viernes, 20 de febrero de 2009

Bend & Break: Capítulo 8.

El desayuno transcurrió con la mayor tranquilidad. Una vez que sus manos no rozaban las mías, parecí recobrar mi temple y recordarme que no estaba allí para conseguir un hombre, sino para entender qué era lo que debía modificar en mi vida…
Me olvidé muy pronto de mi deseo de acercarme más a Tim y él aparentemente ni siquiera notó que yo hubiera querido hacerlo. Se limitó a criticar mis habilidades en el piano con la mayor ligereza mientras bebía largos sorbos de té.
- ¿Tienes algún plan en especial para hoy?- Me preguntó entonces, dejando su taza sobre el inmaculado mantel blanco.
- Nada del otro mundo.-
Pellizqué un pedacito de croissant.- Disfrutar de la playa y de la carencia de cemento.
Sus ojos azules escrutaron el cielo a través de la ventana más cercana y en su rostro sus cejas se fruncieron un poco.
- Espero que no llueva.
- Siempre aprecio a la gente que trata de derrumbarme mis ideas.- Repuse observándolo con ojos entrecerrados, en fingido resentimiento.
- Se llama ser realista, cariño.- Me miró burlón.
Nunca nadie me había llamado cariño de esa forma tan natural, como si esa palabra perteneciera a esos labios. Era muy extraño. Hasta me parecía que de boca de mi padre sonaría ajeno ahora que se lo había oído decir a Tim…
Aparté el café. Quizás era cierto eso de que beberlo en cantidad podía traer graves consecuencias y la alucinación encabezaba mi lista de posibles síntomas en ese momento.
- ¿Qué pensabas hacer tú?- Inquirí en cambio, tratando de que mis pensamientos siguieran otras direcciones.
- No he planeado nada aún. También me gustaría disfrutar de la playa un poco, aunque me gustaría ir a algún pueblo cercano o algo donde tengan una librería. Me apetece sumergirme en alguna agradable lectura.- Comentó y noté que Tim usaba palabras en una conversación que tal vez otras personas no. Probablemente tenía sentido: era compositor y las palabras eran su herramienta de trabajo, pero… ¿por qué todo sonaba adecuado cuando él lo decía?- Así que quizás conduzca un poco a ver qué encuentro.
- Si necesitas un mapa tengo uno arriba.- Ofrecí, dejando los restos de desayuno a un lado.
- Gracias, yo también traje uno. ¿Almorzamos juntos cuando regrese?- Sugirió y yo esbocé una sonrisa.
- Claro. Podemos comer en la playa.
- Antes de que empiece a llover.
- Cierra la boca.

Cherry salió corriendo detrás de él cuando abrimos la puerta. Tim caminó hacia su auto alquilado, aparcado junto al mío. La perra le ladró, como si le estuviera preguntando a dónde pensaba irse. Yo me apoyé a mirarlo contra la pared y estudié sus movimientos pausadamente. Algo en él me provocaba curiosidad, quizás era esa rara familiaridad que sentía a su lado. Era como si con Tim viviera en un constante dejá vu: no encontraba otra forma de explicar por qué me sentía cómoda con él, por qué era como si lo conociera a fondo cuando en realidad no sabía prácticamente nada de ese hombre.
Encendió el auto y apoyó un brazo en el asiento del acompañante mientras miraba sobre su hombro para dar marcha atrás. Sentí que algo daba vueltas en mi estómago y decidí suponer que se trataba del café. Debía ser el café. Más me valía que fuera el café…
Me guiñó un ojo, como despidiéndose, antes de acelerar y alejarse. Me quedé contemplando el auto hasta que dobló en una curva y se perdió de vista. Y luego sólo me quedé con los ojos fijos en el sitio donde había desaparecido, con los pensamientos perturbados y una extraña ansiedad.

Tim condujo casi treinta kilómetros por parajes simplemente hermosos. Se dejó llevar por los caminos, los árboles y el cielo interminable. Una vez más se sintió en el paraíso y, abstraído por todo lo que sus ojos contemplaban, se olvidó de pensar en aquello que tanto le dolía.
El cielo parecía un poco más ennegrecido mientras se alejaba de La Trinité-sûr-Mer. El mar parecía violentarse a medida que avanzaba a lo largo de la costa, de altos riscos empedrados pero de una belleza cautivante. Iba siguiendo un trayecto en el mapa que lo llevaría a Vannes, aparentemente el pueblo más grande que había en aquella zona de Bretaña.
Desvió la mirada unos segundos para echarle un vistazo al paisaje que se asomaba por la otra ventanilla y vio el asiento vacío del acompañante. Lamentó no haber llevado a Mae consigo: estaba seguro de que hubiese disfrutado mucho de aquel paseo y a, a decir verdad, le hacía falta la compañía. No tenía con quien hablar, con quien compartir aquello.
Estuvo a punto de desviarse para ir a buscarla, pero ya había hecho un buen trecho y, además, no sabía si ella quería estar con él todo el tiempo. Sabía que había escapado allí sobrepasada por algunos aspectos de su vida, pero no sabía si Mae deseaba estar sola. El mismísimo Tim había ido allí con la idea de estar lo más sólo posible… y ahora ni siquiera podía salir a dar una vuelta con el maldito auto sin pensar en llevarla con él.
Quizás había malinterpretado sus necesidades. Quizás en un principio le había parecido mejor estar solo para no tener a sus amigos alrededor todo el tiempo sintiendo compasión por él… pero, ¿cómo podía soportar aquello? El silencio parecía destruirlo más rápido. Tener a alguien a su lado podía ayudarlo a sonreír, a olvidar, a curar… y, a pesar de que odiaba admitirlo, necesitaba que alguien lo hiciera.
Jayne se casaría esa noche, recordó al mismo tiempo que entraba en lo que parecía el centro de Vannes. Una plaza circular rodeada de caminos de piedra, con algún que otro edificio bajo alrededor y una bandera flameando en un mástil justo en el centro de toda la escena. Jayne se casaría esa noche.
La idea de haber estado casado se le antojaba increíblemente lejana, como si hubiese sucedido hacía muchos años. Tal vez en esa parte del mundo no existiera la verdadera noción del tiempo. Tal vez creía que llevaba allí sólo un día y habían pasado varias semanas…
Estacionó el auto en el primer lugar disponible y permitido que halló y bajó, aspirando profundamente. Miró su entorno unos segundos y luego comenzó a caminar, observando las tiendas, simples pero encantadores, que iba encontrando a su paso.
Había un supermercado, una farmacia y una casa de antigüedades todo en la misma calle. Se paró a observar cada rincón, distraído. Algunas personas pasaban por su lado, enfrascados en sus rutinas, en sus propias vidas, en sus quehaceres, sin prestarle atención. Sin saber que estaban pasando junto a un hombre que no sabía cómo continuaría su vida a partir de aquel preciso instante.
Cruzó a la vereda siguiente, esquivando a un grupo de niños que iban andando en bicicleta y riendo. Se entretuvo un buen rato hurgando en una tienda de discos y se compró algunas cosas que nunca había oído, siempre interesado en extender sus horizontes musicales. No demoró mucho más en dar con una librería y, como todo en aquel lugar, tenía un aspecto de cuento de hadas, con altas estanterías de madera hasta el techo y viejas sillas mecedoras donde sentarse a leer.
Merodeó entre los estantes, sacando un libro tras el otro para leer la contratapa hasta que encontró algo que le agradó y le pareció interesante. Empezó a dirigirse a la caja, cuando un título sobre una mesa en exhibición le llamó la atención y lo hizo sonreír por unos segundos.
Tal vez ella estaba un poquito perdida, pero probablemente Tim pudiera darle un empujoncito en la dirección correcta para demostrarle que no todo estaba perdido.
A diferencia de su vida, por supuesto.

Tenía que sacudirme la ansiedad de algún modo, así que nadé durante un largo rato, braceando contra las olas que iban inquietándose cada vez más. Pero cuando salí del agua, seguía sintiéndome de la misma manera y, en más de una ocasión, me descubrí a mí misma escrutando el camino, esperando.
Podía entretenerme sin Tim y no caer en pensamientos poco agradables. Estaba segura de ello. Bueno… tenía que hacerlo. Era indispensable que aceptara que mi estadía en Francia no duraría mucho y que la vida me esperaba de regreso en Nueva York.
Mientras me secaba, caminaba de regreso a la casa, aún perdida en mis cavilaciones. Cherry me seguía alegremente por el camino de grava y de no ser por su ladrido no hubiese notado que estaba a punto de chocar con Madeleine, que iba cargando varias bolsas de papel madera hacia el interior de la casa. Me apresuré a ayudarla, porque parecía que algo iba a caérsele de un momento a otro.
- Merci, merci.- Me dijo enérgicamente y ambas cruzamos la puerta hacia el fresco interior de la casa.- Compré algunas cosas deliciosas para prepararles algo de comer.
- Es muy amable, Madeleine.- Musité sonriente, dejando todo sobre la mesada.- ¿Quiere que la ayude?
- Ah, no, no. Se supone que…
- ¿Qué debo descansar y no mover un dedo?- Interrumpí, apoyándome contra la mesa de la cocina y cruzándome de brazos.- No sirvo para no hacer nada. Me vuelvo loca. Y hace muchísimo que no tengo tiempo de cocinar… solía disfrutarlo mucho.
No pudo resistirse mucho más y pronto ambas estuvimos desembolsando todos los comestibles que había comprado. Decidí preparar una ensalada de arroz que solía gustarme mucho cuando me hacía huecos en mi horario para cocinar. Calenté agua y eché una buena cantidad de arroz dentro de la olla una vez que fue el momento justo. Madeleine se mordió el labio.
- C’est excessive.- Comentó, preocupada por mis habilidades culinarias.- ¿Piensas comerte todo eso? Es demasiado para uno solo.
- No es un almuerzo para uno. C’est pour deux.- Fruncí el ceño y la miré inquisitiva.- ¿Se dice así?
Ella sonrió, evidentemente complacida.
- Oui. Monsieur Rice-Oxley le está enseñando bien.- Comentó y me pasó un cuchillo para que yo cortara algunas verduras.- Parece que se están llevando tré bien.
- Es un hombre muy agradable.- Contesté, revolviendo el arroz antes de seguir cortando zanahoria para pasar luego a cortar cubitos de queso gruyere.
- Y muy atractivo.- Agregó ella, de forma sospechosa. Decidí pasar por alto su tono que me indicaba que estaba tratando de tirarme una indirecta.
- Claro.- Concedí, intentando no sonar demasiado interesada.- Interesante, también.
- Han pasado mucho tiempo juntos desde que llegaron ayer…
Esta vez preferí no contestar. Ni siquiera yo entendía bien por qué me había colgado tanto de Tim, cuando mi deseo inicial era estar sola y reflexionar.
- Mucha gente dice que Francia es el lugar perfecto para enamorarse. París es la capital del amor… pero yo no lo veo así. En París uno está seguro de que va a encontrar a alguien a quien amar antes de que termine el día, pero muchas veces no es así. Es difícil encontrar la magia cuando uno mira desenfrenadamente de un lado a otro tratando de encontrar cómo funciona el truco.- La observé, preguntándome a dónde querría llegar con eso.- Pero aquí… aquí hay silencio suficiente para escuchar ese susurro que te hace voltear la mirada para que los ojos de los dos se encuentren. Aquí…
- ¡Oh, vamos, Madeleine!- Exclamé, sonrojándome.- ¿No creerá que Tim y yo…?
- No, no. Yo no dije nada…- Se limpió las manos en el repasador, con expresión inocente.
- Pero lo está insinuando… ¡y ni siquiera lo conozco!- Colé el arroz y lo serví en un cuenco. Lo puse rápidamente en la heladera. Luego miré por la ventana y vi que Tim estaba aparcando el auto en la entrada.
Madeleine volvió a hablar con suavidad.
- ¿Entonces por qué te brillan así los ojos cuando lo ves?
Él bajó del auto con dos o tres bolsas y comenzó a caminar hacia la casa. Cherry corrió a recibirlo y Tim se inclinó a rascarle la cabeza a modo de saludo.
Preferí dejar la pregunta de Madeleine sin respuesta. A mí no me brillaban los ojos. Sólo… sólo… mi retina estaba mucho más lubricada que la de un paciente promedio…
Dios, eso sonaba médicamente ridículo.
Dejé el repasador sobre la mesada y salí de la cocina, encontrándome con Tim en el preciso momento en que entraba en la sala. Le sonreí y él me devolvió el gesto con calidez.
- ¿Encontraste lo que fuiste a buscar?- Pregunté pero mi voz sonó extraña. ¿Por qué Madeleine tenía que perturbarme con cosas sin sentido?
- Sí. Y Vannes es hermoso, es una lástima que no hayas ido conmigo. Deberías ir en otro momento…- Apoyó las bolsas en una mesita junto a las escaleras y se puso a revisarlas, buscando algo.- Manejar hasta allí es muy agradable.
Lo observé atentamente. No se veía relajado en lo más mínimo. Ése no era el aspecto de alguien que acababa de disfrutar de un paseo…
- ¿Estás…?- Mascullé, pero él no me dejó acabar. Se volvió hacia mí con un paquete envuelto de azul con un brillante lazo encima. Confundida, lo tomé en mis manos.- ¿Qué es esto?
- Es para ti. Un obsequio.
Boquiabierta, observé el paquete.
- No tenías…- Farfullé. ¿Por qué me hacía regalos?- Yo…
- Deja de balbucear y ábrelo.- Dijo, con la sonrisa intacta. Pero me di cuenta que esa sonrisa no afectaba sus ojos. Estaban inexpresivos, algo tristes, tal y como lo había visto por primera vez la mañana anterior.
Tiré del extremo del moño hasta desatarlo y quité el hermoso envoltorio con cuidado. Extraje un libro del interior y lo contemplé con el corazón latiendo enloquecido.
- Pensé que quizás te gustaría estudiar otras opciones.- Se apoyó contra la pared para mirarme.- Empezar a pensar en hacer algo que te haga bien, en algo que sea para ti, que te apasione…
Era un grueso ejemplar de tapa dura. Una guía de carreras y oficios, tan diversos como nunca había pensado que existían. Era como si Tim estuviera poniendo el futuro en mis manos. Como si, por única vez en la vida, alguien me diera la oportunidad de hacer lo que quería…
- Tim…- Murmuré, aturdida. Los ojos se me llenaron de lágrimas. No sabía qué decirle. Era absurdo lo mucho que aquel simple gesto significaba para mí y tuve ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.
- ¿Qué te parece si subo a lavarme las manos y a dejar esto en mi habitación y comemos algo? Muero de hambre.- Propuso en cambio, dando a entender que no hacía falta que dijera nada.
Asentí con la cabeza y él empezó a subir las escaleras, mientras yo no dejaba de mirar el libro que tenía entre manos. Suspirando para contener el llanto, me volví hacia la cocina para terminar de preparar la ensalada.
Madeleine me contemplaba desde la entrada con una amplia sonrisa en su rostro afable. Sin decir una sola palabra, se volteó y se perdió al final de un largo pasillo.
Me quedé muy quieta durante unos cuantos segundos, acallando mis pensamientos. Pero no me costó tanto como tratar de acallar los histéricos latidos de mi corazón.

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