sábado, 16 de agosto de 2008

A Bad Dream: Capítulo 3.

Tras esperar despierta toda la noche ansiosa por obtener al menos la más mínima novedad, finalmente el sueño me había vencido y me había quedado dormida en el sillón de la sala, donde desperté algo dolorida cuando las primeras luces del sol me dieron de lleno en el rostro.
Y con el amanecer también llegaron aquellas novedades. Oí que un motor se detenía no muy lejos y levanté la mirada hacia el pasillo que iba a la entrada de la casa justo cuando dos hombres acarreaban a un tercero. Reconocía a los dos primeros, pero era la primera vez que veía al otro. Y, aún así, sabía perfectamente quien era.
Me acerqué a ellos rápidamente y Sean entró detrás, con la misma expresión de siempre, como si estuviera constantemente enojado con el mundo.
- ¡Al fin, los esperé toda la noche!- Exclamé, siguiéndolos.- ¿Qué sucedió?
- Tuvimos que desviarnos varias veces para pasar desapercibidos.- Contestó Sean de mala gana.- Llévenlo a la habitación, pronto, antes de que se despierte de nuevo.
Observé al tipo inconsciente que estaban trasladando. Era alto y delgado, pero no pude apreciar su rostro porque lo llevaban boca abajo, agarrándolo por las piernas y los brazos amarrados con sogas. Entre el cabello oscuro se le veía una cosa pegajosa y brillante.
- ¡Lo hirieron!- Dije, tratando de acercarme a verlo.- ¡Sean, esto apenas empieza y ya lo están lastimando!
- Cierra la boca, Nina.- Espetó, sin hacerme caso.- Llevo toda la maldita noche sin dormir y no tengo ni la más puta gana de aguantar esto otra vez.
Dave y Billy arrojaron a quien yo sabía era Tim Rice-Oxley en el suelo de una habitación algo sucia y sin ventanas cuya única fuente de luz era un tubo en el techo. Había un catre de hierro algo maltrecho y con un par de resortes sueltos en una punta, junto a la puerta que llevaba a lo que era un baño en no mejor estado que ese sitio.
Sean se aproximó junto a la figura encogida en el piso que seguía sin despertar y le vendó los ojos sin muchos miramientos.
- Habría que hacer algo con la herida de la cabeza.- Comenté. Nadie dijo nada.- No querrás que se muera de una infección antes de que puedas pedir el rescate.
- No veo por qué su muerte nos impediría cobrar el rescate…- Murmuró Billy a mis espaldas mientras dejaba la habitación, pero yo hice caso omiso de él.
Sean volvió a ponerse de pie y salió del cuarto, arrastrándome con él y cerrando con una llave que luego me puso frente a los ojos.
- Guarda bien esto, ¿me oíste?- Farfulló.- No abrirás esa puerta a menos que sea extremadamente necesario. Si grita, no le harás caso. Le darás de comer en la mañana y en la noche. Por nada del mundo puedes desatarlo ni quitarle la venda. Si quiere ir al baño, tendrás que acompañarlo, tú o Billy. No le hables, no dejes que te vea y no dejes jamás la puerta abierta. ¿Entendiste?
Lo miré a los ojos oscuros que nada se parecían a los míos, pero que tanto me recordaban a los de mi padre. Asentí quedamente con la cabeza y me guardé la llave en el bolsillo.
- Sean…- Susurré, cuando él empezó a alejarse.- No me gusta nada esto, ya te lo dije. ¿No podemos…?
- No quiero explicártelo mil veces, Nina.- Interrumpió con impaciencia.- No hay riesgos. Es más fácil que nos disparen mientras asaltamos una licorería. Y la recompensa será mucho mejor.
- No tienes experiencia en esto.- Mascullé preocupada.- ¿Qué hay si nos descubren?
- Si no te gusta la manera en que cuido de ti, hermanita, ahí tienes la puerta, puedes irte y arreglártelas sola.- Exclamó irritado, señalando en dirección a la salida.
Cerré la boca y aparté mis ojos celestes de los de él. Éramos distintos, pero éramos tan hermanos como era posible serlo. Él había heredado todos los rasgos de mi padre y yo todos los de mi madre. Y me refiero a todos: él las malas decisiones y yo la debilidad.
Sabía que a su manera, todo lo que Sean hacía era cuidarme, como siempre lo había hecho. Aunque a veces sus modos no fueran los más comunes y aunque a veces me tratara como si fuera cualquier cosa menos la única familia que le quedaba en el mundo.
Supongo que debía sentirme afortunada por poder contar con Sean. Después de los malos ratos que habíamos pasado, aún nos teníamos el uno al otro. Probablemente no lleváramos una vida maravillosa, pero estábamos vivos, estábamos juntos y mientras estuviera con él, estaría a salvo.
Más de una vez había deseado que Sean siguiera un camino diferente. Que esperara algo más de la vida, que consiguiera un trabajo decente. Que se enderezara a pesar de las adversidades de nuestra existencia y supiera salir adelante. Pero, ¿qué podía esperar de alguien que recibe un nefasto ejemplo desde el principio? Mi padre le había enseñado todo lo que necesitaba para valerse en la vida… ¿y dónde estaba él gracias a todos los conocimientos de los que alardeaba tanto? Cumpliendo condena perpetua en una cárcel que le ofrecía un mismo panorama gris para el resto de su vida. Pagando por los años de violencia, abuso y descontrol a los que también había arrastrado a su esposa y sus dos hijos. Dejándonos a ambos a merced de nuestro propio instinto de supervivencia una vez que nuestra madre murió, seguramente consumida por la tristeza y los malos tratos que había recibido a lo largo de su matrimonio.
Y así había quedado sola, con Sean, sin saber qué hacer, sin un lugar al que ir más que aquella casa de Turnbridge Wells a dónde regresábamos después de tantos años para llevar a cabo un secuestro con el que yo no estaba de acuerdo. Vivía con el constante miedo de que lo atraparan. ¿Qué sucedería si Sean también iba a la cárcel? ¿Dónde terminaría yo? Tenía ya veintiséis años, pero me sentía débil sin él. Todo lo que sabía hacer era lo que él me había enseñado y sin duda alguna eso no me conseguiría un trabajo decente y una vida sin felonías. Dependía de mi hermano. Y eso me aterraba tanto como perderlo.
- ¿Llamaste a su esposa?- Pregunté con un hilo de voz. Recordar tiempos pasados me provocaba una angustia sin límites. No había dejado nada bueno atrás. No me esperaba nada mejor más adelante.
- Sí, le comuniqué la feliz noticia.- Respondió distraídamente mientras abría el refrigerador en la cocina y sacaba una cerveza.
- ¿Cómo lo atraparon? ¿Tuvieron que sacar a la mujer de la casa?
- No hizo falta.- Destapó la cerveza y arrojó la tapa al piso.
- Aunque estaba desesperada por salir de ahí.- Billy se unió a nosotros, sonriente, y se apoyó en la mesada. Tenía los dientes de adelante algo torcidos, pero no hacía que su sonrisa le resultara menos atractiva a las mujeres. Su cabello negro, su aire sexy y casual, que parecía no tener edad aún para los treinta y seis años que contaba, hacía que cualquiera se arrojara a sus pies con sólo una mirada a sus ojos verdes. Quizás por eso a la esposa de Tim no le había resultado muy difícil caer en la trampa.- Con decirle un par de estupideces, ya estaba buscando alguna excusa para quitarse de encima a su marido.
- Bueno, te ganaste algo de sexo fácil durante seis meses.- Sean también le dedicó una sonrisa, aunque no parecía muy sincera.- Y ahora quiero que te pongas a trabajar. Tú y Nina tienen que vigilarlo.
- Descuida, no será problema.- Billy me guiñó un ojo, pero yo no le hice caso. Ya estaba familiarizada con él y no me agradaba demasiado.- Con lo destruido que quedó al enterarse que su mujer es más rápida que una liebre y los dos golpes que le di en la cabeza, diría que va a estar tranquilo un par de días.
- ¿Dos golpes?- Repetí, enfadándome.- ¡Sean, me dijiste…!
- Si te pones blanda con él no serás más que un estorbo, Nina, y ahora no tengo tiempo para lidiar con eso.- Advirtió Sean con frialdad.- Si no puedes hacer bien el trabajo de niños que te encomendé, entonces tendré que sacarte de en medio para que no fastidies.
Refunfuñé por lo bajo y fui hacia la cafetera a hacer algo de café. Billy encendió un cigarrillo sin quitarme la vista de encima.
- ¿Vas a volver a llamarla? ¿Establecer las condiciones?- Quiso saber, distraídamente, quitando el excedente de ceniza.
Sean apuró lo que le quedaba de cerveza.
- Más tarde. Ahora me voy a dormir, estoy hecho polvo.- Contestó. Nos echó un vistazo a ambos.- No se les ocurra abrir esa puerta. Le hará bien estar aislado un día o dos.
Y antes de que pudiéramos decir nada, salía de la cocina camino a la que antiguamente fuera la habitación de mis padres. Miré alrededor, todavía reencontrándome con aquella casa que no había visto en doce años, preguntándome si alguna vez había habido algo de felicidad allí. No logré recordarlo, de modo que me limité a tomar mi café en silencio y evitar la mirada de Billy, que después de unos minutos se cansó, arrojó su cigarrillo y me dejó completamente sola.

- ¿Crees que ya es hora de que empecemos a preocuparnos?
La pregunta de Tom quedó en el aire y Richard tardó un rato en responder. Se quedó en silencio unos momentos, mirando primero los últimos rayos de sol que empezaban a esconderse a lo lejos y luego hacia atrás, hacia el interior de la casa, donde Jayne al fin había caído rendida por la angustia y el cansancio y se había dormido en el sillón.
- Sólo sé que todo eso del secuestro me suena ridículo. Simplemente no puedo creerlo…- Se metió las manos en el bolsillo y Tom pareció aliviado por unos segundos.- Pero también sé que ha pasado todo un día y no hay rastros de Tim. Lo hemos llamado, hemos estado pendientes de nuestros teléfonos todo el día, he recorrido cada calle de este pueblo y no pude encontrarlo.
- Quizás fue una discusión demasiado dolorosa. Tim seguramente… seguramente necesita algo de tiempo para sentirse mejor.- Masculló Tom, intentando convencerse, aunque sin éxito.
- Me gustaría saber qué fue lo que Jayne le dijo para ponerlo así. Debe haber sido algo terrible de verdad.- Suspiró y volvió a entrar a la casa. Ya hacía frío y la noche pronto habría caído totalmente alrededor de ellos.
Fue hacia la cocina y puso agua a calentar. Se había tomado como veinte cafés desde que estaba allí y aún así había momentos en que parecía que el sueño iba a vencerlo.
- Mejor iré a llamar a Nat.- Comentó Tom, jugueteando con su teléfono celular distraídamente.- Debe estar preguntándose dónde estoy.
- Trata de no preocuparla demasiado.- Richard buscó una taza limpia y se dispuso a lavar todas las que estaban sucias.- No es necesario asustar a nadie más hasta que no sepamos qué sucede.
- De acuerdo.- Tom salió de la cocina y Rich lo escuchó alejándose mientras saludaba a su novia.
Su cabeza no lo dejaba en paz, parecía trabajar a mil millas por hora, sacando muchas conclusiones distintas de qué estaba pasando con Tim. Aunque no había querido decir nada, estaba preocupado. No era propio de su amigo desaparecer durante tanto tiempo sin dar señales de vida. La idea del secuestro, por disparatada que sonara, le daba vueltas y vueltas y no podía dejar de pensar en eso. ¿Qué tan imposible era? De un modo u otro, tanto él, como Tim y como Tom eran personas públicas. Tenían una banda, ganaban buen dinero, sus nombres salía en periódicos, en la televisión… pero, ¿por qué Tim? Richard y él no llamaban tanto la atención. Era Tom el que estaba constantemente bajo el reflector, el que se ganaba los titulares de los diarios por meterse en problemas… era inconcebible pensar que de los tres, fueran a secuestrar a Tim. No había razón para ello.
Y, además, ¿por qué ellos? Keane era una buena banda, quizás una de las mejores que Gran Bretaña había visto nacer en los últimos años… pero había tantos otros músicos con un renombre mayor, con mucho más éxito y dinero acumulados…
No, estaba precipitándose. No había manera de que estuviera ocurriéndoles algo como aquello. Tim estaba deprimido. Eso no era una novedad. Tim estaba deprimido y quería estar solo para revolcarse en su dolor, para deshacerse de su malhumor o de lo que fuera que estuviera sintiendo tras aquella maldita discusión. Tarde o temprano, lo verían entrar por la puerta de entrada y todo el melodrama estaría terminado.
Richard se sentó cuidadosamente en un sillón opuesto al que Jayne estaba utilizando a modo de cama y se llevó la taza a los labios. Tom regresó a la sala, guardándose el celular en el bolsillo.
- Le dije que estábamos aquí, que Tim y Jayne habían tenido algunos problemas, pero no profundicé la explicación.- Dijo, suspirando. Se quedó parado, observando a Richard con gravedad.- Tengo hambre.
Rich siguió ensimismado en sus pensamientos.
- Ve a ver qué hay en el refrigerador y prepárale algo a Jayne. No ha comido nada en todo el día.
Tom ni siquiera pudo dar un paso en dirección a la cocina. De pronto, el teléfono que estaba en la mesita junto al sillón empezó a sonar. Jayne despertó sobresaltada y se puso de pie, pero Richard fue más rápido y tomó el auricular.
- ¿Hola?
Una pequeña pausa. Tom se apresuró a rodear a Jayne con los brazos, que no podía dejar de temblar descontroladamente.
- ¿Quién es?- Dijo una voz metálica y Richard sintió que se le revolvía el estómago.
- Mi nombre es Richard Hughes.- Contestó, tratando de sonar calmado.
- Pon a la mujer de Rice-Oxley al teléfono.
- Soy amigo de Tim. Si tienes algo que decir, dímelo a mí.- Repuso, mostrando mucho más coraje del que en realidad sentía. Súbitamente, todo aquello que le había parecido imposible empezaba a tomar forma como sus más profundos miedos.
- Muy bien, Richard Hughes.- La voz sonó divertida, aunque era difícil decirlo debido al sistema que la deformaba hasta dejarla irreconocible.- Éstas son mis condiciones: no llamen a la policía, sigan mis instrucciones y Rice-Oxley saldrá de esta sano y salvo.
- ¿Qué quieres?- Preguntó Rich y vio como Jayne escondía el rostro en el pecho de Tom, sin poder dejar de llorar.
- Tres millones de libras deberían ser suficientes para salvar a tu amigo.- Contestó la voz. Richard clavó la mirada en los ojos de Tom.
- No dispongo de ese dinero ahora mismo.
- Será mejor que lo consigas.
Se produjo un silencio más. Rich tuvo que apretar el auricular para que no le temblaran las manos a él también.
- Bien, tendrás tus tres millones.- Se alejó de los otros dos, camino a la ventana.- Pero si llegas a lastimarlo, te juro que yo…
- No te confundas, Hughes. Aquí soy yo el que hace las amenazas.- Cortó con frialdad.- Por ahora tu amigo está bien, pero si dan un paso en falso su situación va a cambiar mucho.
- Quiero hablar con él.- Richard habló con firmeza, pero empezaba a sentir una gran debilidad.
- Consigue el dinero. Te daré un par de días y luego te llamaré de nuevo para darte instrucciones.- La comunicación finalizó con brusquedad. Richard se quedó aferrando el teléfono durante varios segundos, oyendo el tono una y otra vez.
Se volvió lentamente hacia Tom y Jayne, que lo miraban impacientes. Ella lloraba sin parar y él lucía asustado, tratando de consolarla de algún modo.
- Creo que ahora sí es hora de preocuparnos.- Dijo Richard, mirando a su amigo con los ojos celestes denotando una gran confusión.
Jayne se desplomó en el piso, derrumbándose en el llanto y el dolor. La mirada de Tom se ensombreció mientras se sentaba lentamente en el sillón, como si estuviese perdido en algún sitio muy lejano, donde no podía escuchar a los otros dos. Y Richard simplemente se quedó allí, en medio de toda aquella angustia, en medio de todo ese malentendido espantoso que le parecía surrealista. Pero que al fin y al cabo estaba sucediendo, a pesar de lo mucho que él se había esforzado por descartar una idea semejante. Estaba sucediendo y si no empezaban a hacer algo, las consecuencias serían demasiado terribles para imaginarlas.
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