Noah entró corriendo en la casa y yo lo seguí, acarreando su mochila que él había dejado olvidada en el asiento trasero del auto. Estaba mucho más alto, había dado un buen estirón en ese tiempo y no había dudas de que llegaría a ser tan alto como yo o quizás como Tim.
- ¿Entonces nos iremos al hospital?- Preguntó, como por décima vez desde que lo recogiera en el colegio. Yo suspiré, preguntándome cuándo se acabaría la edad de las preguntas.
- Ya te dije que primero tenemos que esperar a que Tim nos llame. No hay razón para estar merodeando por un hospital y estas cosas pueden tomar tiempo.- Expliqué tratando de sonar paciente.
Noah se dejó caer en el sillón de la sala, donde Bilbo dormía plácidamente, también muchísimo más grande. Todo el saludo que emitió fue un gimoteo mientras apoyaba la pata sobre la rodilla del niño.
- ¿Cuántos bebés va a tener mamá, Tom?- Inquirió, rascándole las orejas distraídamente.
Yo también me dejé caer en el sillón, a su lado.
- Sólo uno.- Contesté.- ¿Cuántos quieres que tenga?
- Bueno… Annie y Richard tuvieron dos niñas de una sola vez.- Se encogió de hombros.- Tal vez mami tenga dos niñas también.
- Lo de Olivia y Bella fue un caso especial, Noah.- Sonreí al pensar en las niñas. Richard se veía plenamente feliz cuando ambas se trepaban a él, reclamando atención, besos y abrazos. Dos pequeñas miniaturas de sus padres: Olivia con el cabello rubio de Annie y los ojos celestes de Richard; y Bella con el cabello castaño de él y los ojos verdes y brillantes de ella.
Pareciera que había pasado una eternidad desde aquel día en que Tim me hiciera sangrar la nariz de un puñetazo, desde la última vez en que encontráramos nuestras vidas totalmente desordenadas. No que mi vida hubiera cambiado tanto desde entonces… pero no podía quejarme. Aún teniendo como nuevo mejor amigo a un niño de siete años me sentía irreprochablemente dichoso.
El teléfono que estaba sobre la mesita de café empezó a sonar, pero Noah fue más rápido que yo para atenderlo. Saltó sobre él, seguramente esperanzado de oír alguna noticia alentadora de su madre.
- ¿Hola?- Se hizo una breve pausa mientras esperaba que le contestaran del otro lado. Lo miré impaciente.- ¡Hola, papá!- Exclamó con alegría. Yo sonreí al oírlo, recordando cómo los ojos de Tim se encendían cada vez que lo llamaba así.- Sí, sí, claro que sí. Haré mi tarea esta noche, lo prometo. ¿Podemos ir ya?
Al parecer Tim pidió por mí, porque Noah empezó a farfullar una despedida y me tendió el auricular.
- Espero que no te esté volviendo loco.- Fue lo primero que me dijo cuando oyó mi voz.
- Sólo un poco, pero no puedo culparlo: está ansioso. Y yo también.- Respondí y Noah me guiñó un ojo, mientras se colgaba de mi cuello para poder oír a Tim del otro lado.- ¿Cómo está Allison?
- Bien, bien, muchísimo más impaciente que todos nosotros.- Casi podía verlo sonreír del otro lado.- Están preparándola para la sala de partos, así que aproveché para avisarles que sería mejor que fuesen viniendo si quieren llegar a tiempo.
- Estaremos allí en unos minutos. Mucha suerte, Tim.- Me sentía emocionado, como si fuera mi propio bebé el que estaba a punto de nacer.- Dale un beso a Allie de mi parte. ¡Y felicidades!
- ¡Gracias!- Se oyó una voz que lo llamaba y la voz de Tim se volvió apresurada.- Debo irme, Tom. Nos vemos en un rato.
La comunicación se cortó de pronto y Noah saltó del sillón para buscar su abrigo nuevamente. En menos de dos minutos, ambos nos encontrábamos en el auto de camino al hospital y era bastante difícil conseguir que Noah se quedara bien quieto en el asiento.
- ¿Podemos parar a comprar uno de esos osos de peluche enormes que regalan a los bebés en las películas?- Ni siquiera me dio tiempo a contestarle.- ¿Por qué les dan esos osos tan grandes, de todos modos? Los bebés son tan pequeños que no pueden ni agarrarles una pata.
Reí y dejé que Noah continuara con su parloteo emocionado. Llevaba así desde que había pasado a la escuela para recogerlo, a pedido de Tim, cuando tuvo que correr con Allison al hospital. Lo cierto era que me agradaba mucho ser la niñera de Noah. Desde aquel día en que nos conociéramos, jugando a los soldaditos en lo que otrora era el piso de la sala de Tim, había entendido el cariño que mi amigo sentía por ese niño. Y también entendía el inmenso amor que sentía por Allison y veía cómo se encendían sus ojos azules cuando la veía sonreír de dicha, de felicidad en un estado puro. Después de tantas idas y venidas, después de tantos cambios de marea, al fin ambos habían logrado mantenerse de pie, aún con todas esas veces en que el embravecido mar había amenazado con tumbarlos sobre sus rodillas hasta la rendición. Se habían mantenido de pie y tenían ahora una vida nueva, llena de recuerdos, buenos momentos, alianzas resplandeciendo en sus manos, pañales y tareas del segundo grado. La familia que siempre habían querido con la persona y la plenitud que siempre habían querido encontrar y que varias veces les habían sido esquivas.
Una vida nueva en la casa que había visto nacer aquel amor y rodeados por las personas que, de un modo u otro… nos atrevimos a empujarlos en la dirección correcta. Y, a decir verdad, eran bastante tontos: no hay nada más simple que amar a alguien y entregarse por completo a lo que se siente.
¿Por qué cuando uno cuenta una historia con final feliz se pone tan sentimental? ¿O más bien esto sería un principio? Estoy un poco confundido…
¿Y cómo se supone que debería terminarla? Se me da mejor escribir canciones, aunque Tim y Richard se ríen de mí cuando me ven componer. ¿Debería firmarlo al final? Claro que no, idiota, esto no es un autógrafo o un contrato… ¿qué es lo que se pone normalmente? Ah, sí, fin. La próxima vez dejaré que Tim se encargue de esto. O Annie. O cualquiera.
Bueno, como sea: Fin.
***
Fin.
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1 comentario:
No puedo vivir ni un minutos más sin tus historias, Laura. . .
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