- Mira lo que te traje.
- Huele a pizza.
- Es pizza. Cómetela antes de que se enfríe.
- Me estás malcriando.
Tim estiró las manos hacia el plato que yo llevaba, pero lo aparté antes de que tocara la comida.
- Tendrás que lavarte las manos primero.- Repuse, dejando la pizza en la bandeja del piso. Luego puse la bandeja sobre el catre metálico. Tenía las manos tan sucias que me parecía inaceptable que las usara para comer. Busqué la segunda llave en mi bolsillo y abrí la puerta trasera que llevaba al baño.
Me quedé parada en la entrada, vigilándolo, mientras él dejaba que el agua cayera sobre su piel, llevándose la suciedad. Se lavó la cara y se secó con la toalla que colgaba de un gancho cerca del lavabo.
Regresamos a la habitación y Tim se lanzó sobre la pizza con voracidad. Yo me senté contra la puerta y esta vez él no mostró signos de sorpresa: se estaba acostumbrando a mí. Los últimos dos días había pasado más tiempo allí con él que en cualquier otra parte de la casa. Siempre y cuando Sean no se diera cuenta.
Lo cierto era que me sentía más segura con Tim. Tonto, pero no podía evitarlo. La noche anterior incluso me había refugiado ahí dentro mientras él dormía hecho un ovillo en el suelo, porque Billy estaba ebrio y me había estado persiguiendo con más insistencia que nunca.
Tim, por su parte, ya no parecía tan desconfiado de mí. Quizás eran las masivas cantidades de comida que le llevaba o mis estúpidos reportes del clima para rellenar el silencio, pero ya no se ponía tenso cada vez que entraba a la habitación y era evidente que no me tenía miedo, porque me hablaba con mucha más fluidez.
Eso no podía ser bueno, así que era mejor que Sean no se enterara de nada.
Dejó la porción de pizza desbordante de queso en el plato durante unos segundos y dio un largo trago al agua. Luego centró esos fantásticos ojos azules en los míos.
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Adelante, pero no sé si pueda responderlo.- Dije con cierta curiosidad.
Dudó unos instantes, como si estuviera decidiendo qué tan tonto iba a sonar.
- ¿Cómo te llamas?
Sonreí, al mismo tiempo que ocultaba un poco el rostro entre mi largo cabello para que no lo notara. En realidad no podía contestárselo, pero tenía tantas ganas de hacerlo que no me importó.
- Nina.
Él también sonrió muy brevemente. Se terminó la porción de pizza antes de volver a hablar.
- Pensé que no me lo dirías.
- No debería haberlo hecho.
- Te lo agradezco. Eso evita que tenga que inventarte uno.- Replicó y de pronto nos hablábamos con tanta calma que la situación se volvió irreal.
No pude ocultar más la sonrisa.
- ¿Qué nombre me hubieses puesto?- Quise saber.
Me observó durante unos segundos, como si me estuviera examinando. Su mirada parecía quemar la parte de mí en que se posaba y era extraño sentir algo así.
- No lo sé. Ahora no puedo imaginar que te llames de otro modo.- Susurró al fin. Los ojos azules subieron a los míos para volver a susurrar:- Nina.
Algo en el modo en que lo dijo hizo que se me erizaran la piel. Bajé la cabeza y tragué saliva, tratando de tranquilizarme. No tenía por qué reaccionar de esa manera tan tonta.
Supuse que esa debía ser mi señal para retirarme. Había logrado perturbarme, aunque no en un mal sentido. Pero tenía la sensación de que no debía permanecer allí un segundo más y, por primera vez, decidí escuchar a mi sentido común.
- Volveré más tarde.- Farfullé, poniéndome de pie.- Tengo cosas que hacer.- Me apresuré a añadir, como si tuviera que excusarme ante él.
Salí de allí enseguida. Cerré la puerta cuidadosamente y pasé a toda velocidad por la sala para dirigirme a mi habitación, en un intento de ser invisible a los ojos de Billy. Era absolutamente ridículo, pero me sentía tan a salvo encerrada con Tim en esa deprimente habitación que, en cuanto la abandonaba, sentía que el peligro me acechaba aún en mi propia casa.
Y quizás no estaba muy equivocada.
Apagando el cigarrillo sin muchos miramientos en la superficie de madera de la mesita de la sala, en la que las quemaduras formaban ya una especie de figura geométrica, Billy miró de reojo como Nina salía de la habitación donde estaba Rice-Oxley y se alejaba a paso rápido hacia la suya.
Algo nervioso, encendió otro cigarrillo y se lo llevó a los labios. La muy estúpida se estaba ablandando con él, Billy no era ciego: la había visto entrar y salir más veces de las necesarias y quedarse allí durante varios minutos.
Se pasó las manos por el brilloso cabello negro, desesperado. Nina iba a hacer que todos se hundieran. Y él no podía permitirlo. No iba a dejar que todo el asunto se les fuera al diablo sólo porque Sean había dejado que su hermanita participara de ello. Billy había sabido desde el principio que no serviría para vigilar al tipo: era demasiado blanda, no se parecía en nada a su hermano.
Tendría que hablar con Sean e instarlo a que apresurara el cobro del rescate. A matar a Rice-Oxley una vez que todo terminara. Tenía que terminar. Y él mientras tanto tendría que vigilar a la chica… mantenerla ocupada si era necesario.
Billy esbozó una sonrisa. Eso no sería un problema en lo más mínimo.
Alejando el plato de un empujoncito, Tim suspiró. Por algún motivo, se sentía optimista y tenía el presentimiento de que las cosas se acabarían pronto y bien para él. O quizás era que tenía el estómago lleno y una rara sensación de alivio al darse cuenta de que realmente había alguien en todo ese retorcido asunto en quien podía confiar.
Nina. Un nombre poco común para una secuestradora poco común. Si seguía alimentándolo así, volvería a su casa con varios kilos más de los que tenía cuando toda esa pesadilla había comenzado hacía poco más de una semana atrás.
La noche anterior se había revuelto en sueños y, al abrir un ojo para espiar, había visto a Nina sentada contra la puerta, cabizbaja y pensativa. Algo en la expresión de su rostro de rasgos suaves y sus ojos celestes le había hecho volverse a dormir sin tener miedo alguno. Una expresión que parecía denotar algo que tenían en común: ninguno de los dos quería estar allí.
Pero, ¿cómo era eso posible? Ella tenía la posibilidad de salir a la calle, de dar vueltas por ahí… de no regresar. ¿Por qué simplemente no lo hacía? ¿Qué era lo que la mantenía en ese sitio? Tal vez era el hecho de tener tanto tiempo libre lo que lo hacía preguntarse todo aquello, pero tenía que admitir que le parecía un misterio.
Nina era como su reloj y, al mismo tiempo, su ventana al mundo del que lo habían privado. Según su aparición y la comida que le llevaba, sabía si era de mañana, de tarde o de noche. Ella le decía cuando estaba soleado y cuando hacía un frío de mil demonios.
¿Por qué siendo él el que se encontraba en una situación extremadamente precaria sentía pena por ella? ¿Por qué tenía la impresión de que, aunque Nina tuviese la libertad de salir a la calle y de ver el mundo por sí misma, no sabía aprovecharlo? Volvió a ver en su cabeza la imagen de la noche anterior: Nina sentada contra la puerta, abrazándose las rodillas, sumida en un silencio y un halo de misterio que nunca había visto en nadie.
Tenía que admitir que sentía curiosidad… porque a simple vista era más que evidente que Nina estaba inmersa en un universo al que no pertenecía.
No tuve mucha excusa para ver a Tim hasta la noche siguiente. Billy fue más rápido que yo para llevarle cena y desayuno respectivamente y me preguntó qué lo despertaba de pronto de su inactividad. No le gustaba mover un dedo para ese tipo de cosas: la parte buena el plan habían sido los seis meses en la cama con Jayne Rice-Oxley. Pero supuse que el miedo a que yo metiera la pata y lo dejara escapar era el que lo hacía actuar. Seguía despotricando de tanto en tanto en contra de Tim y en lo peligroso que era que le diéramos la oportunidad de delatarlo.
Así que esa noche me di prisa para ganarle de mano y preparé algo de comer para llevarle. Billy no le había dado más que un café aguado y sobras de una especie de sopa. Supuse que él sí quería seguir al pie de la letra las instrucciones de Sean.
Abrí la puerta con cuidado y me asomé. Tim levantó la cabeza de golpe para ver de quien se trataba y tuve la sensación de que respiraba de alivio al verme.
- Hola.- Le dije, cerrando detrás de mí.
- Creí que era ese otro tipo otra vez.- Comentó, levantándose del suelo.- Siempre que aparece las cosas terminan bastante mal para mí.
- No pude hacer nada, lo siento.- Le dediqué una pequeña sonrisa y dejé el plato en la bandeja. Había calentado algo de la tarta que había preparado al mediodía.- Debes tener hambre después de las porquerías que te trajo.
- No tienes idea.
- Ven, lávate un poco las manos antes de comer.- Lo llevé al baño, abriendo con la otra llave.
Él abrió los grifos y tomó un jabón desgastado que estaba apoyado sobre la superficie del lavabo. Se lavó con dificultad debido a las manos atadas. Me pareció que, de todos modos, se estaba tomando más tiempo del necesario. Tenía el ceño fruncido y parecía pensativo.
Se volvió hacia mí antes de secarse siquiera.
- ¿Por qué haces esto?- Preguntó en voz baja. Sus ojos azules me contemplaban, inquisitivos.
- Es lógica: si comes con las manos sucias…- Expliqué, encogiéndome de hombros.
- No.- Interrumpió. Lo observé extrañada. Algo en su tono de voz me resultó raro. Si bien hablaba conmigo con más libertad que antes, nunca había subido la voz o me había callado con esa premura. Dio dos pasos, acercándose.- ¿Por qué te involucras en algo como esto? Claramente no piensas como los otros, o no estarías disculpándote por lo que me dan de comer. No quieres estar aquí, ¿verdad, Nina?
Levanté un poco la cabeza para mirarlo. Era más alto que yo y estaba lo suficientemente cerca para notar esa diferencia.
Sentí que el corazón me latía fuertemente en el pecho. ¿Cómo había sido capaz de leerme de ese modo, sin conocerme? Estaba estupefacta y, al mismo tiempo, dolorida. ¿Tan evidente era que moría por escapar tanto como él?
De alguna manera, sabía que él entendería si le contaba todo. Si le decía la verdad. Tim sería comprensivo, me escucharía, me diría exactamente lo que quería oír…
Pero no. ¿Por qué habría de importarle? Yo no era más que la mujer que lo mantenía cautivo, prohibiéndole que viera a su familia…
Usando toda mi voluntad, me aparté, saliendo del baño. Él me siguió y pude cerrar la puerta con llave otra vez. Seguía mirándome en espera de una respuesta que yo no podía darle sin proporcionarle una historia completa de mi vida.
Se quedó parado en medio de la habitación al ver que yo me alejaba más, dirigiéndome hacia la salida. Puse la mano sobre el picaporte y, sin valor suficiente para volverme a mirarlo, hablé con voz baja.
- Todo va a estar bien, Tim.- Lo dije mientras me esforzaba por creer en mis propias palabras.- Terminará muy pronto.
Dejándolo solo y sin poder siquiera voltearme a ver la expresión de su rostro, salí de la habitación. No le había mentido: el plazo que Sean le diera a los Rice-Oxley estaba cumplido y, tarde o temprano, se comunicaría con ellos para hacerles saber sus nuevas instrucciones. La suerte de Tim estaba por verse, pero la mía ya estaba echada. Pasara lo que pasara, en poco tiempo Sean me tendría involucrada en algún otro de sus asuntos y, por primera vez en mi vida, no me sentía agradecida por tener a alguien que cuidara de mí de algún modo. Por primera vez en mi vida me encontraba deseando fervientemente algo que no podía obtener.
Increíblemente, perdió el apetito. Quizás era por esa adrenalina que le corría por las venas tras las palabras de Nina: todo iba a terminar pronto. ¿Quería eso decir que se iría a su casa? Cerró los ojos, apoyándose contra la pared. Fantaseó con una ducha caliente y una noche de sueño reparador en su cama.
Pensó en que al fin sabría qué sucedía con Jayne. Eso le revolvió el estómago, pero decidió concentrarse en ese optimismo que sentía que al parecer no era en vano.
Cualquier cosa sería mejor que estar ahí, de eso no había dudas y tenía el presentimiento de que Nina lo creía también. Extrañaba a Jayne y, una vez que estuviera libre, se encargaría de hacer lo que hiciera falta para solucionar sus problemas. Podrían viajar, ir a donde fuera, perderse juntos para volver a encontrar eso que parecían haber perdido…
Libre… saboreó la palabra y pensó en cuanto trabajo tendría atrasado en el estudio. Tenía tantas ganas de tocar el piano que sentía la ansiedad cosquilleándole los dedos. Se preguntó si Tom habría sucumbido a la desesperación y estaría componiendo él mismo. Esbozó una sonrisa al pensar en su amigo y en cuanto lo extrañaba, a él y a Richard. De seguro estarían locos de preocupación. Afortunadamente, pronto podría verlos y decirles que todo iría bien…
A pesar de que su situación no había mejorado aún, Tim se sintió dichoso. Podía prever el momento preciso en que se reencontrara con los que lo querían y cómo retomaría su vida…
Sorprendiéndose a sí mismo, deseó que Nina también pudiera sentir esa dicha.
- Vamos, Jayne, abre la puerta.- Tom golpeó los nudillos contra la madera blanca, pero no obtuvo respuesta.- No puedes seguir encerrada.
- Jayne.- Richard trató por centésima vez de forzar el picaporte.- Derrumbándote no ayudas a Tim en lo más mínimo. Llevas ahí dos días. Tienes que comer y ponerte fuerte.
El silencio que siguió saturó la paciencia de Richard, que se dio media vuelta y regresó a la sala. Tom se apresuró a seguirlo.
- ¿Crees que esté bien?- Le preguntó preocupado.
- Hace una hora estaba llorando histéricamente. Sólo quiere estar sola.- Repuso éste. Tenía demasiadas cosas alterándolo como para que además le sumara la crisis nerviosa de Jayne.
Tom lo observó. Estaba seguro de que Richard había alcanzado el límite de su control y la situación lo estaba desbordando. Deseó servir para algo más que seguirlo por la casa como un perrito faldero y aliviar su tensión.
- ¿Por qué no vas a tu casa un poco, Rich?- Propuso con suavidad.- Te hará bien. Date una ducha larga, duerme un par de horas y come algo de comida de verdad. Llevas más de diez días sin moverte de aquí.
- Tú también.- Era evidente que estaba de malhumor y Tom no podía culparlo.- Nat debe estar preocupada por ti, ¿por qué no vas a verla?
El Inspector McKenna los interrumpió antes de que tuviera oportunidad de contestar.
- Señor Hughes, el plazo que el secuestrador le dio se cumplió ayer. ¿Está usted seguro de que le dijo cinco días?
Richard lo miró, irritado.
- Quizás yo no sea policía, pero no soy idiota, inspector.- Dijo de mala manera.- Dijo cinco días. Y también sé contar, ¡imagínese! Sé perfectamente que el plazo se cumplió ayer. Y si no hemos tenido noticias es porque están cabreados porque ustedes están involucrados.
- Entiendo su enojo, pero no aprecio su sarcasmo.- El tono de McKenna fue cortante.- Yo sólo hago mi trabajo, señor Hughes.
- Patrick cometió un error al llamarlos y sostengo eso. Si no volvemos a ver a Tim será culpa suya.
- Cálmate, Rich. Claro que volveremos a ver a Tim.- Masculló Tom, abriendo los ojos verdes con cierta sorpresa, como si no concibiera una situación en que se diera de otra manera.- Se hará todo lo posible.
- Por supuesto.- McKenna pareció agradecerle a Tom por la intervención.- En este preciso momento, tengo hombres revisando cada rincón del país. Es sólo cuestión de tiempo.
Sintiéndose vencido, Richard se llevó la mano a los ojos cansados y se los frotó.
- Hay que hacer algo con Jayne.- Musitó en voz baja.- No puede seguir encerrada y sin comer…
Tom se puso de pie para ir a preparar algo de comer, decidido a hacer que Jayne se lo tragara aunque tuviera que obligarla a través del agujero de la cerradura. Pero cuando el teléfono empezó a sonar, se paralizó y miró a Richard nuevamente.
- ¡Todos a sus puestos! ¡Atentos!- Exclamó el Inspector. Le dio el teléfono a Richard.- Tómelo con calma.- Aconsejó. Luego le hizo una seña, indicándole que contestara.
Él respiró profundo y obedeció. Se puso a caminar por la habitación, tratando de disminuir la tensión que lo recorría.
- ¿Hola?
- Todo esto me está cansando, Hughes.- Dijo la voz metálica. Richard no se sorprendió al oírla. Casi pareció aliviado.- Así que dime que tienes mi dinero para que podamos acabarlo de una vez.
- Lo tengo.- Afirmó. Tom se sentó frente a una de las computadoras y le facilitaron unos auriculares para escuchar la conversación.
- ¡Perfecto! Por primera vez no está haciendo estupideces.
- Quiero hablar con Tim para asegurarme de que está bien.
- Las condiciones las pongo yo, ¿lo olvidaste?- Repuso la voz.- Ahora escúchame bien y memoriza lo que debes hacer, porque no voy a repetírtelo.
Richard desesperó. De pronto sus esperanzas empezaban a desvanecerse del todo.
- No.- Farfulló con firmeza.- No hasta que hable con Tim.
- ¡Cierra la boca, imbécil! No te pongas exigente, no querrás arruinarlo todo justo cuando llega al final.
- ¿Cómo sé que no te daré el dinero y tú no nos devolverás a Tim? Quiero asegurarme de que esté bien antes de…
- Me estás cansando. No me interesa tu amigo, es un dolor de cabeza. Solo quiero el dinero.- Contestó con cierta irritación.
Richard meditó unos segundos. Se sentía tan atrapado que no sabía qué decir. En ese momento lo único que le importaba era escuchar la voz de Tim para saber que todo eso no era en vano.
- Más te vale que me escuches con atención, Hughes. Mañana en la noche…
Pero Richard no logró escuchar lo siguiente. Jayne acababa de aparecer como un huracán en la sala y, antes de que pudiera impedirlo, le arrebató el teléfono.
- ¡Vete al diablo, desgraciado! ¡No vas a devolverme a mi esposo!- Gritó. Richard forcejeó con ella en un intento de recuperar el teléfono. Las lágrimas le resbalaban por el rostro y estaba tan pálida que daba pena verla.- ¡Jamás veré a Tim de nuevo! ¡Y tú no vas a recibir ni un centavo, hijo de puta! ¡Tim está muerto!
A continuación, arrojó el teléfono contra la pared y se quedó parada, respirando entrecortadamente. Richard corrió a recuperar el teléfono pero la comunicación se había cortado. Se tapó el rostro con las manos, desesperado.
- Mierda, Jayne… ¿qué has hecho?
Pero ella no respondió. McKenna la atrapó justo a tiempo cuando se desmayó y evitó que cayera al suelo.
Tom se quitó los auriculares y se fue a la cocina. Se apoyó contra la mesada y los ojos se le llenaron de lágrimas. Acababan de perder la oportunidad de recuperar a Tim y ni siquiera sabía si tendrían otra.
El sepulcral silencio que le llegaba desde la sala le dijo que no era el único que estaba pensando en ello. Y la idea de que las palabras de Jayne se convirtieran en realidad le provocaron un terror que no había sentido nunca antes en su vida.
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