miércoles, 18 de marzo de 2009

Bend & Break: Capítulo 17.

Resultó todo un desafío regresar al interior de la casa cuando decidimos dar por finalizado nuestro día en la playa. Nuestras bromas acuáticas habían terminado por subir un poco de temperatura y, desafortunadamente, nuestros trajes de baño habían sido lo suficiente indecentes para perderse en la marea. Tim me envolvió en una toalla (la única que se nos había ocurrido llevar, por añadidura) y se pegó bien a mí para que lo cubriera a él también. Sin poder aguantarnos demasiado la risa, entramos a la casa con pasitos cortos, asegurándonos de no perder la toalla por el camino. Fue una suerte que Madeleine se hallara ausente en ese instante. Ni siquiera quería imaginar el susto que le hubiésemos dado a la pobre mujer.
Excepto cuando hablaba de Jayne, Tim era el tipo más dulce del mundo. Me abrazaba y me acariciaba y me regalaba momentos que estaba segura que serían irrepetibles durante lo que me quedara de vida. Jamás mi existencia había sido tan excitante, feliz y amarga al mismo tiempo.
Me prohibí a mí misma mirar el reloj. No quería que las horas pasaran. Sin embargo, era imposible detener el tiempo y pronto la noche cayó oscuramente a nuestro alrededor. Las estrellas se hicieron su lugar en el firmamento y la luna pintó una estela plateada sobre el mar con su reflejo. Era la noche perfecta pero era, al mismo tiempo, increíblemente desesperante.
Después de la cena decidimos salir a aprovechar ese escenario tan idílico por última vez y obsequiarnos una larga caminata, que hicimos casi en completo silencio, tomados de la mano, con la brisa nocturna alborotándonos el cabello, yo vistiendo un grueso buzo verde de él, Tim descansando los cansados ojos azules detrás de unos lentes rectangulares que le daban una apariencia de lo más intrigante y maravillosa.
Cuando empezamos a regresar, me di cuenta de lo difícil que estaba siendo todo aquello para mí. Cuando el amanecer rayara el horizonte, ya no habría más nada. Tim se iría.
Era en todo en lo que podía pensar cuando, un par de horas más tarde estaba totalmente despierta en la oscuridad de la habitación, tendida en la cama como si aguardara algún tipo de sentencia. Tim estaba recostado a mi lado y, aunque no estaba segura de si dormía, no deseaba hablar. Me conformaba con saber que estaba allí. Me conformaba con saber que podía estirar mi mano y tocar su piel.
Qué vida tan injusta, pensé suspirando. Las cosas no deberían ser así cuando al fin encuentras a esa persona que parece hacer encajar todas las piezas de tu rompecabezas. Debería haber alguna especie de chispa entre los dos que los volviera inseparables… no deberías estar luchando con el fantasma de su ex esposa.
Apoyé la mejilla en su pecho instintivamente y él pasó un brazo por mis hombros. Quizás sí estaba despierto, después de todo. Me pregunté por qué se mantendría tan callado. Me hubiese gustado saber si él pensaba aunque fuera en lo más mínimo en lo que pensaba yo.
Pero no. Seguro que no. No había dudas al respecto. Tim pensaba en Jayne. Tim pensaba en volver a Londres y no olvidar a su esposa. Pensaba en sumergirse en trabajo y dejar que los años pasaran sin detenerse a considerar ni por una fracción de segundo si necesitaba o no una mujer a su lado que lo devolviera a la vida…
Traté de concentrarme en otra cosa. Traté de pensar en lo que fuera que no estuviera relacionado con aquello. Pensé en la cantidad de pacientes que tendría aguardándome en el hospital cuando volviera. Pensé en no volver al hospital y abrir una tienda de lo que fuera o en quedarme encerrada en casa. Pensé en las cosas que quizás no habría apagado antes de salir del apartamento. Pero pensar en fugas de gas y exorbitantes cuentas de luz, no servía de nada. No podía hacer más que ser consciente de lo cerca que estaba Tim, de lo hermoso que era oír su respiración en la quietud de la noche y en lo afortunada que era por poder tenerlo allí al menos por ese tiempo tan limitado, tan tirano. Pensé en lo mucho que me hubiese gustado que esa noche fuera eterna, para que ese brazo que me daba calor al estrecharme no me dejara nunca a merced del frío.
Lo único que podía hacer era no desperdiciar los segundos restantes. Observé su semblante. Tenía el rostro vuelto hacia el otro lado, pero la luz de la luna que se colaba por la ventana le daba directamente en el cuello, donde tenía dos lunares uno casi junto al otro, como si fuera la marca de una mordida. Miré con total atención la sombra creciente de su barba y cómo parecía ausentarse en una pequeñísima, casi ínfima área por debajo de su labio inferior. Miré la forma en que su cabello se aplastaba suavemente contra la almohada y cómo su pecho subía y bajaba al respirar.
Traté de tomar una especie de fotografía mental de aquello, de cada detalle de su piel, de cada movimiento. Sabía que iba a necesitarlo. Sabía que pasaría mucho tiempo extrañándolo antes de poder olvidarlo realmente y que necesitaría esos mínimos detalles que lo volvían real y fabuloso. Necesitaría el recuerdo de su perfume y del sonido de su voz para saber que aquel fin de semana en La Trinité-sûr-Mer no había sido un sueño.
Sin embargo, descubrí tristemente, de haber sido un sueño hubiese tenido un final feliz. De haber sido un sueño no hubiésemos tenido las horas contadas.

El nudo en su estómago se apretaba más y más a medida que pasaban las horas y Tim no podía dormir. Una parte suya estaba cansada y somnolienta después de haber estado en movimiento todo el día y la otra parte anulaba ese cansancio con un insoportable estado de alarma.
Nunca se había sentido tan perturbado en toda su vida como en aquel instante en que trataba de imaginar qué pasaría cuando llegara a Londres. Probablemente nada, se dijo para calmarse. La ciudad no se había detenido por su ausencia. Los demás seres humanos no se habían quedado pausados mientras Tim se escondía en un pueblo francés y Jayne se casaba con algún idiota.
Tim trató de borrar de su cabeza la imagen de Jayne aguardándolo en la entrada de su apartamento. Imaginó que se había quedado dormida tras una larguísima espera. Imaginó que la levantaba en brazos y la metía adentro con él, sin necesitar ni una sola explicación. Jayne volvía porque lo amaba. Jayne volvía porque estaba segura de que no había otro lugar en el mundo donde quisiera estar mientras Tim estuviera con ella.
Tuvo que aguantarse las ganas de resoplar, en una señal de burla hacia sí mismo. Era más imbécil de lo que debía si realmente pensaba que sus fantasías tenían la más diminuta posibilidad de hacerse realidad. De haberlo amado realmente, Jayne se hubiese arrepentido muchos meses antes de haberlo abandonado así. De haberlo amado como él la amaba a ella la separación hubiese empezado a pesarle desde el principio, aplastándole el corazón, haciéndoselo trizas… exactamente como Tim se sentía desde que le había dicho adiós sin mirar atrás.
No tenía más opción que ir a Londres, por mucho miedo que tuviera, y tratar de seguir adelante, aunque el recuerdo de Jayne fuera dejándolo sin vida. Había muchas cosas con las que podía mantenerse ocupado, aunque no lo ayudaran a cicatrizar las heridas. Podía mantener su cabeza apartada del dolor, a pesar de que su alma lo sintiera sin cesar.
Asqueado de tanto melodrama, se acomodó en la cama y apretó más a Mae contra su pecho, cerrando los ojos con fuerza. Hubiese deseado que ella borrara a Jayne de su mente y de su piel, pero sabía que era imposible. Sólo lo había ayudado a sobrellevar aquel fin de semana infernal.
La noche era densa y silenciosa del otro lado de la ventana, agitando suavemente con su brisa la cortina del balcón. Tim centró su mirada en el cielo, como si esperara algo, que jamás sucedió. Inamovible, durante interminables horas, observó cómo el negro azulado se aclaraba hasta rayar el amanecer con sus tonalidades doradas y la franja rosa del sol que luchaba por emerger. Y ni un segundo de aquella extensa contemplación dejó de pensar en lo que había perdido.
En lo que le habían arrebatado.

No estaba segura cuándo había logrado conciliar el sueño, pero el nuevo día me arrancó de él de una forma rápida y sin dolor, como cuando se tira de una bandita. Al principio, somnolienta, me costó entender dónde estaba y qué sucedía, pero el movimiento dentro de la habitación me regresó a una realidad que había temido en la larga vigilia de la noche.
Tim estaba ya levantado, dándome la espalda. Se había puesto un jean y unas zapatillas blancas y verdes. Su cabello estaba húmedo, como si acabara de salir de la ducha y, en ese preciso instante, estaba metiendo la cabeza dentro del cuello de una remera blanca de algodón.
Al volverse para buscar algo en su maleta, notó que yo ya había despertado y me dedicó una sonrisa de lo más apagada. Me apoyé en un codo y lo miré con preocupación. Lucía terrible. Bajo sus impresionantes ojos azules que habían perdido el brillo, había marcas oscuras que indicaban la falta de descanso. Frunciendo el ceño, estiré una mano y le acaricié el brazo.
- ¿Estás bien?
Se limitó a asentir y limpió en su remera un par de lentes de sol en tonalidades marrones.
- No quería despertarte.- Musitó en voz baja.
- ¿No ibas a despedirte de mí?- Sentí una punzada en el pecho, pero aún así logré hablar con cierta ligereza.
- No me agradan las despedidas.
La taciturnidad de Tim me hizo suspirar de pena. Sabía que no era la despedida lo que lo ponía así, no como a mí. Era Jayne. Siempre sería Jayne.
Como no sabía bien qué hacer, le eché un vistazo al reloj que estaba sobre la mesita de luz. Apenas eran las seis y cuarto.
- No sabía que planeabas irte tan temprano.- Comenté, sólo por romper ese silencio que me crispaba los nervios.
- Quiero tomar el primer vuelo que haya. Ya llamé al aeropuerto y tienen lugar en uno que sale después de las ocho.
- Vaya que estás apurado…- Susurré. Me puse de pie, con el cabello revuelto y las piernas temblándome como gelatina. Eché mano a mi camisón, que había quedado tirado en el suelo y me lo puse.
- Tengo trabajo que hacer.- Respondió y la frialdad de su tono fue como un cuchillo clavándose entre mis costillas.
Sin decir nada, fui directo al baño y cerré la puerta. Sentía toda la tensión de mi ser a punto de explotar. Pero no tenía ningún sentido decirle a Tim que se quedara. Jamás funcionaría. Yo no era Jayne. Tim no me amaba.
Me senté en el borde de la bañera y traté de recuperar el aliento. Las manos también me temblaban y me di cuenta que nunca me había sentido tan desvalida en toda mi vida. Nunca ninguna pérdida me había ocasionado aquel sufrimiento y eso que las había sufrido todas. Pero allí estaba aquel desconocido a punto de decirme adiós y yo no creía poder soportarlo.
Me lavé la cara con agua bien fría y me dije que tenía que ser fuerte. En dos semanas ni siquiera recordaría quién era ese hombre. Iba a reírme por haber creído que mi vida iba a acabarse después de eso…
Entonces, ¿por qué sentía que las marcas invisibles que Tim había dejado en mi piel iban a ser permanentes?
Escuché un golpecito en la puerta y Tim se asomó.
- ¿Puedo pasar?- Preguntó. En mi interior se iluminó una mínima esperanza. Asentí con la cabeza y me preparé para echarme a sus brazos cuando él me lo pidiera…- Olvidé mi cepillo de dientes.
Con un chasquido, me di cuenta que era una idiota. Basta de esperanzas. Basta de ilusiones. Basta de creer que los cuentos de hadas eran realidad. Tim se estaba yendo y no pensaba mirar atrás.
- ¿Quieres bajar a desayunar algo antes de…?- Murmuré, deseosa de retenerlo al menos cinco minutos más.
- No, descuida. Se me va a hacer tarde. Ya tomaré un café antes de abordar si hago a tiempo. De todos modos estaré en Londres para la hora del almuerzo.- Contestó como si nada, regresando a la habitación.
Lo seguí, desganada. Mi corazón latía enloquecido. Me puse dos dedos en la muñeca y calculé las pulsaciones por minuto. Si seguía así, iba a tener un paro cardíaco y estaba demasiado lejos de un hospital para permitirme algo así.
- Estás un poco pálida, ¿por qué no bajas a tomar algo?- Por primera vez esa mañana, Tim centró sus asombrosos ojos en mí y sus cejas se juntaron, mostrando su inquietud.
- Estoy bien.- Aseguré, aunque estaba segura de que me hubiese venido bien una inyección de cincuenta miligramos de lorazepam antes de que me fallara el corazón.
- Cherry estaba ansiosa por salir, así que le abrí la puerta y la dejé irse al piso de abajo.- Informó con tono casual.- Supongo que debe estar con Madeleine.- Cerró el cierre de la maleta y le puso los seguros. Ya estaba todo listo.
Se calzó los lentes de sol y sentí que me derretía por aquel hombre. ¿Era necesario que las cosas salieran así?
- Te ves cansado.- Dije, buscando cualquier cosa que pudiera retenerlo unos minutos más.
- No dormí bien, pero trataré de descansar durante el vuelo.- Buscó las llaves del auto alquilado que estaban sobre su mesita de luz y se las puso en el bolsillo.- ¿Cuántos días más piensas quedarte?
Noté el nudo en la garganta que anticipaba el llanto. Maldita sea, no quería ser la estúpida que rogara y…
- No te vayas.- Lloriqueé.
Bien. Demasiado tarde.
Se mordió un labio.
- Mae, vas a estar bien…
- No. No voy a estar bien.- Diablos, ¿por qué no podía cerrar la bocota?- Es absurdo, Tim.
- Tuviste demasiadas emociones últimamente.- Repuso como si nada.- Cuando te estabilices…
- Tienes que olvidarte de Jayne, Tim.- Solté, para arrepentirme al instante. El color azul de sus ojos se oscureció visiblemente, pero a pesar de aquello no podía detenerme. La parte más tonta de mí no quería desechar las esperanzas.- No vale la pena que sufras por ella…
- Creí que habías entendido que…
- Lo que yo entiendo es que eres un maldito testarudo.- Interrumpí, totalmente fuera de mí.- ¡Tienes que reconstruir tu vida como ella reconstruyó la suya! ¡Tienes que dejar de esperarla, Tim!
- No te metas en lo que no te incumbe, Mae.- Pidió entre dientes.
- ¡Es que no puedo verte así! ¡Mírate, por amor de Dios! Eres un estropajo. Sólo te falta arrastrarte por los pisos, si es que no lo haces cuando nadie te ve…
- Cierra la boca, no tienes la menor idea de lo que…- Tenía la mandíbula tensa y fui consciente de lo lejos que había ido. Meterme en aquello era lo peor que podía hacer pero la desdicha actuaba por mí, se había apoderado de mi capacidad de actuar y no lograba detenerme.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas.
- Estaba hablando en serio, Tim, cuando te dije que al fin encontré algo que me apasiona.
Se quedó helado, observándome.
- Mae…- Susurró, compasivo.- Sabes perfectamente que yo…
- Por primera vez en mi vida sé exactamente lo que quiero, y tú me lo estás arrebatando.- Me senté en la cama, sin poder estar de pie un segundo más.
- Lo lamento, pero…
- No me pidas perdón. Haz algo. Sé lo suficientemente hombre para arriesgarte…- El cabello me caía sobre el rostro y sabía que debía estar personificando a la mismísima imagen de la miseria, pero no me importaba.
- ¡No puedo!- Exclamó frustrado.
- No, no quieres.- Corregí.- Estás ciego.
- No puedes elegir qué sentir y qué no, Mae.- Replicó abatido.- Si fuera así…
- Si fuera así seguirías eligiendo a Jayne. Te gusta sentirte así. Lo disfrutas, maldita sea…
- No, no disfruto sentir que estoy muriéndome.- Cortó amenazante.- No tienes idea de lo que se siente…
- ¿Querer y no ser correspondido? ¿Amar y ser abandonado?- Lo miré, mordaz.- ¿Qué piensas que está pasando aquí, Tim? Yo…
- No.- Farfulló, dándome la espalda.- No lo digas.
- ¿Crees que si no te lo digo lo hará menos real? ¡Será fácil para ti dejarme atrás, pero para mí será lo mismo!
- ¡Tengo suficientes problemas, Mae, no estoy en condiciones de cargar con los tuyos también!- Parecía furioso y eso hizo que yo misma me enfadara.
- Si fueras menos cabeza dura y dejaras de sentir compasión por ti mismo, te darías cuenta que no estoy loca. Hay algo entre tú y yo… no es imposible.
- Creí que las cosas estaban claras.
- Me estoy muriendo de ganas de estrangularte.- ¿Cómo podía ser tan insensible?
- ¡No pensé que ibas a terminar… sintiendo algo por mí!- Las palabras sonaban atragantadas en su voz.
Traté de calmarme. Aquella no era la manera de enfocar las cosas.
- Tim…- Susurré, dolida.- Te entiendo. Sé que… sé que has pasado por algo terrible, sé que aún te duele… pero cerrarte a algo que podría ser maravilloso…
- No. No va a ser maravilloso. Todo tiene un final alguna vez. Si no es Jayne, eres tú o alguna otra que vendrá después. Y ya no puedo soportarlo.
- No te haré lo que Jayne te hizo, Tim. De verdad te…
- ¡No, por favor! ¡No lo digas!- Repitió, fuera de control.
- ¡Te amo!- Grité irritada por su testarudez. Cerró los ojos como si lo hubiese insultado gravemente.
El silencio se cernió sobre nosotros, casi irreal después de aquella discusión tan fogosa. Hasta el tiempo pareció detenerse.
Entonces Tim hizo el primer movimiento. Se inclinó hacia la maleta y la levantó.
El pánico se apoderó de mí.
- Por favor…- Supliqué.
- Tengo un vuelo que tomar.- Respondió en voz casi inaudible.
- Tim…- Me puse de pie a toda velocidad mientras él alcanzaba la puerta.
- Au revoir, Mae.- Murmuró con una mueca apenada.- Es una lástima que tengamos que despedirnos así.
- No me hagas esto…
Se volvió a clavar sus ojos azules en los míos por última vez.
- Créeme: una despedida es lo mejor que puedo ofrecerte ahora.
Y, antes de que pudiera detenerlo, abría la puerta y salía por ella, dejándome sola en la habitación. Yo me quedé helada, observando el sitio por el que había desaparecido, como si de pronto me hubiese convertido en una piedra.
Lo que pareció una eternidad más tarde, oí el sonido de un motor poniéndose en marcha. Mis músculos reaccionaron lo suficiente para llevarme a toda velocidad hasta el balcón. El auto gris de Tim reflejaba la luz del sol sobre el techo, mientras daba marcha atrás y salía del camino de la casa. Lo seguí con la mirada hasta que se perdió y luego, aferrándome con fuerza al borde del balcón, me quedé muy quieta, esperando el momento en que regresara, como ya lo había hecho antes.
Le había dicho que lo amaba. Tenía que volver. Los nudillos se me pusieron blancos por la fuerza con la que me sostenía, segura de que si me soltaba todo se derrumbaría a mi alrededor.
Respirando entrecortadamente, esperé. Esperé hasta que el sol cambió de posición y terminó hundiéndose en el cielo oscuro de la noche. Y sólo entonces me dije a mí misma que no había nada que esperar.
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