lunes, 16 de marzo de 2009

Bend & Break: Capítulo 13.

El tiempo se detuvo mientras Tim trataba de volver a respirar con normalidad, con el rostro hundido en el hueco de mi cuello. La lluvia seguía golpeando afuera con la misma furia inclemente, empañando los vidrios de las ventanas. La tarde se había oscurecido como si se aproximara el fin del mundo.
Tim seguía arraigado en mí y no se retiraba. Había algo magnífico en estar juntos de una forma tan íntima y cercana y sólo podía desear que aquella magia no se interrumpiera nunca.
- No llegué a alejarme ni veinte calles de aquí.- Susurró, sonando algo ahogado por seguir enterrado contra mi hombro.- Tenías razón: huir de regreso a casa no serviría de nada…
- Bueno… me alegra que huyeras de regreso a mí.- Murmuré, acariciándole el cabello húmedo.- Y tengo que decir que esa entrada dramática fue espectacular.- Agregué simulando una risa.
- No te muevas.- Gruñó, ya que mi leve carcajada me había hecho sacudir un poco y había provocado que el roce despertara todas las sensaciones maravillosas que habíamos vivido en los últimos minutos nuevamente.- Quédate quieta si no quieres que te encadene a esta cama por el resto de la tarde…
- Deberías trabajar en amenazas reales, Rice-Oxley…- Mordisqueé su oreja, repentinamente contagiada de su calor.- La verdad no das nada de miedo…
- Ah… ¿porque tú sí?- Musitó burlón, estirándose para besarme.
Al llegar a La Trinité-sûr-Mer había pensado que había llegado al paraíso. Ahora sabía que así había sido. ¿Qué otra explicación podía haber para aquello? Además de la fantástica tormenta que se desataba afuera, Tim y yo estábamos desarrollando una tormenta propia y resultaba de lo más excitante.
Retrocediendo levemente, Tim volvió a empezar, como si nunca hubiese acabado. Mi respiración se cortó al instante y entrelacé los dedos en la parte de atrás de su cuello para hacer perdurar aquel beso tan intenso y maravilloso. Sonreí para mis adentros, sin creerme que, a pesar de haber ido allí totalmente desolada y desorientada, ni siquiera tres días más tarde todas las frustraciones habían desaparecido. Me di cuenta que allí estaba lo que tanto me había faltado: la pasión, la entrega completa y absoluta a algo. A alguien. A Tim. Era capaz de sentir pasión por algo. Era capaz de sentir pasión por él.
Un gimoteo me hizo voltear el rostro. Tim bajó la boca hacia mis hombros cuando me moví.
- ¿Tim?
- ¿Mm?- Musitó, sin prestarme demasiada atención.
- Tenemos compañía.
Frunciendo el ceño, se apartó a regañadientes y siguió la dirección de mi mirada. Cherry posó sus ansiosos ojitos negros en él.
- Es sólo un perro, Mae…- Farfulló, regresando a lo suyo.
- No me gusta que me estén viendo mientras hago este tipo de cosas.
- No creo que vaya a juzgarte, ¿sabes?
- Tim, mírala, está moviéndome la cola…
Apoyándose sobre los codos, me clavó la mirada con aire divertido.
- No me vas a dejar continuar hasta que nos deje en paz, ¿verdad?
Rocé su barbilla con un dedo.
- Lo siento, no estoy acostumbrada a que me esté observando en estas situaciones.- De mala gana, se levantó y tomó a Cherry por su collar para guiarla. Extrañamente, no me pareció incómodo o raro que se paseara por ahí absolutamente desnudo. Como si ya nada pudiera avergonzarnos o espantarnos del otro. Como si ya supiera todo de él…- Rob suele encerrarla en el balcón cuando se queda en mi apartamento.- Agregué sin pensar, porque estaba muy concentrada devorándolo con los ojos.
Abrió la puerta de la habitación y sacó a Cherry al pasillo.
- Ve a buscar a Madeleine, de seguro tiene algo que darte de comer…- Le dijo, y ella obedeció como si le hubiese entendido todo al pie de la letra. Él cerró suavemente y se apresuró a regresar a la cama. Se recostó a mi lado y me acarició lentamente.- ¿Quién es Rob?
- Sólo un compañero de trabajo.- Respondí mientras se acomodaba sobre mí nuevamente.- Nos frecuentamos varias veces. La vida de un médico es solitaria. No tienes tiempo de conocer a nadie más que a la gente con la que compartes tu rutina…
Tim empezó a depositar toda una fila de besos desde mi cuello, por mis hombros y continuando hasta el estómago. Se me escapó una nueva sonrisa.
- ¿Y éste tal Rob encerraba a Cherry en el balcón?- Preguntó, mordisqueando la piel de mi cintura.
- Sí, bueno, a él tampoco parece gustarle la… la compañía…- Contesté, esforzándome por seguir la conversación.
- ¿Y qué más solía hacer Rob?- Maldición, estaba ya besándome la cara interna de un muslo y yo ya no podía pensar con claridad.
- ¿Tienes curiosidad?- Inquirí en un último atisbo de lucidez.
- Bueno, sí.- Repuso, como si nada.- Imagino que una persona que le hace eso a un pobre perro no es muy cálido que digamos.
- No, no mucho… aunque tiene sus momentos…- A duras penas recordaba de qué estábamos hablando. ¿Cómo era posible que él se mantuviera tan calmado? Por Dios, estaba muriéndome. Nunca había conocido a un tipo que hiciera tan buen uso de manos y lengua. Era simplemente amnésico.
- ¿Lo pasabas bien con él?
Fruncí el ceño.
- ¿Con quién?- Quise saber, confundida.
- Con Rob.
- Ah. Sí. No. No lo sé…
Rió en voz baja desde alguna parte cercana a mi cadera.
- Aún no me dijiste qué más solía hacer.- Susurró.
Tragué saliva y me mordí un labio antes de responder. Ése hombre estaba matándome dulcemente.
- ¿Por qué? ¿Te estás quedando sin ideas?- Logré decir y me fascinó oír su risa seductora nuevamente.
- Oh, no. Tengo ideas muy claras de lo que puedo hacer contigo en este contexto tan particular.- Comenzó a ascender de nuevo, hasta que finalmente estuvo a mi altura.- Y a cada minuto que pasa se me ocurren mil más, eso te lo aseguro.
- ¿Y entonces?
Ay, Dios, ahí estaba otra vez. ¿Cómo podía hacer el amor de una forma tan profunda y controlada al mismo tiempo? Me aferré a sus hombros al instante y dejé caer la cabeza hacia atrás.
- Tenía curiosidad, ya te lo dije. No me sonaba como alguien que pudiera llenar tus expectativas…
- ¿Y tú? ¿Tú sí?- Mascullé entrecortadamente. Tim empezó a sumirse en un ritmo un poco más frenético.
- Sí. Tengo la sensación de que yo te estoy llenando perfectamente, ¿no crees?
Quise asentir, pero después de eso todo se volvió de lo más borroso. La conversación se extinguió al instante. Tim dejó de hablar y de provocarme y yo dejé por completo de intentar recuperar algo de sentido común para poder seguirlo. Simplemente las palabras se esfumaron por un largo rato y la tormenta arreció más, tanto dentro como fuera de aquella habitación.

- Muero de hambre.
Enredada en las sábanas, me volteé hacia Tim y me recosté sobre su pecho.
- ¿Quieres que baje a pedirle algo de comer a Madeleine?- Dije, algo somnolienta. Me sentía extenuada, como si hubiese trabajado tres turnos seguidos en el hospital. Pero mucho más satisfecha y limpia y muchísimo menos cubierta de sangre y demás fluidos de pacientes.
- No, yo iré.- Se desperezó ruidosamente. Aparentemente, no era la única que se sentía algo cansada.- Se me antoja una buena taza de té y quizás algo sólido para masticar. ¿Te traigo un poco?
- Prefiero un café. Aún me faltan unas veinticinco tazas para llegar a mi ingesta diaria normal.- Farfullé, apoyándome contra las almohadas para observarlo mientras se ponía de pie y buscaba algo que ponerse en la maleta que había dejado tirada allí un par de horas antes.- Si bajas tal y como estás, causarás una sensación.
Sonrió, al tiempo que se enfundaba en unos pantalones de jeans rápidamente.
- ¿Una sensación buena o mala?- Preguntó, revolviendo su ropa.
- No me hagas responder a eso.- Lo miré burlona y él se acercó a darme un pequeño beso y luego se dirigió a la puerta mientras acababa de vestirse.
En cuanto me quedé sola, giré sobre las mantas y oculté el rostro contra la almohada, con una sonrisa tan grande en los labios que hacía que me dolieran los músculos de la mandíbula. No recordaba cuándo un hombre me había hecho así de feliz y no podía dejar de sorprenderme lo mucho que Tim me había cambiado en apenas dos días…
Sabía incluso, con anticipación, cuán distinta sería mi vida al dejar Francia. Tim me había marcado a fuego y esa marca permanecería en mi alma, en mi piel, en mis labios. No deseaba pensar en el después justo cuando me sentía tan plena y despreocupada por primera vez en años. No quería analizar la situación más allá de ese preciso instante es que aún presentía el calor de Tim tan cercano. Pero lo sabía. Simplemente la certeza estaba allí, latente.
Mis pensamientos ya de por sí revolucionados desde antes de llegar, estaban ahora absolutamente enloquecidos. Pero, increíblemente, no me preocupaba descubrir quién era yo realmente, detrás de aquella especie de farsa que me había construido como existencia. Era como si hubiese renacido y as respuestas se encontraran al alcance de mi mano. Como si estuviese jugando algún tipo de juego en que pudiera reinventarme a mí misma utilizando herramientas que tenía a mi alrededor. Podía ser lo que quisiera. Podía pintar ma vie en rose. Pero era, ante todo, una mujer. Una mujer que sabía exactamente lo que quería y que, en una de esas oportunidades únicas que el universo tiende a proporcionar a sólo unos pocos afortunados, podía tenerlo. Por eso Tim había regresado. Por eso estaba allí. Por eso me besaba y me hacía el amor y por eso mi corazón latía enloquecido contra el suyo.
Me acomodé entre las sábanas. Era la primera vez que recordaba querer vivir el momento. Era la primera vez que recordaba no preocuparme por nada más que por seguir sonriendo. Allí no existía nada que se pusiera en mi camino. No había razón alguna para que el castillo de naipes que había construido desde que Tim me sacara de la ducha fuera a derrumbarse.
Sin poder creérmelo, fui consciente de que tenía el curso de mi vida en las manos y que podía modelarlo tal y como un niño modela un pedazo de plastilina. Iba a darle forma a aquella pasión que tanta falta me había hecho y que, para encontrarla, había tenido que quebrar y torcer todo lo que conocía, todo lo que me parecía familiar. Iba a darle forma a aquella pasión que Tim me había hecho conocer con la intensidad de un coma profundo.
Y supe, sin lugar a dudas, que ya nada volvería a ir mal.

Tim bajó los últimos peldaños de las escaleras de dos en dos y, junto con el potente ruido de la lluvia, sus oídos se inundaron de Charles Aznavour cantando Plus Beau Que Tes Yeux desde algún rincón del piso de abajo.
Se acomodó un poco la camisa mal abotonada por la prisa y caminó por los suelos de madera con los pies descalzos, asomándose a la sala, desde donde parecía llegar la música. Madeleine estaba sentada en el sillón más alejado de la estancia, con Cherry recostada a su lado, dormitando. Tarareaba quedamente mientras cocía con precisión un saco al que se le habían zafado un par de costuras. Pero sus ojos se levantaron lentamente hacia Tim cuando éste entró y lo observó largamente con la más complacida de las sonrisas.
- Bonjuor.- Saludó con voz suave.- Regresó.- Añadió tras unos segundos, marcando bien la palabra con su hermoso acento.
- Oui.- Asintió él, bajando brevemente la vista y esbozando una imperceptible sonrisa, como si estuviera avergonzado.- ¿Le importaría si preparo algo de té y café?- Preguntó enseguida, porque el escrutinio de la mujer lo ponía nervioso.
Ella se puso de pie.
- No, no. Déjeme ayudarlo.- Lo precedió hasta la cocina y puso agua a calentar enseguida. Tim buscó las tazas y las dispuso sobre una bandeja que ella le alcanzó, sumido en sus cavilaciones.
Bien, se había acostado con Mae. Un par de veces. Y había estado genial. Más que genial. Perfecto. Maravilloso. Único. Aún sentía que tenía ganas de más y de no ser porque tenía un gran sentido del autocontrol hubiese corrido escaleras arriba y hubiese continuado con lo que lo había tenido ocupado toda la tarde. Diablos, se sentía tan aliviado de haber regresado que casi no podía dejar de sonreír.
Irse de regreso a Londres no le hubiese sido provechoso en lo más mínimo, pero allí con ella se sentía renovado, como si el solo hecho de hacer el amor hubiese hecho desaparecer todos sus problemas. Era la primera vez que lo hacía desde que se había separado, así que atribuyó que gran parte de sus preocupaciones podían estar ligadas a su tensión sexual. Ahora la había liberado y se sentía fantástico…
- Espero que sepa usted lo que está haciendo.- Comentó Madeleine de repente, al tiempo que llenaba ambas tazas de agua bien caliente.
- ¿Perdón?- Tim la miró confundido, pensando que quizás se había perdido una parte de la conversación.
- Me refiero a ella. Espero que no haya regresado sólo para meter un poco más la pata, ¿sabe?- Continuó y él la observó sorprendido de que le hablara de ese modo.- Ustedes los hombres tienden a ser muy despistados.
- Descuide, Madeleine, yo jamás…
- No me diga que jamás la haría llorar, porque ya lo ha hecho, muchacho.- Repuso, interrumpiéndolo. Como si nada, colocó un pequeño plato con sándwiches en la bandeja que había sacado del refrigerador.- Y bastante.
- Yo no quiero herirla. No tiene por qué llorar, apenas nos conocemos…- ¿Por qué demonios esa mujer tenía que arruinarle su maravillosa paz interior en aquel preciso instante?
- El tiempo no tiene nada que ver con esto. Puedes vivir todas las sensaciones más increíbles de la vida en tan sólo diez minutos o puede llevarte años experimentar algo así.
- ¿A dónde quiere llegar con esto?- Quiso saber, apoyándose contra la mesada para mirarla.
- Mae c’est tré charmant. No le rompa el corazón, ¿está bien?- Pidió y, a continuación le puso la bandeja en las manos, como si estuviera dejando todo el asunto bajo su control. Luego se encaminó de regreso a la sala, donde Charles Aznavour estaba cantando otra canción. Pero Tim estaba demasiado ofuscado para comprender de cuál se trataba. La siguió, sin dejar de fruncir el ceño y acarreando la bandeja con él.
- ¿Qué le hace pensar que voy a romperle el corazón?- Replicó, indignado.
- Bueno, monsieur Rice-Oxley, creo que usted ya obtuvo lo que esperaba de ella. Pero… ¿qué es lo que ella espera obtener de toi?- Acto seguido, se sentó de nuevo en su sillón y volvió a su tarea como si nunca la hubiese interrumpido.
Tim, sin embargo, la contempló en silencio unos cuantos segundos, sintiendo una especie de zumbido dentro de su cabeza que bien podía provenir de alguna parte enterrada de su conciencia o del tocadiscos que llegaba a sus acordes finales.
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