viernes, 15 de febrero de 2008

Nothing In My Way: Capítulo 12.

La luz de la luna se colaba ya por la ventana y las estrellas empañadas de la noche no eran visibles en el cielo oscuro. Tim Rice-Oxley permanecía de pie, con los ojos azules perdidos en esa inmensidad y vistiendo tan sólo la ropa interior.
Miró por sobre el hombro a la cama en penumbras y logró vislumbrar la silueta de la chica que dormitaba profundamente. Se veía exhausta, pero llevaba una enorme sonrisa muy dulce en el rostro. Tim, sin embargo, se mantuvo inexpresivo y pronto le dio la espalda.
Lo que había hecho había estado mal. Muy, muy, muy mal. ¿Cómo había sido tan idiota…? Le había arrebatado a Summer la posibilidad de vivir algo como aquello con una persona que la quisiera realmente… sólo porque no había podido contener los impulsos.
Cada vez que la tenía cerca, ese deseo que constantemente quería silenciar lo cegaba, lo embargaba, lo hacía volver loco. Y ya no había podido soportar un segundo más: algo en la actitud de la chica había terminado de tentarlo y había cometido un grave error.
¿Cómo era posible que no se diera cuenta que ella jamás había hecho el amor con nadie? Después de todas esas semanas hablando con ella y conociéndola de a poco, debió imaginar que jamás había habido ningún chico en su vida... mucho menos un hombre de verdad. Se sentía terriblemente y no había manera de reparar su equivocación: había ido demasiado lejos.
Cuando había notado la mueca de dolor de Summer y de repente la maldita certeza de lo que acababa de suceder llegó a su cerebro… mierda, no había sabido qué hacer. Pero entonces ella lo había besado y cualquier vestigio de sentido común se borró de la cabeza de Tim. Sólo era consciente de las ganas que tenía de seguir adelante, de terminar lo que había empezado.
Y debía admitir que no recordaba haber perdido el control de esa manera, pero había algo en Summer que lo convertía en algo que no era. Al principio se había mostrado confundida, casi reticente… pero luego Tim había sabido llegar a ella y Summer había cedido a sus caricias, se había abierto a él… y para Tim, recordar lo mucho que había logrado derretirla entre sus brazos, era un verdadero karma. Le daban ganas de regresar a la cama y volver a empezar una y otra vez.
Pero no podía. Tenía que haber alguna manera de arreglar la situación…
Tim suspiró y se pasó una mano por el rostro cansado, frustrado. ¡La chica tenía dieciocho años, maldita sea! ¿Cómo había podido hacer algo así? se sentía irritado consigo mismo y deseaba encontrar una solución cuanto antes. No quería herir a Summer… era dulce, amable y no lo merecía. Mucho menos después de lo que acababa de pasar.
Llevaba un par de horas meditando en vano. No llegaba a ninguna conclusión que le sirviera y, definitivamente, no lograba explicarse a sí mismo cómo era que había perdido tan espantosamente su envidiable autocontrol.
Tenía que admitir, sin embargo, que algo bueno parecía salir de todo el asunto: en su interior iba fluyendo paulatinamente una canción. Estaba ansioso por ir a su casa, escribirla y probarla en el piano… pero no podía irse así. Y, en cierto modo, algo dentro de él no quería dejarla. Quizás era su piel, reclamando la suavidad de la de ella. Tenía que admitir que Summer había sido tal y como la había imaginado y aún mejor.
Dejó escapar otro suspiro y apoyó la frente contra el frío vidrio de la ventana, pensando que quizás eso podría servirle para enfriar sus propias ideas. Era fundamental que encontrara una salida y tenía que ser cuanto antes.

Perezosamente, abrí los ojos. Pronto una sonrisa floreció en mi rostro: no había sido un sueño. Las sábanas se enroscaban alrededor de mi cuerpo desnudo y veía, aún a pesar de la oscuridad, el montoncito de ropa dejado en el piso. Había sido real y nada podía hacerme sentir más feliz: Tim me había hecho el amor y, a partir de ese instante, todo lo que había creído imposible, daba una vuelta de tuerca.
Me giré en la cama, buscándolo y noté que tenía todos los músculos agarrotados, pero nunca me había sentido tan bien, en realidad. Saber lo que había pasado, anticipar lo que pasaría… no, era demasiado. No lograba dejar de sonreír.
Visualicé la figura de Tim recortada contra la ventana. La luz nocturna lo bañaba por completo y mi sonrisa se acentuó al contemplarlo. Era perfecto y estaba allí por mí. Había estado entre sus brazos, saboreando sus labios y ahora era suya, más que nunca. Y eso sí que era insuperable.
- ¿Tim?- Llamé suavemente.
Él se volteó, tan pausadamente como solía hacer todo. Una casi imperceptible sonrisa se dibujó en su rostro y no pude más que decirme a mí misma que lo amaba con toda el alma.
- Dormiste un buen rato.- Comentó quedamente y dio unos pasos hacia la cama.
- Sí… pero no es tan tarde, ¿verdad?- Repuse, escrutando por la ventana. No parecían ser ni las diez de la noche.
- Sólo son las nueve.- Respondió. Luego pareció vacilar, cosa que me extrañó.- ¿Cómo estás, Summer?
- Perfectamente.- Dije, sonriente a más no poder.
Asintió con la cabeza y yo estiré una mano para acariciarle la mejilla. Él la tomó y entrelazó sus dedos con los míos.
- Summer, yo…- Musitó, pero yo no pude contenerme más. Me senté en la cama y lo besé tiernamente. Me había hecho la mujer más feliz de toda la Tierra.
- No tienes idea de lo bien que me siento en este instante, Tim.- Dije, desbordando alegría.- Sólo en mis sueños más estúpidos había sentido algo como esto… y después de todo, dejó de ser un sueño.
- Summer…- Farfulló y una vez más lo interrumpí.
- Te amo, Tim. He estado enamorada de ti por mucho tiempo y jamás creí que pudieras fijarte en mí…- Los ojos se me llenaron de lágrimas involuntariamente y me las sequé riendo.- Al fin puedo decírtelo. Cada vez que te tengo cerca siento que la confesión me sube por la garganta… pero esta es la primera vez que sé que no me rechazarás…- Tomé su rostro entre mis manos y lo besé, aún algo torpemente.- Te amo.
Tim se quedó callado, mirándome fijamente a los ojos. ¡Estaba tan feliz que quería ponerme a gritar!
Finalmente, Tim esbozó una pequeña pero hermosa sonrisa. No dijo nada, pero yo no necesitaba sus palabras. Sabía que me quería y también sabía que él era más bien frío y callado. No había esperado que me dijera que me amaba… y tampoco había esperado que sucedieran muchas otras cosas. Pero allí estábamos.
Se acercó a mí y me besó intensamente, sin soltarme hasta que ambos nos quedamos sin aliento. No volvió a hablar, sólo se limitó a acurrucarme contra su pecho y acariciarme el hombro hasta que me quedé dormida. Sin embargo, para Tim no había manera posible de conciliar el sueño.

Estaba por amanecer cuando Tim se decidió de una vez por todas a regresar a su casa. No había querido moverse por miedo a despertarla y porque en cierto modo, la culpa lo mantenía cerca de ella. Pero no podía quedarse un segundo más. Tenía miedo de empeorar las cosas.
La brisa del alba le dio de lleno en el rostro mientras caminaba hacia North Trade Road, aclarándole un poco las ideas. Sabía que le esperaban largas horas de trabajo porque después de lo sucedido tenía ganas de escribir mil canciones nuevas. Pero las palabras de Summer le daban vueltas en la cabeza y cada vez se sentía peor.
Lo amaba. Se lo había dicho. La había utilizado, se había olvidado de no traspasar los límites y no había sabido ver que para ella iba más allá de un par de visitas a la cafetería. Estaba enamorada de él.
Se preguntó cómo no se había dado cuenta. Había estado tan sumergido en la desesperación de volver a componer que no se había dado cuenta que Summer tenía dieciocho años y a esa edad las chicas se enamoran con facilidad.
También esperaba que lo olvidara con facilidad. Pero… ¿qué hacer mientras tanto? ¿Cómo dar un paso al costado en esa situación tan delicada? La había metido a la cama y ahora no podía simplemente desaparecer. Ése no era él. No podía hacer algo como eso.
Estaba atrapado y lo sabía.
Entró a su estudio al mismo tiempo que las luces del amanecer bañaban por completo la habitación. Enseguida se sentó al piano y se puso a trabajar. Mientras acariciaba apasionadamente las teclas haciéndolas sonar con increíbles melodías, no lograba quitarse de la cabeza la imagen de Summer, la forma en que su piel lo había rozado, los suaves gemidos que le había arrancado, lo rápido que se rendía a él…
Tim creó una canción maravillosa pensando en cómo le había hecho el amor a Summer. La mejor canción que había escrito nunca, definitivamente. Pero, aún así, no lograba sentirse mejor. Una vez más, fue el piano el que cargó con su furia. Pero esta vez la furia no se debía a los celos de que Oliver estuviera con ella, ni por una discusión con Jayne ni por nada que se le pareciera. Esta vez la furia que fluía por los dedos de Tim tenía que ver con sus propios errores, errores en los que arrastraba consecuencias que se volverían desastrosas. Volvió a oírla diciéndole que lo amaba, con esa dulzura suya tan característica e inocente… pero ninguna sonrisa curvó los labios de Tim. Dándole un puñetazo al piano, lo cerró de repente y se puso de pie.
Le gustara o no, tendría que terminar con todo eso lo antes posible.
La mañana estaba ya muy avanzada, pero Tim no lograba conciliar el sueño e irse a la cama. Estaba demasiado mortificado para irse a dormir y las decisiones que iba tomando conforme pasaban las horas no lo hacían sentir mejor para nada.

Sólo desperté porque sentí la luz del sol dándome de lleno en los ojos. Si hubiese sido por mí, hubiese seguido durmiendo, parecía que no lograba reponerme del cansancio del día anterior.
Noté enseguida que Tim no estaba en la cama y agucé el oído, esperando oírlo en el baño o quizás en la cocina, preparando el desayuno. Imaginaba todo tal y como sucedía en las películas y si era así realmente, Tim subiría en menos de cinco minutos con una bandeja con dos tazas y una rosa roja.
Bueno… quizás eso era demasiado.
Entonces descubrí una nota a mi lado en la mesita de luz. Su letra era casi ilegible, y además parecía haber sido redactada a las apuradas.
Summer: No quise despertarte, estabas profundamente dormida, pero tenía que ir a casa a trabajar. Te veré esta tarde en la cafetería, espero. Tim.”
Le sonreí a la hoja de papel y me dejé caer nuevamente contra las almohadas, aún reviviendo en mi cabeza todo lo sucedido. La felicidad parecía inflarme el pecho como un globo y estaba segura que nada podría arruinarlo. Estaba ansiosa por verlo de nuevo.
Me levanté de la cama y me puse la bata rápidamente. Me asomé a la ventana y vi que el día era soleado y precioso. Dirigí la mirada en dirección a North Trade Road y volví a sonreír. En alguna parte, en esa calle, Tim Rice-Oxley estaba pensando en mí. Y esta vez no era un sueño, sino la más pura y asombrosa realidad.
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