Al oír la llave en la cerradura y el profundo silencio que invadió la habitación, Tim no dudó dos segundos antes de lanzarse en una ciega búsqueda de la comida. Estaba muerto de hambre, tenía la sensación de que llevaba meses sin probar bocado, sin sentir nada más que ese agrio gusto que el ayuno y la falta de una pasta dental después de vaya a saber uno cuántos días le había dejado en la boca.
Le faltó poco para volcar el vaso lleno a rebozar de jugo de naranja, que se tomó casi entero de un sorbo, sediento como nunca antes en su vida. Se obligó a dejar un poco para después, pero le costó muchísimo no seguir bebiendo. Se sentía insaciable.
Luego tanteó en busca del cereal y empezó a meterse las bolitas de avena y chocolate rápidamente entre los labios. Se apoyó contra la pared y comió hasta que el cuenco estuvo vacío. No fue un banquete, no fue abundante y Tim aún tenía hambre cuando el cereal fue cosa del pasado. Se terminó el fondo de jugo de un trago y se quedó ahí sentado, pensativo, sin poder creer que estaba atado de pies y manos, cegado por una venda, durmiendo en un piso mugroso y con un dolor intenso en la cabeza que parecía no calmarse.
Empujó el cuenco vacío y el vaso para hacerse un poco más de espacio y pensó en la voz de la mujer que le había llevado las cosas. Tim se había sentido tenso al escuchar que alguien entraba en la habitación, pero por alguna razón, había percibido la misma tensión en la voz de ella. ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso esa mujer no estaba implicada en todo aquel asunto? Su murmullo había sido casi compasivo, pero como si al mismo tiempo quisiera ocultarlo. Tim acostumbraba a prestar atención a los ruidos, después de todo su trabajo mismo se basaba en aquello que podía oír y expresar mediante sonidos… sin embargo, su sentido auditivo se había agudizado automáticamente al verse desprovisto de casi todos sus otros sentidos.
Y quizás pudiera tomar una ventaja de ello.
Dudó unos segundos. ¿Qué tanto podía arriesgarse? Si trataba de escaparse… ¿qué sucedería? ¿A dónde iría? ¿Cómo haría para llegar de nuevo a su casa si no tenía ni la más pálida idea de dónde estaba? ¿Y si conseguía salir de allí y se encontraba en el medio de un campo, sin lugar donde ocultarse, sin lugar en el que pedir ayuda? Se avergonzó un poco al sentir miedo, pero se dijo a sí mismo que era lógico. ¡Lo habían secuestrado, por amor de Dios! ¡Tenía todo el derecho del mundo a sentir miedo!
Suspirando, algo desinflado, pensó de pronto en su familia. Debían de estar muy preocupados por él, supieran o no qué estaba sucediendo. Sus padres, su hermano, sus amigos… Jayne. Un pequeño pinchazo de dolor lo recorrió al pensar en su esposa. Le había hecho algo terrible que jamás podría perdonarle… pero aún así sabía que ella estaría muy acongojada por su desaparición y deseó decirle que estaba bien. Si se sentía mal por haberse acostado con un tipo cualquiera, perfecto. Pero no quería que se sintiera mal por lo que estaba pasándole a él. Quería que todos supieran que se encontraba a salvo…
Tenía que admitir que no sabía qué estaba sucediendo. No tenía la más mínima idea de por qué lo habían encerrado allí, pero sí sabía que tenía que buscar un modo de salir. Quedarse sentado y dejar que las cosas salieran mal no estaba en su naturaleza. Cada vez que algo iba mal en su vida, Tim hacía algo y lo arreglaba. Esto no era muy distinto. Era más peligroso, quizás, pero no tenía alternativa.
Se llevó las manos atadas hacia el rostro y empezó a tirar de la venda con fuerza, a pesar de que parecía que con cada tirón se le clavaba en los ojos más y más. Tenía que aflojar esa maldita cosa, tener al menos un resquicio por el que espiar para saber lo que hacía.
Le tomó un buen rato aflojar la tela para poder girarla y aflojar el nudo que la mantenía firme a su cabeza. Probablemente horas, pero parecía que tenía todo el tiempo del mundo… siempre y cuando no lo atraparan con las manos en la maza.
Se dejó caer la venda alrededor del cuello tras aflojarla lo suficiente y luego miró alrededor, tratando de acostumbrarse a la blanca luz proveniente de los tubos del techo. Parpadeó varias veces, tras tanto tiempo de ceguera hasta que logró visualizar el sitio en que se encontraba. Una habitación totalmente grisácea y mugrienta, con un catre sin sábanas ni colchón y dos puertas, una en cada extremo. La bandeja yacía a unos pasos de él, con las cosas vacías dentro. Se miró las manos, sucias y ásperas, con las muñecas algo lastimadas por las sogas que las sostenían juntas, atadas sin piedad alguna.
Abatido, se dio cuenta que no tenía modo de desatarse las manos solo. Estaban muy apretadas. Pero podía doblarse sobre sí mismo y liberarse los pies, quizás.
Se sentó más recto y llevó las rodillas al pecho. Pasó los brazos por sobre las piernas y alcanzó el nudo de las amarras de los tobillos, igualmente apretado. Trató de aflojarlo, pero parecía bastante difícil. Tiró de las piernas de sus pantalones. Quizás si lograba quitarlos de la atadura, tendría más espacio para manipular la soga.
Tenía que decir que al menos era un buen pasatiempo. Estaba tan ocupado, desesperado por liberarse, que no notaba el paso del tiempo. Su mente se mantenía en movimiento y el miedo iba desapareciendo de a poco. Estaba seguro de que regresaría tarde o temprano, pero por el momento se sentía bien sin esa sensación horrible que lo paralizaba.
Tras interminables tirones, logró que una de las piernas de su pantalón cediera y se deslizara fuera de la soga. Aún no podía pasar su pie por el pequeño hueco, pero ir triunfando en parte de su escape lo animaba bastante.
Se quitó la zapatilla sólo por si acaso eso ayudaba en algo y luego tiró un poco de la soga, tratando de resquebrajar un poco las hebras que la constituían. Agradeció en silencio ser un tipo bastante paciente, porque sino se hubiera desquiciado hacía bastante rato. Lo único que tenía que hacer era pensar en salir de allí. Y cuando la chica de la voz compasiva regresara, lo haría como fuera.
Richard estacionó el auto y se volvió hacia una temblorosa Jayne en el asiento del acompañante. Se obligó a sonreírle para darle ánimos.
- ¿Estás lista?
Ella apretó un poco los labios y parpadeó para ahuyentar las lágrimas.
- Todo va a estar bien.- Dijo él, estirando una mano hacia su hombro en señal de apoyo.- Pagaremos el rescate y tendrás a Tim de nuevo en casa.
Jayne sintió un nudo en la garganta. Quizás Richard tenía razón… pero, ¿qué sucedería una vez que él estuviera de regreso? ¿Qué pasaría con ellos? ¿La perdonaría? Tenía tanto miedo que no podía respirar.
- ¿Y si estás equivocado?
Rich suspiró. ¿Por qué siempre tenían que hacer las preguntas difíciles? No sabía que sucedería si estaba equivocado y tampoco se había permitido a sí mismo imaginarlo. Era demasiado doloroso.
- Será mejor que nos demos prisa.- Dijo en cambio, pasando por alto aquello de lo que no quería hablar.- El banco está a punto de cerrar y quiero regresar a tu casa. No me gustaría que ese hijo de puta llamara de nuevo mientras no estamos.
Como Jayne no daba señales de reaccionar, Richard se armó de paciencia, bajó del auto y abrió la puerta del acompañante, ofreciéndole su mano para ayudarla.
Caminaron juntos hacia la entrada. Él se enroscó el brazo de ella alrededor del suyo para acompañarla, pensando que quizás ella se derrumbaría de un momento a otro. Y definitivamente, ese no era el mejor momento para ello.
- ¿Te acuerdas de lo que vas a decir si te preguntan para qué quieres el dinero?- Inquirió suavemente, guiándola hacia los escritorios del fondo a la derecha, donde una decena de hombres con traje ofrecían sus mejores sonrisas vendedoras a sus clientes.
- Yo…- Jayne vaciló. A duras penas recordaba su nombre, ¿cómo podía inventar toda una historia?
- Es simple, Jayne, tienes que hacer un esfuerzo.- La instó con toda la ternura del mundo.- Tienes que decirle que tú y una amiga van a abrir un nuevo negocio y necesitas el dinero para conformar juntas el capital.
- Dios mío, Rich. No sé si pueda hacerlo…- Su voz sonó quebrada.- Sólo puedo pensar en…
- Sólo tienes que pensar en Tim, en que cada vez estamos más cerca de verlo de nuevo.- Interrumpió, firme.- Vamos, Jayne. Sé que estás mal, pero tienes que hacerlo. Hazlo por él.
Tragando saliva, Jayne asintió. Si él la perdonaba o no, lo vería cuando lo tuviera delante de ella, sano y salvo.
- Está bien, estoy lista.- Dijo a duras penas. Se limpió las lágrimas delicadamente con un pañuelo y trató de mostrar una expresión apacible. Richard le dio una palmadita en la mano y la soltó para que se dirigiera sola al escritorio vacío más cercano. Era mejor que la dejara sola para no ponerla más nerviosa.
Jayne caminó, armándose de valor tanto como podía.
- Buenas tardes.- El hombre de traje le dirigió su sonrisa más espléndida y le indicó que se sentara.- ¿Puedo ayudarla en algo, señora…?
- Rice-Oxley.- Completó ella, tratando de que su voz no temblara al pronunciar el apellido de su esposo.- Y sí, puede ayudarme. Deseo hacer una extracción de la cuenta de mi marido. El nombre del titular es Timothy James Rice-Oxley.
- Por supuesto.- Su sonrisa se ensanchó y tecleó en la computadora frente a él.- ¿Tiene el número de cuenta?
Jayne revolvió su bolso con los dedos torpes hasta encontrar el papel en que Richard le había anotado el número de cuenta antes de salir de la casa, tras revisar los papeles bancarios de Tim.
Le dictó el número aparentando calma, pero luego empezó a estirarse la falda por debajo del escritorio, tratando de descargarse de algún modo.
- ¿De cuánto es la extracción?- Quiso saber el hombre.
- Setecientas cincuenta mil libras.- Respondió, al fin logrando simular esa tranquilidad y control que en realidad no sentía.
Él levantó la mirada hacia ella, con la sonrisa estática.
- Me temo que para retirar esa suma necesita la autorización de su esposo, señora Rice-Oxley.- Comentó, cruzando las manos sobre el escritorio.
- Oh.- Fue todo lo que logró decir. Sintió que empezaba a perder esa falsa calma de inmediato.
- ¿Tiene alguna autorización por escrito firmada por el señor Rice-Oxley que podamos hacer verificar?
Nerviosa como nunca antes en toda su vida, Jayne miró hacia atrás, instintivamente, hacia Richard, que frunció el ceño al notar su alteración.
- No, no… no sabía que necesitaba la autorización de Tim para extraer dinero. Soy su esposa.- Masculló, volviéndose otra vez al hombre de traje.
- Son las políticas del banco, señora. ¿Es ese el señor Rice-Oxley? Quizás pueda acercarse y…
- No, no, ese no es Tim.- Su voz temblaba tanto como sus manos. Richard la vio y decidió intervenir para salvar la situación, fuera lo que fuera que estuviera sucediendo.- Es que… quiero abrir un negocio… con una amiga…
- ¿Todo está bien, Jayne?- Le preguntó Richard, tomándola por el hombro para tranquilizarla.
- Necesito la autorización de Tim para retirar dinero.- Explicó, sonando casi histérica.
- Ah, ya veo… ¿entonces no hay nada que usted pueda hacer?- Inquirió, dirigiéndose al hombre del banco.
Éste trató de mostrarse amigable, pero la situación le parecía extraña.
- Podríamos llamar por teléfono al señor Rice-Oxley para que nos de su autorización. Sólo tendría que hacerle unas preguntas de rutina para confirmar su identidad y luego podrán hacer la extracción.
Richard y Jayne se miraron sin saber bien qué hacer.
- Es que… Tim está fuera del país.- Fue lo primero que se le ocurrió a Richard y se dio cuenta que era una excusa muy pobre.
- Entonces me temo que no hay nada que pueda hacer.- El tipo evidentemente quería sacarse de encima a aquellas dos personas, que parecían algo perturbadas y raras. No le gustaba la incomodidad y las vueltas de todo el asunto.- Les recomiendo que regresen con el señor Rice-Oxley o con una autorización firmada por él.
Rich miró a Jayne. Era hora de sacarla de allí antes de que sufriera una crisis nerviosa.
- Bueno, muchas gracias por su ayuda. Vamos, Jayne, tendremos que regresar otro día.- La obligó a levantarse y saludó apresuradamente al hombre de traje, desesperado por salir de allí. Si Jayne empezaba a llorar en el banco, la situación se vería más rara de lo que ya era.- Ssh, tranquila. Encontraremos el dinero de otra forma. Extraeré más de mi cuenta, hablaremos con Tom… ya veremos.
Abrió la puerta del auto y la hizo sentarse. Ella se inclinó y puso la cabeza entre las rodillas. Respiraba con dificultad y había perdido todo el color del rostro.
- ¿Te sientes bien?- Le preguntó al sentarse junto a ella.- ¿Te bajó la presión?
Jayne se limitó a asentir. Richard esperó a que se recuperara un poco para regresar a la casa, mientras le murmuraba continuamente que todo estaría de maravillas.
Quizás si lo repetía hasta el hartazgo hasta él mismo empezaría a creerlo.
Que día genial, pensé con amargura. Sean no había regresado y yo había tenido que quitarme las sucias manos de Billy otras dos veces al aventurarme a la cocina y el baño. Si me mantenía fuera de su vista no me fastidiaba tanto, pero en cuanto pasaba por su lado empezaba a seguirme como un sabueso.
Finalmente se había tomado todas las cervezas que quedaban en el refrigerador y se había dormido profundamente en el sillón, con el canal de deportes a un buen volumen, así que me interné en la cocina, dispuesta a preparar algo que cenar. De seguro Sean tendría hambre al regresar a casa y empezaría a protestar si no le había hecho nada.
Hice unos spaghetti que estaban en la alacena y que esperaba que aplacaran el hambre de mi hermano después de todo un día fuera. Me serví un plato cuando estuvieron listos y los mastiqué sin mucha gana, sentada en la mesa de la cocina, totalmente sola, salvo por los ronquidos de Billy allí en la sala y la silenciosa presencia del tipo secuestrado.
Al pensar en él, me pareció cruel no llevarle nada que comer. Sólo le había llevado el desayuno… y ese cuenco de cereales era todo lo que había consumido desde que lo llevaran a la casa.
Puse mi plato y mis cubiertos para lavar y busqué un plato y un tenedor (nada de cuchillos, tampoco era tan tonta) para llevarle a Rice-Oxley. Le serví, aunque no muy generosa, para que Sean no tuviera nada de qué quejarse. Estaba de acuerdo en que no era un hotel cinco estrellas… pero tampoco veía razón para que el hombre se muriera de inanición mientras esperaba que su familia pagara el rescate.
Saqué la llave de mi bolsillo y la introduje en la cerradura. Abrí despacio y me asomé, asegurándome de que siguiera en su lugar. Tenía la sensación de que el pobre iba empeorando más y más, a toda velocidad. Lo que le había llevado a la mañana estaba en el piso y había pasado a la historia rápidamente.
Entré en la habitación, sosteniendo el plato de comida y tratando de ocultar la mirada compasiva que no podía quitar de mi rostro.
- Te traje un poco de spaghetti.- Le dije suavemente, inclinándome hacia la bandeja para dejarlo ahí y llevarme lo del desayuno.- Te traeré algo de agua más tarde y…
A partir de ese instante todo sucedió tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de darme cuenta de nada. Con un movimiento rápido de cabeza, la venda de sus ojos se deslizó hacia abajo y usó los brazos atados para apartarme bruscamente hacia la pared. Tropecé con la bandeja y caí de bruces, mientras Tim se ponía de pie, con uno de sus tobillos liberados de las ataduras y corría apresuradamente hacia la puerta que había quedado abierta… escapando.
- ¡Hey!- Exclamé, incrédula, viendo como la alcanzaba y se preparaba para huir a la carrera. Así y todo, estaba tan estupefacta que no lograba ir tras él para detenerlo.
En menos de un segundo experimenté un terror profundo y todas las cosas que Sean diría y haría cuando descubriera que lo había dejado escapar me abofetearon con fuerza, anticipándose horriblemente a aquello a lo que no quería llegar.
Sin embargo, nada más alcanzar el umbral de la puerta, Tim Rice-Oxley se detuvo en seco, mirando horrorizado el arma que le apuntaba la cabeza con firmeza. Sean apareció en mi campo de visión, empuñando el revolver con una expresión furiosa en el rostro.
- ¿A dónde te crees que vas, basura?- Espetó. Tim dio dos pasos hacia atrás y éste lo siguió, sin quitarle el cañón del arma de la frente.- ¿Te crees que estoy jugando? Porque esto no es un juguete.
- Cálmate…- Masculló Tim, dificultosamente, sin quitarle los ojos azules de encima.- Yo sólo…
- ¿Tratabas de escapar?- Completó Sean, sarcástico. Billy apareció detrás de él, adormilado pero alarmado.- No me digas. ¿Sabes qué? No tengo sentido del humor, idiota.
No podía moverme de mi lugar. Sabía que Sean tenía armas, sabía la clase de cosas que hacía… pero nunca lo había visto apuntar directamente a nadie y estaba impactada, petrificada. Entonces fijó su atención en mí.
- Ponlo de nuevo en su sitio, Billy.- Ordenó ásperamente, sin dejar de mirarme. Bajó el arma, se la guardó y dejó que Billy sacara la suya y empujara a Tim de nuevo al rincón donde había estado sentado.
Nerviosamente, puse las manos en el piso y traté de levantarme sin clavarme los pedazos de platos y vasos rotos que se habían desperdigado por el suelo. Sean llegó a mi lado en un segundo y me puso de pie de un tirón en el brazo. No tuve tiempo ni de poner mis ojos sobre los suyos. Sentí un golpe en mi mejilla que me dio vuelta la cara, dejando el sitio de la bofetada ardiendo de dolor.
- Eres una estúpida, Nina, no sabes hacer nada bien.- Farfulló enojado.- Te pedí una simple idiotez y no pudiste hacerlo bien…
Me dio un empujón y caí de rodillas sobre los pedazos rotos de vidrio y loza, atajando el resto de la caída con mis manos, que empezaron a escocerme doloridas en cuanto aterricé. Sean me levantó de nuevo, impaciente. Me empujó hacia la salida sin delicadeza y tropecé varias veces en el trayecto.
Antes de cerrar la puerta tras nosotros, mi hermano se volvió hacia Billy.
- Haz que aprenda a no hacer tonterías.- Dijo con suavidad, haciendo que un estremecimiento me recorriera la columna, y luego los dejó solos, mientras su compañero se volvía hacia Tim con una amplia sonrisa torcida en su rostro.
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