Se había ido al demonio y lo sabía. En cuanto Allison salió de la casa, Tim tuvo ganas de darse la cabeza contra la pared.
No tenía ningún derecho de sermonearla sobre cómo cuidaba o no a su hijo. Se había entrometido y se sentía bastante idiota por ello, pero tenía que admitir que lo había sacado de sus casillas.
Aunque lo cierto era que toda su reacción se debía a la reacción de Allison. Había dicho esas cosas en respuesta a la asombrosa manera en que ella había irrumpido en su casa, gritando y amenazando, totalmente furiosa. Él entendía que no se podía jugar con la seguridad de un niño, pero estaba convencido de que Allison estaba ya oficialmente obsesionada.
Sólo esperaba que no tomara represalias con Noah. Si se había quedado molesta con él, que volviera a gritarle, pero el pequeño ya se había puesto bastante nervioso al ver a su madre como para que además tuviera que aguantarse más gritos y reproches.
Luchó durante unos segundos con el deseo de ir a buscarla y volver a echarse a sí mismo toda la culpa del asunto para proteger a Noah, pero le pareció que eso sólo empeoraría la situación. Ya no debía meterse más entre ellos, aunque le pesara.
Regresó al piano y se sentó. Lo que necesitaba era una buena dosis de trabajo duro que lo mantuviera alejado de las cuestiones ajenas. Había ido a vivir allí en busca de tranquilidad, no para pelearse con la madre de un niño de cinco años.
Ese fin de semana, Richard se subió a su auto y condujo apaciblemente todo el camino hasta Bexhill. Estaba soleado y agradable, pero aún así llevaba bien ajustada al cuello una bufanda negra. El invierno estaba siendo inusualmente agradable y a Rich se le antojaba caminar un poco por la playa, a pesar del viento y quizás obligar a Tim a que jugara un poco de fútbol. No le vendría nada mal algo de actividad física: desde que Jayne lo dejara había olvidado todos los demás aspectos de su vida.
Mientras deslizaba su vehículo por la calle principal de Bexhill, decidió detenerse por unos minutos y comprar un poco de café para tomar con su amigo. Divisó una agradable cafetería a pocos metros de allí y aparcó delante de ella.
El pequeño sitio estaba abarrotado de gente disfrutando de sus bebidas en las mesas desperdigadas en derredor. Era una típica cafetería de pueblo, acogedora y cálida aún durante el más frío de los días. A Richard le agradó con sólo entrar.
Una chica muy joven lo atendió al instante y Rich formuló su pedido para llevar. Se apoyó contra el mostrador mientras aguardaba y siguió contemplando el lugar con ojos curiosos.
En ese momento la puerta de entrada volvió a abrirse. Como acto reflejo, miró hacia allí. Con un largo tapado rojo con enormes botones debajo de la que asomaban el borde de una falda negra y cómodas botas de piel y el corto y rizado cabello rubio algo alborotado, Annie irrumpió en la cafetería.
Richard siguió con la mirada todo el corto trayecto de la chica hasta el mostrador. Era muy hermosa… y muy particular. Todo en ella le resultaba llamativo y agradable: desde la forma en que se vestía hasta el timbre de su voz.
- ¡Hola Annie!- Saludó la chica detrás del mostrador.- Qué frío, ¿verdad?
- El día está espléndido.- Respondió ésta con una sonrisa amable.
- ¿Te sirvo lo de siempre?
- Sí, Heather, gracias. Y agrégame un té, por favor.
- Enseguida.- La camarera se volvió y se acercó a Richard. Puso dos tazas de cartón en un soporte y se las alcanzó.- Ya está lo suyo.
Annie notó su presencia y amplió su sonrisa.
- ¡Hola! ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!- Exclamó, acercándose.
- Iba a decirte lo mismo.- Contestó él, devolviéndole la sonrisa. Le gustaba toparse con ella, pero se sentía algo idiota en su presencia. Como si no lograra decir algo suficientemente bueno o gracioso. Moría de ganas de hacerla reír. Estaba seguro de que su risa era algo digno de ser oído.- Aunque veo que vienes a menudo.
- Sí, bueno, la tienda está en la otra calle.- Se encogió de hombros.- Y a mí me encanta el capuchino que hacen en esta cafetería. Deberías probarlo.
- Lo haré.- Ambos se quedaron callados, mirándose como sin saber qué decir.
Richard se insultó por dentro. De seguro se veía como un imbécil mirándola fijo sin abrir la boca… aunque ahora que lo pensaba esperaba no estar boquiabierto.
La camarera volvió a ser quien interfiriera.
- Aquí está tu pedido, Annie.- Informó y ella se volvió a recoger las tazas preparadas para llevar al igual que las de Richard.
- Bueno, tengo que volver a la tienda.- Dijo sin perder el buen ánimo.- Allison estará esperando su té.
- Sí, bueno, yo iba camino a casa de mi amigo. Tim, ¿recuerdas?- Explicó y tuvo ganas de golpearse por no decir algo más ingenioso.
- ¡Sí, claro! Disfruten el día, está muy bonito.- Empezaron a caminar hacia la salida. Richard pensó rápidamente en algo que decir para retenerla un poco más.- Y salúdalo de mi parte.
- Lo haré.- Le dedicó otra sonrisa y abrió la puerta para dejarla pasar. Ella salió y él la siguió.
De nuevo se quedaron en silencio. ¿Por qué no era capaz de pensar en nada? La gente los esquivaba para poder transitar por la vereda.
Annie le puso las tazas en la mano.
- Sostenme esto un momento, ¿quieres?- Pidió con delicadeza y sin esperar respuesta, volvió a entrar en la tienda. Rich la vio asomarse al mostrador y tomar algo. Se demoró unos cuantos segundos allí, pero no hablaba con nadie. ¿Qué estaría haciendo?
Regresó tan pronto como se había ido. Tomó sus tazas y le agradeció con una sonrisa. A continuación, dejó un papel doblado sobre la mano de Richard.
- Es mi número de teléfono.- Dijo con calma y Rich se odió a sí mismo por no poder manejar la situación con la misma naturalidad. ¿Desde cuándo actuaba como un adolescente?- Llámame si quieres. Podemos tomar algo o lo que quieras.
- Por supuesto, sí, claro.- Se apresuró a responder, se guardó el papel en el bolsillo.- Te llamaré.
- Que te diviertas con tu amigo.- Murmuró de forma encantadora y se volvió sin esperar respuesta, alejándose por la calle con los largos extremos de su bufanda multicolor oscilando de un lado a otro.
Tim escuchó el motor del automóvil de Richard a la distancia y se asomó por la ventana de la sala para ver quién se aproximaba por el camino. Al ver que se trataba de su amigo, abrió la puerta de entrada y lo esperó apoyado contra ella.
En menos de un minuto, Rich había estacionado su coche junto al de Tim y bajaba con sendas tazas de café entre manos.
- Me leíste la mente.- Comentó Tim a modo de saludo, aceptando la taza que le ofrecía.- Estaba a punto de preparar un poco.
- ¿Cómo va todo?- Quiso saber Richard a su vez.- ¿Qué estabas haciendo?
- Sólo trabajando, tratando de despejarme un poco.- Regresó a la sala y se dejó caer en el sillón. Su amigo lo imitó, dejando su abrigo y su bufanda colgados de una silla del comedor al pasar.- ¿Qué te trae por aquí?
- Vengo a ver en qué desperdicias un día tan fantástico como el de hoy.- Respondió Rich sonriendo burlón.
- ¿Qué tiene de fantástico?- Masculló con pesimismo, mirando hacia la playa con una mueca de desdén. No se había levantado del mejor humor, pero no quería centrar la atención de Richard en ello.- Esta mañana me instalaron la línea telefónica.
- Genial, déjame anotar tu nuevo número y…
- Estaba pensando en llamar a Jayne y decírselo.- Cortó, inexpresivo. No había pensado en otra cosa en toda la mañana: llamar a su esposa. Al fin tenía una excusa muy buena para hacerlo… para oír su voz.
Richard lo miró con preocupación unos segundos.
- ¿Te parece, Tim? Yo creo que sin ella…
- No dije ir corriendo a casa a besarla, Richard, dije llamarla para darle mi número telefónico.- Interrumpió, malhumorado. Rich exhaló un suspiró, dándose cuenta de que su amigo tenía un mal día.
- Tiene tu celular. Puede llamarte ahí si necesita algo. ¿Qué necesidad…?
- ¿Qué necesidad hay de armar tanto escándalo al respecto? Es una sola maldita llamada para darle información.- Tim dejó su taza de café con fuerza sobre la mesita frente a él y se levantó, acercándose al ventanal y dándole la espalda.
- No lo sé. Tú dime por qué me estás diciendo esto como si esperaras que te diera mi autorización para llamarla, Tim.- Richard deseaba con todas sus fuerzas ayudarlo, pero Tim era imposible. Se encerraba en sí mismo y podía llegar a ser muy testarudo. Éste no respondió, sí que Rich suavizó su tono.- Escucha, estás bien sin ella, estás bien sin llamarla. ¿Para qué arriesgarte a…?
- Algún día tendré que saber en qué quedó mi matrimonio, Richard.- Apoyó la frente contra el frío vidrio y cerró los ojos. Tenía que calmarse. No podía seguir atacando a la gente que quería de ese modo.- Y la verdad, cuanto antes mejor. Ya no soporto esto.
Decidió que necesitaba cambiar de tema inmediatamente. Sintió el dolor en su pecho y los pausados latidos de su corazón temeroso. Abrió los ojos azules, totalmente apagados, y regresó al sillón. Le dio un sorbo al café para despejarse y tratar de quitarse la amargura de su boca, aunque sabía que estaba muy lejos de poder quitársela del corazón.
- Quizás Tom y tú deberían venir esta semana a ver las canciones que he estado escribiendo estos días. Podrían servir para algo.- Comentó. Sin embargo, su voz sonaba remota y desinteresada. Lo último en lo que quería pensar era en esas deprimentes canciones que había escrito en lo solitario de sus noches.
- Quizás.- Richard notó el estado anímico de su amigo y prefirió pasar a alguna táctica más eficaz.- ¿Qué te parece si jugamos un poco al fútbol en la playa? Podría ser el último día de sol en semanas.
A Tim le daba lo mismo si era el último día soleado en la historia. No le apetecía demasiado ponerse a patear una pelota sólo para complacer a Richard, que se desvivía por ayudarlo. De todos modos, él vivía en una monotonía grisácea. Jayne siempre había sido su nota de color.
- Vamos, el aire fresco te hará bien.- Insistió, poniéndose de pie y caminando a buscar su abrigo, decidiendo por los dos que jugar al fútbol era lo que harían a continuación.
Tim no tenía ganas de discutir, así que también se puso de pie y fue a buscar algo que ponerse encima. Buscó una chaqueta en el dormitorio y regresó junto a su amigo, que se acomodaba el cuello de su campera negra.
- Se te cayó un papel.- Informó Tim, que acababa de verlo junto a las gastadas zapatillas de Richard; y se inclinó a recogerlo para pasárselo. Tenía una anotación en letra curvilínea y prolija, que rezaba un número telefónico y una sola palabra: Annie.
- Ah, sí.- Farfulló Rich, algo incómodo.- En la cafetería me encontré con Annie. Ya sabes, la chica que trabaja en la tienda de Allison.
- ¿Te dio su número de teléfono?- Masculló Tim con cierta brusquedad.
- Sí, bueno…- Carraspeó, mientras se guardaba a toda prisa el pedazo de papel.- Parece muy simpática y…
El silencio se ciñó a su alrededor. Richard trataba de entender la expresión en el rostro de Tim, pero no lo lograba.
Intentó enfocar sus palabras de modo de hacerlo sentir mejor.
- Hey, quizás ahora te sientes mal, pero no vas a sentirte así el resto de tu vida.- Le puso una mano en el hombro y le dedicó una mirada de sincero cariño.- Algún día conocerás a alguien más y todo esto…
- Tengo una esposa, Richard.- Cortó y su voz fue más fría que el hielo. Rich sintió como la habitación disminuía de temperatura radicalmente.- Y tarde o temprano, ella también se acordará de eso.
Sin decir una sola palabra más y apartando la mano de su amigo sin miramientos, Tim se volvió y salió al balcón con largas zancadas. El viento marítimo lo golpeó con fuerza en el rostro y le secó de inmediato las rebeldes lágrimas que habían logrado escapar de las profundidades azules de sus ojos. Para cuando Richard finalmente lo siguió, no quedaba rastro de ellas.
Tim logró resistir todo el fin de semana, pero finalmente el lunes en la mañana sucumbió. Como si fuera cuestión de vida o muerte, corrió hacia el teléfono, aferró el auricular con todas sus fuerzas y marcó el número de la casa de North Trade Road. Respiraba irregularmente mientras aguardaba impaciente, pero todo aliento desapareció cuando la respuesta llegó tras lo que le pareció una eternidad.
- ¿Hola?- Dijo la voz de Jayne, totalmente fresca, como una brisa de verano.
- Soy… soy yo.- Musitó él. Se sentía tan extraño…- Por favor, no cuelgues, Jayne.
- No lo haré.- Aseguró ella, y su voz se tensionó un poco.- ¿Cómo estás, Tim?
- ¿Cómo estás tú?- Preguntó en cambio. No quería decirle que estaba destruido. No quería decirle que tenía la sensación de que se estaba muriendo. Sólo quería saber cómo estaba ella.
- Bien, gracias.- Respondió suspirando.- Iba a llamarte esta noche.
Todo el cuerpo de Tim tembló en una mezcla de emociones que no supo identificar.
- ¿De verdad?- Logró decir.
- Sí. Quiero que hablemos.- Le hablaba con dulzura. Una remota esperanza fue renaciendo poco a poco en su interior.
- Por supuesto.- Aceptó él en menos de un segundo.- Sólo dime cuándo y dónde.
- Mañana tengo tiempo, antes del mediodía.- Dijo Jayne.- ¿Quieres venir a casa?
Tim llevaba semanas esperando que ella le preguntara algo como aquello. Claro que quería ir a casa…
- Allí estaré.- Cerró los ojos. Todo iba a estar bien.- Me alegra oír tu voz, Jayne.
- A mí también, Tim.- Se hizo un breve silencio. El alivio de Tim era tan grande que trababa las palabras que pujaban por salir de su garganta. Deseaba decirle que la amaba y que todo estaría bien de ahí en más…- Escucha, tengo que irme, llego tarde a una reunión. Te veré mañana.
- Hasta mañana.- Murmuró, hipnotizado por el maravilloso sonido del que había sido privado durante interminables días.- Te echo mucho de menos, cariño…- Susurró, sin poder evitarlo. Pero Jayne ya había colgado y no lo oyó.
Para cuando aparcó el auto frente a la casa a la mañana siguiente, Tim lucía francamente mal. A duras penas había podido dormir esa noche, perdido en pensamientos, sospechas, temores y, sobre todo, esperanzas. Algo en la voz de su esposa durante su breve conversación había hecho que se encendiera una luz dentro de él. Todo iba a salir bien: hablarían, se darían cuenta de que no podían vivir uno sin el otro, la tomaría en sus brazos, la besaría como si fuera su única manera de sobrevivir y luego la llevaría a la cama y le haría el amor incansablemente, para demostrarle cuánta falta le había echo…
Descendió del auto y caminó hacia la entrada. Aparentemente, Jayne lo estaba esperando, porque abrió la puerta antes de que pudiera poner un solo pie en el pórtico.
El rostro de Tim se iluminó con una sonrisa y su cuerpo tembló de anhelo. Allí estaba, después de todo. Ya no era un sueño. Era real. Y estaba abriéndole la puerta de su propia casa. Pronto estarían juntos de nuevo y podrían olvidar aquellos días de oscuridad y tristeza.
- Hola.- Saludó ella, tímidamente, apoyada contra el marco de la entrada.
Él no respondió hasta que no estuvo bien frente a ella. Sólo entonces perdió el control: la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí. Hundió la cabeza en el hueco de su cuello y aspiró el perfume de su cabello recién lavado.
- Hola.- Susurró, con la voz afectada por las sensaciones que se apoderaban de él.
Tras unos intensos segundos, Tim se obligó a separarse.
La miró fijamente. Ella lo estaba observando con atención. Luego, vacilante, levantó una mano y acarició con la punta de un dedo la parte de debajo de los ojos de Tim, que lucían cansados. Él se estremeció ante la caricia: cerró los ojos y tragó saliva con dificultad.
- No te ves bien.- Murmuró Jayne, algo preocupada.
- Pero tú estás hermosa.- Le sonrió con ternura.- Como siempre.
Bajando la cabeza, se apartó y lo dejó pasar. Para Tim, era como hacer un viaje en el tiempo: tenía la impresión de que habían pasado siglos desde que se deslizara dentro de ese vestíbulo y dejara que la calidez de su casa lo abrazara…
Pero era como si nada hubiese sucedido. Todo seguía exactamente igual: las fotografías de Tim, de su familia y de ellos dos seguían desperdigadas por la sala; sus discos estaban acomodados prolijamente en un estante, al igual que muchos de sus libros. Jayne no lo había arrancado de su vida y se sintió un tonto por haberlo pensado siquiera.
- ¿Dónde has estado viviendo?- Preguntó ella, rompiendo el silencio, algunos pasos por detrás de él.
- Estuve varios días en un hotel. Me mudé hace poco a una hermosa casa en Bexhill.- Respondió. No podía dejar de mirar fascinado a su alrededor. En sus peores pesadillas, siempre pensaba que no volvería a poner un pie en aquel sitio. Y ahí estaba.
- ¿Compraste una casa?- Dijo asombrada. Tim se volvió hacia su esposa, sonriente.
- No, sólo estoy rentándola.- Dio unos pasos para acercarse y tomó sus manos entre las suyas. Se sentía tan bien…- A ti te encantará. Una casa en la playa, con un enorme ventanal…
- Creí que nunca te irías de Battle.- Comentó maravillada.
- Sí, bueno…- Tim no deseaba decirle cuánto dolor le había infligido. No deseaba decirle que por ella había dejado todo lo que amaba, desesperado por dejar de sentir ese horrendo sufrimiento en el fondo de su alma. No era momento de hacerla sentir mal. Ahora podía olvidarse de todo eso y retomar sus vidas juntos.- Me alegra tanto que me llamaras, cariño, yo…
- Siéntate.- Pidió Jayne, interrumpiéndolo. Se había apartado nuevamente y evitaba cuidadosamente mirarlo.- Hablemos.
Tim tuvo deseos de acunarla entre sus brazos y consolarla. Quizás no sabía como excusarse por su tonta decisión de tomarse un tiempo. Era más que claro que ambos habían sufrido terriblemente por ello.
- Ya pasó, Jayne.- Le tomó el rostro dulcemente. Quería besarla e iba a hacerlo.- Ya nos dimos cuenta de todo. No servimos para estar separados. Lo mejor que podemos hacer es…
- Siéntate, Tim.- Volvió a pedir y esta vez la voz le tembló notablemente.
Tim frunció el ceño.
- No quiero sentarme.- El miedo regresó a él a toda velocidad. Algo andaba mal.- ¿Qué sucede?
Ella respiró profundamente, buscando las palabras para comenzar a hablar de una vez por todas.
- He estado pensando muchísimo, desde que nos separamos.- Comenzó y, de nuevo, evitaba a toda costa mirarlo.- Mucho. He tenido la oportunidad de ver las cosas con mucha claridad y…- Parecía que las palabras no lograban salir de sus labios.- Y…
- Y quieres que regrese, ¿verdad?- Musitó Tim, desesperado. Los nervios estaban carcomiéndolo por dentro.- Me extrañabas y ahora quieres…
- No, Tim.- Jayne dio un paso hacia él, pero Tim retrocedió automáticamente.- No. Lo siento… yo…
- ¿Qué? ¿Qué es lo que quieres de mí, Jayne? ¿Qué más puedes decirme, eh?- Gritó, sintiéndose al borde de un abismo. ¿Acaso lo había hecho regresar para reavivar el dolor?- ¿Qué no sólo no quieres tener hijos conmigo si no que te arrepientes de haber aceptado casarte…?
- ¡No, no, Tim, por Dios, no digas eso!- Exclamó horrorizada.- Lo nuestro ha sido maravilloso, pero…
- ¿Y cuándo fue que dejó de ser maravilloso, exactamente?- La enfrentó, con los ojos anegados en lágrimas. No quería llorar delante de ella, pero no podía evitarlo. Estaba rompiéndose en pedazos.- ¿Fue sólo por que me iba de gira? ¿O hay algo más?
- Me sentí sola, Tim, me sentí abandonada.- Dijo, enojándose por no ser comprendida.- ¿Cómo esperas…?
- Sabías como eran las cosas, Jayne. Desde que me conoces sabes cuánto he soñado con todo esto. La música es mi vida.
- Ya lo sé. Me di cuenta que no hay espacio para mí.- Repuso, fulminándolo con la mirada.
- ¡Es mi vida pero lo dejaría si me lo pidieras! ¿Qué sentido tiene vivir sin respirar? Tú eres mi aire, Jayne…- Ella sentía que se le partía el corazón al ver las lágrimas bajando por sus mejillas silenciosamente. Tim casi nunca lloraba y eso hacía que fuera tan doloroso: sabía que estaba lastimándolo, pero no podía seguir de ese modo.- Dejaré lo que sea, pero tú no me dejes a mí…
No le importaba suplicar. Tim decidió que se pondría de rodillas y suplicaría hasta quedarse sin voz si era necesario. No podía dejarla ir…
- Lo lamento.- Contestó con firmeza.- De verdad lo lamento…
Él se acercó de repente, sin soportar un segundo más y la envolvió con sus brazos. Quería retenerla a su lado, no dejarla alejarse. Quizás de ese modo Jayne sentiría de nuevo el mismo fuego que él y todo se solucionaría. Quizás encontraría una manera de hacerlo funcionar.
Tim cerró los ojos y se dejó vencer por la hermosa sensación de bienestar que le infligía el hecho de estrecharla tan cerca. Se convenció de que tarde o temprano terminarían saliendo airosos de aquella infortunada situación…
- Yo… hablé con mi abogado, Tim.- Soltó ella de golpe. Tim la soltó, apartándola con brusquedad, como si lo que acababa de decirle lo hubiese quemado.- Los trámites de divorcio comenzarán la próxima semana.
- No.- Farfulló él, aturdido.- No, no puedes hacer eso.
- Tim…
- ¡No puedes decidir de ese modo lo que harás con nuestras vidas, Jayne!- Bramó furioso.- ¡No puedes esperar que yo asienta a todo lo que tú dices! ¡No puedes esperar que yo me quede sentado mientras arrojas todo lo nuestro a la basura!
- ¿Y qué es lo que quieres?- Espetó ella, impaciente.- ¿Quieres que sigamos con esta farsa? ¿Quieres que finja ser feliz y pretenda amarte como antes cuando…?
- ¡Cierra la boca!- Gritó y Jayne le hizo caso, impresionada por el tono de su voz.- ¡No quiero oírte más, Jayne, maldita sea! ¿Qué mierda te pasa? ¡Me hablas como si alguna vez te hubiese hecho sentir que no te amaba!- Jayne sollozó involuntariamente.- ¡Jamás estuve con otra mujer, ni me digné a mirar a nadie más siquiera, porque no he tenido más que ojos para ti! ¡Aún estando de viaje he tratado de hacerte sentir cerca, he tomado vuelos en mitad de la noche para llegar antes y estar contigo! ¡He cancelado reuniones y ensayos para hacerte compañía si te sentías mal o tenías un mal día! ¡He estado pendiente de ti cada segundo de mi vida, esforzándome por compensar mis ausencias y ahora me dices que nada es suficiente! ¿Qué es lo que quieres?
- ¡Basta, Tim! ¿Qué sentido tiene? ¿Acaso te gusta sufrir?- Farfulló entre llantos, como toda respuesta.
- ¿Qué sentido tiene? ¿Qué sentido tiene?- Repitió incrédulo.- ¡Maldita sea, Jayne, tiene todo el sentido del mundo! ¡Lo mínimo que espero es una explicación detallada de por qué mi esposa quiere divorciarse y borrarme de su vida!
Jayne se volvió y se alejó de él, incapaz de seguir soportando aquello. Tim, completamente descontrolado, deshizo la breve distancia entre ambos en un par de zancadas y, tomándola con fuerza del brazo, la hizo volverse hacia él nuevamente.
- Podrías haber dicho algo antes de que fuera demasiado tarde. ¿Por qué no intentaste reparar los daños cuando aún había tiempo? ¿Por qué me lo dijiste hace…?- Susurró, pero su tono era como el hielo.
- Quería creer que nada pasaba. Esperaba que fuera sólo momentáneo, que luego todo volvería a la normalidad…- Explicó quedamente.- Pero estas semanas me di cuenta que me siento mejor sabiendo que no tienes que preocuparte por mostrarte afectuoso conmigo, o tratar de no sentirte culpable por no estar aquí…
- ¿Así que es un acto de compasión?- Murmuró, mordazmente.- ¿Me dejas para que yo me sienta mejor?- Su voz aumentó de volumen nuevamente y a Jayne eso le crispaba los nervios.- ¿Tienes idea de lo que viví estas semanas sin ti? ¿Tienes idea de cómo me he sentido recordando una y otra vez cuando me dijiste que ya no me amabas o que al menos no estabas segura?
- Tim…
- ¡Si me hubieras apuñalado y enterrado en el jardín lo tomaría como un acto de compasión, Jayne, pero esto que tú hiciste conmigo es lo más cruel que un ser humano pueda hacerle a otro!- Deseaba hacerle tanto daño como ella le estaba haciendo a él… pero estaba tan devastado por dentro que a duras penas podía pensar.- ¡Ah, maldita sea, ojalá pudiera odiarte!- Gritó exasperado.- ¡Y esa es la peor parte: no puedo! Te amo tanto como antes, y quizás más, ahora que no puedo tenerte.
- Timmy…- Murmuró, sabiendo que la dulzura de su tono solía calmarlo.
- No. No me vengas con eso.- La mirada furibunda que le dedicó la amedrentó al instante.- Ya no…
- Lo lamento mucho, Tim, de verdad.- Aseguró tímidamente.
Se encaminó hacia la puerta, incapaz de estar allí un segundo más. Necesitaba alejarse…
- No quiero que todo termine mal entre nosotros.- Agregó, tristemente y Tim se volvió a mirarla una vez más.
- Y yo no quiero que todo termine, así que hay una sustancial diferencia.- Espetó. El enojo lo aliviaba, en cierto modo. Sabía que una vez que estuviera solo y tuviera tiempo de pensar, se derrumbaría. Pero aún podía descargarse de algún modo.
- Si pudiera volver el tiempo atrás, lo haría, Tim, y cambiaría muchas cosas.- Suspiró. Miró su reloj y luego a él otra vez.- Tengo que irme a trabajar.- Tomó su cartera del sillón más cercano y se la colgó al hombro.- Espero que puedas perdonarme…- Se puso en puntas de pie y le plantó un beso en la mejilla. Tim se estremeció al sentir sus labios sobre su piel y se dio cuenta de que podía ser la última vez…- Adiós.
Yendo hacia la salida, tomó su abrigo al pasar y salió rápidamente, como si quisiera huir de allí. De pronto, Tim se quedó solo con sus pensamientos, encerrado en la casa que los había visto amarse, con el corazón hecho añicos y la sensación de que su vida estaba irremediablemente rota.
Dos años. Dos largos y amargos años que se me habían escurrido de las manos como la arena con la que jugueteaba desganadamente.
No había ido a trabajar y apenas podía entender cómo me las había arreglado para salir de la cama y llevar a Noah a la escuela. No tenía fuerzas, no ese día. No cuando revivía con tanta nitidez aquella fatídica noche en que mi vida se quebrara en mil pedazos.
Cerré los ojos, apretando las lágrimas para no dejarlas salir. Era increíble que aún pudiera llorar: cualquiera pensaría que con todo el llanto derramado estaría ya seca por dentro. Pero el dolor era demasiado vívido. Su recuerdo era demasiado vívido. Y aquel día siempre sería horrible e insoportable.
No que el resto de mis días fueran mejores… sin embargo, cada aniversario de su muerte parecía aumentar la angustia y la punzada de dolor en el medio del pecho.
Hundí la cabeza entre las rodillas mientras el sonido del mar cerca de mí era todo lo que me llenaba los oídos. El viento me azotaba las mejillas y luchaba por enmarañar mi cabello, que llevaba recogido en una larga trenza. Llevaba un sweater que me quedaba enorme, pero que en cierto modo mágico aún conservaba el perfume de Kevin. Se lo había obsequiado para Navidad y recordaba tan claramente esa noche que hasta me sentía retroceder en el tiempo. Nos habíamos sentado bajo el árbol de nuestro apartamento, yo embarazada de Noah, con humeantes tazas de chocolate caliente en mano. Habíamos bromeado y desenvuelto regalos durante un buen rato y más tarde nos habíamos reunido con sus padres para almorzar. Él se había puesto ese mismo sweater y al abrazarme a mí misma era casi como volver a tenerlo entre mis brazos…
Esa había sido también la Navidad en que él me obsequiara los planos de la casa que años después se convertiría en nuestro hogar. Había invertido mucho tiempo en construirla, pero nunca había llegado a disfrutarla.
- Ya casi puedo verla.- Había dicho cuando me llevara a la playa para conocer el sitio exacto donde la construiría. Me llevaba de la mano, ayudándome a descender por los empinados médanos de arena que ahora habían desaparecido.- Aquí haremos ese balcón de madera que tanto quieres, con la vista directo al mar, y podremos desayunar en verano y pasar el día entero en el mar.- Delicadamente, me había quitado el cabello alborotado del rostro.- Te haré la casa de tus sueños, Allison, lo prometo.
Como toda respuesta, yo había sonreído y me había hundido contra su pecho. Instantáneamente sus brazos me estrecharon. Después de tanto tiempo, me daba cuenta de que ése era realmente mi hogar: él. Pero ahora ya era demasiado tarde…
Era increíble la manera en que su voz resonaba en mis oídos, como si estuviera allí a mi lado. De pronto empecé a oír sus palabras una encimada con la otra, como un rápido resumen de las cosas que alguna vez me había dicho: aquella noche en que me acompañara a mi habitación de la universidad después de nuestra primera cita y me dijera lo bien que lo había pasado; cuando me dijo que me amaba por primera vez; cuando me pidiera que me fuera a vivir con él; cuando le comuniqué que estaba embarazada; lo feliz que estaba cuando viera a Noah al nacer…
Me ahogué con las lágrimas y ya no pude contener un gran sollozo que luchaba por liberarse de mi garganta. Me llevé una mano al rostro y traté de controlarme, lo que me parecía bastante imposible. Parecía que me estaba desangrando por dentro…
- Te extraño tanto, Kev…- Musité, sin poder soportarlo más. Tenía que existir algún tipo de redención, algo que me ayudara a resistir, a seguir adelante, a no sufrir de esa manera…
Un ruido detrás de mí me hizo levantar la cabeza y cortar mi llanto de repente. Pasándome el dorso de la mano por los ojos para aclararme la visión, vi que Tim Rice-Oxley acababa de salir furiosamente de la casa y bajaba hacia la playa. No se había dado cuenta de que yo estaba allí, o si lo había notado, no le interesaba, porque ni siquiera me miró. No desvió la mirada del mar en ningún momento y, una vez que llegó a la orilla, vi quitarse algo de la mano y arrojarlo con fuerza al agua, acompañado de una exclamación que podría haber sido de dolor o de furia. Antes de que se perdiera entre las olas, vi que se trataba de algo pequeño y dorado y estuve segura de que se trataba de su anillo. Luego se quedó inmóvil, respirando con la boca algo abierta, como dificultosamente y al instante se llevó una mano al rostro.
No me cabía duda alguna de que estaba llorando. Me pareció bastante raro verlo de aquel modo. No tenía la apariencia de alguien que se desmorona tan fácilmente.
Lo mejor que podía hacer era levantarme lentamente para irme. Me sentía incómoda allí y no estaba de ánimos para aquel encuentro. Tim se volvió en ese momento y me miró de frente por unos segundos. Las lágrimas inundaban sus ojos azules, que se tornaron orgullosos y arrogantes en cuanto descubrió que yo también lo miraba a él.
Antes de darme tiempo a nada, se volvió y regresó a la casa tan rápido como había aparecido, dejándome sola nuevamente. Miré hacia el mar otra vez, dejando que los pensamientos sobre Kevin volvieran a ceñirse a mi alrededor como antes de aquella interrupción. Aparentemente, los dos teníamos un dolor con el que lidiar y yo me olvidé de Rice-Oxley enseguida para concentrarme en el mío.
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