viernes, 16 de mayo de 2008

Atlantic: Capítulo 7.

Enero llegaba a su fin lentamente y Tim no encontraba nada de placentero en el paso del tiempo. Cada día que pasaba era un día más que Jayne no estaba a su lado.
No podía más que pensar en ello mientras colgaba su nuevo cuadro sobre la chimenea de la sala. Lo cierto era que quedaba espléndido, era un toque exquisito para una habitación con colores tan monocromáticos. Sin embargo, ocupar su cabeza en trivialidades tales como la decoración de lo que estaba convirtiéndose en su nuevo hogar no lo complacía. Necesitaba a su esposa y la desesperación se estaba apoderando de él.
¡Demonios, la extrañaba tanto que le parecía que no podía respirar! Quería abrazarla, besarla, recordar el dulce tacto de su piel… todas esas noches haciendo el amor le parecían ahora extremadamente lejanas…
Tim se alejó de la pared y contempló el resultado desanimadamente, verificando si el cuadro estaba torcido. Pensando que estaba bastante bien, se volvió y caminó hacia el ventanal. El mar estaba tranquilo y helado al mismo tiempo. Le recordó mucho a sí mismo. Parecía calmado por fuera… pero por dentro ya no sentía más que un frío invernal que sólo podrían sosegar los brazos de Jayne a su alrededor…
Escuchó un golpeteo contra el vidrio y miró hacia un costado, donde estaba la puerta corrediza. Noah lo miraba sonriente y lo saludaba con su pequeña mano.
Esbozando una débil sonrisa, dio unos pasos hacia él y le abrió.
- Hola amiguito.- Dijo agachándose para mirarlo de cerca. Sintió el viento frío en el rostro y se fijó en que el niño no llevaba abrigo.- Adentro, vamos. Vas a congelarte.
Noah saltó al interior de la casa y corrió hacia la chimenea, que Tim tenía apagada. Ni siquiera había tenido ganas de conseguir un poco de calor artificial…
Al ver al niño refregándose las manos sobre un fuego imaginario, Tim se apresuró a encenderlo.
- Perdí los otros autitos.- Comentó, abriendo la boca por primera vez.
- Qué pena. Tendremos que conseguirte otros.- Respondió Tim, dejándose caer en el piso a su lado. Noah se sentó cerca del fuego.- Y quizás un camión grande.
- Quiero un camión de bomberos.- Repuso entusiasmado.- Y un barco. Grande. Como el de Moby Dick.
- ¿Te gusta Moby Dick?- Inquirió Tim con curiosidad. Le parecía raro que un niño de su edad conociera un libro tan viejo como aquel.
- Mamá me lo está leyendo. Es una ballena enorme.
- Lo sé. Yo también lo leí cuando era niño.- Le sonrió y se sintió mucho más relajado. Se dio cuenta de que el niño disminuía su sensación de angustia con sólo entrar en la habitación. Lo distraía, logrando que Jayne se disolviera entre sus pensamientos. Su sonrisa se ensanchó.- ¿Y dónde está tu mamá ahora?
- Trabajando. Mamá trabaja mucho, ya sabes.- Explicó jugando con los cordones desatados de sus zapatillas.- Pero ya no me deja ir a la tienda. La última vez rompí un jarrón muy caro y mamá se molestó.
- Debes tener cuidado.- Le aconsejó Tim. Le parecía extraño, y al mismo tiempo reconfortante, estar con un niño de la edad de Noah. Trató de no pensar en cuánto le hubiese gustado que Jayne no dijera que no deseaba tener hijos con ella…- ¿Tienes hambre?- Agregó, sólo para desviar su cabeza una vez más.
- Un poco.- Admitió Noah. Tim se puso de pie y el niño lo siguió a la cocina. Afortunadamente, había ido al supermercado esa mañana y su nuevo refrigerador estaba rebosante de cosas varias que ofrecerle a su pequeño invitado.
Buscó un paquete de galletas que aún no había abierto, puso algunas en un plato y sirvió un vaso de leche. Llevó ambas cosas a la mesa del comedor y ayudó a Noah a sentarse cómodamente sobre unos almohadones del sillón para que lograra estar a la altura necesaria. Enseguida, el pequeño manoteó una galleta y se la llevó a la boca.
También parloteaba sin parar. Pronto, Tim se encontró escuchando un relato sobre el jardín de infantes y perdiéndose entre nombres de lo que le parecieron quinientos niños y sus interminables anécdotas.
- Y quiero un perro.- Dijo finalmente. Tim estaba asombrado de que sus cuerdas vocales aún funcionaran.- Todos tienen uno y yo no.
- Yo no tengo perro.- Repuso, en un intento por consolarlo.
- Pero podríamos tener uno, ¿verdad? Uno pequeño, que se coma las medias y la comida que no me gusta. Ya sabes, todas esas cosas verdes que Greta y mamá me hacen comer. Y que después se haga grande y se meta al mar en verano, a nadar conmigo.
- Suena divertido.- Farfulló, riendo. Era imposible resistirse a ese niño.
Cuando finalmente las galletas desaparecieron y la leche siguió su camino, Tim y Noah se sentaron en el mullido sillón de cuero negro y miraron dibujos animados. Estuvieron en silencio un buen rato, hasta que Noah tiró de la manga de la camisa de Tim.
- ¿Desde cuándo usas anteojos?- Le preguntó, señalando los lentes de marco negro que llevaba puestos.
- Hace muchos años, cuando era más joven. No recuerdo exactamente.- Musitó éste, bajando el volumen de la televisión para poder escuchar mejor su aguda vocecita.
- No te recuerdo con anteojos.- Noah frunció el ceño.- Pero mamá dice que es normal que no te recuerde a veces, porque era muy pequeño cuando te fuiste.
Esta vez fue Tim quien frunció el ceño, sin comprender.
- ¿Qué quieres decir?
- No estuvo bien que te fueras.- Continuó, sin hacerle caso.- Mamá lloró mucho y yo también, aunque no entendí. ¿Por qué te fuiste, papi?
Tim se quedó contemplándolo perplejo, preguntándose si lo habría oído mal.
- ¿De qué estás hablando, Noah?- Inquirió confundido.- Yo no…- Un sonido como de motor irrumpió en la noche. Ninguno de los dos se había dado cuenta de que había anochecido. El niño se levantó de un salto.
- ¡Es mamá!- Exclamó y corrió hacia la puerta corrediza. Sin embargo, cambió de opinión y regresó junto a Tim. Se lanzó a sus brazos, rodeándolo con los suyos, mucho más pequeños.- Te quiero, papi.
Y antes de que Tim tuviera tiempo de decir nada, desapareció de su vista y regresó a su casa.

Sentía que comprendía y que no entendía nada, todo al mismo tiempo.
Ahora encontraba una razón para el raro comportamiento de Allison, para sus ojos apagados y su distante frialdad: había sufrido un desengaño amoroso. El padre de Noah había salido de su vida de una forma drástica, quizás dramática.
Por otra parte, no sabía porque el niño lo había adoptado ahora a él como a su padre. No había podido elegir peor. Ni siquiera podía cuidarse a sí mismo, sumido como estaba en la desesperación tras la pelea con Jayne…
A Tim le intrigaba enormemente todo ese asunto. Tuvo ganas de averiguar quién había sido el imbécil que pudiera abandonar a un niño tan dulce y a una mujer tan hermosa sin mirar atrás, sin importar…
¿Pero qué sabía él? Sólo estaba sacando conjeturas.
- ¡Hey, Tim!- El grito de Tom lo sacó de su ensimismamiento.- ¿Me escuchas o no?
Tim carraspeó y trató de concentrar su atención en su amigo. Estaban en el estudio desenchufando algunos teclados que Tim quería llevarse.
- Sí, ¿Qué pasa?- Inquirió distraído.
- ¿Quieres el CP60 también o con el CP70 te alcanza?- Quiso saber Tom.
- Cualquier cosa que tenga teclas será fantástico, Tom.- Repuso éste suspirando.- Pero para llevarme todo lo que quiero necesitaría un camión de mudanzas.- Agregó con sarcasmo.
Tom se enderezó y lo miró pensativo.
- ¿Quieres que consiga uno?- Preguntó frunciendo el ceño.
Tim meneó la cabeza. Tom se parecía bastante a Noah…
- Sólo estaba bromeando. No llevaré el CP60.- Respondió.- Lo único que quiero es tener algo que me distraiga. Y escuchar algo más que el mar todo el día.
- Creí que te gustaba oír el mar y por eso te mudaste allí.- Replicó Richard que entraba a la habitación con una taza de café en la mano.
- Claro que me gusta, pero… ¡Ah, ya basta los dos! Están volviéndome loco.- Exclamó Tim, algo frustrado. Tom rió exageradamente y Richard se acercó a ayudarlo a desenredar unos cables.- Todo lo que entre en mi auto y en el tuyo estará bien.
Continuó separando los teclados en silencio. Noah volvió a su cabeza al instante. La curiosidad que había despertado en él era muy extraña…
Quizás lo mejor era que no volviera a ver al niño y dejara que su madre se ocupara de decirle que él no era su padre. No meterse parecía la solución más fácil y además no quería darle al pequeño respuestas dolorosas. Parecía muy emocionado con la idea de estar de nuevo con su padre…
Sin embargo, se dio cuenta que la sola idea de no tener la oportunidad de las eventuales visitas de Noah conllevaba a dejarle tiempo libre y solitario para pensar en Jayne sin reparos. En Jayne, en su abandono, en las palabras horribles y crueles que le atravesaban el pecho como…
Si tenía que elegir a uno de los dos, definitivamente, prefería enfrentarse al niño.

Llevaba un par de días bastante sumida en el trabajo. A duras penas me daba a mí misma el tiempo suficiente para comer, dormir y estar con Noah. Enero llegaba a su fin y yo sabía a la perfección que era hora de mantenerme lo más ocupada posible.
Me encontraba revisando, más que nada, la contabilidad de la boutique. Tenía que hacer cuentas y registros para poder tener listos los cheques a principios de mes y además tenía planeado hacer algunas compras más para renovar la mercadería. Mi táctica de venta más importante consistía en tener una gran variedad de artículos con diversidad de precios, estilos y procedencias. Y eso era exactamente lo que buscaban los clientes.
Annie era de gran ayuda, por supuesto, porque podía dejarle a ella la atención al público cuando ya no me quedaban más ganas de ser amable. Mi asistente, en cambio, era absurdamente positiva y siempre tenía algo agradable para decirle a todo el mundo. Era consciente de que, después de todo, ella era mejor empleada que yo. Nadie jamás se quejaba sobre Annie… y yo a veces era demasiado seca e impaciente.
Seguramente ella tenía, también, muchas más razones para estar constantemente alegre y de buen humor. Sí, bueno… por supuesto que tenía problemas, como todo el mundo. Pero los enfrentaba con una sonrisa. En cambio, yo ya no sabía cuándo había sonreído auténticamente por última vez.
Compararme con ella no podía ser una buena idea. Éramos demasiado diferentes, en todos los aspectos. Annie tenía una increíble capacidad para ver lo mejor de la gente. Le gustaba hablar con todo el mundo, se vestía de una manera bastante peculiar y, por sobre todas las cosas, era una persona muy abierta a las posibilidades, sobre todo del amor. Allí estaba nuestra principal diferencia: yo ya era consciente de que mi vida estaba estancada y que, una vez que Noah fuera mayor y viviera su propia vida… la mía estaría oficialmente terminada. Pasaría mis últimos días encerrada en la casa que Kevin construyera para mí, recordándolo y esperando el momento de reunirme con él de nuevo.
No podía decirse que mis planes para el futuro fueran especialmente alentadores.
Había muchas partes que no me agradaban de mi plan, pero no había manera de revertirlas. Siempre había querido una familia más numerosa, pero sin Kevin ya no podría tener más hijos. Había muchos sueños primordiales que se habían perdido bajo la espesa capa de polvo de la angustia. Ya no podría recuperarlos… así como no podría recuperar al hombre detrás de ellos.

Hacía mucho frío, lo cual era bastante normal, considerando que eran las tres de la madrugada, Tim se encontraba sentado en el piso del balcón de madera, vistiendo sólo un jean y un buzo verde y el mar levantaba un aire fresco casi insoportable.
Pero él no lo sentía. No podía dormir y llevaba un par de horas sumido en tontos pensamientos. Había creído que tener un par de teclados en la casa lo ayudarían a distraerse, pero lo cierto era que había estado muy lejos de la verdad. No hacía más que pensar en Jayne e irse a dormir se le antojaba totalmente doloroso.
Incluso su nombre le parecía doloroso. Tuvo ganas de susurrarlo, para no olvidar su sonido. Sin embargo, la palabra se le quedaba trabada en alguna parte de su garganta, como un nudo que le provocara inmensas ganas de llorar. Nunca hubiese imaginado que terminarían así: podía imaginar que muchas de las cosas importantes de su vida se deshicieran y desaparecieran ante sus ojos, pero no ella. No su esposa. No aquello que había sido capaz de despertar en él un amor y una pasión tan profundos que a veces le ardía como un fuego en su interior, insaciable. Hubiese dado su vida por sólo cinco minutos… por estrecharla en sus brazos cinco minutos y volver a sentir el sabor de sus besos…
Levantó los tristes ojos azules hacia el mar. La imaginó allí con él, llenando el silencio de la madrugada con su voz y sus risas. Casi sintió como lo ayudaba a ser inmune al frío, sumiéndose contra su cuerpo como si fueran uno solo. El perfume de su cabello recién lavado embotándole los sentidos, sumiéndolo en el más cálido de los sueños…
Pero estaba solo. Solo, abandonado, destrozado y sin siquiera saber qué pasaría después. No quería admitir que quizás pasaría el resto de su vida sin ella porque… ¿qué clase de vida sería esa? Ni siquiera valía la pena pensarlo.
Apretó con fuerza los dientes. No iba a llorar, por más que sintiera que el llanto estaba ya saliendo a flote y que las lágrimas le empañaban los ojos. No lloraría por ella, porque eso sólo lo haría más real de lo que ya era.
Bajó la mirada hacia su mano. Con un dedo, rozó el anillo de bodas, que refulgía en la oscuridad. Seguían estando juntos, a pesar de todo. Esa era una prueba tangible de ella le pertenecía… y de que él era suyo sin importar nada más.
Una luz se encendió de pronto y Tim parpadeó un par de veces, como arrancado de un profundo ensimismamiento. Miró hacia un lado y notó que provenía de la casa de al lado. ¿Quién podía estar levantado a esa hora?
Poniéndose de pie lentamente, se acercó al inmenso ventanal de vidrio y espió desde un costado donde era bastante difícil que lo descubrieran. Buscó con el ceño fruncido pero la sala le parecía vacía… hasta que la vio.
Era sólo una pequeña forma enredada en sí misma, abrazándose a sí misma, con el cabello oscuro enmarañado y los brazos alrededor de las rodillas, casi hundiéndose en el sillón de cuero.
Se veía vulnerable, cosa que a Tim le había parecido imposible en una mujer como Allison, a la que había visto inflexible e imponente cada vez que se cruzaran. Y sin embargo, allí estaba, con los impactantes ojos color miel llenos de lágrimas y, evidentemente, apretando los labios para contener un sollozo.
Tim sonrió tristemente, sabiendo que no podía hacer nada para consolarla.
Pensó que al menos no era el único que se moría por dentro sin poder evitarlo de ningún modo, mientras se alejaba nuevamente hacia la entrada de su propia sala. Se dejó caer en el sillón, inexpresivo pero sintiéndose fatal y, tras unos cuantos minutos de vagar en pensamientos lúgubres en los que Jayne repetía una y otra vez que ya no lo amaba, se quedó dormido. Sin embargo, la imagen que lo acometió en sus sueños fue la de una mujer agazapada en un sillón en medio de la noche, consumiéndose por la pena.

Los días se sucedían sin nada importante que lograra animar del todo a Tim. Lo único que podía rescatar era los breves ratos en que Noah lo visitaba. El niño se había tomado la costumbre de aparecer en su casa prácticamente todas las tardes. Tim había estado buscando el momento justo para explicarle que él no era su padre, pero lo bien que se sentía estando con el pequeño lo hacía distraerse. Sin embargo, bien sabía que no podía dejarlo pasar.
- ¿Y eso?- Preguntó Noah, una de esas tardes, una vez que la leche y las galletas a las que Tim lo tenía acostumbrado desaparecieron y señalando el Yamaha CP70 que había colocado frente al ventanal. Llevaba varios días allí, pero parecía que Noah se fijaba en él por primera vez.
- Es un piano.- Explicó Tim, poniéndose de pie y yendo a sentarse frente a éste para mostrárselo.
- ¿Y sabes tocarlo?- Insistió el niño, corriendo tras él.
- Claro que sí. A eso me dedico: escribo canciones, toco el piano, tengo una banda…- Dijo deslizando los dedos rápidamente por las teclas para arrancar algunos acordes.
- No. Tú no tienes una banda.- Respondió Noah frunciendo el ceño, absolutamente convencido.- Tú haces casas.
Tim suspiró. Tal vez era hora de dejar de evitar lo inevitable.
- No, Noah. Creo que estás un poco confundido.- Murmuró, mirándolo muy fijamente para que lo entendiera bien.- Sé que piensas que yo soy tu padre, pero no lo soy.
- Sí que lo eres.- Replicó el pequeño, sin dudarlo.
Tim meneó la cabeza.
- No. Lo siento, pero no lo soy.- Afirmó tiernamente.- Antes de venir a vivir aquí nunca había visto a tu madre.- Levantó la mano para mostrarle la alianza, creyendo que eso lo ayudaría a entender.- Yo tengo otra familia, otra… esposa.- Le costó tanto decir esa palabra que no veía como había logrado salir de sus labios.
Vio que los ojos azules de Noah se llenaban de lágrimas.
- Entonces, ¿es verdad?- Inquirió preocupado.- ¿Mami no me mentía? ¿No me decía que tú no eres mi papá sólo porque está enojada porque te fuiste?
Tim pensó en lo incómodo que de seguro había sido para Allison decirle que él no era su padre. Hizo una mueca de pena.
Negó con la cabeza, sin saber qué más decir. Le dolía romperle el corazón a un niño tan pequeño.
- ¿Estás seguro?- Se pasó la manito por la cara, para quitarse las lágrimas.
Tim le sonrió y lo levantó en brazos, para sentarlo sobre él.
- Sí, lo estoy.- Lo contempló con dulzura unos segundos.- Pero, ¿sabes qué? Si tuviera un hijo me encantaría que fueras tú.
- ¿No tienes hijos?- Tim volvió a menear la cabeza.- ¿Por qué no? ¿A tu esposa no le gustan los niños?
Esa inocente pregunta le pegó a Tim con demasiada fuerza. No era que a Jayne no le gustaran los niños. Ella siempre había querido tenerlos… pero el problema era que no quería tenerlos con él.
- Simplemente no los tuvimos.- Contestó, encogiéndose de hombros para que su dolor no se notara.
Noah hundió el rostro contra su buzo blanco y verde.
- ¿Y cómo te llamas?
Tim tuvo que contener la risa. Todo ese tiempo, el niño no le había preguntado nada sobre él, seguro de saberlo todo sobre su padre. Y de repente se encontraba con que era un completo desconocido y ni siquiera sabía su nombre.
- Tim.
- Hola, Tim.- Susurró con su aguda vocecita.
- Hola.- Sonrió.
Se quedaron un momento en silencio y Tim descubrió cuanto le gustaba cargar a Noah y consolarlo. Lamentó que jamás pudiera disfrutar de un momento tan mágico con hijos propio. Jayn… ella le había robado esa posibilidad. Tal vez por su propia culpa, pero aún así ella había cerrado todas sus puertas.
Se vio incapaz de pronunciar su nombre y se dio cuenta de que estaba al borde de un abismo.
- ¿Y cómo se toca el piano?- Quiso saber Noah, de repente y ya habiendo dejado de llorar.
La sonrisa regresó a los labios de Tim.

Aparqué el auto en la entrada de la casa y bajé cargando mi cartera, algunas facturas de las últimas compras que había hecho y demás recibos metidos dentro de una carpeta con cosas que debía estudiar esa noche. Sólo más papeles para distraerme de lo solitario y deprimente de mi vida nocturna.
Me extrañó que Noah no saliera corriendo a recibirme, como hacía todos los días. Busqué la llave en mi bolso y abrí la puerta yo misma. Al oír el ruido de la cerradura Greta apareció en el vestíbulo.
- ¡Señora Matthews, gracias a Dios!- Exclamó desesperada.- ¡No puedo encontrar a Noah!
La alarma se disparó dentro de mí a toda velocidad.
- ¿Qué quieres decir?- Bramé.- ¿Cómo que no lo encuentras?
- ¡Me dijo que le dolía la cabeza, así que lo llevé a su cuarto y lo recosté para que durmiera una siesta! ¡Y ahora fui a ver cómo estaba y no se encontraba en su cama!- La mujer estaba absolutamente fuera de sus casillas y lo cierto era que mi propia histeria lo multiplicaba varias veces.
Tiré todas las cosas que cargaba al suelo y me moví con rapidez hacia el pasillo.
- ¡Noah!- Grité, esperando oír su voz en respuesta.- ¡Noah!
Abrí las puertas de las habitaciones, de los baños, de la cocina, del sótano… no estaba en ninguna parte y mi corazón latía enloquecido con la posibilidad de que mi bebé desapareciera. Corrí hacia el balcón. Le había dicho mil veces que no saliera a jugar sólo a la playa, pero esperaba que estuviera allí…
Greta había salido a la calle y escuchaba que lo llamaba. Salí al frío de la playa, un viento terrible me alborotó el cabello al instante y miré en derredor apartándomelo del rostro.
- ¡Noah!- Volví a gritar, corriendo por la arena con dificultad gracias a los tacos altos de mis zapatos.
La angustia empezaba ya a apoderarse de mí. Obligándome a mí misma a no llorar, asegurándome que estaba por allí en alguna parte, quizás jugándonos una broma, me volví hacia la casa, tratando de imaginar algún escondite donde podría estar esperándome…
Mis ojos recayeron en el ventanal de la sala de la otra parte de la casa, donde Rice-Oxley estaba viviendo y sentí que el alma se me caía al suelo. Allí estaba Noah, sentado sobre su regazo con una sonrisa de oreja a oreja, frente a un piano.
Corriendo nuevamente, fui hacia la casa. Los nervios, la furia y el alivio fluían por mis venas en proporciones idénticas y quizás fue la segunda la que me hizo abrir la puerta corrediza de un tirón e irrumpir en su sala como un huracán.
La discordante música que Noah estaba causando a modo de juego se interrumpió de repente y ambos levantaron la mirada hacia mí. Verlos juntos era como ver realmente a padre e hijo y eso sólo logró molestarme más.
- ¡Hola, mami!- Saludó alegremente, bajándose de las piernas de Tim de un salto y corriendo hacia mí. Pero antes de que me abrazara, lo tomé por un brazo y me agaché a observarlo.
- ¿Tienes idea del susto que me diste, Noah?- Grité, dejando que me ganaran los nervios.- ¿Cuántas veces te he dicho que no desaparezcas de esta manera?
- Lo siento, mami.- Susurró temeroso.
- No te molestes con él.- Intercedió Tim, dando un paso hacia nosotros.- Fue culpa mía si lo distraje más de la cuenta. Estuvimos hablado y luego…
- ¡Por supuesto que es culpa tuya!- Bramé descontrolada. Greta entró en la sala, atraída seguramente por mis alaridos.- ¿Qué te crees que haces con un niño de su edad?
- No le grites, mami…- Pidió Noah tímidamente, tirando de la manga de mi abrigo.
-Llévalo a casa, Greta, por favor.- Farfullé. Pensaba gritarle a Tim con todas mis fuerzas y no quería que Noah estuviera allí y se asustara. Ella se apresuró a hacer lo que decía y pronto estuvimos solos. Me acerqué tanto a él que ni siquiera el aire pasaba entre nosotros.- No quiero volver a verte cerca de mi hijo.
- Lo lamento, de verdad, pero no tienes por qué ponerte así.- Se apresuró a aclarar.- Viene a verme de vez en cuando y no me pareció nada malo. Jugamos, hablamos y se mostró interesado en el piano. Me pidió que le enseñara y…
- ¿Acaso no te das cuenta que un niño de cinco años no puede tomar decisiones por sí solo?- Espeté de mala manera. Sus ojos entornados me recordaban mucho a la mirada que ponía Kevin cuando discutíamos.- ¡Te quedas sólo, con mi hijo, y ninguno de los dos me dice nada de lo que está sucediendo! ¡Si me entero que le has puesto un solo dedo encima, yo…!
- ¡Hey, aguarda un momento!- La voz profunda de Tim resonó contra las paredes, potentemente.- ¿Quién te crees que soy? ¿Cómo puedes pensar que le haría algo a un niño?
- ¿Qué otra cosa quieres que piense si mi hijo desaparece?- Le grité, acercándome aún más.
- ¡Yo no sabía que Noah no te había dicho que venía aquí! ¡De haberlo sabido, te lo habría dicho yo mismo!- Repuso.
- ¡Le prohibí que viniera y aún así lo hace! ¿Cómo crees que te hace ver ese hecho?- Le pregunté a voces.
- Ése no es mi problema.- Ahora susurraba, y eso parecía peor que los gritos.- Si tu hijo te desobedece, no me culpes a mí. Cuídalo más y no desaparecerá.
Abrí la boca, incrédula. No podía creer que me estuviera diciendo aquello. La rabia se apoderó de mí.
- ¡No te atrevas a decirme cómo criar a mi propio hijo! ¡Sé muy bien lo que estoy haciendo y si viene a verte es porque…!
- ¡Si viene a verme es porque se siente solo!- Interrumpió y me quedé helada.- Dice que trabajas demasiado, que siempre estás en la tienda. Que se aburre, todo el día aquí. Que nunca puede ir a casa de sus amigos porque tú no puedes llevarlo y traerlo. Que llegas tarde en las noches y no tienen tiempo de jugar. Que los fines de semana también estás…
Cada palabra que me estaba diciendo me estaba doliendo como una cuchillada directa en el pecho. Era consciente de todas las veces que le había faltado a mi hijo, pero no podía permitir que un completo extraño me lo hiciera notar.
- Si vuelvo a verte cerca de Noah,- corté secamente y en voz baja,- llamaré a la policía.
Me volví y salí de allí, tal y como había entrado, dejando a Tim Rice-Oxley en un absoluto estado de perplejidad.

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