martes, 3 de marzo de 2009

Bend & Break: Capítulo 12.

Habían pasado quizás tan sólo unos segundos o posiblemente muchas horas. No estaba segura de ello. Lo único que tenía en claro era que Tim se había ido y que la tormenta no cesaba. Ni la que se desataba en el cielo, ni la que se desataba en mi corazón.
Sentí que me ponían algo sobre los hombros y me volteé confundida. Era Madeleine, que me envolvía en una toalla y trataba de hacerme ir al interior de la casa.
- Ven conmigo. Vamos.- Instó con dulzura y, sin soltarme, me condujo hacia el vestíbulo.
Oculté el rostro en el pliegue de la toalla para que no me viera llorar, aunque todo parecía increíblemente absurdo. Sentí que necesitaba excusarme ante mi tonto comportamiento y, tratando de que mis sollozos no fueran tan evidentes, me sequé los ojos enrojecidos y la miré con toda la dignidad que fui capaz de expresar.
- Tim tuvo… tuvo que irse. Tuvo una emergencia en Londres y…
La sonrisa de Madeleine fue compasiva. Me quitó el pelo mojado del rostro.
- ¿Te sientes bien?- Preguntó con su marcadísimo acento francés.
- Sí.- Mascullé, intentado sonar con normalidad.- Sólo salí a despedirlo y…
- ¿Y a pedirle que no se fuera?- Completó, de forma benevolente. Me mordí el labio y asentí con la cabeza, sin saber qué hacer. Se había ido.
Me quedé callada, con mil cosas flotando dentro de mi cabeza. Había sido bastante tonta por permitirme que todo se descontrolara. ¿Por qué tenía que enamorarme de él? Siendo amigos todo hubiese sido más fácil. Tim hubiese podido curar las heridas que su esposa le dejara allí y yo no hubiese adquirido heridas nuevas. Ahora me encontraba aún peor que cuando había dejado Nueva York.
- Soy una estúpida.- Musité, desconsolada. Me dejé caer en una silla de madera que estaba cerca porque las piernas me temblaban como gelatina.
- Por supuesto que no. No es tu culpa. L’amour c’est quelque chose tré débridé.- Explicó, sentándose a mi lado.
Me llevé una mano a los ojos y me los cubrí mientras dejaba escapar un sollozo.
- No entiendo una sola palabra de lo que dices, Madeleine…
Ella volvió a sonreír y me dio una palmadita cariñosa.
- El amor es algo muy desenfrenado, chérie.- Dijo.- No lo puedes controlar. Es libre e incomprensible. Se mete en tu corazoncito antes de que seas capaz de darte cuenta de lo que pasa…
Lo que me estaba diciendo no ayudaba en lo más mínimo. Sabía exactamente cómo me había enamorado de Tim. Lo que en realidad quería saber era cómo sacármelo de la cabeza.
- Ya verás que todo saldrá bien.- Me dio otra palmadita y se puso de pie.- Prepararé un poco té, te ayudará a tranquilizarte.
Negué instantáneamente. Lo único que quería era quedarme sola.
- Gracias, Madeleine. Voy a subir a darme una ducha y me sentiré mejor.
Ella me observó preocupada.
- ¿Segura?
- Sí.
Los escalones parecieron una especie de obstáculo. Subirlos fue increíblemente difícil. Era como si ya no me quedara fuerza en el cuerpo, como si toda mi esencia acabara de irse en la maleta que Tim había cargado en el auto. Estaba más que segura de que se había llevado una parte de mí. Sólo esperaba que lo que quedara aún sirviera de algo.
Evité a toda costa mirar la puerta de su habitación. Ya no quedaba nada allí. Se había ido sin mirar atrás ni una sola vez.
Traspasar la puerta de mi cuarto fue como entrar a una realidad distinta. Me di cuenta que quizás era hora de que yo también me fuera. Me di cuenta que quizás Nueva York no estaría tan mal, después de todo. Tal vez si me alejaba de aquel lugar de ensueños lo que parecía sólo un cuento se acabara. Tal vez el hechizo se cortara y el sufrimiento que tan inesperado sabía en mi alma, se borraría tan rápidamente como había surgido.
Cherry levantó la cabeza cuando entré. Se había quedado, perezosa, estirada junto al fresco del balcón, dormitando. Me observó como si entendiera lo que sentía, como si ella también hubiese querido retener a Tim. Luego apoyó el hocico en sus patas delanteras y continuó durmiendo y, una vez más, me di cuenta lo sola que me encontraba.
La lluvia producía una agradable brisa que se colaba entre las cortinas blancas y parecía renovar el aire de toda la habitación. Aún así, sentí que me costaba respirar y a cada segundo me sentí más tonta. ¿Cómo podía estar así por un tipo al que no conocía?
Sin embargo, absurdo y todo como sonaba, tenía la sensación de que había conectado más con él que con cualquiera de los hombres que habían pasado por mi vida. Había conectado con él más que con colegas, amigos, familiares o vecinos. Había conectado con Tim Rice-Oxley con una profundidad asombrosa y si no hubiese huido así después de darme aquel beso tan maravilloso, hubiese asegurado que él también se sentía conectado conmigo.
Tenía arena pegada en las piernas y el cabello aún húmedo y áspero sobre el inicio de la espalda. Podía saborear en mi boca la sal del mar que se mezclaba con el sabor que Tim había inyectado en mí con sus labios. Todo era irreal y me dije a mí misma que lo único que debía hacer para borrar todo aquello de mi ser, de mi piel, era dejar que el dolor fuera escurriéndose como el excedente de agua tras una fugaz zambullida.
Tomando varias bocanadas de aire con la intención de recuperarme, me apoyé firmemente en el respaldo de la silla más cercana, pensando. Tenía que haber una manera de que aquello no me afectara. Tenía que haber una manera de que no fuera tan estúpida y tenía que haber una manera deshacerme del recuerdo de Tim lo antes posible…
Cerré los ojos e intenté dejar la mente en blanco, aunque no estaba segura de cómo hacerlo. Traté de no razonar conmigo misma para que todo lo que fluía en mí dejara de cobrar sentido. Sin permitirme pensar en lo que hacía, me encaminé hacia el baño, cerré la puerta tras de mí y abrí el agua de la ducha.
Iba a dejar que el agua se llevara todo, como si no se tratara más que de mera suciedad o del cansancio acumulado en cada músculo del cuerpo tras un largo día de trabajo. Iba a sumergirme en mí misma y a olvidarme de todo y cuando cerrara los grifos y saliera de la ducha, lo vería todo con más claridad y no dejaría que algo tan tonto me afectara.
Me quité lo que llevaba puesto a toda velocidad, dejándolo caer al piso, todo aún mojado luego de haber nadado en el mar. El traje de baño quedó enroscado en un rincón y mis pies iban dejando marcas de arena a su paso.
El agua estaba tibia y me dio de lleno en el rostro. Con los ojos apretados, me mantuve bajo aquel potente chorro de agua que constituía, en aquel instante, mi única escapatoria.
Durante varios minutos, no pensé en nada. Sólo me limité a sentir la presión del agua sobre mi piel, estática, sin moverme ni un centímetro, como esperando que hiciera efecto. Tenía que hacer efecto.
Pero cuando abrí los ojos, todo seguía igual. Mi corazón latió con desconsuelo, como si acabara de perder al amante de toda mi vida y no a alguien como Tim. Alguien que actuaba sin pensar, pero que no se hacía cargo de sus acciones. Alguien que besaba y huía. Alguien que había torcido y roto todo lo que tenía dentro y que de pronto había convertido un fin de semana de redescubrimiento en una angustia extra.
El llanto fluyó libre. Más libre de lo que había sido en años. Apoyé la frente contra la pared de la ducha y las lágrimas se entremezclaron con las gotas que iban a perderse a mis pies. Sollocé con fuerza y me llevé las manos el cuello, pegando los brazos a mi cuerpo, como si temiera quebrarme de un momento a otro.
Estaba sola y eso me asustaba. Llevaba demasiado tiempo sin nadie a mi lado que me ayudara, sin nadie que se preocupara por mí. Había proyectado en Tim aquello que tanta falta me hacía y me había dejado llevar por fantasías tontas. Ahora él no estaba, tal y como sabía que iba a suceder. Tim no iba a durar para siempre. Sólo había sido un individuo destinado a jugar un diminuto papel en la historia de mi vida. Nada más.
Pero, ¿por qué entonces sentía que su recuerdo sería eterno?
Me ahogué con un sollozo y sentí como mi pecho revolucionado trataba de recuperar su normalidad a pesar de la sensación de desesperación que bullía en el fondo. Necesitaba…
Mis pensamientos se pararon en seco. Mi piel se erizó, como si intentara decirme algo. Sentía el pelo de mi nuca poniéndose de punta y una especie de cosquilleo en la parte inferior de mi espalda, como si alguien hubiese posado una mano…
- No llores, Mae.- Oí en mi oído. Di un respingo, sobresaltada al reconocer la voz de Tim y darme cuenta que aquello que había intuido no era nada más ni nada menos que su presencia.
Casi no me atrevía a mirar sobre el hombro. Tenía miedo de que fuera un espejismo que se desvanecería si lo miraba directamente.
Pero no lo hizo. Mis ojos se encontraron con los de él. La cortina de la ducha estaba levemente corrida a un lado y Tim se había metido dentro completamente vestido. Ni siquiera se había quitado las zapatillas. Y yo ni siquiera recordé que estaba desnuda, con nada más para cubrirme que la pared sobre la que estaba apoyada.
- Tim…- Musité, sin saber qué decir. Me sentía confundida. ¿Qué hacía allí? ¿Qué lo había hecho regresar para meterse en una ducha conmigo? ¿Por qué razón estaba mojándose vestido y estrechando mi cintura con suavidad?
- Creo que últimamente estoy un poco temperamental…- Susurró, acerándose más a mí. Pude sentir la tela mojada de su ropa pegándose a mi espalda.- Pero así y todo, tuve que regresar…
- ¿Por qué?- Pregunté instintivamente. Su otra mano bajó lentamente desde mi hombro hasta mi cadera, haciéndome estremecer.
- Porque me moría de ganas de hacer esto…- Sus labios atraparon hábilmente los míos. Me volteó hacia él y, antes de ser consciente de lo que hacía, le envolvía el cuello con los brazos. Tim estaba besándome de nuevo y eso era más de lo que me había atrevido a esperar.
Sus dedos se enredaron en mi cabello mojado y me apretó con fuerza, para que no pasase entre nosotros ni la más mínima gota de agua. Así su boca se apoderaba de la mía, arrebatadora, imparable, increíble. Y yo perdí por completo el uso de razón.
De mi cabeza se borraron instintivamente todas las razones que me había planteado anteriormente sobre haberme enamorado de forma errónea de aquel hombre. Se borró por completo el dolor que me había atenazado por dentro al verme abandonada y sin remedio alguno. Sólo supe que allí estaba él, que había vuelto. Y que tenía que tener un verdadero motivo para hacerlo…
Entonces Tim movió su lengua dentro de mi boca, uniéndose a la mía, probando como si estuviese degustando alguna comida familiar y deliciosa de la que no quería perderse ni detalle de su sabor. Escuché un pequeño gemido, pero no me di cuenta de que provenía de mí hasta que sentí que Tim sonreía mientras continuaba besándome con una lentitud escandalosa. Cuanto más lento se movía, más irresistible era todo. Era como si intentara provocarme para que lo obligara a darme más, y lo más pronto posible.
Me encasilló contra la pared de la ducha y sus labios bajaron hacia mi cuello, cosa que me dio la oportunidad de recuperar el aliento. Su cuerpo estaba totalmente apoyado sobre el mío, aplastándome suavemente. Y el mío se reclinaba hacia el suyo involuntariamente, como si no soportara la idea de no estar en contacto con su piel mojada, con su ropa que chorreaba agua y se volvía más pesada a medida que la ducha continuaba abierta sobre nosotros.
La mano de Tim se trasladó hacia mi pecho con sutileza. Sentí su dedo pulgar acariciándome con firmeza en el lugar preciso donde lograba quitarme la respiración. Solté todo el aliento que había logrado recuperar en un jadeo apresurado junto a su oreja. Levantó la mirada y me sonrió otra vez. El desgraciado sabía lo que hacía y cómo hacerlo. Y no sólo eso. También sabía cuando detenerse para hacerme ansiar más.
- ¿Tim?- Llamé en un susurro cuando apartó la mano. Él estaba ahora más que concentrado en mordisquear mi oreja.
- ¿Sí?- Murmuró con la voz ronca.
Las palabras se perdieron en algún punto de mi garganta. ¿Cómo podía hablar si él me embotaba los sentidos? No me dejaba pensar más que en cuanto deseaba que me tocara, me estrechara y continuara hasta el final.
¿Y por qué no se quitaba la ropa de una vez? Dios mío, yo no creía poder aguantar mucho más y él aún estaba vestido…
Estiré las manos hacia su remera, la tomé por el borde y tiré hacia arriba con la intención de quitársela, pero Tim estaba muy ocupado regresando su boca a la mía para permitírmelo. Tuve que contentarme con meter ambas manos por debajo de ella para tocar su piel. Mis dedos encontraron su sitio entre el vello de su pecho y allí se quedaron, a la espera de poder hacer algo más.
Las manos de él, en cambio, estaban yendo mucho más abajo. Mientras su boca hechizaba la mía con el beso más carnal y apasionado que me habían dado en la vida, sentí su cálida palma ubicándose en mi entrepierna. Instantáneamente y sin ser consciente de sus reacciones, mi cuerpo se apretó contra esa mano, buscando alivio para la intensa necesidad que sentía correr por mis venas. Necesidad de Tim.
El sonido del agua que aún seguía cayendo amortiguó un poco los desasosegados gemidos de mi ser. Tim atrapó en su boca los que se escapan al aire, acallándolos. Mis manos ya no pudieron quedarse quietas y bajaron hacia la cintura de su pantalón, para lidiar con la hebilla del cinturón. La ropa se le había pegado por completo, adhiriéndose a sus formas.
Los reflejos me fallaban, Tim me hacía delirar. Nunca en mi vida había sido tan difícil desprender un botón como en ese instante. Y nunca había tenido tantas ganas de hacerlo como en ese instante. Me di cuenta de que si no lo apresuraba iba a explotar allí sola, mientras él aún estaba vestido, de una pieza, y con sus dedos trabajando con tanta precisión como cuando tocaba el piano. Me sentía un instrumento en su poder y lo cierto era que nadie había ejecutado una música así conmigo antes.
Mordí su oreja para llamarle la atención y me esforcé por hablar coherentemente.
- Date prisa.- Pedí quedamente.
Él me devolvió el mordisco en el hombro.
- ¿Para qué? Tenemos todo el tiempo del mundo.- Repuso, pero su voz sonaba tan afectada como la mía.
- Tim, por favor…- Urgí, creyendo que no entendía la gravedad de la situación.- Tim…
Su sonrisa se ensanchó. El cabello negro se le aplastaba sobre los ojos azules, más brillantes que nunca.
- Está bien.- Accedió. Removió la mano de su sitio y se apartó unos centímetros.- Quítame la ropa, Mae.
Aturdida por la falta de tacto y sintiendo la urgencia de volver a sentir su piel cuanto antes, le quité la remera enseguida. Al arrojarla al suelo de la ducha se oyó un sonido como a chapoteo.
Sabía que me estaba clavando la mirada con toda su intensidad, pero yo sólo podía ocuparme de desabrocharle el jean. El cinturón estaba, para todo esto, absolutamente arruinado. Me agaché para bajarle los pantalones y no pude resistir la tentación de morderle un músculo suave del muslo, como tratando de devolverle la agonía maravillosa que me había provocado.
Me tomó del brazo para ponerme en pie y me besó con fuerza. Me di cuenta de que lo había desatado un poquito más y me agradó el saber que podía afectarlo tanto como él a mí.
Como si no confiara en que pudiese quedarme quieta y portarme bien, él mismo se quitó la ropa interior. Volvió hacia mí enseguida, estrechándome con fuerza entre aquella pared fría y su cuerpo ardiente. El contraste era demasiado delicioso, demasiado marcado…
Sentí que se acomodaba entre mis piernas. Sentí que se preparaba. Sentí la exquisita anticipación fluyendo con adrenalina por todo mi cuerpo. Sentí que me rozaba y contuve la respiración para experimentar la intensidad del momento…
Pero se retiró antes de que la cosa se pusiera realmente buena.
- No.- Dijo. Mis ojos nublados por la pasión lo observaron con confusión.- No voy a hacerte el amor en una ducha.
- ¿Por qué no?- Mascullé, tratando de comprender a qué se refería.
Cerró el agua de la ducha. Me pregunté cómo era posible que él siguiera funcionando con normalidad cuando yo me sentía tan estúpida y confundida. Salió de la ducha y, de algún modo, me condujo a mí también fuera de ella y me levantó en sus brazos mojados. Me estreché a él con fuerza, pegando mi piel a la suya y besé su cuello. Y no pude sentir nada más hasta que noté que me dejaba caer en la cama y él se recostaba sobre mí.
- Esto está mucho mejor, ¿no crees?- Musitó, en una especie de gruñido. Las almohadas y las sábanas se humedecieron al contacto de nuestros cuerpos.- Me agrada sentirte debajo de mí, ejercer presión, apretarte contra las almohadas…
Sus palabras sólo servían para enloquecerme más. Arqueé mi cadera hacia la suya.
- Maldición, Tim, cállate y hazlo de una vez…- Pedí desesperada. Él rió seductoramente y logró que hasta me olvidara de mi propio nombre.
Sin embargo, reviví de aquel trance soporoso cuando sentí a Tim dentro de mí repentinamente. Me aferré a su espalda mojada y lo que había estado a punto de decir desapareció de mi mente. Sólo me limité a sumergirme en aquella especie de baile frenético en que se enfrascaron nuestros cuerpos. Tim dejó caer la cabeza en el hueco de mi cuello y se olvidó también de todo. Ya no sonreía ni me provocaba. Se limitaba a jadear en mi oído con tantas ganas como yo en el de él.
Nunca había entendido realmente eso de poner la mente en blanco. Hasta ese momento. No podía pensar absolutamente en nada y cuando cerraba mis ojos veía la nada misma. No podía pensar, pero sí sentir con total plenitud. Y las sensaciones que él me estaba provocando pronto llenaron ese vacío con explosiones de todos los colores, como los fuegos artificiales de Año Nuevo.
Le susurré que lo amaba, pero Tim estaba demasiado consumido por sus propios placeres para oírlo y entenderlo. Todo se sumió en una vorágine arrebatadora y Tim acabó por tensarse fuertemente y liberarse con una entrega total.
Cuando todo su peso cayó sobre mí, yo seguía sin estar segura de quién era, cuantos años tenía o por qué me encontraba en un pueblito al sur de Bretaña. Pero no tenía duda alguna que amaba al hombre que respiraba entrecortadamente contra mi mejilla y que hubiese pasado el resto de mis días gustosamente atrapada bajo su cuerpo, unidos al otro como si fuésemos sólo uno.
Sonreí, feliz. Tim había vuelto a mí y eso tenía que significar algo más que bueno. Algo espectacular, algo perfecto…
Lo besé en la mandíbula mientras ambos nos recobrábamos y me sentía tan repleta y dichosa que no recordé lo absurdo que era que tuviera tantas esperanzas en un hombre que no sólo lo había perdido todo, sino que se negaba a hacer algo por recuperarlo.
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