Arriesgándose más de la cuenta, Tim había pegado el oído a la puerta con la intención de oír algo de lo que estaba pasando del otro lado. Sabía que había gritos, había logrado escucharlos, pero no tenía idea qué demonios estaba pasando. No conseguía entender una sola palabra y eso lo ponía de malhumor.
Sin embargo, la chica le había dicho que su familia sabía que estaba ahí, así que… ¿qué tan mal podía estar su situación? No lo dejarían pudriéndose allí. Muy pronto regresaría a su casa...
No esperaba que la mujer rubia fuera tan amable con él. Parecía distinta de los estúpidos que lo habían golpeado y lo habían apuntado con un arma. Quizás no estaba allí voluntariamente. Quizás tenía tantas ganas de estar ahí como él.
Tim se apartó de la puerta y regresó lentamente al sucio rincón. Masticó una galleta algo distraído, llevándose una mano a la frente. ¿Qué si la chica era la victima de un secuestro anterior para la que nadie había podido pagar un rescate? Sonaba como una mala película de acción, como todo lo que Tim estaba viviendo, así que tal vez no era tan ridículo como le parecía.
- Sólo han pasado cinco días.- Se dijo a sí mismo, en un intento por calmarse. Los gritos del exterior se habían ido desvaneciendo y ahora ya no oía nada.- Quizás un poco más y estaré de nuevo en casa…
Todavía sentía el aroma del jabón que la chica había llevado consigo. El mismo que Jayne usaba. Qué ironía encontrar vestigios de su esposa en un lugar así. Y qué ironía no poder responderle a su secuestradora cuando ésta le decía que debía echar mucho de menos a su mujer.
¿Qué tan malo podía ser que un hombre en su situación estuviera tan confundido como para no saber si la extrañaba o no? La amaba. Estaba casado con ella… pero las cosas no habían salido como Tim había creído cuando le puso el anillo en su dedo y le juró amor eterno. Ella había hecho la misma promesa y, así y todo, no parecía preparada para cumplirla. No con ese… ese Jack. Ese idiota que se había inmiscuido en sus vidas.
- Nada de esto estaría pasando de no ser por él.- Musitó enfadado, arrojando el trozo de galleta que le quedaba al otro lado de la habitación.
Sacudió la cabeza, lo cual hizo que le agarrara un intenso dolor en la sien. No era eso en lo que tenía que pensar en ese preciso instante. De momento, tenía problemas más graves. Arreglaría cuentas con Jayne si lograba salir de esto ileso. Un paso a la vez.
Lentamente volvió a recostarse en el suelo. Estaba incómodo y frío, pero estaba cansado. Sentía que llevaba una eternidad sin dormir de forma decente y, a decir verdad, tras los extraños e inesperados cuidados de la chica rubia, se sentía un poco mejor.
Dos minutos más tarde, su respiración se volvía más pausada y Tim Rice-Oxley soñaba que estaba de nuevo en su hogar.
¿Cómo puede alguien decidir sobre la vida o la muerte de una persona? Nada nos da el derecho a jugar a ser Dios, exista éste o no.
La idea de verme envuelta en algo semejante me helaba la sangre. ¿Cómo podía Sean tomárselo tan tranquilo? ¿Cómo podía realmente sentarse a pensar si le convenía o no mandar a Tim a una vida mejor? No podía hacer otra cosa que ponerme en lugar de aquellos que lo querían, aquellos que lo echaban de menos, aquellos que estaban preguntándose en ese preciso instante si se encontraría bien y cuándo volverían a verlo. Aquellos que de ninguna manera podrían resignarse a perderlo.
¿Por qué no podía Sean recapacitar del mismo modo en que yo lo hacía? ¿Por qué no podía sentirse un poco como los Rice-Oxley y pensar en qué sentiría él si mataba de esa forma a alguien de su propia familia? Está bien, yo era la única familia que tenía… y por cómo se comportaba conmigo no parecía importarle demasiado. Quizás no era una buena comparación.
¿Ayudaría de algo que Dave también se opusiera? En caso de que realmente nos pusiéramos a votar, seríamos dos contra dos. Eso siempre y cuando Sean decidiera tomar en cuenta nuestras opiniones. Siempre se había manejado como se le antojaba… ¿por qué iba a cambiar ahora?
Bufando de nerviosismo al no saber en qué terminaría todo aquello, arrojé una caja de cereal dentro de la cesta plástica y seguí recorriendo los estrechos pasillos del pequeño supermercado de lo que podía considerarse el centro de Tunbridge Wells. Harta de no encontrar nada como la gente para comer, había terminado por salir a comprar algo, no sin antes preguntarme qué tan inteligente sería dejar a Billy sólo con Tim. Ya se había tomado sus cervezas de rigor y lo más probable era que no fuera muy consciente de sus actos.
Así y todo, lo dejara con quien lo dejara, Tim no estaba a salvo. Su vida pendía de un hilo, dependiendo de los cambios de humor de mi hermano. Si Sean se fastidiaba, pensando que todo aquello estaba resultando más difícil de lo que había creído en un principio, le volaría la cabeza sin miramientos y seguiría con lo suyo sin pararse ni por un segundo a revolcarse en remordimientos.
Lo cierto era que a cada día que pasaba me sentía más y más asustada. Cada día que pasaba veía más y más fallas en ese plan que supuestamente Sean había pensado cuidadosamente paso por paso. ¡Y una mierda! Todo empezaba a desmoronarse. Que los Rice-Oxley hubiesen llamado a la policía era un mal indicio.
Suspiré mientras tomaba una botella de leche y un par de cajas de comida congelada que me sacaría del paso a la hora de alimentar a los tres hambrientos hombres con los que tenía que convivir. Cuatro si contaba al tipo atado de manos encerrado en la sucia habitación gris. Por mi lado pasó una mujer empujando un carrito en el que iba sentado su hijo pequeño, jugueteando con un paquete de galletas. Iba hablando por celular y por la sonrisa y la forma en que se expresaba, supuse que hablaba con su esposo.
La observé sin pestañear, viéndola alejarse para seguir con su vida normal que no era alterada por hermanos secuestradores ni tipos libidinosos que la acechaban todo el día. La observé sin pestañear, sintiendo una envidia que nunca antes había sentido por nada. Deseando con todas mis fuerzas poder evaporarme para reencarnar en alguien como ella. Alguien que sólo lidiara con problemas corrientes y aburridos.
Me dirigí a la caja, muchísimo más desanimada de lo que me había sentido en mucho tiempo. Quizás había estado demasiado ciega para notarlo antes, pero yo era tan prisionera de Sean como lo era Tim. La única diferencia era que yo podía deambular por la casa y por la calle, pero no tenía la más mínima posibilidad de escaparme de él. No conocía otra vida. Sólo podía seguir a Sean por todos los maltrechos caminos por los que quisiera conducirme.
El viento frío de finales de noviembre me golpeó el rostro cuando salí del mercado. Mis ojos recorrieron las calles bajo el cielo nublado y apagado. Miré las esquinas, los autos que iban y venían, el autobús que se detenía a unos metros de distancia y dejaba subir a sus pasajeros. Sentí un cosquilleo en la planta de los pies y el deseo de salir corriendo a toda velocidad y apartarme de ese lugar estuvo a punto de ser lo suficientemente intenso para que me olvidara de todo. Pero entonces ese cosquilleo fue opacado por el leve escozor de la palma de mis manos, aún algo resentidas por haberme caído sobre los platos rotos.
¿De qué sería capaz Sean si se sentía traicionado?
Un hombre me llevó por delante al pasar rápidamente por mi lado. Se volvió para disculparse y luego se fue, devolviéndome a la realidad. Fuera a donde fuera, él me encontraría. Y entonces podría encontrar mi respuesta, saber cuál era su límite.
Me estremecí, al tiempo que comenzaba a caminar, apretando la boca contra la gruesa bufanda que llevaba puesta. No, no había nada para mí ahí afuera. Nada que pudiera realmente alcanzar, al menos. Nada que Sean me dejara alcanzar.
Billy roncaba en el sillón de la sala cuando llegué, cargada con las bolsas de papel marrón. Suspiré, negando con la cabeza. Él se dormía y dejaba a Tim sin vigilancia, mientras que a mí me daban una bofetada si metía la pata.
- Ahí está el amor de mi hermano.- Murmuré desdeñosamente y con sarcasmo, dejando todo sobre la mesada de la cocina. Vacié las bolsas y llené el refrigerador y las alacenas con lo que había comprado.
Por falta de algo realmente comestible, esa mañana ni siquiera había desayunado, así que me moría de hambre. Tomé una de las bolsas de alimentos congelados y me puse a cocinar. En menos de diez minutos tenía lo que se parecía a una ensalada decente y algo de pollo rebozado que olía bastante bien.
Comí sin ni siquiera sentarme, apoyada contra la mesada y moviendo un pie distraídamente. Escuché que Tim tosía lo lejos y miré instintivamente toda la comida que había hecho de más pensando en que tal vez Billy querría comer más tarde…
Definitivamente, ese maniático sexual no se merecía que pensara en él y lo alimentara.
Antes de pensarlo dos veces, serví ensalada abundante y dos trozos de pollo en un plato, un poco de agua en un vaso de plástico y busqué la llave en el bolsillo trasero de mi pantalón. Si Sean me hubiera descubierto, me hubiese roto las costillas a patadas. Pero si él podía romper las reglas establecidas, considerando matar al pobre tipo que había tenido la mala suerte de ser elegido para satisfacer los caprichos de mi hermano, entonces yo podía romper algunas reglas también. Y le daría una comida de verdad.
Cuando entré en la habitación, Tim estaba parado en el extremo opuesto, dándole la espalda a la puerta. Se volvió hacia mí al instante al oír que alguien llegaba. Cerré la puerta de inmediato, temerosa de un nuevo intento de escapar. Tampoco quería romper tantas reglas.
- Hola.- Saludó en voz baja. Sus ojos azules se posaron de inmediato en el plato que yo llevaba.
- ¿Qué estás haciendo ahí parado?- Pregunté, dejándolo en la bandeja que estaba cerca del rincón donde solía encontrarlo siempre.
- Estiraba las piernas. Me estoy entumeciendo de estar tirado en el suelo.- Contestó, dejándose caer de inmediato frente al plato. Asió el tenedor con las manos atadas y lo hundió en la ensalada. Se llevó un poco a la boca.- Dios, qué maravilla…- Susurró, sintiendo evidentemente un gran placer al recibir una comida de verdad en varios días. Tragó y, antes de mordisquear un pedazo de pollo, me miró.- Gracias.
- De nada.- Por alguna razón, me quedé allí parada, observándolo comer. Era horrible ser consciente de las opciones que había para su futuro, mientras él las ignoraba. Deseé que el mundo fuera más justo, pero eso no existía.
Exhalando ruidosamente, me dejé caer al piso y apoyé la espalda contra la puerta cerrada. Tim me contempló con cierta sorpresa.
- Hoy el cielo está tan gris como esta habitación.- Comenté, sintiendo que de algún modo debería llevarlo al mundo exterior.- Y hay mucho viento. La bufanda volaba por encima de mi cabeza cuando fui al supermercado esta mañana.
Su extrañeza se reflejó en lo azul de sus ojos. Era evidente que no esperaba que yo me sentara a hablar con él del clima como si estuviéramos almorzando en un restaurante gozando de una hermosa e imposible libertad.
Me sentí tonta, pero de algún modo prefería estar allí que cerca del alcance de Billy.
- ¿Cómo te sientes? Te oí toser hace un rato.- Dije quedamente.
Tomó un sorbo de agua y se aclaró la garganta. Tenía una voz profunda, con el acento bien marcado.
- Estoy bien, supongo.- Se encogió de hombros. En realidad era bastante estúpido preguntarle a un tipo secuestrado como se sentía...- Aún tengo el cuerpo bastante resentido y no creo que la tos sea algo muy grave.
El silencio se sumió entre nosotros. Asombrosamente, no era incómodo estar con él. Cualquiera hubiera creído que tenerlo encerrado y amenazado de muerte sería suficiente para que los encuentros fueran insoportables…
- Veo que te quitaste las vendas de las manos.- Farfulló, limpiándose la boca con la manga de su camisa ya de por sí sucia.
- Ya no las necesitaba.- Murmuré, mirándome los dedos.- Cicatrizaron bastante rápido.
Carraspeó y evitó cuidadosamente mirarme.
- Sé que tratar de escaparme fue bastante estúpido. Lamento que tú hayas pagado por eso también.
- No te culpo por querer escaparte.- Dejé fluir un suspiro. Yo misma estaba fantaseando con escaparme muy lejos… pero entonces una imagen abrupta cortaba mi sueño. Una escena muy parecida a cuando el cazador persigue a la madre de Bambi.- Además, no tienes que disculparte, se suponía que debía vigilarte y metí la pata.
Otra vez el silencio. Él terminó de comer y se tomó el agua que quedaba en el vaso. Se relajó contra la pared y cerró los ojos un momento. Probablemente esa comida era lo mejor que le había pasado en una semana.
Era raro que alguien se disculpara conmigo por un daño que en realidad no había causado. No recordaba muchas veces en que alguien me dijera que lo lamentaba por algo…
- ¿Hay alguna posibilidad de hacerle saber a mi familia que estoy bien?- Tim interrumpió mis pensamientos. Lo miré, tratando de no demostrar mucha pena por él. Me pregunté por qué seguía allí si ya había terminado de comer.
- Es Sean quien decide eso.
- ¿Sean es el que me golpea o el que me apunta con armas entre los ojos?
Me insulté interiormente. Darle información personal ya era una cosa muy idiota. Realmente era una buena para nada.
Y, sin embargo, tenía unas extrañísimas ganas de contarle muchas cosas, de hablar con él durante horas, de asegurarle que me haría cargo de que su familia supiera que se encontraba a salvo…
Nina, pareces una niña de diez años, crece de una vez, pensé con cierto malhumor.
Me levanté lentamente y recogí el plato y el vaso vacíos. Me dirigí a la salida y, antes de cerrar y dejarlo solo, me volví a mirarlo con una casi imperceptible sonrisa.
- Mejor no preguntes.
Poniéndose de pie nuevamente, Tim se acercó al catre maltrecho y lo pisó firmemente con la zapatilla, tratando de calcular si aguantaría su peso. Cuando estuvo medianamente seguro, se sentó en él. Estaba harto del piso.
Por primera vez en días se sentía satisfecho y esa sensación de estar siempre hambriento había desaparecido. Y había sido reemplazada por una sensación de desconfianza.
¿Qué planeaba la chica? ¿Qué pretendía, sentándose con él mientras comía, hablándole del clima, mostrándose casi amigable? ¿Estarían tramando algo los otros tipos y usarían a la rubia de carnada? Definitivamente, si le dieran a elegir a uno de los tres, Tim siempre elegiría confiar en ella. Los otros dos parecían capaces de matarlo sólo por levantarse de malhumor.
Suspiró, sintiéndose cansado. Lo único que quería era salir de allí, nada más le importaba.
Se llevó las manos atadas al rostro. Le estaba creciendo bastante la barba, estaba sucio y desaliñado y ya no soportaba llevar puesta la misma ropa de una semana atrás. Pensó en todas las camisas limpias que tenía en su casa y casi sintió ganas de llorar.
Aunque quizás el llanto nada tenía que ver con eso. Lo cierto era que no tenía idea de cómo iba a terminar todo aquello y dudaba que alguna vez volviera a ver sus camisas, por no decir a toda esa gente que amaba y que probablemente estarían locos de preocupación por él.
Se miró los dedos y tuvo la impresión de que hacía décadas que no acariciaba las teclas de un piano, siglos desde que no rozaba la piel de su mujer…
Otra vez Jayne inmiscuyéndose en sus pensamientos cuando deseaba evitar ese dolor que le causaba en el pecho inevitablemente. El sabor de la comida que aún persistía en su boca desapareció dejando lugar al sabor del recuerdo. Los besos de Jayne. Los besos de Jayne en la mañana. Los besos de Jayne al despedirlo cuando se iba de gira. Los besos de Jayne al darle la bienvenida. Los besos de Jayne mientras le hacía el amor.
Se levantó y empezó a caminar nerviosamente por la habitación. Sí, la extrañaba. Por supuesto que sí. Si tuviera la más mínima oportunidad de escapar de allí y estrecharla entre sus brazos al menos un segundo, hubiese dado lo que fuera. Pero lo aterraba encontrar una situación muy distinta al salir de allí.
¿Y qué si Jayne estaba devastada por su desaparición pero, al mismo tiempo, se estaba dando cuenta que no era él a quien amaba, sino a ese otro tipo? ¿Podría regresar a un mundo exterior en que Jayne se alegrara de que estuviera bien pero le dijera que de todos modos estaba enamorada de alguien que no era él?
El miedo que le tenía a la verdad y a la posibilidad de perderla lo atizó como un hierro caliente contra la piel. De pronto Tim no supo si estar allí encerrado era tan malo.
Jayne y Tom depositaron dos bandejas repletas de tazas de café y té sobre la mesa del comedor y varios policías se acercaron a tomar una. El padre de Tim acababa de salir camino a su casa para ver cómo se encontraban su hijo y su esposa y Richard apareció por el pasillo, con el cabello húmedo después de darse una ducha rápida que lo despejara un poco. La tensión los había ganado a todos y los ojos celestes de Rich recorrían de tanto en tanto la sala repleta de oficiales, computadoras y cables. Todo eso no le gustaba nada.
- Quizás Patrick no se equivoca, Rich.- Le dijo Jayne en un susurro.- La policía podrá manejarlo mejor que nosotros. Ellos me devolverán a Tim sano y salvo.
Richard no contestó. Se limitó a cruzar una mirada de complicidad con Tom y a tomar una taza de café de encima de la mesa.
El celular de Jayne empezó a sonar y ella saltó alarmada. Corrió a buscarlo en su bolso y en la sala se armó un verdadero revuelo. El Inspector McKenna los instó a que hicieran silencio y dejaran de quejarse por no poder rastrear la llamada.
- No queremos que sepan que estamos aquí. Guarden silencio y veamos qué quiere.- Dijo con autoridad. Pero Jayne negó con la cabeza, temblando incontrolablemente.
- No es él.- Masculló, cortando la llamada sin atenderla.- Es mi amiga, Susan. No tiene idea de que esto está sucediendo.
A Tom se le habían puesto los nudillos blancos por aferrarse con fuerza a la silla. Respiró hondo como tratando de recuperar la calma y bebió un sorbo de té.
- Todavía no han pasado los cinco días.- Les recordó Richard.- No creo que…
El teléfono interrumpió sus palabras y él se lo quedó mirando, paralizado. Lo más probable era que fuera Susan, tratando de localizar a Jayne en su casa, pero no podía evitar alterarse cada vez que oía el teléfono.
Jayne estiró la mano, probablemente también pensando que se trataba de su amiga.
- Que conteste el señor Hughes.- Dijo McKenna rápidamente y le arrojó el teléfono a Richard.- Cuando esté listo.
Richard se armó de valor y contestó, clavando los ojos en los de Tom, como si buscara en esas profundidades verdes la calma que le faltaba a él.
- ¿Hola?
- Tú y tu amigo no entienden que esto no es un juego.- La voz metálica le sonaba horrorosamente familiar, pero no podía dejar de estremecerse.- Primero él trata de escaparse, pone mi paciencia a prueba… y ahora tú, estúpido, llamas a la policía.
Richard tragó saliva. No sabía que contestar. Miró a los demás en busca de apoyo, pero nadie se lo proporcionó.
- Yo…- Empezó, vacilante.
- ¿La vida de Rice-Oxley no vale nada para ti? ¿Crees que vas a violar mis condiciones y que no pagarás el precio? ¡Idiota! Por cada error que cometas, tu amiguito sufrirá las consecuencias. Una paliza, un balazo en una pierna… ¿cuánto vas a arriesgarlo?- La voz parecía suave, pero no había nada amable en ella. Sonaba espantosa y amenazante y Richard se sintió desesperado.- Sigue así y el trozo más grande que encontrarás de él será un dedo.
- Te lo ruego. No le hagas daño.- Ya no tenía fuerzas más que para suplicar y esperar que de algún modo ese monstruo se apiadara de ellos.
- Eso depende de ti, Hughes.- Dijo la voz metálica con brusquedad.- El reloj está corriendo. Tu tiempo se acaba. Consigue el dinero.
La comunicación se cortó de pronto y Richard se quedó mirando el teléfono que tenía en la mano, absorto. McKenna lo sacó de su ensimismamiento al arrojar un auricular al suelo.
- El muy desgraciado bloqueó el rastreo.- Musitó furioso.
- ¿Qué quiere decir? ¿Qué todo esto no sirve de nada?- Preguntó Jayne nerviosamente.
- Volveremos a intentarlo la próxima vez.- Le aseguró el Inspector. Se acercó a una de las computadoras y miró al oficial que la manejaba.- Reproduce la conversación, quiero ver si hay algún sonido de fondo que pueda ayudarnos.
La voz metálica y la voz de Richard inundaron la habitación. Jayne escuchó todo poniéndose cada vez más pálida y finalmente se apoyó con debilidad contra la pared para vomitar. Tom la sostuvo por la cintura, sin dejar de mirar a su amigo que aún estaba estupefacto.
- Patrick cometió un error.- Susurró Richard, cuando reaccionó lo suficiente para acercarse a él. Jayne se soltó de Tom y corrió tropezando por el pasillo. Se escuchó un portazo.
- ¿Cómo lo supieron?- Inquirió Tom en voz baja.
- No lo sé, pero ahora no hay manera de que podamos deshacernos de la policía.
- ¿Crees que realmente lo lastimaron otra vez?
Richard también sintió náuseas y no contestó.
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