cerrados, las veredas libres de caminantes y las florerías oscuras. Pero al final de la calle algo le llamó la atención. Era la única luz que brillaba como en señal de vida y Tim se encaminó hacia allí, con curiosidad, dándose cuenta a pocos pasos que era The 1066.
Se quedó mirando al interior. No había nadie excepto por una delgada figura que recorría descalza el establecimiento, con el cabello rizado a sus espaldas y una escoba entre las manos. Tim sintió cómo algo vibraba dentro de él y el impulso de entrar era demasiado fuerte para ignorarlo. Puso una mano en el picaporte, pero se detuvo, pensando que no tenía excusa para entrar a un bar cerrado a esas horas. La asustaría.
Durante unos segundos, Tim se quedó con el semblante pensativo, reflexionando sobre cuál era la mejor opción: volver a caer en la tentación o huir de ella antes de que fuera demasiado tarde.

Una vez que terminé de anotar las ganancias y gastos del día en una planilla que Peter me había dejado, fui al armario de la limpieza y tomé las cosas que necesitaba para dejar ese lugar listo para volver a trabajar al día siguiente. Limpié las mesas y el mostrador y luego tomé la escoba y me puse a barrer distraídamente, mientras pensaba cuánto iba a disfrutar de meterme en la cama esa noche.
De repente oí un ruido a mis espaldas y me volví. La puerta se había abierto y un tipo se metía en la cafetería. Di un respingo, supuse que por miedo a que un desconocido se metiera así, sin permiso. Pero cuando tuve tiempo de reconocerlo, me di cuenta que se trataba de emoción.
- Buenas noches.- Saludó con su hermosa voz profunda y me derretí al ver que era la única persona a la que Tim prestaría atención en ese momento: estábamos totalmente solos.
- Hola…- Murmuré, casi sin aire. No sabía bien qué decir.- Ya… ya cerramos.
- Ah.- Pareció incómodo.- Yo… lo siento. Debí haberlo notado. Te dejaré trabajar.
Se volvió hacia la puerta nuevamente y sentí que la desesperación me invadía.
- ¡No!- Exclamé y él se volvió. Titubeé.- Yo… quiero decir… ¿en qué puedo ayudarlo?
- No te preocupes. Salí a caminar y se me antojó una taza de té, pero supongo que puedo preparármela yo mismo cuando llegue a casa.- Me sonrió y pensé que mi derretimiento era evidente.- Lamento haberte molestado.
- A mí también se me antoja un té.- Dije de pronto y me ruboricé al instante. ¿Qué pasaba conmigo?- Le haré uno, si quiere, y no le importa que esté limpiando mientras esté aquí.
- Por supuesto que no.- Accedió muy rápidamente. Tuve que contener mi sonrisa.
Dejé la escoba y me metí en la cocina. Cuando la puerta se cerró detrás de mí, comencé a dar saltos y taparme la boca para no gritar. Me sentía estúpidamente nerviosa. Pero era maravillosa la sensación de saber que sólo éramos él y yo.
Preparé el té y regresé al salón, llevando la bandeja con cuidado. No quería hacer más escenas enfrente de él. No me agradaba la idea de que me creyera torpe.
- Aquí tiene, señor Rice-Oxley.- Dije, sirviéndosela.
- Me llamo Tim.- Aclaró, mirándome significativamente y yo noté que levantaba levemente la cabeza al decirlo y traté de calcular los centímetros entre él y yo, que estaba algo inclinada para dejar las cosas sobre la mesa. Me observó, como esperando una respuesta.
- Tim…- Logré susurrar.
- Exacto.- Asintió y tomó un poco de azúcar para su té.- ¿Así que te han dejado sola esta noche?
- Mi jefe tenía que hacer trámites en Londres. Regresará mañana.- Informé, como si fuera de su interés. Estaba tan nerviosa que no sabía qué decir.
Nos quedamos callados. Le di un sorbo a mi té y continué barriendo. La verdad era que no tenía ganas de beberlo.
- ¿Necesitas ayuda con algo?- Quiso saber amablemente.
- No, no. Ya casi termino, no se preocupe…
- Tim.- Interrumpió, insistente, pero con una preciosa sonrisa. Se la devolví.
- Sí.- Me sentía muy tonta.
- Y ahora es el momento en que me dices tu nombre.- Masculló y tuve la sensación de que me quedaba con la boca abierta unos segundos. Corrección: era más que muy tonta.
- Summer.- Me ruboricé nuevamente y tomé nota mental de darme la cabeza contra la pared cuando estuviera sola.
- Summer.- Repitió y la forma en que lo dijo hizo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo.- Me gusta.
Ay, Dios mío. Estaba diciendo que le gustaba mi nombre. Estaba susurrándolo y diciéndome que le gustaba algo mío. Tuve la impresión de que iba a desmayarme o a hacer algo aún más ridículo, así que le di la espalda y seguí haciendo lo que debía.
- Me extraña que sepas mi nombre.- Comentó, entonces, al ver que yo no decía nada.
- Todo el mundo lo conoce aquí, señor Rice-Ox… Tim.- Contesté y tuve que apretar la escoba para que no me temblaran las manos. Sus ojos azules se posaron en ellas y tuve miedo de que lo notara.
- Supongo que sí.- Se encogió de hombros y terminó su té. Se puso de pie y caminó hasta una ventana.- Es un pueblo pequeño.- Agregó. Luego me miró de reojo y me descubrió mirándolo fijamente, siguiendo con los ojos todo el contorno de su espalda.- ¿Tú naciste aquí, Summer?
- Sí. He vivido aquí toda mi vida.- Respondí, sin poder creer que estábamos conversando.
- ¿No conoces otros sitios?- Preguntó y yo negué con la cabeza. Dio unos cuantos pasos hacia mí y pronto estuvo más cerca de lo que nunca había estado.- ¿No conoces las exóticas playas del Caribe, donde la arena es blanca y el mar tan azul que no sabes dónde termina y dónde empieza el cielo? ¿No conoces las luces nocturnas de Francia sobre la Torre Eiffel? ¿No te han…?- Se acercó más. Mi respiración se cortó.- ¿No te han besado nunca a la luz de la luna durante un paseo por los canales de Venecia?
Se quedó mirándome. Sus ojos azules estaban fijos en mi boca semiabierta, como esperando una reacción por mi parte, pero lo que acababa de decirme me había descolocado por completo. ¿Acaso estaba provocándome o simplemente eran jugarretas de mi mente enamorada?
- Yo… yo… he ido a Londres con mi madre muchas veces…- Logré decir, para arrepentirme al instante. Bajé la cabeza, molesta conmigo misma y él también lo hizo, esbozando una hermosa sonrisa enigmática.- Quiero decir…
- ¿Qué edad tienes, Summer?- Interrumpió, volviendo a mirarme.
- Dieciocho.- Dije, antes de pensar siquiera.
La sonrisa se mantenía en su rostro, pero la acentuó.
- Entonces tienes tiempo de sobra para hacer todo eso.- Se volvió y se alejó de mí. Cuando llegaba a la ventana, lo oí murmurar para sí mismo:- Dieciocho.
No podía estar haciendo eso. No podía estar desaprovechando mi oportunidad de estar con él… aun cuando Tim susurraba mi edad como si fuera una burla para él: no era más que una niña tonta que lo miraba boquiabierta y se iba a Londres con su madre.
- Usted… tú, quiero decir, pudiste ver todas esas cosas porque tienes suerte.- Se volteó a observarme y el color regresó a mis mejillas.- Bueno, yo…
- Tú sabes quien soy, Summer. Es un pueblo pequeño, me he criado aquí al igual que tú y todos nos conocemos. No te avergüences por saber algo de mí.- Dijo, regresando a la mesa donde había estado sentado. Volvió a ocupar su lugar.
- No me avergüenza.- Aseguré enseguida.
- ¿Y entonces por qué te ruborizas cada vez que dices algo?- Replicó y mis mejillas se encendieron más fuertemente.- O cada vez que yo digo algo.- Acotó. Me miró frunciendo el ceño.- ¿Te molesta mi presencia, Summer?
- No, no. Para nada.- Dije, esta vez dándole la espalda y siguiendo con lo mío.
Nos sumimos en un profundo silencio. Yo continué barriendo hasta que el piso estuvo decente y luego fui a guardar las cosas al armario de la limpieza. Cuando regresé, Tim no estaba allí, parecía haberse desvanecido.
Con una punzada de desilusión, me dirigí al mostrador a buscar mis cosas y me dispuse a apagar las luces. Pero no podía encontrar mis zapatillas por ninguna parte. Me puse a buscar concienzudamente, y entonces oí un pequeño golpeteo. Levanté la mirada y vi a Tim mirándome desde el exterior y en sus manos llevaba mis zapatillas.
Odiándome por ruborizarme tanto, me acerqué a la puerta.
- Te acompaño a tu casa, es tarde.- Dijo y su voz profunda resonó en el silencio de la noche.
- No… no te…
- Te acompaño a tu casa, Summer.- Cortó y el tono de su voz me dio a entender que no aceptaba un no por respuesta. Me limité a asentir, tímidamente y volví para apagar las luces y buscar las llaves del local.
Cerré todo y me senté en el cordón de la vereda. Tim me alcanzó las zapatillas y yo me las puse, azorada. Todo estaba siendo muy, pero muy extraño.
- Dejé el dinero del té sobre la mesa.- Dijo mientras yo me ponía de pie.
- No tenías que pagarlo.- Mascullé.
No respondió. Empezó a caminar a mi lado en silencio. Tuve muchísimas ganas de enredar mi brazo en el suyo y apoyar la cabeza en su hombro. Me sentía cansada, pero estaba allí con él y eso no tenía precio.
Me siguió por High Street hasta London Road. Evité cuidadosamente pasar por su calle. A pesar de que no hablábamos, me fascinaba estar a su lado. Lograba oír con atención sus pisadas, su respiración, cada uno de sus movimientos. Me sentía maravillada y cuando lo miraba de reojo, no podía hacer más que contemplar sus labios: hermosos y totalmente deseables…
¡Dios mío! ¿En qué estaba pensando? Su presencia, definitivamente, estaba aturdiéndome el entendimiento.
- Imagino que vives con tus padres.- Comentó, cuando doblábamos en Chain Lane.
- Sí.- Respondí, y sin querer agregué:- Pero ahora están de viaje, así que estoy sola en casa.
Tim se me quedó mirando y me horroricé de mí misma. ¿Acaso eso había sonado como algún tipo de provocación/incitación/invitación a que entrara a casa sabiendo que no había nadie más? ¿Qué pensaría Tim de mí?
- Ten cuidado, entonces. ¿Conoces a alguien aquí cerca en caso de que necesites algo?- Preguntó con amabilidad.
- Sí, sí.- Dije, aliviada de que no pensara que era una cualquiera.- Mi amigo Oliver vive a pocas calles y sus padres siempre me dejan quedarme con ellos si no quiero estar sola.
- Ah, tu amigo Oliver.- Susurró.
- Ajá.- Lo miré de reojo. Su tono había sonado raro.- Bueno… aquí es.- Me detuve frente a la casa.- Gracias por acompañarme.- Volví a ruborizarme y me maldije por dentro.
- No hay problema.- Esbozó una sonrisa casi imperceptible en la oscuridad.- Buenas noches, Summer. Que descanses.
- Tú… tú también, Tim.- Agregué tímidamente y contuve las ganas de despedirme con un beso.
Me volví y corrí hasta la entrada. Mientras ponía la llave en la puerta, me giré brevemente. Estaba esperando a que entrara a la casa. Ay, mierda, ese tipo me estaba matando.
Finalmente abrí y lo saludé con la mano. Él se limitó a inclinar la cabeza y yo me metí en la casa. Lo miré por la ventana como se alejaba, caminando con calma con esas piernas largas…
Cuando ya no fue visible, subí a mi habitación. Me tiré en la cama, olvidándome de cambiarme, olvidándome de todo, en realidad. Lo que acababa de suceder era increíble. ¿Tim acompañándome a casa? ¿Tim y yo solos, hablando de nuestras vidas, hablando de lugares remotos, hablando de besarse? ¿Tim y yo tan cerca?
Como era de esperarse, esa noche no dormí.
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