Amaba la rutina. Una rutina nueva, maravillosa y repleta. Y Tim la protagonizaba a la perfección.
Abrir los ojos y encontrarlo a mi lado, profundamente dormido, apretado contra mí para no resbalar de la cama individual en la que indefectiblemente dormíamos todas las noches desde que se desatara la tormenta que lo había llevado de nuevo a mis brazos, me provocaba una felicidad más allá de mi capacidad de entendimiento. Y ese domingo no fue la excepción.
No hacía siquiera una semana desde aquel fantástico acontecimiento pero podía ya asegurar que la sensación de soledad que me acompañaba antes de la llegada de Tim se había esfumado por completo, no dejando ni el más mínimo vestigio. Y la paz interior que sentía me mantenía absolutamente relajada y libre de preocupaciones.
Le eché un rápido vistazo a mi despertador escandalosamente rosa que estaba posado sobre la mesita de luz del lado en que Tim dormía y vi que eran poco más de las diez de la mañana. Mi único día libre en la semana y sabía exactamente cómo iba a sacar provecho de él.
Puse mi mano sobre la espalda desnuda de Tim y tracé un par de suaves líneas con los dedos sobre su piel. Él se agitó en sueños y abrió un ojo perezoso, de un color profundamente azul tras las escasas horas de descanso.
Iba a explicarle que eran ya las diez de la mañana y que era mejor que nos levantáramos y pensáramos en lo que queríamos hacer ese día, pero lo cierto es que no pude articular palabra. La necesidad de arrimarme a él y besarlo en señal de “buenos días” era demasiado tentadora para ignorarla.
Tim respondió enroscando un brazo alrededor de mi cintura y acercándome más a su cuerpo. Sonreí y oculté el rostro somnoliento en el hueco de su cuello.
- Luces cansada.- Comentó, rompiendo el silencio matinal en el que a duras penas se distinguía el gorjeo de algún pájaro ocasional volando cerca de la ventana de mi cuarto.
Asentí desganadamente, pero sin perder la alegría. ¿Qué me importaba estar hecha polvo? Estar entre los brazos de Tim, aspirando su masculino aroma, era estar en mi lugar feliz, en el lugar donde olvidaba todas las pequeñas tonterías de la vida que no eran tan agradables, el lugar donde me refugiaba cuando algo andaba mal. Podía correr allí cuando quisiera, porque el recuerdo de su piel, de su esencia, de su tacto… era muy real, muy vívido.
Mi mano vagó inconsciente hasta su pecho y enredé los dedos en el espeso vello negro que lo cubría, cosa que me encantaba y que hizo que él exhalara un lento suspiro y apretara mi cadera contra la suya.
- ¿Qué quieres hacer hoy?- Preguntó, volviendo a cerrar los ojos y acomodándose en la cama lo mejor posible. A ninguno de los dos le apetecía levantarse.
- No tengo idea. Podríamos ir a caminar por ahí. No hemos salido a ninguna parte en toda la semana.- Mi voz sonó ahogada al retumbar contra su cuello y él se estremeció al sentir cómo mi aliento calentaba su piel. Volví a sonreír, encantada de provocarle ese tipo de reacciones.
- ¿Te estás quejando?- Murmuró, sin inmutarse y quedándose dormido de a poco nuevamente.
- ¡Por supuesto que no!- Exclamé, sin saber de donde sacaba las fuerzas para hacerlo. Tim rió casi inaudiblemente, de una forma muy sexy y bastante cerca de mi oído.- Pero no quiero que te aburras de mí.- Agregué con cierta timidez, aunque estaba tan adormilada que ni me di cuenta.
En cambio, Tim pareció despertar de repente. Se incorporó en la cama antes de darme tiempo a reaccionar y me aprisionó entre sus brazos, mirándome fijamente con esos asombrosos ojos.
- Eso es imposible.- Y a continuación empezó a besarme el cuello y a mí se me fueron por completo las ganas de seguir durmiendo.
Eso fue suficiente para despertar la pasión de ambos, por lo que nos demoramos un buen rato en levantarnos. Tim raramente se mostraba satisfecho y esa mañana no fue la excepción. Era casi el mediodía cuando finalmente me di una ducha mientras él se tomaba una taza de té en la cocina.
Regresó a la habitación cuando yo ya estaba vistiéndome. Buscó su camisa debajo de la cama y luego se quedó observando cómo me calzaba la falda blanca, las zapatillas y la musculosa rosa. Al instante, me puse a lidiar con mi pelo, refunfuñando en el espejo.
- Ya déjalo, Summer, estás hermosa así como estás ahora mismo.- Repuso, poniendo sus manos en mis hombros para calmarme. Ya sabía que mis abundantes rizos me ponían de malhumor en las mañanas.
- No es cierto. Sólo lo dices para que me sienta mejor.- Protesté molesta y deseando, no por primera vez, tener el cabello lacio… o más corto.
- Te lo digo porque es verdad.- Suspiró, mirándome a través del espejo.- Quiero hacerte sentir hermosa, Summer.
Casi no había terminado de pronunciar esas impactantes palabras, que su boca ya se posaba con suavidad en mi cuello y lo besaba con delicadeza. Contuve la respiración, aún sin creerme mi suerte.
Me limité a sonreírle porque no conocía una respuesta adecuada y no quería arruinar el momento. Jamás nadie me había hablado así. Y Tim Rice-Oxley, el hombre imposible con el que había soñado durante un largo tiempo y con el que de repente empezaba a tener una magnífica e increíble relación, era el primero en hacerlo.
Decidimos pasar por su casa antes de saber bien cuál era el itinerario del día. Tim necesitaba ordenar unas cosas del trabajo y quería cambiarse de ropa antes de ir a alguna parte, de modo que, extasiada, me dispuse a conocer su hogar. Ese sitio que me había provocado curiosidad desde que descubriera que él lo habitaba…
Tras dejar todo en orden, subimos a su auto para hacer las pocas calles que separaban una residencia de la otra. Él hizo el camino tarareando por lo bajo y yo, que empezaba a conocer sus costumbres y manías, no lo interrumpí. De seguro en su cabeza estaba tomando forma alguna canción y era mejor dejarlo trabajar.
Llegamos a la casa de North Trade Road en menos de cinco minutos. Él estacionó calmadamente frente a la entrada y ambos bajamos. Lo seguí por el caminito de piedras adosadas firme y pulcramente que conducía a la puerta principal, hasta donde yo ya me había colado en una ocasión, para dejar frente a ella un paquete que contenía una camisa y una nota dentro. Al recordarlo, me ruboricé. Eso había sido, definitivamente, algo clave en los eventos que se desencadenarían después. Me alegré de haberme animado a hacerlo y sonreí un poco más tranquila y satisfecha de mí misma.
Rebuscando las llaves en su bolsillo, Tim abrió y me guió al interior, iluminado generosamente gracias a los ventanales que dejaban que la luz del radiante sol veraniego se colara a las habitaciones.
Di un vistazo a mi alrededor mientras él dejaba sus cosas en el recibidor y me di cuenta que Tim encajaba perfectamente en ese ambiente. De buen gusto, bien decorado, pero al mismo tiempo sobrio y algo desordenado, como evidenciando que allí vivía un hombre solo. Un hombre que, por añadidura, era un genio que trabajaba incansablemente y pasaba su escaso tiempo libre en casa de su amante…
Ay, Dios mío. ¿De donde estaba sacando esas cosas? A pesar de mi estupefacción, tuve que admitir que me agradaba pensarlo.
- Ponte cómoda mientras voy a darme una ducha rápida y a cambiarme de ropa.- Me dio un beso al pasar.- Allí está la cocina, si quieres tomar algo. No tardaré.
- De acuerdo.- Le sonreí y lo vi perderse en un pasillo.
Durante unos momentos, me quedé observando embobada la preciosa vista que tenía desde allí. Si bien viviendo en Battle tenías garantizado un hermoso paisaje del otro lado de la ventana, lo que se veía desde la casa de Tim por alguna razón me maravillaba más. Quizás se debía al hecho de estar allí, rodeada de todas las cosas que le pertenecían.
Suspirando, me volví y contemplé la sala de estar una vez más. Los sillones se veían muy cómodos y enseguida vislumbré la estantería llena de libros. Me acerqué a ver qué tenía de bueno, pero más que los títulos y los autores, lo que más llamó mi atención fue una serie de portarretratos distribuidos de forma aleatoria por ahí.
Tomé uno, clavándole los ojos sin parpadear siquiera. Una foto de su boda. Él y Jayne sonriendo radiantes.
Tragando saliva, miré el resto, aún sin soltar aquel. Eran ellos dos, se repetían en cada imagen, las mismas sonrisas, las mismas expresiones de imborrable felicidad.
¿Qué habría sucedido entre ellos? ¿Por qué todo ese amor que aparentaban sentir en las fotos se había esfumado? ¿Y por qué Tim aún la conservaba en cada rincón de su hogar? ¿Es que acaso no había podido olvidarla?
Una fina capa de polvo se acumulaba sobre el vidrio del marco. Pasé un dedo para limpiar sus rostros y contemplarlos con mayor claridad. Tim tenía el cabello un poco más largo y una barba más crecida. Pero la sonrisa y la alegría que irradiaba… no se la había visto nunca en la vida.
Me deprimió el hecho de no poder hacerlo tan auténticamente feliz como Jayne. No sabía cómo tratar a un hombre, no sabía qué decirle para asegurarle que todo estaría bien y que, si ella lo había lastimado, no recibiría el mismo trato de mí…
Pero ver a su esposa me hacía dar cuenta de cuánto había vivido Tim y de lo poco que podía ofrecerle yo. ¿Y si yo jamás lograba hacerlo sentir así? Una punzada de inevitables celos me invadió de pronto, haciendo que frunciera el ceño.
- ¿Por qué no dejas eso, Summer?- Di un respingo al sentir que me susurraba al oído. Ni siquiera había notado que regresaba y eso que despedía un irresistible aroma a jabón, shampoo y loción.
Me di media vuelta y lo miré avergonzada. Tenía el cabello oscuro húmedo y despeinado y una camisa limpia y remangada.
- Lo lamento. Tenía curiosidad.- Me excusé.
- Está bien, no te preocupes.- Contestó y puso la foto en su lugar. Me miró inexpresivamente unos segundos.- ¿Te molesta si nos retrasamos unos minutos? Necesito ir al estudio y escribir unas cosas que se me ocurrieron.
- Claro, tómate tu tiempo.- Respondí enseguida.
- Tú quédate por aquí. Puedes mirar la televisión o…- Comenzó a decir, como si se sintiera culpable de dejarme sola.
- Descuida, no me aburriré.- Le sonreí, aunque aún me sentía incómoda porque me había encontrado escrutando una fotografía suya y de su esposa.
Me dio un fugaz beso en la frente y lo oí alejarse por el pasillo nuevamente. Luego una puerta se cerró y la casa se sumió en silencio. Yo volví a mirar alrededor, preguntándome qué podía hacer mientras tanto y me dejé caer en el sillón que era tan cómodo como aparentaba ser. Hojeé un par de revistas de música que él había dejado tiradas por ahí y, una vez que me cansé de ellas, las puse en su lugar y fui a ver la cocina.
Era espaciosa y bonita, aunque estaba algo desordenada, al igual que la sala. Como había un par de tazas y un plato para lavar, tomé la esponja y el detergente y dejé correr el agua. Justo en ese instante, la casa se vio invadida por un harmonioso sonido: Tim estaba tocando el piano de manera magistral.
Con una sonrisa en el rostro, me puse a fregar el plato y las tazas y, apenas siendo consciente de lo que hacía, como si la música se hubiera apoderado de mí y me guiara en mis acciones, me puse a ordenar el resto de la cocina hasta que quedó relucientemente aceptable.
Hice lo mismo en la sala, encantada con los sonidos que Tim iba creando de a poco, interrumpiéndose de tanto en tanto.
El silencio regresó bruscamente y noté, sorprendida, que hacía alrededor de una hora que Tim se había encerrado en su estudio. El tiempo pasaba volando.
Volví a la cocina, pensando en llevarle una taza de té que le facilitara el trabajo. Herví el agua, busqué una bandeja y las tazas. Dispuse todo en su sitio y, guiada por la música que repentinamente volvía a sonar, encontré el estudio.
Abrí la puerta lentamente, dudando de si a Tim le gustaría o no recibir visitas allí o ser interrumpido cuando estaba trabajando. Tardó unos segundos en notar mi presencia, cuando se detuvo a hacer unas anotaciones y, al verme, esbozó una vaga sonrisa y apoyó las manos en las piernas.
- Pensé que te gustaría una taza de té.- Comenté decidiéndome a entrar.
- Gracias, sí.- Respondió, satisfecho. Me miraba fijamente, recorriéndome por completo con aquellos ojos hipnotizantes.
Apoyé la bandeja sobre el piano que estaba utilizando y miré alrededor.
- Lindo sitio.- Dije impresionada. Había tantos teclados que era difícil no tropezar con ellos y los cables se cruzaban por doquier.
Tim le dio un sorbo al té, pensativo.
- Lamento tenerte esperando.- Dijo.
- Me estoy divirtiendo.- Me encogí de hombros, sonriente.- Y me gusta oírte tocar.
Él no contestó. Se llevó la taza a los labios nuevamente y sus ojos azules se perdieron en el pedacito de Battle que asomaba por las ventanas.
Observé con interés la habitación. Había un amplio escritorio frente a una de esas ventanas, lleno de papeles. Había también un sillón de cuero negro que parecía aún más cómodo que el de la sala y un equipo de audio más que sofisticado. Una vez más, noté que las fotografías en que aparecía Jayne no estaban ausentes allí tampoco.
- ¿Tim?- Susurré, dubitativa.
- ¿Mm?- Articuló, casi sin hacerme caso.
- ¿Por qué te separaste?- Inquirí, sin poder suprimir el tono de curiosidad de mi voz.
El silencio pareció hacerse más pesado. Tim dejó la taza sobre la bandeja y se puso de pie bruscamente, haciendo temblar brevemente el piano que hizo un sonido que retumbó contra las paredes.
Me arrepentí al instante de haber preguntado aquello.
En un movimiento rápido que me tomó por sorpresa, me apresó contra el piano, entre sus brazos. Miré insegura hacia atrás, temiendo volcar las tazas de té sobre el inmaculado teclado blanco y negro.
- Lo siento, Tim, no quise entrometerme en…- Comencé a decir, nerviosa, pero él me silenció al instante, devorando mis labios con su boca muy abierta. Eso, definitivamente, me sorprendió aún más.
Lo contemplé con los ojos muy abiertos mientras se apoyaba firmemente contra mí y me besaba tan arrebatadamente que parecía dispuesto a arrancarme el labio inferior. Sentí el calor subiendo desde mis pies hasta la punta de mi desordenado cabello.
Entonces se separó, controlando su respiración increíblemente bien, a pesar de que yo resollaba como un animal que acababa de correr una maratón para salvar su vida de los depredadores.
- Me gusta verte aquí, Summer, entre mis teclados, entre mis pianos.- Murmuró, logrando que se me erizara la piel.- Es como si me pertenecieras más que nunca. Me dan ganas de tocarte y ver qué notas puedo sacar de ti.
Me quedé boquiabierta. No me acostumbraba de ninguna manera a que Tim me hablara de aquella manera tan seductora y que dijera que yo le pertenecía. Y Dios sabía que estaba entregada a él en cuerpo y alma. Cada fibra de mi ser llevaba su nombre y de haberme dado tiempo a suspirar, ese suspiro también lo hubiera llevado. Pero Tim se apoderó de mí en un beso otra vez.
Con la punta de los dedos, fue subiendo mi falda de un modo tan lento que me provocó un escalofrío. Con el otro brazo me rodeó por la cintura y me subió al piano, poniéndose entre mis piernas. Evidentemente, no le preocupaba que el té se derramara sobre las teclas. Y yo ya me había olvidado de ello, dejando que la bandeja pasara a segundo plano.
Sentí el ligero y casi imperceptible tacto de su cálida mano en mi braga, de la que Tim se deshizo al instante. Siempre me asombraba la facilidad que tenía para hacer conmigo lo que quisiera, como lograba dominarme en menos de un segundo, la habilidad de sus manos…
Sin poder contenerlo, dejé escapar un gutural gemido y apoyé la cabeza en su hombro, apretándolo con fuerza contra mí, arrugando su camisa entre mis dedos.
Parecía jugar conmigo. Realmente estaba tocándome como a uno de sus teclados, probando los sonidos que se escapaban de entre mis labios. Me quitaba las fuerzas, debilitándome entre sus brazos sin siquiera esforzarse. Sabía muy bien lo que hacía.
Pensé que todo iba a acabar sin que él se quitara la ropa, pero justo cuando sentí que explotaría sin poder evitarlo, Tim se detuvo. Lo miré suplicante y sin entender, deseosa de que continuara.
Haciéndome rodear su cintura con las piernas, me levantó en el aire y siguió besándome con las mismas ganas hambrientas. No noté que me transportaba hasta que sentí su cama bajo la espalda y él se quedó sobre mí, sosteniéndose con los brazos, observándome, tan controlado como siempre.
- Sabía que también encajarías entre mis sábanas.- Me presionó tentadoramente, maliciosamente con uno de sus dedos y lo retiró enseguida.
No podría soportarlo un segundo más. Necesitaba a Tim, necesitaba sentir su peso sobre mí, aplastándome cálidamente, sintiéndolo en mi cuerpo, en mis entrañas. Necesitaba sentir su piel…
Vi, aliviada, que se quitaba la ropa con premura. Ya no podía pensar en nada, sólo mirarlo, rogarle silenciosamente que se diera prisa, que se acercara a mí, que no me hiciera esperar más…
Luego me quitó la ropa que me quedaba puesta, poniendo mucho cuidado en rozarme intencionalmente, de forma deliciosa e incitante. Tim me estaba volviendo loca.
Pareció que pasaba una maravillosa eternidad. Pero finalmente, Tim Rice-Oxley me hizo el amor en su cama, invitándome tácitamente a incorporarme a su mundo privado, haciéndome ver que aquel era el sitio al que realmente pertenecía. Y en ningún momento pude ni quise contradecirlo.
Cualquier posible plan que hubiera podido surgir fue descartado automáticamente por Tim y, en cambio, dedicó gran parte del día a retenerme en la cama, donde el avasallante acto de amor que había tenido lugar más temprano, se repetía una y otra vez. Todo había ocurrido con cierta brusquedad, casi desesperación por su parte. De haber sido capaz de usar mi cabeza, lo hubiese notado extraño.
Pero no fue así. Desperté casi al anochecer, con algunos músculos doloridos, boca abajo en la enorme cama y absolutamente sola. El sonido del piano delató a Tim: estaba en su estudio, trabajando.
Me aparté el pelo de la cara con impaciencia y me acomodé entre las mantas.
De pronto me atacó una cierta paranoia. ¿Qué estaba sucediendo?
Era la primera vez que me encontraba consciente de algunos aspectos de mi relación con Tim, o al menos me invadieron todos juntos en ese preciso instante. Me había evadido, me había metido en la cama para no tener que contestarme ninguna pregunta sobre Jayne.
Y tenía la rara sensación de que no era la primera vez que sucedía. En el breve tiempo que llevábamos juntos… ¿de qué habíamos hablado? No recordaba ni una sola charla decente, que tuviera significado verdadero y no fuera una mera provocación que derivara en sexo.
Me di cuenta que Tim no sabía nada sobre mí. Jamás habíamos conversado lo suficiente para que me conociera realmente como era. ¿Qué era lo que sabía de mí? ¿Qué tenía dieciocho años, un trabajo en The 1066 y un amigo que no le caía bien? ¿Qué tenía un abundante cabello rizado que le gustaba enredarse en los dedos mientras me hacía el amor?
Estaba segura que ninguna relación se basaba en esas cosas. Y yo no sabía de él más que antes. Tim era un enigma. Evadía mis preguntas, nunca me contaba nada personal. Ni siquiera me decía si estaba bien o mal. Lo poco que sabía sobre él lo había averiguado sola, excepto que pudiera contarse el hecho de que Tim me mostrara la manera exacta en que le gustaba que le quitara la camisa. Y eso era todo lo que me había enseñado sobre sí mismo.
De repente me sentí preocupada. Aquello no estaba nada bien. El amor no se basaba en el contacto físico, en cuántas horas se pasan en la cama o en cómo desvestir al otro. Está bien, yo no era precisamente una experta en la materia… pero me sentía perturbada y dudosa.
¿Y si Tim sólo me quería para…?
- Hey, justo venía a despertarte.- Su voz irrumpió en la habitación y levanté la mirada. Ni siquiera había notado que la música cesara.- ¿Te apetece cenar algo?
Se inclinó sobre la cama y me besó. Luego se quedó mirándome, esperando una respuesta.
- Sí, claro.- Le sonreí. No habíamos comido nada en todo el día.
- Entonces iré a preparar algo.- Otro beso, más tierno que los que me había dado aquella tarde.
- ¿Vas a cocinar tú?- Pregunté, ampliando mi sonrisa.
- Claro que sí, voy a cocinar para ti.- Contestó, también sonriendo y alrededor de sus ojos aparecieron dos pequeñas arruguitas.
Eso era muy dulce y logró que me derritiera, dejando que me besara una vez más. Todas las estupideces que había estado pensando se desvanecieron de mi mente en menos de un segundo. Tim me quería, sólo que… no era muy comunicativo que digamos.
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