El avión empezó a descender con suavidad hacia el aeropuerto de Londres y dio un salto algo brusco hacia el final, haciendo que Tim Rice-Oxley se aferrara por un momento al apoyabrazos de su asiento. Detestaba volar. Era algo que le ponía muy nervioso. Y, aún así, debía ser casi el vigésimo vuelo que tomaba en dos semanas.
Descansó la cabeza contra el respaldo mientras trataba de calmarse, cerrando sus impresionantes ojos azules. Tenía algunos días de descanso. Nada de vuelos. Nada de trabajo. Nada de nada.
Tom, a su lado, lo miraba con preocupación. Conocía a Tim desde que tenía memoria y sabía que algo andaba mal. Sabía que para su amigo las cosas estaban resultando demasiado difíciles.
- ¿Estás seguro de que no quieres quedarte en mi casa? Al menos este fin de semana. Al menos…- Musitó, dubitativo.
- No, Tom.- Respondió éste, con su voz profunda y su acento perfecto. Suspiró, cansado, no sólo por los retorcidos horarios en los que venían trabajando, sino también por el cansancio que le causaba su vida en sí.- Estaré bien.
- Puedo quedarme contigo en tu departamento. Si quieres…- Continuó éste, casi desesperado por ayudar, insistente como un niño de cinco años. Pero ante la brusca interrupción de Tim, las mejillas de Tom se volvieron de un brillante color rosa.
- Quiero estar solo.
Richard asomó la cabeza desde el asiento de atrás. Junto con él, se completaba el trío. Los tres amigos que crecieran juntos en el hermoso pueblo de Battle, East Sussex, para convertirse en una de las bandas británicas más adoradas de los últimos tiempos.
- Tom sólo quiere darte una mano, Tim. Tanto como yo. Déjanos hacerlo.- Pidió, clavando sus ojos celestes en él.
El avión se llenó de movimiento. La gente comenzaba a movilizarse para llegar a las salidas, pero ellos se quedaron donde estaban. Tim los observó con impaciencia.
- Déjenme bajar.
- No hasta que hables con nosotros.- Repuso Richard, rascándose su barba castaña distraídamente.- Deja de encerrarte en ti mismo como una tumba. Somos tus amigos. Habla.
- ¿Qué es lo que quieres que diga, Richard?- Estalló, ya sobrepasado por todo. Sobrepasado por aquellos meses infernales.- ¿Qué estupidez que pueda llegar a decirte va a hacer que Jayne no se case con otro tipo? ¿Qué puedes hacer tú para que mi esposa no me borre de su vida?- Los miró con ojos coléricos y ellos bajaron la cabeza, sin saber qué decir. Se puso de pie y contempló a Tom, gélidamente.- Muévete.
Su amigo se apresuró a levantarse y dejarlo pasar. Tim caminó por el pasillo, hacia la salida, mientras sentía que empezaba a sofocarse.
Seis meses. En seis meses todo se había ido al diablo. De un día al otro, Jayne le había dicho que había conocido a alguien más. Que estaba enamorada. Que iba a dejarlo. Ni siquiera se enfadó con él. Ni siquiera le recriminó que fuera culpa suya que su matrimonio fracasara. No le echó en cara las semanas, meses, que había pasado sola mientras él viajaba por el mundo repartiendo música.
- No es nada que hayas hecho, cariño.- Le había dicho, como intentando consolarlo.- Pero la vida avanza y la gente cambia.
Tim no entendió sus palabras. ¿Cómo podía decir que un amor de tantos años se esfumaba con los cambios de la gente? Él era el mismo de siempre y la amaba como siempre. ¿Qué clase de excusa era esa?
Y lo peor de todo, era que no había nada que pudiera hacer para remediarlo. Jayne quería separarse porque había conocido a otro hombre. Hiciera lo que hiciera, Tim no podría lograr que el corazón de su esposa volviera a latir sólo por él.
De un día para el otro, la casa que compartían en Battle quedó vacía. Ella se fue y se llevó consigo su ropa, sus libros, la felicidad y la vida de Tim. Él quedó sumido en un espiral de tristeza y terminó por colmarse trabajo para no sentir el dolor. Y cuando ya había superado un poco la punzada que le atenazaba el pecho, apareció un sobre por debajo de la puerta. Y cuando lo abrió, vio que eran los papeles del divorcio.
Demoró casi un mes en firmarlos. ¿Cómo podía ser que un trozo de papel arruinara los sueños de su vida? En lo profesional tenía todo lo que quería. Pero en lo personal, todo se había esfumado sin que se diera cuenta.
Richard y Tom habían tratado de ayudarlo a que se repusiera. Lo distrajeron, lo escucharon desahogarse cuando en las largas noches la ausencia de Jayne a su lado en la cama lo abrumaba. Y cuando de nuevo parecía que Tim recuperaba un poco el color en su vida, ella había aparecido de nuevo para destruir lo que con tanto esfuerzo habían logrado. Con un solo llamado telefónico, redujo a Tim a meras cenizas.
Cuando oyó su voz del otro lado, Tim recuperó las esperanzas. Pensó que quizás lo había extrañado lo suficiente para darse cuenta de su error, pero la vacilación de sus palabras auguraba que, fuera lo que fuera que quería decirle, no era nada fácil.
- Tim, yo… yo… tengo que decirte algo.- Carraspeó varias veces, sin saber exactamente cómo decirlo.- Es mejor que te lo diga yo antes de que lo oigas por alguien más y… lo siento, pero…
- ¿Qué es, Jayne?- Interrumpió, mientras su corazón se detenía. E incluso antes de que ella volviera a hablar, Tim sintió cómo se quebraba en mil pedazos.
- Voy a casarme.
Siguió un breve silencio. Tim se ahogaba. ¿Casarse de nuevo? Se suponía que sólo hacía falta que recapacitara, que se diera cuenta que su lugar era con él… ¿cómo podía atarse de nuevo a otro tipo?
- ¿Cuándo…?- Fue todo lo que pudo decir y ni siquiera notó que sus labios se movían.
- En un par de semanas. Escucha, lo lamento, pero creí que debías saberlo.
- No lo hagas, Jayne. Te lo suplico.- Las súplicas se amontonaron en su boca con desesperación. Era su última oportunidad.- Por lo que más ames en este mundo, piénsalo.
- Él es lo que más amo en este mundo, Tim.
Tim jamás había creído que pudiera existir algo más cruel que lo que acababa de oír. Y sólo entonces se dio cuenta que estaba absolutamente solo.
Cuando Jayne cortó el teléfono, estaba aturdido. Todo lo que sabía era que quería dejar de sentir ese dolor lacerante por todo su cuerpo.
Urdidos por la urgencia, Tom y Richard aceptaron sumirse en el trabajo. Planearon una pequeña gira y volaron a América para dar una serie de conciertos agotadores. Pero Tim no notaba el cansancio. Cuando se quedaba quieto pensaba y eso era mucho peor.
Y aún así, se dijo a sí mismo mientras extraía la llave de su bolsillo y abría la puerta de su departamento en Londres, donde había estado viviendo desde que Jayne lo dejara, de poco había servido. Porque sabía que su esposa iba a casarse ese fin de semana y no tenía manera de escapar de esa realidad. Ya no podía seguir poniendo a sus amigos al límite del agotamiento. Ya no tenía a dónde ir más que a aquel departamento donde se había refugiado cuando la casa de Battle se volviera el sitio más deprimente del planeta.
Entró y arrojó la maleta en el vestíbulo. Fue directo hacia la sala y se desmoronó en el sillón. A pesar de que aquel apartamento había sido decorado a su gusto y en él siempre se había sentido cómodo, de pronto todo le parecía ajeno. Hasta el piano que dominaba gran parte del ventanal que daba hacia Trafalgar Square se le antojaba como un vestigio de la vida que ya no tenía. Las fotos de los portarretratos y los cuadros parecían gritar que su época feliz había quedado relegada a un rincón. El silencio que reinaba en la espaciosa habitación susurraba quedamente el nombre de la mujer que lo había olvidado demasiado pronto.
Se quedó un tiempo allí, sentado y pensando en ella, como bloqueado, sin notar los minutos que se deslizaban fuera de su alcance. Sólo sabía que necesitaba alguna solución, algo que le devolviera lo que había perdido o al menos que pudiera mantenerlo en pie para soportar que jamás lo tendría de nuevo.
Jayne se había quedado en ese apartamento con él incontables veces. Habían elegido juntos el color de las paredes y en la cocina ella había hecho todo como lo quería. La habitación era una especie de templo donde aún quedaban resquicios de las largas noches de amor que habían compartido y Tim apenas sí se atrevía a entrar. A veces dormía en el sillón de la sala. No podía sentir el roce de las sábanas de la cama y el sitio vacío junto a él al mismo tiempo.
Su vida empezaba a convertirse en una lenta tortura. ¿Se suponía que debía ajustar el resto de sus años a sentirse de aquel modo? No. Lo cierto era que prefería morir.
Se puso de pie y se acercó a la ventana. La noche empezaba a caer sobre Londres y él sentía que ya no había ni un solo lugar en el mundo al que pudiera escapar para poder estar bien al fin.
Se volvió y caminó hacia el extremo opuesto del apartamento, decidido a darse una ducha y tratar de dormir un poco. Entonces la maleta dejada en el vestíbulo atrajo su atención.
¿Cómo sabía que ningún lugar del mundo le permitiría escapar de su dolor? ¿Cómo podía estar seguro de que largarse de allí y esconderse donde nadie supiese quien era, donde pudiera reinventarse no fuera lo que él necesitaba?
Quedarse allí, esperando que los días avanzaran mientras Jayne se convertía en la mujer de alguien más le parecía lo peor que podía hacer. Estar peligrosamente cerca, donde pudiera irrumpir en la boda y hacer un escándalo no era una buena idea. Y sabía, muy en el fondo, que estaba dispuesto a hacer un disparate semejante.
Y también sabía que aquel disparate no serviría de nada más que para ponerse en ridículo frente a mucha gente. Para que Jayne sintiera pena de él. Y él quería su amor, no su lástima.
Dos segundos más tarde, Tim iba hacia el vestíbulo a toda velocidad, tomaba la maleta y salía del apartamento dando un portazo. Bajó por las escaleras los nueve pisos, sin querer aguardar el ascensor y salió a la calle, donde detuvo el primer taxi que vio. Y antes de ser realmente consciente de lo que hacía, regresaba al aeropuerto de Heathrow.
Apoyó la cabeza de suave cabello oscuro en el asiento y se preguntó si no estaba volviéndose loco. Pero lo cierto era que no le importaba.
Simplemente quería escaparse de allí lo más pronto posible.
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