- ¿En qué mierda estaba pensando?
- ¡Tú no eres el que toma las decisiones! ¡Es mi hijo, Richard!
- ¡Entonces debería hacer las cosas bien!
Richard y Patrick Rice-Oxley estaban enfrentándose con una ferocidad que nunca antes nadie hubiese imaginado que esos dos hombres poseían. Tom se movió, incómodo, entre ellos.
- No se pongan así, hablémoslo con calma.- Pidió suavemente.
Había por lo menos diez policías entrando y saliendo de la casa de Jayne y Tim, acarreando cajas y hablando por radios.
- ¿No se da cuenta que todo esto es un error? ¡Si esa gente se entera de que la policía está en el medio…!- Exclamó Richard, que empezaba a acalorarse con la discusión.
- ¡Debemos dejar que personas con experiencia se encarguen de esto!- Repuso Patrick, exaltado.- ¡Sé que te estás esforzando por manejarlo todo, Richard, pero aún así no dejaré la vida de mi hijo en tus manos!
- ¡Esto no lo facilitará, cuando se enteren de que hicimos exactamente lo que ellos no pidieron…!
- ¡No voy a confiar en alguien que golpeó a Tim! ¿Qué te hace pensar que van a respetar los tratos? ¿Qué te hace pensar que no van a herirlo o que nos lo van a devolver sano y salvo?
- ¡Perfecto, usted hágase cargo, entonces! ¡Pero no venga a llorar en mi hombro cuando le devuelvan a su hijo en una bolsa de plástico!
Tom se puso entre ellos al ver que el señor Rice-Oxley saltaba furioso hacia Richard con la clara intención de desbordar aquello en una situación más violenta.
- ¡Basta! ¡No van a solucionar nada peleándose de ese modo! ¡Sólo lo están empeorando!- Dijo, visiblemente nervioso. Esa clase de cosas no se le daban muy bien y la atmósfera ya estaba lo suficientemente extraña para agregar aquello.- Lo hecho, hecho está y ahora no hay vuelta atrás.
- ¿Qué está pasando aquí?- Los tres hombres se volvieron para encontrarse a una asustada Jayne que observaba las idas y venidas de los desconocidos policías, vestida sólo con una camisa de su esposo que le quedaba lo bastante larga para ocultar su ropa interior.
Richard se apartó del padre de Tim y fue hacia ella.
- Patrick llamó a la policía.- Explicó de mala manera.
- ¡No!- El grito de la mujer fue tan desgarrador que todo el mundo se volvió a verla.- ¡No! ¡Se suponía que no debíamos llamar a nadie!
- Lo sé, lo sé, linda, pero creo que es mejor así.- Patrick la tomó del brazo con cariño y trató de calmarla.
- Quiero a Tim de regreso, Patrick.- Susurró, sollozante.- Por favor, no hagas nada que no debamos…
- Señor Rice-Oxley.- Interrumpió un hombre que vestía un traje gris oscuro algo arrugado.- Estamos listos para conectar todo el equipo.
El padre de Tim asintió quedamente con la cabeza.
- Bien. Éste es el Inspector McKenna, estará a cargo de la investigación.- Presentó, con cierto desgano. Ya no sentía más fuerzas para nada, había pasado una noche terrible.- Ella es la esposa de mi hijo.
- Señora Rice-Oxley, mantenga la calma, haremos todo lo posible por encontrar a su marido.- Le dijo en tono amable. Estrechó la mano de los otros dos.
- Tom Chaplin y Richard Hughes son amigos de la familia.- Agregó Patrick.- Richard es el que ha hablado con el secuestrador.
- Entonces tendré que pedirle un momento a solas, señor Hughes.- Dijo el Inspector.- Necesito conocer todos los detalles. Venga, vamos a tomar una taza de té.
Tom miró como su amigo se alejaba hacia la cocina con el Inspector y Patrick salió al jardín, argumentando que necesitaba aire. Los otros policías deambulaban por la sala, conectando computadoras portátiles y cables en las líneas telefónicas y demás lugares de la casa.
- Esto no está bien…- Murmuró Jayne, contemplándolo todo con cierta perturbación. Tom centró en ella su atención y notó que uno o dos hombres la miraban de reojo.
- Quizás no está tan mal.- Repuso, tratando de sonar optimista. Le puso una mano en la espalda.- Vamos, es mejor que vayas a ponerte algo más de ropa.
Desaparecieron en el pasillo en dirección a los dormitorios, mientras los policías terminaban de conectar todo y empezaban a esperar que llegara el siguiente llamado.
- Billy, ve a llevarle algo de comer al idiota de Rice-Oxley.
Levanté la mirada y la clavé en Sean, olvidándome de la revista que estaba hojeando mientras tomaba un café que ciertamente estaba asqueroso y casi helado.
- ¿Por qué se lo pides a él?- Pregunté frunciendo el ceño. Soné inexpresiva, pero me preocupaba haber hecho algo mal y que mi hermano tuviera excusa para gritarme y darme otra bofetada.
- Porque estoy harto de verlo aplastar el culo en ese sillón todo el día. Si quiere su parte del dinero, tendrá que trabajar.- Explicó de mala gana, poniéndose su chaqueta negra y preparándose para salir con Dave, como todas las mañanas.
Billy lo miró desdeñosamente al dirigirse a la cocina.
- ¿Estás bromeando? ¿Me tuviste meses persiguiendo a la puta de la mujer y me dices que no hice nada para merecer mi parte?- Masculló malhumorado.
- Como si tirártela fuera tanto sacrificio.- Bufó Sean, con una mueca burlona.- Deja de hacerte el ofendido y ve a hacer lo tuyo.
Billy ni siquiera se molestó en calentar más café o buscar algo decente de comer. Sirvió el café casi frío en una taza, tomó un puñado de galletas que estaban ahí desde la última vez que alguien se había dignado a comprar comestibles y fue directo a dejarle todo en la habitación cerrada.
Regresó en menos de medio minuto.
- Creo que el golpe de la cabeza se le está infectando.- Comentó como si nada, sentándose otra vez en el sillón.- Debe ser por estar durmiendo en la mugre. Ni siquiera se despertó cuando entré. O me tiene miedo y simula que duerme.
- Les dije que se iba a infectar.- Murmuré, tirando la inservible bebida en la cocina.- Y también les dije que había que limpiar esa habitación antes de traerlo.
- Y yo te dije que esto no es un hotel, sabelotodo.- Farfulló Sean, molesto.
Dave apareció en la sala y tomó las llaves de la camioneta, haciéndole una seña a mi hermano para indicarle que ya estaba listo.
- Llamaré más tarde a ver como va todo.- Dijo, de camino a la salida.- Y ya que estás tan preocupada, Nina, ve a hacer algo por sus malditas heridas. Lo necesito vivo.
Sin decir más, cerró la puerta tras de sí y tanto él como Dave desaparecieron de la vista.
- Ahora también soy enfermera.- Susurré, algo malhumorada. Cuantas más responsabilidades me daba Sean, más oportunidades tenía de echarlo todo a perder.- Dentro de poco me tendrá en cuatro patas como un perro.
- Eso no estaría nada mal.- Billy me dedicó una sonrisa algo pervertida.- Piensa en todas las cosas divertidas que podemos hacer.
- Ser tu puta no está en el trato. Si tienes ganas de estar con una, tendrás que pagar.
- No sabía que tenías tarifas.
Lo miré con desprecio.
- Eres un idiota.
Llené un balde con agua caliente mientras buscaba algunas vendas, jabón y desinfectante. No había muchas cosas de primeros auxilios en la casa, aún cuando todos tenían más riesgos de necesitarlas. Les había dicho mil veces que no se podía prescindir de unas buenas vendas, algo de alcohol y agua oxigenada, en especial cuando ya había tenido que limpiarle a Sean una herida unos meses atrás, cuando lo rozó una bala al asaltar un restaurante.
Me lavé bien las manos al tiempo que pensaba que Billy me sacaría de mis casillas muy pronto. ¿Qué tanto podía aguantar una mujer a la que estaban acosando constantemente? Agradecí que Sean no me hubiese dado un revolver. Nunca le había disparado a nadie y no pensaba empezar a hacerlo, por muy fastidioso que fuera ese imbécil.
Acarreé todo con dificultad hacia la habitación y entré, sin dar muchos rodeos esta vez. Miré hacia el rincón y, indefectiblemente, allí estaba. No se movía de ese sitio y en ese preciso momento estaba durmiendo. Ni siquiera se había dado cuenta que Billy le había llevado algo de comer. Parecía que el cansancio finalmente lo había vencido del todo.
Acerqué el balde de agua y cerré la puerta detrás de mí, para asegurarme de que no teníamos otro intento de fuga. Dudaba que Billy pudiera detenerlo. Costaba bastante hacerlo salir de ese maldito sillón. Hasta que reaccionara, Tim ya habría llegado corriendo a Battle.
Me senté sobre mis rodillas al lado de él y miré con atención la herida de la cabeza, que al principio había parecido pegajosa, pero ahora ya era un enorme bloque de tierra, sangre seca y vaya uno a saber qué más. Mojé una esponja cuidadosamente en el agua y la llevé chorreando hasta su pelo oscuro.
Tim dio un respingo, despertándose, en cuanto lo toqué. Se movió con tanta brusquedad que chilló del dolor. Se llevó las manos a las costillas al tiempo que se sentaba, con los ojos cerrados, y apartándose automáticamente de mí.
- Tranquilo.- Le dije, tratando de no sonar en exceso amable.- Sólo quiero desinfectarte un poco la herida de la cabeza.
Se limitó a observarme en un silencio desconfiado unos segundos, probablemente sopesando sus posibilidades: arriesgarse a contraer una infección para la que no obtendría atención médica o dejar que la loca desconocida que lo tenía encerrado lo ayudara. No tuvo que pensarlo mucho más.
Pareció relajarse un poco, pero no fue más que una apariencia. En realidad, seguía tenso y lo noté en cuanto puse la esponja mojada sobre su cabeza y empecé a quitarle la suciedad del cabello. Estaba en guardia, como si esperara que de un momento a otro fuera a sacar un palo de un bolsillo para azotarlo con él.
Tenía el cabello áspero y muy sucio. La herida no era muy grande, cuando llegué a verla, pero tampoco lucía muy bien. Me aseguré de que estuviera lo suficientemente limpia antes de ponerle el desinfectante.
- Esto puede arder un poco.- Comenté en voz baja, empapando un pedazo de venda con el líquido amarillento. Lo puse sobre la herida y Tim volvió a saltar, pero no emitió ni un solo sonido. Se lo pasé lentamente, asegurándome de que se impregnara bien para hacer efecto y luego, instintivamente, aparté la venda y soplé suavemente sobre la herida limpia y brillante. Él se quedó muy quieto.
- Gracias.- Susurró.
Me alegré de que no viera la fugaz sonrisa cruzando mi rostro, que no sabía de donde salía.
- De nada.- Respondí.
Volvió a encerrarnos el silencio, mientras yo preparaba las vendas para tapar la herida.
- ¿Cómo están tus manos?- Preguntó con algo que identifiqué como timidez. Quizás no estaba seguro de cuánto podía hablar frente a mí, pero la pregunta me hizo sonreír otra vez.
- Bien, gracias. Sólo fueron unos rasguños.- Ajusté la venda en la parte de atrás de su cabeza.- Ésta ya está. Déjame ver tu ceja.
Me contempló inquisitivo unos instantes.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?- Inquirí extrañada.
- Nada.- Apartó el rostro, pero yo me acerqué porque quería limpiarle el pequeño corte sobre la ceja. Era diminuto, pero estaba lo suficientemente abierto para que se le metiera toda la suciedad del suelo en que dormía.- ¿Puedo preguntarte qué día es hoy?
Mojé de nuevo la esponja y la acerqué a la lastimadura.
- Jueves veintidós de noviembre.
- Vaya, hace… ¿cinco días? Cinco días que estoy…
- Sí.
Se produjo otro silencio incómodo. Desinfecté el corte de la ceja y observé el del labio inferior. Tim tenía unos labios atractivos, o al menos lo eran debajo de la hinchazón que le había producido el golpe: ni muy delgados, ni muy carnosos. Simplemente perfectos.
Me pregunté por qué estaba reparando en aquello y, meneando la cabeza con desaprobación, decidí que no haría falta desinfectar. Con limpiar la zona estaría bien.
- ¿Sabe alguien que estoy aquí?- Quiso saber, evidentemente sin poder evitarlo. Parecía que parte de él deseaba no hablar, pero no debía ser fácil estar ahí encerrado preguntándote todo el tiempo si aquellos a los que amas tienen la más mínima idea de qué está sucediendo contigo.
O eso me imaginaba al menos.
Lo observé insegura. Sean me había dicho que no le hablara… ¿podía contestar aquello?
- No sé exactamente si puedo decírtelo…- Dije, en tono de disculpa. Me odié por ser tan débil y no poder ser un poco más dura, como mi hermano. Siempre estaba demostrando lo que sentía.
- Entiendo.- El abatimiento le quitó el poco brillo que le quedaban a sus ojos.
Suspiré.
- Lo saben.- Mascullé, antes de ser consciente de que estaba ablandándome de nuevo.
Me sonrió levemente, aunque no era una sonrisa feliz para nada.
- Gracias.- Su labio quedó limpio y enjuagué la esponja en el agua.- ¿Ha empezado a nevar ya?
- Aún no. Quizás la próxima semana.- Farfullé distraídamente. Él estiró las manos para tomar una galleta del montoncito que Billy le había dejado.- ¿Tienes alguna otra herida que quieras que te desinfecte? ¿Dónde más te duele?
Se tragó la galleta y tomó otra. No pareció importarle el no tan buen sabor.
- Me duele absolutamente todo, pero creo que esas eran las únicas heridas abiertas.
Me preparé para llevarme todo y volver a dejarlo solo, pero no pude evitar centrar mi atención en lo sucio de sus manos y su rostro.
- ¿Quieres lavarte un poco la cara? ¿Las manos?
Su sonrisa volvió a aflorar fugazmente.
- Ojalá los otros tipos fueran así de amables. Todo esto no estaría tan mal.
Carraspeé, sin saber qué decir. Tenía la total seguridad de que estaba metiendo la pata como nunca antes… pero Sean no tenía que saberlo, ¿o sí?
Aparentemente, notó mi incomodidad, porque no siguió esperando que respondiera, simplemente se acercó al balde, tomó el jabón y empezó a lavarse las manos concienzudamente. El aroma del mismo empezó a flotar en la insulsa habitación. La mirada de Tim se volvió triste.
- Mi esposa usa el mismo jabón.- Cerró los ojos, como si lo estuviera aspirando y viéndola a ella claramente.
Antes de darme cuenta, estaba abriendo mi bocota otra vez.
- Debes echarla de menos.
Me pregunté cómo sería que alguien te amara de una manera tan intensa para extrañarte con sólo sentir un aroma.
Suspiró apesadumbrado, pero no contestó. Era como si de pronto hubiera abandonado la habitación y se hallara muy lejos de allí.
Se lavó la cara, con cuidado de no tocar el área que acababa de desinfectarle. Luego tomó un pedazo de venda sin usar y trató de secarse lo mejor que pudo. Hubiese sido preferible recordar que necesitaría una toalla.
Pensé que quizás aquella era una de las situaciones más extrañas en las que me había visto en mi vida. Diez años atrás, no hubiese imaginado que terminaría desinfectando las heridas de un tipo que tenía secuestrado en la casa donde me había criado.
Se movió dificultosamente para apoyarse contra la pared. Aún tenía las manos atadas y en uno de los tobillos estaba todavía amarrada la soga que él había logrado cortar.
- Bueno, será mejor que…- Empecé a decir. Sin embargo, me callé al oír unas voces que provenían de la sala y que parecían algo alteradas. ¿Con quién estaría hablando Billy?
Tim también pareció oírlo y fue evidente que los gritos no le presagiaron nada bueno. Durante una fracción de segundo, consideré la posibilidad de calmarlo y decirle que todo estaba bien, que de seguro no tenía nada que ver con él. Luego recapacité y descubrí que ya no sólo era blanda, sino una gran estúpida.
Tomé las cosas que había llevado apresuradamente y salí de la habitación, dejándolo solo otra vez. Apoyé todo en el piso, cerré con llave y apreté el paso hacia la sala. Acababa de reconocer la voz de Sean imponiéndose sobre las otras y me pregunté qué estaría pasando y por qué había regresado tan pronto.
- ¿Qué diablos pasa con esa gente?- Exclamó Billy, más alterado que los demás.- ¿No les importa una mierda la vida de este tipo? ¿Cómo es que se arriesgan así?
- ¿Qué sucede?- Pregunté, uniéndome a ellos.
- Claro que les importa. Y piensan que hacen lo correcto al contradecir mis instrucciones. Piensan que así lo salvarán más rápido.- Respondió Sean, colérico.- Creí que el idiota de Hughes había entendido.
Billy empezó a vociferar cosas sin sentido, de modo que me volví hacia Dave, que siempre se mantenía pacífico sucediera lo que sucediera, en busca de explicaciones.
- La familia de Rice-Oxley llamó a la policía.- Dijo, mirándome con gravedad.- Hay dos coches patrulla en su casa y dentro debe haber entre cinco y diez policías, mínimo.
- Pero…- Farfullé confundida. Sean no me dejó acabar.
- Dave, ¿puedes hacer que nuestras llamadas no sean rastreadas aún cuando el equipo de la policía esté conectado a la línea de la casa?- Inquirió rápidamente.
- Creo que sí, todo depende de la duración de la llamada y de la clase de equipo que esté utilizando. Si mi programa tiene mayor alcance que el de ellos, no les servirá de nada.- Explicó con suavidad.
- ¡Y qué mierda tiene que ver todo eso!- Gritó Billy, dejándose llevar por la alteración.- ¡Pondrán gente a buscarlo! ¡Van a rastrear todo el puto país en su búsqueda, van a revisar todos los rincones! ¡Nos van a encontrar y seremos historia!
- ¿Quieres calmarte?- Pidió Sean, fastidioso.- Estoy tratando de pensar.
- ¿Calmarme? ¿Calmarme?- Vociferó y decidí que era hora de comprar una buena caja de sedantes.- ¡No voy a calmarme, Sean, maldita sea! ¡Tú eres el que menos riesgos corre! ¡Quizás ni siquiera te reconozca! ¡Pero a mí ya me ha visto varias veces y su esposa me conoce! ¡Los dos podrían reconocerme y me van a encerrar!
- Billy, ya basta.- Murmuró Dave.- No te van a encerrar.- El tono sombrío de su voz demostraba que aquella idea no le agradaba en lo más mínimo.
- ¡Si yo caigo, caerán conmigo! ¡Los tres!- Nos señaló alternativamente.
- Cierra la maldita boca antes de que te meta una bala en el cráneo.- Sean ya había perdido la paciencia y no dudé ni por un segundo si estaba o no hablando en serio.
- ¿A mí? ¡Métele una bala a él antes de que pueda delatarnos!
- ¡Basta, Billy, aquí nadie va a matar a nadie!- Exclamé, harta. No me gustaba para nada la idea de que alguien saliera lastimado. Lo que estábamos haciendo ya era lo suficientemente grande para agregar a ello el coste de una vida.
- Sean, por Dios, escúchame.- Lo tomó por el brazo y lo miró, con los ojos bien abiertos.- No podemos correr riesgos. Si Rice-Oxley sale de esta con vida, nos echará a la policía encima. Terminaremos todos tras las rejas.
- No puedo matarlo, Billy, lo necesitamos. ¿Qué haré si antes de entregar el dinero quieren que les mostremos al tipo con vida?- Espetó malhumorado.
- ¡Bien, como quieras! Mantenlo con vida hasta el último minuto y cuando tengas el dinero en las manos, lo matamos, lo sacamos de en medio.- Insistió. Los miré a ambos con la boca abierta.
- No estarán hablando en serio…- Farfullé incrédula.
- ¿Quieres ir a la cárcel, Nina?- Me preguntó mi hermano con una sonrisa torcida.- Billy tiene razón.
- ¡No me dijiste que estaríamos matando gente, Sean!- Bramé enfadada.
- ¿No se te ocurrió que en esta clase de cosas algo puede salir mal?- Pareció burlón, pero yo no le veía la gracia.
- No creo que debamos matarlo, Sean, Nina tiene razón.- Intervino Dave y tuve ganas de abrazarlo.- Cuando esto termine, simplemente borrémonos del mapa. Vayamos a otro país, cambiemos de identidad, no sé.
- No los escuches, Sean.- Intervino Billy, mirándonos como si estuviéramos locos.- Si quieren ir a prisión es problema de ellos. Pero yo voto por deshacernos de él lo antes posible.
- No podemos votar con la vida de una persona.- Le eché un vistazo a los tres, horrorizada.
- Es muy pronto para decidir aún.- Sean hizo caso omiso de mi protesta y encendió un cigarrillo.- Una cosa por vez: primero tengo que decidir cómo me desharé de la policía y cómo voy a enseñarle a Hughes a no jugar más conmigo.
Me estremecí. De seguro sería Tim quien pagaría las equivocaciones de su amigo. Tuve ganas de huir de aquella casa a toda velocidad.
- Sólo dime que lo pensarás, Sean.- Pidió Billy, mirando a su compañero con un brillo extraño en los ojos verdes.
Mi hermano asintió quedamente. Era obvio que las ideas estaban formándose en su cabeza y que ya no quería ser interrumpido. Se sentó en silencio en el sillón y fumó su cigarrillo, pensativo. Me aparté de él lo más posible. Ni siquiera quería imaginar qué estaba tramando. La situación se nos estaba yendo de las manos y cada vez preveía un final más y más funesto.
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