viernes, 24 de octubre de 2008

A Bad Dream: Capítulo 12

- ¿Vas a decirme qué sucedió o no?
Richard continuó mirando la noche de Battle por la ventanilla y no respondió. Tom condujo en silencio un par de calles más y volvió a insistir.
- ¿Sabes? No creo que este sea el mejor momento para alterar a Jayne. Está pasándola muy mal.
Su amigo le dedicó una mirada mordaz como incitándolo a cerrar la boca de una vez. Era evidente que estaba irritado y que no se le pasaría el enojo tan fácilmente.
Estacionó frente a la casa de Richard y trabó las puertas para que este no pudiera bajarse.
- Escúpelo o no te dejaré bajar.- Dijo sin inmutarse.
- Tom, no te metas en esto.- Repuso, respirando profundo.- No quiero descargarme contigo. Créeme.
- ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a golpear?- Lo miró con los ojos verdes bien abiertos.- Bueno… si eso te hace sentir mejor…
- Abre la puerta, Tom.
- No.
- Tom, no seas imbécil.
- Nop.
- ¿Te crees que estoy jugando?
Él se acomodó en su asiento, casi sonriendo.
- Parece que vamos a estar aquí mucho tiempo.
Rich dejó escapar un bufido de fastidio.
- Si te lo digo tú también te vas a enfadar y con un malhumorado ya tenemos suficiente.
La expresión de Tom se agravó.
- Ya no quiero que tú seas el único que tenga que soportar todo, Rich. Déjame ser útil.- Pidió frunciendo el ceño con preocupación.- Es demasiado peso para una sola persona.
Richard tuvo que admitir para sí mismo que Tom tenía razón. Últimamente sentía que estaba bajo excesiva presión.
Suspiró, derrotado y apoyó la cabeza en el asiento. Estaba cansado de todo y ese cansancio finalmente se apoderó de él.
- La noche que Tim desapareció, él y Jayne habían discutido.- Explicó quedamente.- Nunca se me ocurrió pensar por qué habían discutido. Me di cuenta que tenía que ser grave para que Tim se fuera así de la casa.
Se rehusaba a decirlo. Estaba enojado y, aunque sabía que no podía culpar a Jayne por todo, necesitaba responsabilizar a alguien por lo sucedido.
- ¿Y bien?- Instó Tom, impaciente.
- Descubrió que Jayne tenía un amante.
El silencio que surgió entre ellos hizo que hasta el sonido de sus respiraciones resultaran ensordecedores. Tom esperó a que Richard empezara a reírse y le dijera que era una broma, pero sabía a la perfección que en esos días no había ánimos para bromear.
Sin embargo, lo deseó fervientemente. Tim amaba tanto a su esposa que eso podría haberlo destruido por completo. Ni siquiera quería imaginarse cómo se había sentido…
Definitivamente, Tim había tenido mejores épocas.
- ¿Me vas a dejar salir o no?- Inquirió Richard, observándolo inexpresivamente.
Tom desactivó las trabas de las puertas y su amigo se apresuró a salir para entrar en la casa. Él, en cambio, no se movió.
Empezaba a ver la magnitud del asunto. Y se dio cuenta de que, a pesar de que lograran recuperar a Tim sano y salvo, habría una herida que jamás podrían ayudar a que curara. No volvería a ser el mismo y Tom se estremeció, entendiendo que no había ninguna opción a la que pudieran arribar que lograría regresar todo a la normalidad.

Las primeras semanas del mes de diciembre trajeron un frío casi insoportable. La casa era bastante fría y la calefacción llevaba años sin funcionar, desde que tenía memoria. Billy y yo pasamos un buen rato tapando todas las posibles grietas por donde pudiera meterse el más mínimo hilo de aire y luego dejé que tapara con unas tablas la ventana de la cocina que tenía un vidrio roto y fui a hacer algunas compras. Cuando regresaba con la bolsa del supermercado a cuestas y las manos congeladas, unos pequeños y casi imperceptibles copos de nieve empezaron a caer sobre mí, enredándose en mi cabello.
Eso logró que se me escapara la primera sonrisa auténtica en días.
- Maldita nieve del demonio.- Fue lo primero que dijo Billy en cuanto entré en la sala. Se lo veía malhumorado.
- A mí me gusta.- Susurré, aunque en realidad nunca antes había reparado en ello.
- Quiere decir que todas esas fiestas de porquería están por llegar. Odio esta época del año, la gente se pone idiota.- Comentó, encendiendo un cigarrillo.
Yo tampoco era una gran fanática de las Navidades, siempre solía pasarlas por alto y no dejar que me afectara. Pero había algo en el hecho de que nevara que hacía que me sintiera mejor respecto a otros años...
Traté de no profundizar mis pensamientos en ello: sonaba peligroso.
- ¿Trajiste cerveza?- Preguntó, regresándome a la realidad.
Asentí y le arrojé una lata.
- ¿Por qué no me acompañas, cielo? Hay mucho sitio en este sillón para ti.- Masculló, dedicándome una mueca que normalmente reservaba para conquistar mujeres.
- No, gracias.- Dije, despectivamente.
- ¿Por qué eres tan testaruda, Nina?- Inquirió, divertido.- Sabes perfectamente que tú y yo podríamos pasar un buen rato juntos.
- Preferiría suicidarme.
Metí algunas de las cosas que había comprado en el refrigerador. Billy se levantó del sillón y fue a la cocina. Me miró sonriente desde la entrada.
- Si logro que Sean me dé una paliza y me quedan algunas magulladuras, ¿dormirías conmigo?
Sabía que estaba tratando de provocarme y decidí que lo mejor era no seguirle demasiado la corriente.
- Si sigues así, yo misma voy a golpearte, Billy.- Repuse distraídamente.
Él rió como si acabara de contarle el chiste más gracioso del mundo.
- Me encantaría que lo intentaras, cielo.- Murmuró. Dio unos pasos y me tomó por la cintura. Lo empujé para quitármelo de encima y ejerció más presión, pegándome a él.- Y cuando te canses de resistirte tanto, tengo algo mejor que puedes hacer.
- Me importa una mierda lo que quieras. Suéltame.- Farfullé. Puse las manos entre nosotros para apartarlo.
- Con esa boquita tan sucia podrías hacer mucho más que decir palabrotas, Nina.- Se pasó la lengua por los labios, como si estuviera imaginando todo lo que podía hacer. Me estremecí de asco y él malinterpretó mi reacción.- ¿Ves? No eres tan frígida como querías hacerme creer. Ya te estás excitando, ¿no, cielo?
Su mano bajó hasta mis muslos y aproveché que me soltaba levemente para escaparme de él. Retrocedí y me puse fuera de su alcance.
- Date una ducha de agua fría, Billy.- Le dije de mala manera. Busqué mi abrigo otra vez.- Y quédate ahí hasta que se te enfríen tus ridículas ideas.
Salí al jardín de la casa, tan descuidado como el resto de la propiedad. Una fina capa blanca empezaba a cubrir la hierba y me senté junto a la entrada, sin saber bien qué hacer. Sentía que quedarme fuera del alcance de Billy era lo más sensato. Ya no resistía que me acosara de aquel modo, que buscara hasta la más mínima oportunidad de ponerme las manos encima.
Hundí los dedos entre un montón de nieve y luego tomé un poco para hacer una pequeña bola. Me quedé contemplándola, como si en ella pudieran aparecer todas las soluciones a mi desgraciada existencia.
Pensé en Tim, que no se había movido de la cama y que se la pasaba durmiendo. Quizás los golpes le habían provocado un traumatismo que lo mantenían adormilado. Deseé poder dormir así yo también, haciendo que el tiempo volara de una vez. ¿Pero a dónde? ¿Qué era eso que estaba esperando como si realmente fuera a llegar?
Al menos él podía esperar a ser rescatado, a ver a aquellos a los que quería, volver a la normalidad… yo sólo podía esperar a ver qué otra idea disparatada se le ocurría a mi hermano, a qué estupidez me arrastraba esta vez.
Arrojé la bola de nieve, desanimada. No podía seguir pensando esa clase de cosas, no podía estar preguntándome qué me esperaba en el futuro. Sólo me torturaría más y más, y no tenía caso.
Volví a concentrarme en Tim. Si tenía un traumatismo era una cosa seria. Pero quizás sólo estaba deprimido por ver que los días se escurrían uno tras otro y su suerte no cambiaba.
Me di cuenta que mis propios dolores disminuían cuando pensaba en él, cuando inconscientemente ideaba algún modo de ayudarlo. Tal vez eso era lo que necesitaba: volcarme totalmente en Tim y esperar a que todo terminara bien al fin.
Uno de los dos, al menos, debía salvarse.

McKenna dejó la taza de café vacía sobre la mesada de la cocina y dirigió sus ojos oscuros a la ventana que daba al jardín trasero. La estrecha figura de Jayne estaba agazapada en las escalinatas, abrazada a sí misma. Unos diminutos copos de nieve empezaron a caer alrededor de ella, que no llevaba abrigo.
El Inspector solía ser un hombre al que su trabajo había endurecido. Odiaba ver a alguien llorar y la angustia le parecía patética, innecesaria justo cuando una persona más necesitaba conservar su entereza. Pero ver a Jayne allí afuera, sola y sobrellevando la tragedia que consideraba que quizás había desencadenado por sí misma, hizo que su corazón se ablandara.
Salió al jardín y cubrió los hombros de Jayne con su chaqueta antes de que ella notara su presencia siquiera. Luego se sentó a su lado y le hizo silenciosa compañía. No era un hombre de muchas palabras, prefería cavilar antes que expresarse en público y se sentía incómodo frente a otras personas. Pero estar allí con Jayne, callado, no lo molestó en absoluto.
- ¿Cree usted que lo que hice causó que se llevaran a mi esposo?- Preguntó ella después de unos minutos.
- Señora Rice-Oxley, a menos que usted sea el cerebro detrás de este secuestro, no creo que deba apresurarse a repartir culpas.- Respondió con calma.
Ella apretó los labios para no llorar.
- Engañé a mi marido.- Susurró lastimosamente.- ¿Eso me hace una persona horrible?
McKenna no contestó enseguida. Tenía varias opiniones al respecto, pero en cuanto a Jayne, no creía que ella lo hubiera hecho con la intención de herir a alguien. Era demasiado vulnerable y sentimental para tramar algo a propósito.
- No.- Su voz fue suave y ella sintió que algo de calma retornaba a su ser.- A veces no podemos controlar nuestras acciones. No todas nuestras elecciones son guiadas por la lógica.
- Richard está furioso.- Sollozó.- Él y Tom van a odiarme a partir de ahora. Sus padres tampoco van a entender que le haya hecho esto a su hijo. Saber que Tim quizás nunca me perdone ya es suficiente castigo.- Se cubrió el rostro con las manos.- Todo esto es una pesadilla. No puedo creer que nos esté sucediendo a nosotros.
- Encontraremos a su esposo. Tengo a mis mejores hombres buscándolo, señora.- La observó con compasión.- Y los que le hicieron esto van a recibir lo que merecen.
Jayne se sacudió en un nuevo sollozo.
- Tengo tanto miedo… y me siento tan sola…- Musitó, sin poder contener el llanto.- Richard cree que soy…
- Todos se encuentran bajo una gran tensión y dicen y hacen cosas sin pensarlo.- Interrumpió él, tratando de animarla un poco. Hacía años que ninguna mujer lograba conmoverlo con lágrimas.- Estoy seguro de que se olvidará de ello muy pronto.
- ¿Puede abrazarme, por favor?- Pidió desconsolada.
Él vaciló, pero se acercó a ella. Puso sus brazos alrededor de los frágiles hombros de Jayne y la estrechó con cuidado, como si fuera una muñeca de porcelana a punto de romperse. Ella hundió la cabeza en su cuello y lloró mientras mil emociones distintas bullían en su interior. Aquel mal sueño estaba tomando direcciones inesperadas y deseó despertar de una vez por todas.

Saqué la llave del bolsillo y abrí la puerta que Dave había reparado esa mañana. Tim seguía exactamente como lo había visto la última vez que había ido a verlo, la única diferencia era que estaba despierto, con los ojos azules clavados en el techo.
Los desvió cuando me oyó entrar y me observó en silencio unos segundos.
- Hola.- Dijo al fin y no sonó nada bien.
- ¿Qué tal estás?- Quise saber, acercándome tras cerrar la puerta. Me senté al borde de la cama y lo contemplé con el ceño fruncido.
- Cansado.- Contestó. Se movió lentamente, tratando de sentarse.- Aunque siento que no hago otra cosa que dormir.
No sabía qué decirle. ¿Qué debía hacer? ¿Consolarlo? Lo apropiado hubiese sido que lo liberara, que lo dejara ir… pero él jamás entendería hasta que punto me encontraba limitada en ese sitio.
- Tengo algo que te va a gustar.- Dije en cambio, esperando al menos distraerlo unos segundos.- Cierra los ojos.
Él obedeció, no sin cierta vacilación. No creía que me tuviera miedo, pero al parecer no terminaba de entender que yo no le haría daño por nada del mundo.
Busqué en el bolsillo de mi saco y puse las manos a la altura de sus ojos cerrados.
- Ábrelos.- Mascullé.
Tim miró el pequeño frasco de vidrio que sostenía frente a él. Lo tomó con las manos atadas y esbozó una leve sonrisa.
- Es nieve.- Farfulló y sentí que todo mi malestar desaparecía.
- Empezó a nevar hace un rato. Hace tanto frío que pensé que se me iba a congelar la nariz.
De pronto los ojos de Tim se entristecieron.
- ¿Qué pasa?- Inquirí enseguida.
Dejó el frasco de nieve a un lado y trató de levantarse. Quise ayudarlo, pero él no me lo permitió. Era obvio que seguía terriblemente dolorido.
- No debería estar encerrado en este mugroso sitio, Nina. Debería estar en el estudio. Debería estar haciendo planes para Navidad. Debería estar buscando los regalos perfectos y el árbol perfecto. Debería estar trepando al tejado para colgar las malditas luces mientras Jayne me da órdenes desde el jardín.- Una leve sonrisa apareció en su rostro, como recordando, pero totalmente angustiada.- El año pasado estuve a punto de caerme del techo por colgar las luces. Jayne se sintió tan mal que me preparó una taza de chocolate caliente y nos quedamos horas frente a la chimenea...
Unos minutos después estaban haciendo el amor, tan felices como el mismísimo día en que se casaron… pensé, por alguna razón, como si adivinara el desenlace de la historia. Eso me provocó una profunda amargura en algún punto situado en el pecho.
- Sólo quería animarte, Tim, lo siento.- Murmuré al fin. Él caminó con dificultad por la habitación.- Supongo que esta estupidez no iba a hacerte olvidar por lo que estás pasando.
Tomé el frasco y volví a ponerlo en mi bolsillo.
- Esto no va a terminarse, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo más puede extenderse?- Me miró desesperado.- Mi familia y mis amigos pueden darles lo que sea que pidan. ¿Por qué sigo aquí?
- Hubo algunas complicaciones, pero…
- Sólo quiero volver a casa, Nina.
Mis ojos lo recorrieron lentamente, repentinamente apagados.
- Entiendo.- Me puse de pie y me dirigí a la salida. Me volví a mirarlo antes de abrir la puerta.- Deberías recostarte otra vez, Tim, no estás en condiciones de dar vueltas por todas partes.
Cerré con llave al salir y traté por todos los medios de ignorar el dolor absurdo que sentía dentro de mí. Volví a salir al jardín y arrojé el frasco lleno de nieve, que se estrelló contra una de las paredes y estalló en mil pedazos.
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