miércoles, 5 de noviembre de 2008

A Bad Dream: Capítulo 17.

El beso había empezado como un intento de consolarla, pero entonces Tim había sentido un cosquilleo que le recorría todo el cuerpo y deseó no soltar a Nina nunca más.
Le había agradado hacerlo y durante unos segundos había lamentado no poder tomarla realmente entre sus brazos.
Era demasiado extraño estar viviendo algo como aquello y, al mismo tiempo, experimentar un deseo casi desenfrenado por la persona más inesperada. Tim sacudió la cabeza y se dijo que el encierro empezaba a afectarlo gravemente.
Descubrió asombrado que no sentía culpa o remordimiento. Jamás le había sido infiel a Jayne ni se había dignado a mirar a otras mujeres… ese beso había sido el primer desliz en años y, a decir verdad, lo había disfrutado.
Sentándose en el suelo con la espalda apoyada contra la pared, pensó que quizás lo había disfrutado excesivamente.
Había miles de razones por las que podría haber besado a Nina, pero en aquel momento, Tim se inclinó por dos: tranquilizarla y empatar el juego con Jayne. ¿Por qué su esposa podía acostarse con un matón sin escrúpulos y él no podía besar a Nina? Pensó que lo haría sentirse menos enojado con su mujer… pero se había equivocado. Porque en cuanto sus labios y los de Nina se tocaron, ya no existió nada más: ni Jayne, ni sus engaños, ni aquella pesadilla, ni la amenaza que representaba todo lo que los rodeaba. En cuanto sus labios y los de Nina se tocaron, sólo existieron ellos dos y las descargas eléctricas que parecían fluir entre sus cuerpos.
A Tim lo asustó un poco darse cuenta de lo que había sentido. No podía ser bueno. Era una idea horrenda. No lograba concebir que hubiera al menos la más insignificante posibilidad de enamorarse de alguien en ese momento.
No era que Nina no le gustara… era que no quería que fuera así por las razones equivocadas. No podía basar el amor en el hecho de que ella fuera la única que lo ayudaba…
Se oyó a sí mismo y entendió que, sin lugar a dudas, estaba volviéndose loco. No estaba enamorado de ella, simplemente no podía ser. Nina tenía razón, sus mundos eran muy distintos: mientras el de Tim estaba lleno de calma, acordes, maletas y el trabajo que lo apasionaba, el de Nina era un caos constante constituido por los maltratos de su hermano, la convivencia insoportable con Billy y los senderos torcidos por los que iba todo el tiempo. Y, aunque en ese instante él se hubiera desviado al de ella brevemente, sabía que de un modo u otro jamás funcionaría.

Jayne despertó con un terrible dolor de cabeza, con las sábanas de la cama enrolladas alrededor del cuerpo y un montoncito con su ropa en el suelo. Recordaba perfectamente lo que había sucedido con McKenna y a pesar de que sabía lo mal que había estado, no podía arrepentirse. Se había sentido segura con él y no había nada que necesitara más en ese momento.
Levantó el rostro de la almohada y miró hacia la ventana: afuera estaba oscuro y la nieve seguía cayendo durante la interminable noche de diciembre. El reloj a su lado indicaba que eran poco más de las cinco de la mañana y en la casa reinaba el silencio: de seguro todos estaban tomándose el descanso nocturno. Los pocos policías que solían quedar en la casa a esas horas, hacían guardia en los alrededores o se dormían un rato en los sillones de la sala. Jayne se preguntó si Tom y Richard estarían por ahí: normalmente ellos se quedaban en la cocina o la sala y si no podían soportar un segundo más sin dormir, se acostaban un rato en el sillón del estudio de Tim.
La puerta de la habitación se abrió lentamente y McKenna asomó la cabeza, escrutando el interior. Al ver que Jayne estaba despierta, entró y cerró detrás de él.
- Hola.- Saludó, con cierta inseguridad y era la primera vez que ella lo oía hablar así.- ¿Cómo te sientes?
- Tengo una jaqueca terrible.- Respondió, sentándose en la cama y cubriéndose bien con las mantas.
- Se llama resaca.- Repuso con una pequeña sonrisa. Luego carraspeó y se puso algo más incómodo.- Escucha, Jayne…
- No digas nada, está bien.- Cortó. No era buen momento para que le vinieran con arrepentimientos.
- Quiero disculparme por lo que sucedió.- Dijo de todos modos.- Tú no estabas en condiciones de decidir nada y yo debí haber sido más fuerte.
Ella se quitó el pelo oscuro alborotado del rostro.
- No necesito que te disculpes.- Cerró los ojos. La más mínima claridad le hacía doler la vista.
- Yo creo que sí.- Farfulló. Se sentó en el borde de la cama y entrelazó las manos.- Jamás me había sucedido algo como esto.
Jayne se encontró pensando que a ella nunca le había pasado algo así, tampoco. Si bien se había acercado a Jack por una cuestión similar, con él era diferente. Ni siquiera había tratado de contrarrestar lo que sentía, simplemente se había limitado a dejarlo suceder. McKenna le hacía latir el corazón con fuerza y se había sentido absolutamente libre y despreocupada entre sus brazos, mientras le hacía el amor. Llevaba mucho tiempo sin sentirse así y esperaba que no se tratara de una mera ilusión…
Sabía lo horrible que debía ser para pensar así justo cuando su esposo estaba en un grave peligro… pero, ¿cómo podía callar esa voz interior que le decía que lo suyo con Tim llevaba muerto varios meses y que aún aunque él volviera, no sucedería lo mismo con el amor que habían sentido siempre?
- ¿Y qué fue lo que cambió esta vez?- Preguntó Jayne y se encontró a sí misma ansiando esa respuesta con todo su corazón.
Él la miró atónito, quizás sin creer lo que oía.
- Bueno…- Vaciló.- Tenías razón en algo: sí te he estado observando, no podía evitarlo. Eres una mujer hermosa y verte tan desprotegida sólo me ha dado ganas de hacerme cargo de ti…
Jayne se acercó un poco a él y le acarició la mejilla.
- Debo ser la peor esposa del mundo.- Susurró, apoyando la otra mejilla en su hombro firme, con alguna que otra lágrima escapándose furtivamente de sus ojos.- Pero no me arrepiento de lo que pasó.
- Yo tampoco.
Se sumieron en un profundo silencio. McKenna le rodeó la cintura con el brazo y la estrechó cariñosamente.
- ¿Quieres un poco de café? ¿Una aspirina?
Jayne negó suavemente y suspiró, acomodándose contra él. Era extraño sentirse así cuando estaba atravesando la peor época de su vida. Ni siquiera Jack había logrado que se entregara en cuerpo y mente con tanta rapidez. Lo único que deseaba era quedarse recostada contra su pecho por toda la eternidad. No había nada allí que pudiera perturbar su paz…
- ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?- Quiso saber, acariciando su cabello inconscientemente.
Rozándole el cuello con la punta de la nariz, Jayne comenzó a quedarse dormida nuevamente.
- Ya lo estás haciendo…

El sótano era húmedo y frío, aún más que el resto de la casa. Varias cajas apiladas en una esquina estaban empapadas por haber quedado debajo de una tubería rota. En otro extremo, un gran baúl roto y cubierto de polvo encerraba cosas que hacía mucho tiempo no desenterraba.
Tomando una pala de cavar que estaba a un lado, empecé a golpear el candado, con la intención de forzarlo lo suficiente para poder abrirlo. Esperaba que nadie oyera los golpes arriba: quizás Sean y Dave se habían ido ya y de seguro Billy se encontraba en su acostumbrado sopor de cerveza, cigarrillos y televisión.
Llevaba el cabello rubio recogido descuidadamente sobre la cabeza para que no me estorbara y el recuerdo de los besos de Tim en los labios. No podía evitar sonreír cada vez que recordaba aquello y sentía que mi cuerpo entero temblaba de anhelo al pensar en cómo sus ojos azules se habían clavado intensamente en los míos…
Era más de lo que me había atrevido a pedir y había confirmado que estaba totalmente, inexorablemente, perdidamente, desgraciadamente enamorada de Tim. La forma en que me había acariciado, la forma en que su boca se apoderara de la mía, la forma en que me había dejado sin aliento y la forma en que lograra embotar todos mis sentidos y que me perdiera por completo en el deseo que me hacía sentir… había sido increíble.
Había perdido la cuenta y ya no podía acordarme cuándo me había sentido esa especie de felicidad… pero estaba segura de que no me duraría mucho tiempo.
Lo único que deseaba en ese momento era ayudarlo lo más posible y, por eso, me encontraba vapuleando aquel viejo baúl, que cedió después del vigésimo golpe. El candado saltó hacia el otro extremo de la oscura habitación y yo solté la pala para poder levantar la tapa.
Había varias cosas metidas allí dentro sin cuidado alguno, mezcladas, enredadas. Algunas cajas de cartón destartaladas, cuchillos oxidados, porquerías olvidadas después de tantos años y que habían sido dejadas allí meramente con ese propósito.
Había un par de fotografías amarillentas por el paso del tiempo y el descuido. Sean y yo de pequeños, con un hombre idéntico a mi hermano, pero con una barba rala y cabello más espeso. No parecíamos una familia feliz ni siquiera en esa época y no me extrañó no recordar ese día, ni esa fotografía, ni nada que realmente pudiera relacionarse a buenos momentos pasados juntos.
La puse a un lado, sabiendo que los recuerdos no me serían útiles. Estaba segura que había algo de ropa por ahí y necesitaba una camisa o una remera o lo que fuera que estuviera medianamente en buenas condiciones. La ropa que Tim llevaba puesta hacía poco más de un mes estaba sucia, desastrosa y rota. Sean le había rasgado la camisa y con el frío que hacía en la habitación donde estaba encerrado, definitivamente necesitaba algo que lo abrigara un poco más.
Encontré dos o tres camisas y un buzo azul oscuro que supuse que podrían servirle. De seguro no era la mejor ropa que vestiría en su vida, pero de momento podía ser útil.
Me senté sobre el baúl, tratando de estirar la ropa que estaba demasiado arrugada. Sabía que vestirlo un poco mejor no era suficiente. Me daba cuenta que para no era suficiente.
La verdad era que ya no resistía la idea de que estuviera allí, encerrado, amenazado constantemente, con un futuro totalmente incierto. ¿Cuánto tiempo más podría resistir? ¿Cuánto tiempo más pasaría hasta que Sean tuviera uno de sus coléricos ataques y lo golpeara hasta dejarlo sin conocimiento… o peor?
- Tengo que sacarlo de aquí…- Susurré, suspirando y mis propias palabras me aterraron. Sabía que podía pagar muy caro el dejarlo escapar… pero por como se estaban dando las cosas, ya no me importaba. Era la primera vez en mi vida que realmente amaba a alguien y que estaba dispuesta a sacrificarlo todo por él. Si permitía que todo el asunto siguiera estirándose, el final no sería muy agradable. Y yo no podría vivir sabiendo que no había hecho nada por evitarlo…
Tragué saliva, pero estaba más decidida que nunca. Mi prioridad era sacar a Tim de allí y, una vez que eso estuviera listo, me pondría a pensar en cómo salvarme a mí misma.
Escondiendo la ropa debajo de mi sweater, subí las empinadas y maltrechas escaleras de regreso. Todavía tenía que llevarle el desayuno a Tim y sería una buena excusa para llevársela… siempre y cuando nadie me descubriera.
Sean estaba aún allí, aunque estaba poniéndose su chaqueta y preparándose para salir. Escuché el motor de la camioneta de Dave calentándose a lo lejos.
- Se acabó la huelga de hambre.- Dijo secamente al verme.- Ve a llevarle algo a Rice-Oxley.
Supuse que ese era mi día de suerte, pero logré disimular una sonrisa.
- Bien.- Mascullé solamente y me metí de inmediato en la cocina. Escondí la ropa en un cajón de la encimera, por si alguien se daba cuenta del extraño bulto que tenía en la espalda y puse agua a calentar para hacer un poco de té.
Preparé unas cuantas tostadas y, asegurándome de que Sean ya había salido de la casa, las unté generosamente con mermelada. Serví el té en una taza y, antes de volver a tomar la ropa de su escondite, me aseguré de que Billy no estuviera prestándome atención.
Como había imaginado, se encontraba sumido en un partido de fútbol y cuando su equipo falló un tiro libre, se levantó del sillón enojado y empezó a gritarle a la televisión. Supe que sería totalmente invisible para él.
Entré en la habitación como un rayo y cerré la puerta detrás de mí. No sólo quería pasar desapercibida, sino que me moría de ganas de verlo otra vez…
Y allí estaba. Me miró con una leve sonrisa cuando entré y se levantó de la cama para salirme al encuentro.
- Buenos días…- Susurré y mis ojos volaron hacia sus labios sin escalas.
- Buenos días, Nina…- Contestó, también en un susurro y tomó la taza de té que le ofrecía.
- Te agradará saber que ya no tengo prohibido darte de comer.- Le comuniqué con una sonrisa y él pareció aliviarse.- Así que te haré recuperar el peso que perdiste…
- Gracias.- Me miró algo extrañado.- ¿Qué tienes ahí?
Siguiendo la dirección de su mirada, vi que se refería a la ropa que llevaba escondida. La saqué y la estiré un poco.
- Espero que sean de tu talla.- Dije, observándolo insegura.- Ya no puedes seguir con eso todo rotoso.
- Te gusta meterte en problemas, ¿verdad?- Musitó y era la primera vez que lo veía sonreír tan seguido.
- No pasa nada.- Le ofrecí una tostada y él la mordió con ganas. Me quedé pensativa unos segundos.- ¿Sabes? Billy está absorto con la televisión, está viendo un partido de fútbol… no le prestará atención al resto del mundo por lo menos en los próximos treinta minutos. ¿Crees que es el tiempo suficiente para que te des una ducha?
Su expresión se relajó y me miró como si le hubiese ofrecido abrirle la puerta y dejarlo libre.
- Más que suficiente…- Murmuró.- Sería estupendo.
- Termínate el té, entonces. Puedes comer las tostadas después.- Saqué la llave del bolsillo y abrí la puerta del baño. No había shampoo, ni acondicionador, ni siquiera un jabón como la gente, pero al menos el agua caliente lo aliviaría y le quitaría la suciedad.
Entró detrás de mí y se quedó esperando a que yo terminara mi inspección. Me volví a mirarlo y traté de dedicarle una sonrisa de aprobación.
- No es un baño de inmersión, pero al menos te hará bien.- Tim se llevó las manos a la camisa y empezó a desabrochársela. Ignoré el escalofrío que me recorría la columna y me aparté de su camino para darle algo de intimidad.
- ¿Podrías ayudarme?- Pidió, estirando las manos hacia mí. Estando atadas, no podía quitarse la camisa.
- Sí… por supuesto…- Tiré un poco de las mangas hasta rasgarlas. La prenda quedó hecha trizas, pero supuse que le alegraba deshacerse de esa ropa llena de tierra y sangre.
Me esforcé por no mirarlo, pero todo en él me atraía inexorablemente. Desde la forma de sus brazos, a la textura de sus labios, pasando por el vello oscuro que le cubría el pecho y se abría paso a lo largo de su estómago, perdiéndose bajo la cintura del pantalón.
Le di la espalda y dejé que terminara de desvestirse, mientras trataba de sofocar el calor que me recorría por dentro y salía apresuradamente a buscar una toalla. Crucé la sala a toda velocidad y Billy ni siquiera se percató de mi presencia. Unos segundos después, regresé y él ya estaba dentro de la ducha, con las puertas de vidrio oscuro cerradas, que no permitían que se trasluciera más que una desdibujada silueta. El agua empezó a correr con fuerza y él dejó escapar un suspiro de satisfacción.
- Extrañaba esto…- Comentó con la voz mucho más calma que de costumbre.
- Te daré un poco más de privacidad…- Dije, dejando la toalla sobre el retrete, sabiendo que en realidad lo que debía hacer era vigilarlo. Pero si no cumplía ninguna de las otras reglas de Sean… ¿por qué cumpliría aquella?
- No, espera.- Exclamó.- Me gustaría hablar contigo.
Eso, en cierto modo, me perturbó. Sólo había una cosa de la que podría querer hablarme y eso era el beso que me había dado la noche anterior.
Me quedé callada. No quería que arruinara lo sucedido con excusas y lamentos. Eso era todo lo que podía tener de él y deseaba conservarlo como el recuerdo de algo maravilloso…
- ¿Estás ahí, Nina?
- Sí, estoy aquí.- Respondí de inmediato.- ¿Qué ocurre?
- Bueno…- Carraspeó, entre el sonido del agua. El vapor estaba elevándose por encima de las mamparas y me concentré en ello para no desesperar.- Sé que dije cosas que te molestaron, así que quiero disculparme por eso. No soy nadie para cuestionar las decisiones que tomas en tu vida… sólo que ahora sé de lo que Billy es capaz… y no me agrada pensar que puede…
Era evidente que era incómodo para él estar hablando de eso, pero en cierto modo, delataba una especie de preocupación que me conmovió en lo más profundo.
- Tengo muy en claro cómo es él, Tim.- Dije, en un intento de facilitarle las cosas. Él cerró el agua de la ducha y yo me acerqué para darle la toalla por una rendija que abrió entre las puertas de vidrio. - Fue un error de una vez… y no hizo más que empeorarlo todo. No quiero volver a pasar por algo como eso.
El silencio fue breve y noté su vacilación. Supe al instante en qué estaba pensando. Le di la espalda a la ducha, para no mirarlo cuando saliera.
- En cuanto a lo otro...

Bingo.
- Entiendo perfectamente, no tienes que excusarte.- Interrumpí. No quería que las palabras salieran de su boca. Sería demasiado insoportable para mí. Noté que salía de la ducha.- Lo más probable es que tú sólo lo hiciste porque…
- Seré sincero contigo. Al principio lo hice porque quise consolarte de algún modo y porque… bueno, me pareció que empataría los tantos con mi esposa.- Perfecto. Ahí estaba el dolor, subiendo por mi pecho.- Pero luego…
Sentí que soltaba esas palabras en mi nuca y me volví, sin entender cómo se había acercado tanto. Tenía el cabello mojado alborotado en la cabeza, interminables gotas de agua en cada centímetro de su piel, la toalla enroscada alrededor de su cintura…
Me quedé sin aire.
- Luego… ¿qué?- Pregunté, esperando que mi cerebro embotado no se hubiera perdido una parte de la conversación.
- Pero luego todas esas razones se desvanecieron. Lo olvidé. Simplemente sabía que te estaba besando porque quería hacerlo, Nina…
Lo miré a los ojos y no vi más que honestidad en esas profundidades azules. El dolor en mi pecho desapareció por arte de magia y me obligué a mí misma a respirar.
- Fue muy extraño, ¿no crees?- Musitó, contemplándome interrogante.
Asentí con la cabeza. Tenía los labios secos y la lógica había abandonado mi cerebro por completo.
- Estuve pensando que fue un error, que no es algo que deba suceder, dadas las circunstancias…- Agregó, y parecía buscar más que comprensión en mi mirada.- Pero ahora no estoy tan seguro.
Estaba tan cerca de mí que podía sentir la humedad de su cuerpo, el calor que despedía después de la ducha, su pecho subiendo y bajando al respirar…
- ¿Vas a besarme?- Inquirí, inundada de incertidumbre ante su proximidad. Sus ojos bajaron hasta mis labios y vi que sonreía un poco.
- Sí.
Y eso fue todo lo que dijo. Descendió lentamente sobre mí y nuestros labios volvieron a reencontrarse. Mi boca devoró la suya sin esperar un segundo más, ansiosa por sentir su sabor otra vez. Lo abracé, apoyándome contra él, sin importarme que el contacto de su cuerpo humedeciera mi ropa.
Me aferré con fuerza a su espalda, firme salvo por un par de cicatrices que le dejaran las últimas semanas. Tim sólo podía limitarse a tomar mi rostro entre sus manos atadas.
Acaricié su mandíbula fuerte y decidida con el contorno de los dedos y pensé que el amor que sentía por él me haría explotar en cualquier momento.
Nos apartamos, reticentes y Tim se miró las manos.
- Si pudiera quitarme esto…- Farfulló molesto y, sin lugar a dudas, supe que el final de la frase era “te tomaría entre mis brazos”.
Lo agarré por los antebrazos y me puse a forcejear con la cuerda, raída por los días y el agua. Tenía las muñecas lastimadas, casi en carne viva por el constante e inclemente roce y me dije a mí misma que tenía que recordar llevarle algo para aliviarlas.
- Déjalo, Nina, a tu hermano no le gustará saber que me desataste.- Murmuró, observándome con gravedad.
Aflojé el nudo con brusquedad y desenredé los extremos, quitándosela.
- ¿Y cómo piensas volver a vestirte con las manos atadas?- Repuse, triunfante. Tim me besó nuevamente y luego contempló sus manos liberadas.
- Pensé que me quedaría así para siempre…- Le quité el cabello que le caía sobre el rostro y él se apresuró a rodear mi cintura con ambos brazos.- Gracias.
- De nada.- Hundí la cara en el hueco de su cuello unos instantes y sentí que estaba en el paraíso.
- De todos modos, quiero que vuelvas a atarme cuando me haya vestido.- Replicó con firmeza. Lo miré atónita.
- ¿Qué? Claro que no, Tim, tienes las muñecas lastimadas y…
- Y no es tan grave, pero tú te estás arriesgando demasiado.- Sus ojos me miraron severos.- No quiero discutir contigo.
Bajé la mirada, sabiendo que en cierto modo era lo mejor. Suspiré, pensando que al menos me estaba abrazando en ese momento.
- De acuerdo.- Acepté finalmente.- Pero no lo apretaré demasiado y podrás zafarte si es necesario.- Reuní el valor suficiente para agregar lo que más quería decirle.- Y te sacaré de aquí.
- ¿De qué estás hablando?- Farfulló, confundido.
- Voy a pensar en una manera de que te escapes, lo antes posible. Algo me dice que no queda demasiado tiempo…
- ¡Nina, estás loca! La última vez que quise hacerlo…
- Ni siquiera tenías idea de en qué estabas metido.- Interrumpí, desesperada.- Ni nadie que te ayudara. Pensaré en algo.
Se quedó mirándome en silencio, como si estuviera lidiando con una batalla interior. De seguro tenía miedo de que volvieran a atraparlo, pero no estaba en mis planes que fuera así.
- Nina…- Susurró, algo débilmente, en un último intento de hacerme entrar en razón. Me separé muy despacio de él, quitándome sus brazos de la cintura.
- Será mejor que empieces a vestirte. Billy se dará cuenta que desaparecí.
Sin embargo, me atrajo hacia él una última vez y, con sus ojos muy fijos en los míos, me dio un pequeño beso.
- Gracias.
Sonreí y me aparté. Elegí una de las camisas de mi padre y se la alcancé.
- Agradéceme cuando estés de nuevo en tu casa.- Respondí, no sin cierto dolor atravesándome, y salí del baño para dejar que se vistiera.

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