- No veo nada.
- Esa es la idea.
- Pero me pone un poco nerviosa no saber ni dónde estoy…- Annie se llevó las manos al rostro para tocar el pañuelo que Richard había amarrado sobre sus ojos con mucha gentileza.
- Vamos, Annie, no me arruines la sorpresa.- Pidió él, apartándole las manos tiernamente mientras conducía.- Sólo unos minutos más.
- Eso dijiste hace como una hora.- Repuso ella, en una mezcla de ansiedad e impaciencia. ¿No deberían haber llegado a Battle ya?
Sintió que Richard se inclinaba hacia ella. Sintió su voz en su oído, su aliento calentando su piel con suavidad.
- Sólo un ratito más, lo prometo. Te gustará.- aseguró y, a continuación, hundió sus labios en los de ella. Si ese no era el mejor sitio en todo el planeta, entonces Rich no sabía cuál podía serlo.
Annie esbozó una sonrisa a ciegas.
- Tú sí que sabes convencer a una chica.
Richard había pasado a recogerla esa mañana, se había asegurado de que había empacado algo de ropa y la había subido al auto tras vendarle los ojos. Annie no había querido decirle que ya sabía de qué se trataba su sorpresa para no desanimarlo. Aún así, estaba emocionada por ir a Battle: un lugar que era tan importante para él sería un lugar muy importante para ella. Se estaba enamorando de Rich a una velocidad increíble y sólo podía pensar en hacerlo feliz.
Se corrió el corto cabello rubio del rostro con un ademán y suspiró. Si a Richard lo hacía feliz llevarla a ciegas hacia su sorpresa, ella ya no se quejaría.
- ¿Sabes? Si no fuera porque te he conocido lo suficiente en estas semanas, diría que eres un pervertido demente que secuestra chicas indefensas y se las lleva donde nadie pueda oír sus gritos.- Comentó, burlonamente.
Richard rió con alegría. Annie causaba en él una felicidad inexplicable.
- Nadie dice que realmente no lo sea.- Murmuró, tratando de sonar amenazador sin tener mucho éxito.- Quizás me descubriste.
- Quizás a mí me gusten los pervertidos, dementes y secuestradores.- Replicó, estirando una mano para tratar de alcanzarlo, aunque sin saber bien dónde debía buscar. Afortunadamente, dio con su brazo y cerró sus dedos en torno a él. Al menos sentirlo cerca era un modo de saber que aquella oscuridad no era más que una ilusión.
Richard sonrió, aunque ella no podía verlo. Dios, se sentía tan bien a su lado…
Durante unos cuantos minutos viajaron prácticamente en silencio, excepto por la música que sonaba tenuemente de fondo. Era un disco de Muse que a Rich le gustaba mucho y que, aparentemente, a Annie también, ya que no dejaba de mover su pie enfundado en un zapato de un azul brillante marcando el ritmo de la batería.
Annie notó que la velocidad del vehículo iba disminuyendo y escuchó muchos ruidos en derredor, todos tan encimados que no era capaz de discernir a qué se debía cada uno. Entonces Richard le quitó la venda de los ojos y ella parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse nuevamente a la luz.
La sonrisa de Rich era radiante, mientras esperaba la reacción de Annie. Pero ella se tomó su tiempo para mirar el lugar donde estaban detenidos y no le pareció más que un corriente estacionamiento de ciudad hasta que vio un avión que despegaba no muy lejos de sus cabezas. Estaba muy cerca del suelo, como si acabara de tomar vuelo desde unos metros más allá. Se quedó boquiabierta.
- ¿Me trajiste a un aeropuerto?- Inquirió sin entender muy bien qué sucedía y esforzándose por hacerse oír sobre el sonido de decenas de turbinas.
- Así es.- Respondió él, de buen humor.
Annie pensó unos segundos.
- ¿Por qué?- Preguntó al fin. Si iban a ir a Battle…
Richard rebuscó en su bolsillo y puso unos papeles frente a sus ojos. Annie los miró sin creérselo por unos segundos.
- Son… son pasajes.- Masculló, sintiendo la garganta seca. Levantó la vista hacia él, notando cómo su corazón latía desbocado.- Son pasajes a París.
Él sólo asintió con la cabeza, pero Annie no dijo más nada. Se mantuvo quieta y sin reacción, provocando la preocupación de Richard. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si ella pensaba que iba muy rápido? ¿Y si Annie tomaba a mal su sorpresa?
- No… no te gusta.- Dijo, y fue una afirmación.- Lo siento, Annie, cuando me dijiste que querías conocer…
- ¡Ay, Richard!- Exclamó ella, saltando en su asiento y arrojándose a sus brazos con dificultad en el reducido espacio.- ¡Por supuesto que me gusta! ¡Me encanta!- Empezó a besarlo, frenética.- Me fascina. Y nada me haría más feliz que ir contigo…
La tensión dentro de Richard desapareció. La rodeó con sus brazos y la besó con calidez.
- Entonces será mejor que nos apuremos.- Musitó, dedicándole una sonrisa tierna.- No querrás perder el vuelo.
- ¡Claro que no!- Dando un respingo, salió del auto rápidamente y abrió la puerta trasera para arrastrar su maleta.
- Déjame hacerlo.- Intercedió Rich, bajando del auto y encargándose de buscar las maletas de ambos. Le dio las llaves del auto a Annie y le pidió que cerrara todas las puertas mientras él las cargaba. Luego, emprendieron el camino hacia el aeropuerto. Y la felicidad reflejada en el rostro de Annie acentuó su belleza. Richard dejó caer las maletas al quedarse contemplándola embobado por unos segundos y entonces, sonriendo como un tonto, tuvo que admitir que estaba perdidamente enamorado de ella.
Abrí la puerta de entrada y escuché voces provenientes de la sala, lo que me hizo suponer que Noah y Tim estaban jugando en mi parte de la casa. Sonriendo, fui hacia ellos, sin siquiera dejar mis cosas en el vestíbulo, pero me encontré con que Noah estaba jugando en el suelo, frente a la chimenea… y con un tipo al que no conocía.
Al ver su rostro tuve la impresión de que no había nada de qué temer. Tenía una expresión inocente, amable y aniñada, pero aún así los observé extrañada.
- ¿Dónde está Tim?- Pregunté a modo de saludo.
El tipo, que visto de cerca parecía un niño muy crecido, levantó unos cálidos ojos verdes y me dedicó una sonrisa.
- Tú debes ser Allison.- Dijo con naturalidad.- Yo soy Tom, soy amigo de Tim.
- Hola, Tom.- Mascullé, tratando de mostrarme un poco más cordial. Noah corrió hacia mí y se colgó de mí para que lo abrazara.- Hola, cariño.
- Tom y yo jugamos al fútbol en la playa, mami. Y a él no se le cae la pelota al agua.- Dijo con seriedad.
- Qué bien, cariño.- Lo miré con dulzura y le di un beso en la cabeza.- Pero, ¿dónde está Tim? Se suponía que él te cuidaría.
- Noah, vuelve a armar el tablero, jugaremos otra partida antes de que me vaya.- Interrumpió Tom, poniéndose de pie. Noah se apresuró a hacerle caso y él se acercó a mí para hablarme en tono confidencial.- La esposa de Tim vino a verlo y necesitaban estar solos un rato para hablar. Están en una situación delicada, así que yo entretuve a Noah mientras ellos hablaban.- Explicó en voz baja. Asentí, comprendiendo. Esperaba que Tim estuviera bien. Cada vez que pasaba algo con su esposa terminaba destrozado…- De todos modos, cuidé bien de Noah. No se cayó, ni se lastimó, ni…
- Descuida, Tom. Te lo agradezco.- Le sonreí para calmarlo.- Me preocupa Tim. Le afecta muchísimo todo el tema del divorcio. Esto no puede ser bueno.
La expresión acongojada de Tom me indicó que estaba en lo cierto.
- Antes de que viniera a vivir aquí, cuando Jayne acababa de echarlo de la casa, estaba hecho un desastre.- Comentó, suspirando con tristeza.- Nos costó muchísimo a Richard y a mí sacarlo del hotel y obligarlo a no hundirse. Pero si cada vez que se recompone Jayne va a aparecer y a seguir con lo suyo…- Hizo una mueca de desagrado.- Bueno, no servirá de nada cualquier cosa que nosotros hagamos. Va a terminar con él.
- Es tan cruel…- Murmuré distraída.- Tim es tan maravilloso… no merece esto.
Tom se quedó mirándome y yo me sonrojé al notarlo. Decidí cambiar de tema.
- No nos queda más que esperar.- Fui hacia el vestíbulo a dejar mis cosas.- ¿Quieren tomar algo?
- ¡Yo quiero un chocolate caliente!- Exclamó Noah, que estaba arreglando las piezas de uno de sus juegos de mesa. Tom se estaba sentando a su lado.
- Bien.- Miré a su nuevo amigo.- ¿Y tú, Tom? ¿Puedo tentarte con un chocolate caliente?
- ¿Cómo le dices que no a eso?- Farfulló, dándole un codazo de complicidad a Noah.
Sonriendo, me encaminé a la cocina y les preparé el chocolate caliente y también un poco de té para mí. De forma automática, dispuse todo en una bandeja y agregué algunas de las galletas preferidas de Noah. Pero mi cabeza estaba con Tim. ¿Estaría bien? En el silencio de la casa, donde lo único que se oía eran las risas de mi hijo y de Tom en la sala, no oía ni el más mínimo grito ni indicios de discusión.
¿Y si ella se había ido y él estaba destrozado? Se me estrujó el corazón de pensar en ello y tuve que contener el impulso de ir a verlo. Tenía que darle tiempo.
Tom y Noah tomaron su chocolate y jugaron otra partida, mientras yo trataba de relajarme y disfrutar de un poco de paz. Pero no sentía paz en lo más mínimo.
Tim se apoyó en un codo y contempló felizmente a Jayne. Lucía hermosa y era así porque estaba en sus brazos, en su cama. Estaba de nuevo con él y no había manera de que las cosas pudieran ser mejores. Se sentía en el cielo.
Su esposa suspiró, mientras pasaba un dedo repetidamente hacia arriba y abajo por el brazo de Tim, provocándole una sensación deliciosa.
- Me gusta la casa.- Comentó, quebrando el silencio.
- Sabía que te gustaría.- Respondió él, inclinándose a besarla brevemente.- Fue lo primero que pensé cuando la vi.
La caricia de Jayne se trasladó a su mandíbula rasposa con algo de barba.
- Es preciosa. Y me encanta la playa, aunque aún no he visto mucho de ella.- Dijo sonriente.- Nos imagino una tarde de verano, metidos en el mar, haciendo el amor…
Tim sonrió aún más. Se sentía tan aliviado, tan satisfecho… y las palabras de Jayne lo hacían sentir seguro como nunca antes.
- Voy a hacerte el amor en cada rincón de esta casa, Jayne.- Advirtió, con un brillo especial en los ojos azules.- En todos.
- Eso suena bien.- Contestó, provocativa. Le puso una mano en el pecho y lo empujó hacia atrás. Cuando estuvo recostado, se subió delicadamente sobre él. Le besó el cuello y Tim cerró los ojos. Había creído que nunca más se sentiría así.- Podríamos quedarnos unos días aquí, antes de volver a casa. Para empezar de nuevo.
Tim deslizó su mano hacia la espalda desnuda de Jayne y la dejó allí mientras disfrutaba de los besos de su esposa.
- Podemos quedarnos todo lo que quieras.- Accedió, distraído. La mano de Jayne también se deslizaba hacia abajo y eso atraía toda su atención.- Y podemos conservarla y venir cuando queramos descansar, cambiar de aire… disfrutar de la playa.
- ¿Hay privacidad?- Quiso saber ella, frunciendo el ceño.- ¿No molesta la gente que vive al lado?
- Para nada, son muy agradables.- La voz de Tim iba poniéndose ronca a medida que Jayne se movía sobre él.- Noah pasa mucho tiempo conmigo, pero…
- No me gustaría que nos encontraran con las manos en la masa.- Repuso ella, fingiendo inocencia.- Imagina que el niño entre justo cuando estoy haciendo…- Bajó lentamente, besando cada centímetro de la piel de Tim,-… esto.
- Creo que vamos a tener que…- Tim tragó saliva.- Que cerrar la puerta con llave.
- En nuestra casa siempre hemos sido libres de tener las puertas y las ventanas abiertas.- Susurró Jayne, pero él estaba perdiendo la capacidad del habla.- Nunca nos ha importado quién nos escucha y quién no. Y, francamente, Timmy… tengo ganas de gritar.
La sensualidad en su tono estaba volviéndolo loco. Sí, esa era su esposa, pero parecía que la distancia la había vuelto más exigente, más física, más complaciente y más sexual. Si seguían así era él quien iba a empezar a gritar.
Volvieron a hacer el amor, pero esta vez Jayne fue la que se hizo cargo de todo, como si quisiera recompensarlo por lo sucedido. Y él la recibió sin protestas, sólo limitándose a sentir cómo era que fuera suya de nuevo.
Había lágrimas en los ojos de Annie y Richard se las secó con delicadeza, sin poder dejar de sonreír.
- ¿Qué sucede?- Preguntó dulcemente.
- Es…- Annie miró a su alrededor. El enorme ventanal de su habitación en el hotel más hermoso que había visto en su vida le obsequiaba una vista de París que sólo había visto en sus sueños: la Torre Eiffel, el Palacio de Chaillot y los Jardines del Trocadéro… le quitaba la respiración.- Es… tan hermoso.
- Sí, ¿verdad?- La tomó por la cintura y la apretó cariñosamente contra él, para observar juntos aquel paisaje que lograba embobar a ambos.- Tenemos mucho por recorrer. Estoy seguro de que has planeado toda tu vida qué lugares visitar en cada ciudad.
- Lo cierto es que sí.- Dijo ella, riendo entre las lágrimas.- El Louvre, la Plaza de la Concordia, Notre Dame, el Arco del Triunfo… Dios, siento que no nos alcanzará el tiempo.
- Siempre podemos volver.- Susurró él, que no podía quitarle los ojos de encima.- Pero sería mejor que nos moviéramos y empezáramos. Podemos ver al menos algunos de esos sitios antes de la hora de la cena.
Richard hizo el ademán de apartarse, pero Annie lo tomó por un brazo y lo retuvo. Lo besó profundamente y sus lágrimas le mojaron las mejillas. Rich sonrió.
- Nadie había hecho algo así por mí jamás…- Le dijo, mirándolo fijamente. Sintió que el amor por él la embargaba, llenándola de dicha.- Nunca he conocido a alguien como tú.
No sabiendo bien qué responder, Rich se limitó a seguir sonriendo y a acariciarle tiernamente el cabello.
Annie lo observó, seria.
- ¿Cuál es el color del amor, Richard?- Inquirió sorprendiéndolo.
Él frunció el ceño, desconcertado.
- Todo el mundo dice que es el rojo. ¿O no?- Repuso, perdido en su mirada.
- ¿Quiere decir eso que no ves el amor, Rich?- Se acercó más a él. Presionó su cuerpo contra el de él, deseosa de sentirlo lo más cerca posible.- ¿No lo ves?
Richard también se había puesto serio. Sus ojos celestes no dejaban de mirarla, como si no hubiese nada más importante que eso.
- Claro que sí.- Contestó, en un susurro.- Lo estoy viendo en este mismo instante.
Se inclinó hacia ella y la besó intensamente. Annie se aferró a él con ansiedad, devolviéndole el beso. Sus labios se acariciaban dulces, pero incontrolables, y pronto se dieron cuenta de que no podían respirar.
Richard se apartó primero y su voz resonó en el oído de Annie, agradable y cálida.
- Te amo, Annie.- Ella lo contempló con una sonrisa de profunda felicidad.- Te amo, probablemente desde el primer momento en que te vi.
- Yo también te amo, Rich.- Apoyó su frente contra la suya.- Muchísimo.
Bajó el rostro hacia su cuello y lo besó. La barba de Richard le hacía cosquillas en la nariz y eso le fascinó.
La mano de Rich se deslizó por su espalda suavemente, en una caricia. La atrajo hacia él y la recostó en la inmensa cama del hotel, dejándose caer con delicadeza sobre ella. Se besaron un buen rato, dejando que el calor entre ellos creciera como si fuera un fuego quemando las páginas de un libro. Annie pasó sus dedos por los botones de la camisa de Richard, desabrochándola.
Con la más envidiable ternura, se quitaron la ropa. Rich besó cada rincón de su piel, admirando la perfección que veía en ella, haciéndola sentir hermosa. Annie se sentía en las nubes y cuando él le hizo el amor con la más fantástica dulzura, fue como si le crecieran alas para volar en el cielo claro de París. Richard no dejaba de susurrarle que la amaba y Annie se dio cuenta de que era la mujer más afortunada de la tierra.
Se quedaron abrazados y sonrientes. Annie cerró los ojos y trató de asimilar lo maravillosa que era su vida últimamente.
Richard volvió a susurrarle en el oído.
- Je t’aime mon amour…
La noche llegó sin noticias de Tim. Noah y yo cenamos solos, bastante temprano porque estábamos aburridos. Estábamos tan acostumbrados a tener a Tim dando vueltas por ahí que no sabíamos bien qué hacer sin él.
Así que una vez que terminamos de comer, limpié la cocina como cada día y me senté a leerle a Noah su libro.
- A la mañana siguiente Bilbo despertó con el sol temprano en los ojos, se levantó de un salto para mirar la hora y poner la marmita al fuego… y descubrió que no estaba en casa, de ningún modo. Así que se sentó, deseando en vano un baño y un cepillo. No los consiguió, ni té, ni tostadas, ni…- Leía, sosteniendo el libro con las dos manos, pero Noah me interrumpió en voz baja.
- Mami, ¿quién era la mujer que vino a buscar a Tim hoy?- Sonaba preocupado y supuse que no le había gustado que esa extraña irrumpiera de pronto para arruinar su tarde con Tim.
- Es su esposa, cariño. Tienen que hablar de muchas cosas y quizás no lo veamos por unos días.- Contesté, tratando de no darle importancia.- Hay veces en que los adultos necesitan estar solos.
Noah se quedó callado y pensativo unos segundos. Luego alzó sus ojos azules hacia mí.
- No tengo ganas de oír mi cuento hoy, mami.- Dijo, algo triste.- Prefiero irme a la cama.
- Bien, cariño, como tú quieras.- Dejé el libro sobre el sillón y lo tomé en brazos, dejando que se acurrucara contra mí.
- ¿Tampoco vendrá a darme el beso de buenas noches?- Inquirió seriamente.
- Hoy no, Noah.- Murmuré. Entré a su habitación, corrí las mantas de la cama y lo recosté.- Dejémoslo unos días. Estoy segura de que volverá solo cuando solucione sus problemas.
- Está bien.- Se estiró para abrazarme.- Buenas noches, mami.
- Buenas noches, cariño.- Apagué la luz y fui hacia la salida.- Descansa.
Regresé a la sala y me quedé parada, dándome cuenta que no sabía qué hacer. Me había acostumbrado a pasar las noches con Tim, hablando, viendo películas, tratando de reírnos por cualquier estupidez… pero ahora estaba sola y tenía que entretenerme como pudiera.
Me puse a leer algunas cosas del trabajo pero no lograba concentrarme. Las dejé de nuevo en su sitio y entonces recordé la caja llena de recibos archivados que tenía que guardar en el sótano y que me había olvidado de bajar, así que me pareció que al menos podía aprovechar mi aburrimiento para hacer eso.
Fui a buscar la caja, que por fortuna no pesaba mucho, y la llevé hacia la puerta del sótano, que siempre pasaba inadvertida al mezclarse con la pared. Abrí con mi llave, ya que la mantenía cerrada por si a Noah se le daba por aventurarse en la oscuridad y caerse por las escaleras, y encendí la luz antes de asomarme al interior.
Bajé con cuidado los escalones y puse la caja sobre una estantería casi vacía. Había muchas cosas allí: muebles de nuestro viejo apartamento, la cuna de Noah, cajas y más cajas, cosas de la boutique, el refrigerador que había dejado de funcionar por un cortocircuito y que me había dejado en el sótano tras reemplazarlo por el de la otra cocina de la casa…
Caminé entre esas cosas viejas y olvidadas y de pronto descubrí una caja de cartón grande y cerrada con cinta que decía “Cosas de Kevin”. Reconocí su letra de trazos gruesos y apresurados y sentí que el corazón me latía desbocado. Ya casi había olvidado su letra y verla fue como retroceder en el tiempo…
Me incliné sobre ella y peleé un rato con la cinta adhesiva hasta lograr quitarla del todo. Eran las cosas de su estudio… arriba de todo había un portarretrato con una foto donde aparecíamos él, Noah y yo, sonrientes en una cafetería de Londres a la que íbamos casi todos los domingos cuando vivíamos allí. La levanté y la observé un rato, incapaz de creer que esos tiempos tan felices habían sido hacía dos años. Parecía una eternidad…
Lo dejé en el suelo a mi lado y continué mirando. Había algunos de sus planos, un par de carpetas de la oficina, dos o tres libros de arquitectura y… sobres. Estaban en el fondo de la caja y los extraje extrañada, porque no reconocía la letra estampada en ellos.
El remitente decía Claire Applegate. Traté de recordar, pero no estaba segura de haber conocido a una mujer llamada así, de modo que saqué la carta del sobre y observé la fecha: Dos de Noviembre de 2005… unos cuatro meses antes de morir Kevin.
Frunciendo el ceño, comencé a leer.
“Querido Kevin:
Últimamente no sé qué hacer. Estoy segura de que tú tampoco. ¿Por qué tiene que sucedernos esto? Estar tan inseguros, tan atrapados, tan escondidos…
Entiendo que tienes una mujer y un hijo. Lo sé. Todo el mundo lo comenta, todo el mundo los conoce, todo el mundo habla de lo adorable que es tu pequeño… pero yo ya no puedo soportarlo.
Mantener lo nuestro en secreto no fue lo que me prometiste cuando empezamos a salir hace cuatro años. Sé que después de eso te enteraste de que Allison estaba embarazada… pero eso no quería decir que no pudieras solucionar nuestras vidas de todos modos. Te amo, y sé que tú a mí… pero no sé cuánto tiempo podré seguir así, a la sombra…”
Sentí que me quedaba sin aliento. ¿Qué era eso? ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era esa mujer y por qué decía aquellas cosas? ¿Cómo era que me conocía…? ¿Cómo era que…? No. No, Kevin jamás…
Dejé caer la carta y rebusqué entre las otras. Tomé una al azar y la leí. Era muy parecida a la anterior. Una carta de amor. Una carta de amor a Kevin de una tal Claire… con la que había tenido un amorío.
- Dios mío…- Musité, sintiendo que las manos me temblaban.
Seguí leyendo. Tenía que haber allí algún error. Quizás esas cartas eran para otro Kevin… pero no. No podía ser.
Entonces encontré una de su puño y letra. Al observar la fecha, noté que era de dos días antes de su muerte. No había tenido el tiempo suficiente de enviarla.
“Mi Claire:
Odio que estés tan triste. Sé que me voy lejos, sé que no he hecho lo que esperabas de mí, pero tengo una familia. Amo a Allison y amo a Noah y quiero hacer realidad sus sueños.
También te amo a ti, por supuesto. Te he querido desde aquel día en que quedamos sólo tú y yo en la oficina, trabajando en un proyecto urgente… que se volvió menos importante cuando nuestras miradas se cruzaron. No puedo olvidarlo. A veces sueño con esa mirada. Sueño con ese beso. Sueño contigo.
No es el fin del mundo. Bexhill sigue estando en el mismo país y podremos vernos. Además, siempre vendré a Londres a trabajar y tú seguirás siendo una buena razón para trabajar un fin de semana.
Lamento no darte lo que mereces. Lamento no poder ofrecerte más que esto… pero quizás más adelante. Cuando Noah sea mayor y sea capaz de entender…
No te enfades conmigo, linda. No creas que estoy huyendo de ti. Te estoy protegiendo al alejarme. Pero, al mismo tiempo, jamás estaré tan cerca. Te compensaré por cada segundo que te haga falta verme. Lo prometo.
Con amor,
Kevin.”
Solté la carta como si me hubiese quemado con ella. Aquello era una alucinación. No estaba sucediendo.
Mi Kevin no habría escrito algo así. Mi Kevin jamás hubiese tenido una aventura, era un hombre fiel y honesto que amaba a su familia y…
Sentí que me ahogaba con el llanto. Sentí que la desesperación se apoderaba de cada centímetro de mí. ¿Cómo podía ser eso posible? Toda la vida había creído que él era el hombre perfecto y cariñoso que…
Sin soportarlo un segundo más, me puse de pie y huí de ese sótano como si de ello dependiera mi vida.
Cerré la puerta con fuerza y me apoyé contra ella, sin poder dejar de llorar. ¿Qué hubiese sucedido si el accidente que se cobrara la vida de Kevin jamás hubiese pasado? ¿Nos habría dejado con el tiempo? ¿Habría dejado a su familia para ir corriendo detrás de esa mujer?
Dios mío… ¿quién era Kevin? Sentía que todo lo que sabía de él desaparecía, dejaba de tener sentido…
Contuve un sollozo y me sequé las lágrimas. Sin pensarlo ni un segundo, me dirigí hacia el pasillo. Ya no recordaba que Tim quizás tenía sus propios problemas. Había olvidado todo lo que había ocurrido antes de descubrir aquellas cartas y sólo pensaba en cuánto necesitaba verlo. Era el único que podía hacerme sentir mejor. Era el que había logrado que dejara de llorar cada noche…
Tenía que contárselo. Todo. Quería decírselo. Quería que lo supiera. Quería que me hiciera reír y me consolara, que me dijera que todo iba a estar bien…
Respirando con dificultad, abrí la puerta y entré directamente en la sala para buscarlo, pero me quedé helada al instante. Tim no estaba solo.
Y ni siquiera había notado que yo estaba allí. Aferrando por la cintura a una mujer, la besaba, hambriento, mientras ella deslizaba sus manos bajo su ropa, acariciándolo con avidez.
Entonces él se separó para respirar y reparó en mi presencia.
- Allison.- Dijo, sorprendido. Lucía feliz. ¿Dónde estaba la angustia que me había imaginado todo el día?- ¿Sucede algo malo?
Abrí la boca, pero no logré articular ningún sonido. Haberlos visto así había apretado un fuerte nudo en mi garganta, concentrando aún más la amargura que acababa de invadirme gracias al recuerdo de Kevin…
- Yo…- Mascullé finalmente.- No…
- Ésta es Jayne, mi esposa.- La presentó, radiante de alegría. Ella sonrió de forma encantadora, pero en realidad parecía que la interrupción la había irritado.- Se quedará conmigo unos días y luego nos iremos a…- Tim me escrutó con más intensidad y se puso serio. Soltó a su mujer y dio unos pasos hacia mí.- ¿Seguro que todo va bien?
- Sí.- Respondí, obligándome a hablar y a no mirar su ropa desprolija y arrugada.- Todo está bien. Sólo quería saber… saber cómo estabas. Buenas noches.- Atropellándome con las palabras, me volví y escapé de allí.
Cerré la puerta y le eché llave. El corazón parecía ir a toda velocidad y me golpeaba el pecho de una manera alarmante. Traté de recuperar el aliento, pero no podía.
Ya no sentía más fuerzas para nada. Me fui a mi habitación, me encerré y me dejé caer en la cama. El llanto fluyó enseguida, desesperanzado, desilusionado… dolorido.
Todo en mi vida salía mal. Ni siquiera podía conservar el recuerdo de Kevin en paz. Y ni siquiera podía entender por qué me había afectado tanto que Tim estuviera besando con tantas ganas a su propia esposa.
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