domingo, 22 de febrero de 2009

Bend & Break: Capítulo 11.

Estaba aferrándome a él como si eso significara una especie de salvación que había esperado toda la vida y sus labios acariciaban los míos de tal manera que parecía que ésa era la suya, cuando el trueno estalló en el cielo.

Fue fuerte, estruendoso, impresionante. Tim separó la cabeza y elevó la mirada, escrutando las nubes grisáceas con el ceño fruncido. Yo sentí que el resto de mi cuerpo fallaba cuando el beso acabó y apoyé mi cabeza en su hombro húmedo para recobrar el aliento, justo cuando las primeras gotas comenzaron a caer una tras otra.

Me sentía sin fuerzas, como si aquel inesperado arranque de algo que quizás debía llamar pasión me hubiese desarmado. Mi nariz quedó pegada al cuello de Tim y sentí su perfume mezclado con mar. Aquello era fantástico. Confuso, pero fantástico.

La voz de Tim resonó contra mí, seria y amortiguada. Sentía la vibración de sus cuerdas vocales contra mi mejilla y supe que estaba realmente cerca de él.

- Deberíamos… deberíamos apresurarnos. Está… está lloviendo.- Musitó con cierta vacilación y me pareció que estaba tan aturdido como yo.- Nos vamos a empapar.

Sonreí contra su piel.

- Tim, estamos en el agua. Ya estamos empapados.- Repuse dulcemente.

- Salgamos de todos modos.- Me tomó del brazo y me apartó con suavidad. El mundo se enfrío cuando vi que comenzaba a nadar de regreso a la orilla y tardé unos segundos en seguirlo.

Había una leve presión en mi pecho diciéndome que algo no estaba bien y que lo sabía aún antes de abandonarme a ese beso magnífico. ¿Cómo podía ser tan tonta como para arriesgarme a enamorarme de un hombre que, no mucho tiempo antes, me había dicho que no quería saber más nada del amor en lo que le quedaba de vida?

¿Y qué si algún milagro de la vida lo había hecho cambiar de decisión? ¿Qué si había sentido lo mismo que yo en el preciso instante en que nuestros ojos se cruzaran y el deseo de besarnos invadiera nuestros sentidos? ¿Qué si realmente lograba quebrar la pared que quería construir alrededor de sí mismo?

Llegó a la playa bastante más pronto que yo y se puso a recoger las cosas del almuerzo con rapidez y sin volverse a ver dónde me encontraba yo. Apuré el paso hasta alcanzarlo y recogí mi libro antes de que el agua lo deshiciera. Lo envolví en el mantel violeta y observé cómo Tim apilaba los platos y los cubiertos.

Estaba callado. Esquivaba mis ojos como si fuera a pescarse una peste de sólo mirarme. ¿Por qué demonios tenía que suceder eso justo después de aquel beso increíble?

Maldita sea, se estaba arrepintiendo y eso sólo me hacía sentir peor. ¿Por qué al menos no me miraba? ¿De qué tenía tanto miedo?

Se encaminó hacia la casa cargando los platos, chorreando agua de pies a cabeza mientras la tormenta empezaba a hacerse más fuerte. Pero no tan tempestuosa como las emociones que se abatían en mí una vez más.

- ¿Tim?- Llamé sin poder contenerme más. Mi voz sonó dubitativa, pero lo hizo vacilar y aminorar el paso como si fuera a volverse. Noté un movimiento involuntario en los músculos de su espalda.- ¿Puedes esperar un segundo?

- Llueve.- Se limitó a decir y sin detenerse.

- ¿Qué demonios tiene eso que ver?- Chillé, de forma bastante aguda.- ¡Mírame de una vez, maldición!

Se volteó con brusquedad, tomándome por sorpresa.

- ¿Qué quieres, Mae?- Preguntó y me recordó a ese hombre hosco que Cherry había derribado en la playa y me había parecido grosero y que en nada se asimilaba al hombre del que me había enamorado con inusitada rapidez. Era el tipo que me daba ganas de abofetear por arrogante cuando afirmaba que el sexo no le faltaría. Era un hombre que rompía el corazón tan sólo con fijar sus ojos en los míos sin una pizca de benevolencia, como si quisiera deshacerse de mí. Como si yo no fuera más que un mosquito que zumbaba fastidiosamente en su oído.

- ¿Eso es todo lo que vas a decir?- Farfullé, incrédula. ¿Cómo podía besar así y comportarse como el peor cerdo malicioso del planeta un minuto más tarde?

- ¿No puedes al menos entrar a la casa?- Replicó, mirándome como si eso fuera obvio. Pero no quería atender a razones. Estar acorralada como me sentía no se solucionaba con razonamientos.

- ¡No, no voy a entrar a la condenada casa hasta que…!- Exclamé, pero quedándome instantáneamente en seco. ¿Hasta que, qué? ¿Qué era lo que pretendía que hiciera?

- ¿Hasta que, qué?- Dijo él, como si estuviera leyendo mis pensamientos.- ¿Hasta que me disculpe por haberte besado? Es algo que podemos hacer adentro, ciertamente. También puedo darte una explicación adentro o hacer lo que sea que estés esperando bajo techo.

- Quizás no estoy esperando que me expliques las causas, ¿sabes?- Murmuré dolida por la forma en que me había levantado la voz.- Quizás sólo estoy esperando que me expliques las consecuencias.

Me sostuvo la mirada unos segundos antes de volverse y seguir su camino sin decir nada. Me quedé ahí, apretando los ojos para contener las lágrimas inútiles. No servía llorar de frustración. Tim se había cerrado como una caja fuerte y por más que lo intentara no parecía que fuera a encontrar la combinación para abrirlo de nuevo.

Apreté el paso hasta que yo también crucé la puerta de entrada a la sala. La casa parecía vacía y oscura y las pisadas de Tim, que se dirigía a la cocina, resonaron contra los pisos de madera. Lo seguí, testaruda, pero sin saber por qué me empeñaba en hacerlo. Tal vez era mejor dejarlo solo, que se aclarara las ideas, que volviera a mí cuando estuviera listo para hacerlo…

Pero, ¿y si jamás lo estaba? ¿Y si jamás volvía a mí y yo me quedaba como una idiota sin entender qué era lo que estaba sucediendo?

- No me presiones, Mae.- Masculló, antes de que yo pudiera abrir la boca siquiera. Dejó la vajilla mojada sobre la mesada y empezó a regresar hacia la sala, con la clara intención de alejarse de mí.

- ¿Presionarte?- Repetí, enojándome. ¿Por qué tenía que ser tan cabeza dura?

- ¿No puedes entender un beso? ¿Necesitas una explicación lógica para todo?- Gritó, moviendo los brazos en un gesto que acentuaba sus palabras.- Fue un impulso. Eso es todo.

- Si sólo fue un impulso, ¿por qué te pones así ahora?- Un trueno resonó sobre el techo de la casa.- ¿Tienes que actuar raro y rechazarme como si fuera a contagiarte algo infeccioso?

- ¿Y por qué no puedes tú tomar las cosas con calma, maldita sea? ¿Por qué tienes que acosarme cuando es evidente que no tengo una respuesta para ti?- Comenzó a subir las escaleras y decidí dejarlo ir, sólo porque ya no tenía voluntad para seguir con aquello y porque me daba cuenta que estaba dejando que ese perfecto extraño del que creía haberme enamorado me afectara más de la cuenta.

Lo dejé ir porque presentía que iba a desmoronarme como la estúpida que era y no quería que él presenciara eso.

Tim entró como un huracán en su habitación, con la violencia de la mismísima tormenta que se había desatado afuera. Mojado de pies a cabeza, se quitó el traje de baño y se enfundó los pantalones y la remera más cercana. Buscó su maleta en el armario y empezó a meter dentro todas las cosas que tenía desperdigadas por el cuarto. No podía quedarse en ese sitio ni un segundo más.

¿Cuándo había sido el momento exacto en que se olvidara de las razones por las que había acudido allí? ¿Qué le hacía creer que enrollarse con una mujer a la que había conocido por casualidad por un fin de semana iba a solucionar todos sus problemas? Porque no era así. No importaba lo que él hiciera con Mae, Jayne iba a caminar hacia el altar de todos modos.

Era un idiota y estaba enfadado consigo mismo. Cerró la maleta de un golpe brusco y recorrió todos los rincones con los coléricos ojos azules, asegurándose de no olvidar nada.

Se había comportado como un bruto con Mae, pero sentía que no podía controlarse. Besarla no arreglaba nada. Sólo complicaba más las cosas. Ahora tenía que explicarse con ella y, como no sabía qué decirle, lo único que hacía era despreciarla. Se estaba comportando con un adolescente estúpido y eso lo irritaba aún más.

Revisó el baño rápidamente y, tomando la maleta, se apresuró a salir del cuarto. En el pasillo, se detuvo frente a la puerta de Mae, vacilante, con los nudillos en la puerta pero sin animarse a llamar. Tal vez se merecía realmente una disculpa, pero, a pesar de que culpaba a Jayne por todo lo que le salía mal, no estaba seguro de por qué la había besado. Sólo sabía que la tenía muy cerca y, dos segundos más tarde, sus labios se abalanzaban sobre los de ella, deseosos de probarlos.

Pensó en escribirle una nota y dejársela por debajo de la puerta. Pensó en regresar a su cuarto, calmarse y hablar con ella más tarde. Pensó mil cosas diferentes en menos de un minuto, pero sobretodo, pensaba en huir nuevamente.

Dio media vuelta con rapidez y comenzó a bajar las escaleras. Con suerte habría algún vuelo de regreso a Londres en las próximas horas. Deseó saber qué haría una vez que estuviera de nuevo en su casa. Porque todo seguía igual. Jayne se casaría esa noche y él estaría peligrosamente cerca. Peligrosamente cerca, pero aún así, su proximidad no constituía una amenaza de que Jayne se arrepintiera. La única amenaza era que doliera más.

Miró alrededor al llegar al vestíbulo, buscando a Madeleine para despedirse. La mujer no daba señales de vida desde hacía un par de horas y asumió que no se encontraba en la casa cuando no fue capaz de encontrarla. Pero lo que sí encontró lo ablandó un poco y el deseo de quedarse fue tan fuerte como el de irse.

Se detuvo en la arcada que daba a la sala y se apoyó contra la pared, sin saber qué decir. Mae estaba hecha un ovillo sobre sí misma en el sillón, con los ojos clavados en la tormentosa playa del otro lado de la ventana. Tuvo ganas de rodearla con los brazos y sacarle la tristeza que él mismo parecía haber provocado y se sintió más estúpido aún.

Noté que había alguien a mis espaldas y tuve el presentimiento de que sólo podía ser Tim. Lo sentía de una manera tan intensa que podía revivir la forma en que me había besado, como si eso lo anunciara de algún modo. Me animé a mirar sobre el hombro y lo que vi me estrujó el corazón.

Se había vestido inusitadamente rápido y había una maleta en el piso junto a él. Sus ojos estaban fijos en mí con toda la seriedad del mundo y me apresuré a dejar de mirarlo para que no se diera cuenta de lo tonta que era y de lo rápido que había dejado que se adueñara de mí. Claro que estaba enamorada de él. ¿A qué más podía atribuirle ese dolor en el pecho por su rechazo y ese ilógico revoltijo en el estómago que parecía ser alegría por verlo de nuevo? No sentía alegría en lo más mínimo y, sin embargo, allí estaban esas condenadas mariposas haciéndome cosquillas como si quisieran obsequiarme una sonrisa.

- Te vas.- Dije, y no fue una pregunta. Fue una afirmación de que el cruce de nuestros destinos llegaba a un fin abrupto justo allí. Me había besado, me había revolucionado y ahora se iba, así sin más.

- Sí.- Contestó suavemente.- Es mejor así.

Asentí, aunque en realidad no entendía nada. ¿Qué era mejor? ¿Alejarse de mí? ¿Por qué?

- ¿Vas a estar bien?- Preguntó, mirando hacia el suelo, como si aquello fuera demasiado incómodo para él.

No, dijo una voz dentro de mí. No voy a estar bien. Me siento una extraña en mi propia vida y lo único que me hizo sentir que el camino podía enderezarse fue el instante en que me besaste. Por supuesto que no voy a estar bien…

- Sí.- Susurré y fue evidente que no me creyó.

El silencio reinó en la habitación por unos cuantos segundos y pensé que quizás ya se había ido. Ahogué un sollozo justo en el momento en que él carraspeó.

- De verdad lo lamento, Mae… no tengo idea por qué lo hice.- Farfulló dubitativo. Cerré los ojos con fuerza.- Sólo sé que…

- Está bien.- Corté. Oír aquello lo hacía todo mucho peor y sólo quería que se callara.- Está bien, Tim.

Otra vez silencio. Interminable, vacío, agónico. Otro esfuerzo por no llorar. Otro carraspeo incómodo.

- Adiós, Mae. Fue un placer conocerte.

Hubo una pausa bastante larga en la que no me atreví a voltearme a mirarlo. Luego sentí el sonido de la puerta y eso fue como si alguien me diera una descarga eléctrica. Una y otra vez hasta que mis músculos se movieran de forma involuntaria.

Me puse de pie y lo miré por la ventana, cómo metía la maleta en el asiento del acompañante, empapándose a toda velocidad en aquella profusa lluvia veraniega. Un trueno resonó con fuerza, sobresaltándome. Y entonces eché a correr.

Llegué al vestíbulo y abrí la puerta de un tirón. Salí al porche y bajé los primeros dos escalones justo cuando Tim abría la puerta del auto para meterse dentro.

- ¡Tim, espera!- Exclamé, sin tener ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo. Él se irguió para mirarme.- Aguarda, por favor, no te vayas.

- No tiene sentido que me quede, Mae.- Repuso, subiendo la voz para que pudiera oírlo sobre la tormenta.- Es mejor que regrese a casa.

- Tu casa es el lugar del que huiste en primer lugar.- Avancé un par de pasos más y las gotas de la lluvia cayeron pesadamente sobre mí.- Viniste aquí porque no podías estar en tu casa…

- Me equivoqué.- Respondió firmemente.- Vete adentro, Mae, está lloviendo.

- No quiero que te vayas.- Agradecí que no pudiera saber que estaba llorando. Mis lágrimas eran invisibles bajo aquel aguacero.- No me dejes aquí sola.

Me miró fijamente y pude notar en el fondo de sus ojos azules que se libraba una batalla dentro de él. Entre quedarse o irse, decir algo o no decirlo. Tal vez entre besarme de nuevo o no. Esperé ansiosa, con las manos temblando, rogando que mis esperanzas no fueran vanas. Rogando que ese delicado amor que había nacido en mí brotara en él también.

- Tengo que irme, quiero tomar el próximo vuelo.- Dijo entonces y esas esperanzas se estrellaron contra el suelo.- Cuídate, Mae.

Se metió en el auto y encendió el motor. Ni una vez se detuvo a mirarme. Ni una vez posó los ojos en la mujer que lo observaba irse con el corazón latiendo de dolor.

Simplemente se fue, y yo me quedé contemplándolo hasta que no fue más que un bello recuerdo que había desaparecido en la curva del camino.

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