Arrojó el celular contra la pared y éste hizo un ruido espantoso al romperse. Jayne lloró de frustración. Llevaba media hora llamando a Tim sin obtener respuesta. ¿Dónde se había metido?
La voz metálica y distorsionada volvió a sonar en su interior, haciendo que se estremeciera: Tenemos a tu esposo y si quieres volver a verlo con vida, más te vale no llamar a la policía.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Desde cuando su vida se había convertido en una especie de película de terror de bajo presupuesto?
No podía creer que Tim estuviera en peligro. Simplemente, no lo creía. De seguro estaba enfadado por lo de Jack y quería mortificarla. De seguro le había pedido a alguien que la llamara y le dijera esas palabras espantosas. Tenía que estar bien. Estaba bien… ¿o no?
Tomó el auricular del teléfono y marcó el número otra vez, con dedos temblorosos, equivocándose en varias ocasiones hasta que logró hacerlo bien. Estaba demasiado nerviosa y ya no soportaba todo aquello. Si Tim quería castigarla por lo que había hecho, bien. Pero que no jugara de ese modo. No era divertido y ya la había asustado demasiado.
Esta vez le saltó la voz de la operadora informándole que el celular se encontraba apagado. ¡Entonces Tim estaba bien! Seguramente se había hartado de que lo llamara sin cesar y lo había apagado…
Pero si todo estaba en orden… ¿por qué tenía esa sensación horripilante en el pecho que le decía todo lo contrario?
Miró alrededor sin saber qué hacer, a quien acudir o cómo encontrar a Tim. Finalmente se dejó caer en el piso de la sala y lloró desconsoladamente. Prefería tenerlo allí gritándole e insultándola que tener que aguantar esa incertidumbre en el corazón. No saber si su esposo estaba bien o no estaba matándola.
Sus ojos llenos de lágrimas se posaron otra vez en el teléfono. ¿Llamarían de nuevo? ¿Esa horrenda persona llamaría otra vez? ¿Le diría qué hacer? ¿Le diría la verdad?
Puso el auricular en la horquilla otra vez. La única esperanza que tenía era que volvieran a llamarla. Que le dijeran dónde estaba Timmy. Que le dijeran qué querían y cómo podía recuperarlo.
Si es que podía.
El mareo era tan intenso que le producía una confusión y un atontamiento que nunca antes había sentido. Parpadeó varias veces para aclararse y entonces sintió el dolor agudo en la parte de atrás de la cabeza. Tim quiso llevarse una mano a la nuca y ver si tenía alguna herida, pero se dio cuenta que estaba inmovilizado. Sin entender qué estaba pasando, volvió a cerrar los ojos: el malestar parecía disminuir si no fijaba la mirada en algún punto perdido de ese oscuro espacio.
Y recordó todo. Jayne, la discusión, su amante, ese tipo extraño en la calle, el golpe y luego… nada. Al sentir movimiento, también fue consciente de que estaba en alguna clase de vehículo. Y recordó la camioneta que merodeaba por London Road.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué alguien lo golpearía, lo metería en una camioneta y le ataría las manos? Quiso separar las piernas y cayó en la cuenta de que también le habían amarrado los tobillos.
Todo aquello tenía que ser una especie de broma. No podía estar sucediéndole, no a él. No era la clase de tipo cuya vida privada estaba siempre exaltada. ¡Vamos, si ni siquiera se metía en líos! No se emborrachaba, no se drogaba, amaba a una sola mujer y llevaba una vida tranquila y apacible en una casa normal en un pequeño pueblo sureño. ¿Dónde encajaban en todo eso las infidelidades y los secuestros?
No. No podía ser un secuestro. Seguramente era un malentendido. Sí, una broma pesada. Quizás Tom la había planeado. Su amigo no era muy hábil para jugarle bromas a la gente. O lo descubrían antes de tiempo o se le iba mucho la mano…
Pero esto no parecía ser algo que Tom pudiera hacer. Jamás lo hubiese lastimado y sentía su cabeza latiendo de dolor. Estaba sucediendo algo que iba más allá del entendimiento de Tim, más allá de cualquier cosa que pudiera imaginarse.
Volvió a parpadear, tratando de acostumbrarse a la penumbra de la camioneta. No había ventanillas laterales ni en las puertas traseras. Sin embargo, a juzgar por la quietud del exterior, era aún de noche. ¿Cuánto tiempo llevaría inconsciente? Oía voces amortiguadas sobre el sonido del motor, pero no estaba seguro de cuántas personas estarían allí. Intentó zafar las manos de la soga que le apretaba las muñecas. Estaba realmente apretada, casi le hacía daño.
- Vamos, maldita sea…- Susurró, haciendo fuerza para pasar su mano derecha primero. No tenía idea qué haría una vez que estuviera desatado, pero tenía que empezar a actuar de algún modo. Y definitivamente no tenía oportunidad de escapar si estaba inmovilizado.
Oyó un sonido a su izquierda y se quedó quieto como si se hubiera petrificado. Levantó la mirada, atreviéndose a echar un vistazo para ver si lo habían descubierto y se encontró mirando al rostro en sombras del mismo tipo que lo había golpeado en la calle.
- Quédate quieto, estúpido.- Ordenó de mala manera. Tim lo oía mejor ahora y notó que no tenía acento inglés. Parecía norteamericano.
- ¿Qué está sucediendo ahí atrás?- Gritó una voz desde el asiento delantero que no era visible gracias a una especie de pared que lo ocultaba de la vista. Pero tenía una pequeña abertura, como una ventana, por la que entró un resquicio de luz.
- Se despertó.- Informó el tipo, acercándose más a Tim, con cierta dificultad por el traqueteo de la camioneta.
- Entonces ponlo a dormir de nuevo.- Farfulló con brusquedad el hombre de adelante.- Todavía falta un rato y no quiero problemas desde el principio.
La ventana se cerró de golpe y la poca luz que se había colado en aquella oscuridad despareció. Tim sintió la desesperación subiendo por su garganta, dejándole un mal sabor en la boca.
El tipo se acercó aún más.
- Espera.- Pidió Tim, sin saber qué hacer. Sólo quería salir de allí, saber qué estaba sucediendo.- Tiene que haber un error, por favor…
Bufando con fastidio, el otro levantó un brazo y volvió a pegarle en la parte de atrás de la cabeza. El dolor se volvió casi insoportable durante un segundo y luego cualquier sensación, cualquier dolor, cualquier miedo se esfumó. Tim cayó de cara sobre el asiento y se quedó ahí durante el resto del trayecto.
Cuando el teléfono empezó a sonar, casi estridente en el silencio de la noche, Richard despertó sobresaltado y, antes que nada, miró el reloj. No eran siquiera las cuatro de la madrugada y no tenía idea quién podía ser. Por algún lado había leído que las malas noticias llegan de noche, así que cuando finalmente tomó el auricular, no esperaba nada bueno.
- ¿Hola?
Oyó un sonido raro y ahogado que pronto atribuyó a sollozos y llanto incontrolable. Suspiró y se armó de paciencia: parecía que no estaba muy equivocado.
- ¿Quién es?- Insistió, ya un poco nervioso.
- Ja… Jayne.- Dijo ella, y su voz no se asimilaba en nada a la de la mujer que Rich conocía tan bien.
- ¿Jayne? ¿Qué sucede? Cálmate.- Pidió con un tono pacificador que no lo convenció ni a él.
- Richard…- Sollozó.- No sabía… a quién llamar. Estoy desesperada. Ayúdame, por favor, te lo ruego.
- Dime qué pasa y haré todo lo que pueda, Jayne.
Sin embargo, la mujer no estaba en condiciones de hablar. Sólo se quedó llorando incontrolablemente y Rich no supo qué decirle para apaciguarla y lograr entender algo de lo que estaba sucediendo.
- Vamos, Jayne, si no te tranquilizas no podré ayudarte.- Dijo con toda la dulzura que la tensión que sentía le permitió expresar.- ¿Por qué no me pasas con Tim? ¿Está ahí contigo?
- No. Se fue.
- ¿A dónde?
- No… no lo sé.- El llanto de Jayne aumentó en intensidad.- ¡No lo sé! ¡Discutimos y se fue!
- Bueno, descuida. Estoy seguro de que volverá cuando haya aclarado sus pensamientos.- Murmuró, conteniendo un bostezo. Ya sabía a la perfección que cuando Tim estaba atravesando uno de sus impredecibles cambios de humor era mejor dejarlo solo.- Ya verás que estará de regreso en la maña…
- Richard… por Dios… recibí un llamado…- Masculló y era obvio que hasta le costaba respirar. Richard se puso más tenso. ¿Un llamado? ¿Qué clase de llamado? ¿Y si Tim había tenido un accidente? Sintió que empalidecía.- Un… un llamado anónimo. Creo… creo que lo secuestraron.
Se hizo un silencio apenas roto por los constantes lloriqueos de Jayne. Richard parpadeó una o dos veces.
- ¿De qué estás hablando?- Preguntó confundido.- No pueden secuestrar a Tim, Jayne, ¿quién tendría una razón para hacerlo?
- Al principio pensé que era una broma, pero ciertamente no lo parece. Rich… estoy tan asustada…
- No llamaste a los padres de Tim, ¿verdad?- Quiso saber, alarmado. No tenía intenciones de alterar a los Rice-Oxley sólo porque su hijo y su esposa habían discutido y ella se había puesto algo paranoica. De seguro Tim aparecía lo más tranquilo por la casa en la mañana y se sentaba a tomar el té como si nada hubiese sucedido.
- No…- Respiró aliviado.- No sabía qué hacer… ni a quien llamar.- Ahora sonaba suplicante.- Ayúdame, Richard, por favor, te lo ruego.
Rich contuvo un bufido de resignación.
- De acuerdo. Cálmate. Estoy seguro de que esto es una equivocación, ya lo verás.- Corrió las mantas de la cama y se dispuso a levantarse.- Estaré allí en un momento, ¿sí? Sólo… tómate un té y trata de tranquilizarte.
- ¿Qué haré si le sucede algo?
- No va a pasarle nada. Te lo prometo.
Cinco minutos más tarde, Richard se subía a su auto y conducía bajo el cielo nocturno mientras pensaba que Tim iba a deberle una grande por ir a las cuatro de la mañana a calmar a su esposa por una discusión tonta que habían tenido. Y también estaba seguro de que perdería horas de sueño en vano.
Pero… ¿para qué estaban los amigos?
Desde el ventanal de la casa sólo veía la calle desierta. No había nada. Nadie se acercaba. Nadie iba en dirección a ella. Tim no regresaba.
Sin embargo, Jayne no se apartó. Las manos le temblaban y la taza de té que se había preparado se había enfriado sin ser bebida, junto a la que había dejado más temprano. ¿De qué podía serle útil tomar el té? ¿Qué le importaba calmarse si no tenía idea dónde estaba su esposo y si se encontraba bien?
¿Y por qué Richard tardaba tanto? Había pasado tiempo suficiente y ya debería estar allí. Necesitaba sentir la presencia de alguien. Necesitaba que le dijeran que todo se arreglaría. Necesitaba saber que la situación no era tan grave. Necesitaba saber que todo aquello sólo era un mal sueño.
Dos focos de auto subiendo por la entrada de la casa la encandilaron durante unos segundos. Se llevó la mano a la frente y se cubrió la vista, tratando de vislumbrar el exterior. Sí, era el auto de Richard, al fin… y él no iba sólo.
Sin aguantar un segundo más, abrió la puerta de entrada y salió. ¡Era Tim! Quizás Richard lo había encontrado en el camino y lo había llevado a casa. Era él y estaba a salvo…
La puerta del acompañante se abrió y Tom bajó, luciendo algo adormilado. Las esperanzas de Jayne se desvanecieron como la nieve en primavera: no era Tim. Era sólo su deseo de verlo que le estaba jugando una mala pasada.
Richard caminó a paso veloz hacia ella.
- ¿Estás bien?- La tomó de los hombros y la observó con atención.
Jayne asintió con la cabeza, aturdida.
- Vamos adentro.- Musitó Tom en voz baja. Le puso una mano en la espalda y la condujo con gentileza a la sala, donde la sentaron en el sillón y se quedaron mirándola unos segundos.
- ¿Cuánto hace que Tim se fue?- Inquirió Richard con toda la calma que pudo.
Ella dejó que sus ojos se perdieran en algún punto de la habitación, inconscientemente.
- No lo sé… horas. He tratado de comunicarme con él…
- Pero su celular está apagado. Nosotros veníamos llamándolo en el camino.- Interrumpió Tom, que buscó su teléfono en el bolsillo para insistir nuevamente.
- No lo apagó desde el principio. Llamé varias veces y simplemente no contestó. Luego lo apagó… o se lo apagaron.- Un temblor la recorrió por completo y Rich la rodeó con los brazos para consolarla.
- Estoy seguro de que lo único que quiere es estar solo un rato y pensar. Ya sabes cómo se pone cuando algo le molesta.- Explicó dedicándole una nueva sonrisa.
Jayne meneó negativamente la cabeza.
- ¿Y cómo explicas ese llamado espantoso, Rich?- Se cubrió el rostro con las manos, abatida.- ¡Soy tan tonta! ¡No debía molestarlo así! ¿Qué haré si le pasa algo y lo último que escucho de mí fue…?
Cortó la frase abruptamente. Tom dejó el teléfono tras no obtener respuesta por enésima vez.
- ¿Qué te dijeron exactamente?- Preguntó éste, volviendo sus ojos verdes grisáceos hacia ella. Era extraño verlo tan serio y preocupado. Tom normalmente parecía un chiquillo despreocupado, aún a sus veintinueve años.
- Que tenían a mi esposo. Y que si quería… si quería verlo con vida era mejor que no llamara a la policía.- Se ahogó brevemente al decir aquello y Richard fue a la cocina y volvió enseguida con un vaso de agua para ella.
- Escucha, Jayne.- Dijo pacientemente. La miró con franqueza en sus ojos celestes.- No sé de dónde viene esa llamada, pero no creo que debas tomarla en serio. Seamos realistas: si quisieran secuestrar a uno de nosotros tres por ser famoso, irían por Tom.
Tom lo miró de soslayo y tragó saliva disimuladamente.
- ¿Y…?- Jayne tomó otro poco de agua para poder continuar.- ¿Y si es cierto?
Richard suspiró y le tomó una mano en señal de apoyo.
- No sé. Pero nos quedaremos aquí contigo hasta que podamos averiguarlo, ¿está bien?
Ella lo abrazó por toda respuesta, llorando sin parar nuevamente. Richard la estrechó un rato, dándole palmaditas en la espalda y los tres se quedaron allí sentados, dejando pasar el tiempo y viendo por la ventana cómo el amanecer surgía en el horizonte, sin traer noticias de Tim.
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