La idea de que Tim no quisiera volver a enamorarse me dejó muda, extrañamente y sin saber por qué. Escruté su semblante decaído y sus ojos opacados por la tristeza y el desencanto y sentí como si tuviera un agujero en mi pecho que iba creciendo de tamaño.
Lo peor de todo era la determinación. Sus palabras eran tajantes, decididas, como si no hubiese marcha atrás. Como si él mismo pudiese controlar a piacere el enamorarse o no otra vez. Hasta donde yo entendía, el amor se escapa de las manos, es algo totalmente involuntario y sorpresivo. Es esa fuerza motora que te hace latir el corazón enloquecido y que vuelve tu visión borrosa para que todo lo que puedas distinguir con la mirada sea esa persona que acaba de adueñarse de un pedazo tuyo.
Supe que su dolor era increíblemente profundo y deseé que existieran conocimientos médicos capaces de curarlo, pero no los había. No había nada que pudiera hacer por él, excepto quedarme a su lado y apoyarlo de algún modo. Y aún eso no parecía suficiente.
Una ola restalló contra la orilla, sacándome de golpe de mis pensamientos. Tim carraspeó, como si la ola lo hubiese despertado de un raro trance.
- C’est la vie, supongo.- Farfulló como si nada. Noté que trataba de aparentar que no le importaba, pero aún así le era imposible fingirlo.- Se gana y se pierde.
- Pero tú deberías poder elegir de qué lado quedarte, Tim.- Necesitaba un último intento de hacerlo entrar en razón. Entendía que estuviera herido, pero eso no tenía por qué entorpecer sus decisiones.- Ganar o perder depende de lo duro que planees tus batallas. Si te dejas vencer sólo porque…
- No vamos a ponernos de acuerdo, Mae.- Interrumpió sin mirarme.
Suspiré, casi molesta por su actitud.
- No seas necio. Lo que pretendes es una estupidez. ¿Andarás con los ojos cerrados por la vida para no tener que mirar a otra mujer de nuevo? ¿Vivirás como un monje sólo porque temes enamorarte otra vez?
- Claro que no. Habrá sexo, todo el que quiera, todo el que necesite. Pero no necesito involucrar sentimientos en ello.
Sonó arrogante y tuve ganas de golpearlo en la cabeza con el libro. ¿Qué iba a hacer? ¿Pagarles a las mujeres por acostarse con él? ¿O simplemente elegir a alguna de las tantas candidatas que de seguro tenía por ganarse la vida como un músico? Sentí que me ponía enferma sólo de imaginarlo.
- No estoy hablando de sexo.- Repuse, con los dientes apretados.
- Y yo no quiero hablar de amor. ¿Qué te hace pensar que me harás cambiar de parecer, Mae? ¿Por qué lo tomas como un problema personal?
Abrí la boca para responderle con toda mi indignación, pero me di cuenta que no tenía una respuesta a ello. ¿Por qué demonios me importaba? Que hiciera lo que quiera. Que se acostara con cualquiera. Que llegara absolutamente sólo al final de la vida.
- Sólo me parece antinatural que quieras corregir el curso de la vida. Son cosas que pasan, todo el tiempo.- Expliqué, porque me parecía sensato, aunque no creyéndomelo del todo.
Volvimos a quedarnos en silencio.
Sin embargo, no lo soporté por mucho tiempo.
- ¿Y quién te piensas que eres al asegurar que alguien se acostará contigo aunque no tengas nada que ofrecer? Es egoísta de tu parte, ¿sabes?
Me dedicó una media sonrisa, como si le causara gracia mi comentario. Lo maldije por ser un idiota.
- No sería la primera vez en la historia de la humanidad que alguien hace eso, ¿no crees?- Se encogió de hombros.- ¿Nunca te ha pasado a ti?
Me preparé a negarlo vehementemente cuando recordé, con cierta vaguedad, a Rob. Rob en mi cama en Nueva York tantas noches interminables de soledad. Rob que seguro estaba con otras mujeres pero me frecuentaba cuando quería. Rob que jamás había dicho que sintiera algo por mí o que pretendiera que yo lo sintiese pero dormía entre mis sábanas casi con más frecuencia que yo.
A Tim pareció agradarle mi vacilación. Su sonrisa se hizo un poco más ancha.
- ¿Lo ves?
- ¡Pero no es lo que quiero! ¡No es algo que me enorgullezca!- Exclamé, mientras me sonrojaba y sintiéndome una hipócrita.- ¡No tengo tiempo para relaciones serias!
Esta vez, dejó escapar una breve y amarga carcajada.
- Vamos, Mae, déjalo ya. No tienes con qué retrucarme y de todos modos, no pienso hacerte caso.
¿Y qué diablos me importaba a mí, de todos modos? Probablemente, en unos pocos días Tim sería sólo un sujeto que había estado en la misma posada que yo durante un lindo fin de semana en Francia. Eso sería todo. Que él hiciera lo que quisiera. Que tomara su auto y se fuera de inmediato a buscar alguna francesita disponible si era lo que quería…
Noté que estaba apretando tanto el libro entre mis manos que los nudillos se me habían puesto blancos.
Antes de ser consciente de lo que decía, volvía otra vez a las andadas.
- Y, después de todo… ¿qué tan especial era ella? Suena como alguien de quien puedes prescindir. No hizo más que lastimarte. Deberías olvidarla y seguir con tu vida. ¡Pero no! Dejas que te afecte más de la cuenta cuando ella ni siquiera miró atrás al decir adiós.
- La pregunta es, en realidad, por qué te afecta a ti.- Me miró ceñudo.- Te dije que lo dejes ya, Mae.
Si antes me había sonrojado, ahora mis mejillas ardían. Aparté la mirada.
- De acuerdo. No más. Me callo.
- Gracias.
Tomó un poco de jugo y se limpió los labios con el dorso de su brazo. Levantó los ojos azules al cielo, como comprobando que el sol siguiera allí, escondido en alguna parte.
- Tienes serios problemas de comunicación.- Solté, para arrepentirme al instante. ¿Qué le pasaba a mi inmensa bocota que no podía quedarse cerrada?
- Tú también, pero por la razón contraria.- Replicó.- Quizás yo no quiera hablar demasiado, pero tú no puedes parar de hacerlo.
- Si quieres estar sólo puedo irme. De seguro Cherry…- Me puse de pie, pero Tim me tiró del brazo para hacerme sentar de nuevo y por poco no caí sobre él.
- Deja de usar a tu perra como excusa. ¿Qué te pasa? Estás bastante rara.
- ¿Cómo puedes saber si estoy rara? No me conoces.
- No estabas así ayer. Ni hoy en la mañana. O hace media hora.
- Quizás este es mi verdadero yo. Quizás mi forma de estar rara es la que vienes viendo desde ayer.
- O quizás te pasa algo y no quieres decírmelo.
- O quizás tienes una grave paranoia, Tim.
- ¿Yo, paranoia? Eres tú la que sigue con lo mismo.
- Yo no sigo con nada. Sólo creo una conversación normal y casual entre dos adultos que nada tienen que ver uno con el otro…
La fugaz conversación se extinguió de pronto. Claro que estaba rara. Él me ponía así. Él me hacía sentir que no tenía idea dónde estaba parada, ni por qué. Él me hacía cuestionar cosas estúpidas y sin sentido y dejaba mi cabeza echando humo, confundida.
- Bien, no te conoceré tanto, pero estás enfadada por algo y lo sé.- Dijo, con más calma.- ¿Me vas a decir qué es o prefieres mantenerme en vilo?
- Creo que voy a optar por mantenerte en vilo un rato.- Respondí y esta vez sí me puse de pie.- Y, ahora, si me disculpas, me iré a nadar.
- ¿No había que esperar cuarenta y cinco minutos?
- Ya ha pasado casi una hora.
Sin decir más nada, me alejé hacia el agua, caminando con decisión y con la vista clavada en el mar. ¡Claro que estaba enfadada!
Pero… ¿por qué?
Un par de olas me golpearon los pies cuando me detuve en la orilla. Era increíblemente consciente de la presencia de Tim a unos metros de distancia, como si en realidad me estuviera respirando sobre la nuca. Decidí que estaba padeciendo una breve locura temporal producida por el jetlag y el calor.
Por un momento, deseé que se fuera. Que me dejara sola. Había ido hasta allí para aclarar mis ideas, para tomar decisiones. Sin embargo, cada vez me acordaba menos de mis problemas profesionales. Ya no había lugar para ellos porque a cada segundo que pasaba, Tim iba ocupando más y más los recovecos de mi mente.
Me metí en el agua con brusquedad, temblando levemente en la primera zambullida. Si en aquel instante hubiese podido nadar de regreso a Nueva York, probablemente lo hubiese hecho.
Con un par de brazadas me fui alejando de la costa. Fui hasta el arenoso y claro fondo del mar y di vueltas de un lado a otro, con el cabello arremolinándose alrededor de mí, casi corriendo una carrera conmigo misma, como si tratara de dejar atrás a todos los contrincantes imaginarios que tenía. Como si quisiera dejar atrás a Tim y a los problemas que me habían llevado allí. Estaba cansándome de todo y de todos.
¿Y cuál era el problema de que no tuviera relaciones serias? ¡Era médica, por el amor de Dios! ¡No sulfataba las hormonas de chicas adolescentes sentándome frente a un piano para exhibir mi hermosa cara de facciones perfectas y…!
Rompí contra la superficie, sintiendo que me ahogaba. Maldita sea, estaba celosa. Celosa de un tipo al que no conocía. Celosa de Tim Rice-Oxley.
La idea me pareció absurda y quise descartarla de inmediato. Quizás sólo era rabia. Rabia porque él podía formar una familia, volver a enamorarse, poner a alguien en su camino y yo… yo tenía a Rob y quizás ni siquiera me estaba esperando. Y tampoco quería que me esperara.
Me volví hacia la playa y traté de ver a Tim, pero no se encontraba donde lo había dejado. Ya no lo veía sentado sobre el mantel con las cosas del almuerzo alrededor. Estaba completamente desierto.
Ese tipo se ofendía demasiado fácilmente. Cada vez que decía algo, parecía caerle mal o recordarle algo doloroso. Era como caminar sobre un campo minado…
Sentí una presión en mi tobillo y, un segundo más tarde, me hundía en el agua otra vez. Sin poder ver nada, trataba de hacer fuerza para llegar a la superficie a tomar aire, pero no lograba librarme. Era como si algo me jalara hacia abajo sin parar. Mi cabello empezó a moverse en torno a mi rostro y no conseguía ver qué había debajo, tirando de mí.
Entonces sentí que la presión disminuía y salté hacia arriba, impulsándome rápidamente. Cuando logré retomar el aire y quitarme el cabello enmarañado de los ojos, vi que Tim emergía justo a mi lado.
Escupí un poco de agua.
- Te crees muy gracioso, ¿verdad?- Espeté, dándole un empujón para apartarlo.- Me diste un susto de muerte.
Él se limitó a sonreírme y yo escupí otro tanto de agua. Lo observé con los ojos entrecerrados.
- ¿Tan desagradable soy que pretendes ahogarme?
Dio un par de brazadas para ponerse a mi altura. Tenía el pelo negro aplastado y echado hacia atrás. Se veía bastante bien, a decir verdad.
- Fue una manera sutil de pedirte disculpas. Tal vez exageré un poco en nuestra conversación…
- ¿Eso fue sutil?- Exclamé incrédula.- ¿Quieres decir que si discutimos por algo grave me vas a acuchillar por la espalda?
- Concéntrate, Mae, estoy tratando de pedirte perdón aquí.- Me dedicó una mirada de impaciencia.
Suspiré.
- ¿Y bien? ¿Crees que soy merecedor de tu perdón o…?
Antes de que acabara de hablar, sonreí con perversidad y me hundí con rapidez en el agua. Arremetí contra él, chocando contra su cintura y hundiéndolo conmigo. Hicimos una especie de pelota giratoria, como si nos encontráramos dentro de un lavarropas. Él me tomó de los brazos para apartarme y subió nuevamente, tirando de mí para que lo siguiera.
- ¡Eso fue trampa!- Dijo, escupiendo un poco él también.- ¡Estaba hablando y te me tiraste encima!
- ¡Tú me atacaste por la espalda!- Repliqué, encogiéndome de hombros.
- Es obvio que no sirves para momentos emotivos. Estaba tratando de hacer una disculpa digna.- Farfulló, fingiendo ofenderse. Lo salpiqué un poco.
- Hey, necesitas mejorar tu concepto de disculparse.
Sonriendo, me devolvió el salpicón.
- Excuse moi, doctora. Quizás debería aprender de ti.- Abrí la boca, indignada, pero riendo.- Tus disculpas son excepcionales…
- Me lo vas a seguir restregando en la cara, ¿eh?- Le tiré un poco más de agua.- Bueno, para variar, monsieur, se está volviendo monótono con las burlas…
- En cambio, yo te encuentro a ti increíblemente inestable…- Aún con su mano en mi brazo me atrajo con brusquedad para que el agua me diera en la cara. Pero cuando estuve a dos centímetros de él se puso repentinamente serio.
Mi sonrisa también se disolvió. De pronto encontré sus ojos tan fijos en los míos que parecía que estaba viendo a través de mí. Era como si lo que teníamos alrededor, por maravilloso que fuera, se disolviera de repente.
- Increíblemente…- Musitó, en un susurro casi inaudible,- fascinante.
Sentí que mi boca se secaba, algo totalmente absurdo estando mojada de pies a cabeza y flotando en el océano. Pero Tim me estaba mirando como nunca nadie lo había hecho, mi corazón latía enloquecido y mis piernas no dejaban de patalear, como si quisieran acercarme aún más a él.
Sólo mirándolo así por unos segundos, me di cuenta que ese no era un simple tipo con el que me había cruzado por casualidad un fin de semana. Tim nunca podría ser alguien a quien olvidara fácilmente. Sabía que, con esa mirada, estaba penetrando en mi alma, haciéndose espacio, instalándose, buscando cómo permanecer en mí…
Sentí su otra mano yendo hacia mi cintura. En menos de un segundo me había pegado a él y la mano que me sostenía del brazo subía hasta mi cuello. Atrajo mi cabeza hacia él hasta que nuestras bocas se encontraron. Sus labios apenas sí rozaron los míos, probándolos, hasta que los separó y los precipitó hacia mis labios, despegándolos con un movimiento muy exacto.
Su boca sabía a la sal del mar y su cuerpo se pegaba al mío, luchando contra la corriente que parecía apartarnos. Sentí su piel desnuda contra la mía. Lo sentí saborearme y me estremecí.
La impresión me impedía cerrar los ojos, pero él los tenía bien cerrados. Unas gotas de agua estaban firmemente asentadas en sus perfectas pestañas negras y el movimiento de su mandíbula sólo lograba que el beso no sólo fuera tangiblemente perfecto, sino también visualmente perfecto. Una calidez asombrosa se hizo nido en mi estómago y la pasión hizo que los párpados me pesaran, hasta que tuve que cerrarlos. Me aferré a él con todas mis fuerzas, olvidándome de patalear para seguir a flote. Enlacé mis dedos en su nuca y deseé que ese beso maravilloso jamás terminara.
La punta de su lengua acarició la mía y volví a estremecerme de un firme deseo. Su mano en mi espalda me estrechaba de una forma increíble y me mantenía con él como si me estuviera protegiendo de algo. Su pelo mojado se me pegaba en los dedos y el mar nos meneaba suavemente. Mi respiración se agitaba. Su cuerpo llamaba al mío. El agua parecía cobrar temperatura mientras el cielo se ponía más y más gris, como si una tormenta tan tempestuosa como aquel beso estuviera a punto de caer sobre nosotros. La boca de Tim seguía devorando la mía y, felizmente, parecía que jamás fuera a detenerse.
Y entonces olvidé que Tim había dicho que no volvería a enamorarse. Olvidé que no tenía sentido enloquecer por un hombre que pretendía cerrar su corazón al amor. Olvidé que casi no sabía quién era. Olvidé que nos habíamos cruzado por casualidad. Olvidé que todo aquello acabaría más que pronto. Olvidé que no debía enamorarme de él y lo hice de todos modos.
******************************************************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario