viernes, 19 de junio de 2009

Wolf at the Door: Capítulo 22.

En camas distintas de habitaciones distintas, dos corazones distintos latían igualmente desbocados. Dos pares de labios distintos compartían el vestigio de un sabor dulce y cálido; y dedos de manos distintas ansiaban acariciar y saciar la sed que hacía que todo hirviera por dentro.
Tom se incorporó en la cama, encendió el velador y fue consciente de que no podría conciliar el sueño en lo que quedaba de noche. Era como si todos sus sentidos se hubiesen convertido en radares que percibían hasta la más mínima respiración que Maggie emitía al otro lado del pasillo. Todo su cuerpo cosquilleaba de ganas, y la tentación de ir a buscarla era cada vez más difícil de ignorar. Sólo saber que Lena estaba durmiendo con ella lo detenía.
Miró su enorme cama casi vacía y se preguntó por qué Maggie no había ido con él una vez que la pequeña se durmiera. Durante un buen rato la había esperado en la oscuridad, casi sin atreverse a cerrar los ojos por si se quedaba dormido y no la oía, pero ella ni siquiera volvió a salir de su cuarto. Dudas, seguramente. Maggie siempre tenía miedos y dudas.
Tom se sorprendió a sí mismo pensando que él ya no tenía ni el uno ni la otra. Quería darle una oportunidad a esa extraña química que hacía que las cosas explotaran entre ellos. Quería ver qué sucedía si avivaba de a poco el fuego, quería saber si las llamas iban a extinguirse de inmediato o si se quedarían encendidas como alimentadas por la hojarasca.
Por el fuego reprimido que sentía él, quemándolo casi dolorosamente, estaba seguro de que iba a tener lumbre para rato.

Cuando amaneció, parecía que el clima estaba dispuesto a darles una tregua para que el fin de semana fuera más agradable. Ya no nevaba, ni había un viento insoportable, ni hacía ese frío mortal que parecía congelar las mejillas con sólo asomarse afuera. El sol brillaba con fuerza y Maggie cerró los ojos intentando sentir plenamente su calidez.
Sabía que Tom ya se había levantado porque lo oía dar vueltas en el piso de abajo, hablando con Lena, que había bajado en cuanto se había percatado de que su padre estaba despierto. Ella fingía dormir, pero sólo porque buscaba la mejor manera de enfrentar el inminente desayuno.
Tenía la absoluta certeza de que en cuanto esos ojos verdes se clavaran en ella otra vez, se derretiría en los recuerdos de la noche anterior y perdería la cabeza, como le sucedía cada vez que Tom la tocaba. ¿Por qué tenía que tener ese efecto sobre ella? En cuanto le ponía un dedo encima, Maggie se convertía en algo débil y sin voluntad propia. Parecía que en cuanto le ponía un dedo encima, el que realmente mandaba era el impulsivo deseo que reverberaba en su pecho, incontrolable.
Se percató de que estaba sonriendo como una tonta y se dio cuenta que no recordaba cuándo había sido la última vez que un hombre la hiciera sonreír en vez de llorar. Sus últimas experiencias habían sido desastrosas, pero era como si con Tom supiera que los finales trágicos eran casi imposibles. ¿De qué otra manera podía explicar ese insólito bienestar en el fondo de su alma que la embargaba cuando estaba con él?
Necesitaba urgentemente despedirse de esos miedos inútiles que la frenaban cada vez que se disponía a buscar la felicidad. Y, como si el sol se hubiese vuelto más brillante y se hubiese metido en la mismísima habitación, Maggie se sintió envuelta en una luz blanquísima que significaba su propia iluminación: quería a Tom, más incluso de lo que se atrevía a reconocer y todo su ser le exigía a gritos que hiciera algo al respecto, que no lo dejara ir.
¿Cómo iba a conseguir ser feliz si todo el tiempo estaba evitando tomar riesgos para no salir lastimada? Arriesgarse era parte de la vida. Si se la pasaba protegiéndose de todo, las cosas jamás cambiarían.
Pero, ¿y qué sucedería con Lena? ¿Y qué si algo salía mal y la que acababa lastimada era su hija? Maggie se sentó en la cama y se frotó la frente, pensativa. Sabía que, inconscientemente, no estaba haciendo más que buscar excusas para seguir escondida bajo su caparazón invisible. Lena no tenía por qué separarse de Tom si él decidía que quería ser parte de su vida.
Empezaba a dolerle la cabeza de darle vueltas al asunto. Se levantó lentamente y decidió bajar, sabiendo exactamente cómo sentiría un vuelco en el estómago al encontrar a Tom.
- ¡Hola mami!- Exclamó Lena en cuanto la vio asomarse a la cocina. Tom estaba sacando el pan de la tostadora y miró sobre el hombro en su dirección. La sonrisa que asomó en su rostro fue casi imperceptible, pero funcionó a la perfección en Maggie: ahí estaba, la sacudida primero, los flashes de vívidos recuerdos después, el rubor en sus mejillas por último.
- Buenos días.- Musitó él, apartando la mirada y volviendo a lo suyo, quizás sin ser consciente de cómo acababa de provocar un huracán en el interior de Maggie.- ¿Quieres una tostada?
- Sí, gracias.- Susurró ella a su vez, buscando una taza en la alacena con manos temblorosas. Temblores de ansiedad. De ansiedad de acariciarlo, de atraer los labios de Tom hacia los suyos y…
Contrólate un poco, ¿quieres?
Fue más rápido que ella. Se paró a su lado y buscó la taza en lo alto del estante sin dificultad alguna, rozando sus dedos suavemente, casi con descuido, pero haciendo que ella volviera a tener un espasmo de deseo contenido.
- Gracias.- Repitió con torpeza, y tuvo la sensación que Tom la estaba apretando levemente contra la mesada antes de apartarse de golpe y darle una tostada con mermelada a Lena.
Maggie trató de recuperar el aliento y se dijo que, si se lo pedía en ese preciso instante, se casaría con ese hombre sin pensárselo dos veces.
Se sirvió café y se sentó en la mesa junto a Lena. Tom revolvió su té con calma y le dio un sorbo. Con los ojos especialmente brillantes, habló con voz suave y tranquila.
- ¿Dormiste bien anoche, Maggie?
Le sostuvo la mirada tanto como le fue posible y trató de reprimir la sonrisa al ver su expresión algo pícara. Tom quería jugar con ella, pero de una manera con la que Maggie estaba totalmente de acuerdo.
- Sí.- Respondió solamente.
Tom comenzó a llevarse la taza a los labios y, antes de dejar que el té caliente entrara en su boca, volvió a hablar.
- Yo no.- La apoyó nuevamente en la mesa y le untó otra tostada a su hija.- Ten, nena.
Lena estiró la mano y empezó a comerse su tostada, llenándose las mejillas de dulce. Maggie la limpió con una servilleta.
- ¿Vas a ir hoy al estudio, papi?- Preguntó ella, tratando de zafarse de su madre para seguir comiendo.
- No, hoy no.- Tom seguía mirando fijamente a Maggie aún mientras hablaba con Lena y ella simuló no percatarse de nada.
- ¿Podemos salir a pasear?- Inquirió, con ese tono tan tierno que hacía que Tom tuviera ganas de darle cualquier gusto, incluso si hacía falta comprarle una juguetería entera para ella solita.
- ¿A dónde quieres ir, nena?
Lena se sumergió en su parloteo constante y casi imposible de seguir. Todo lo que Tom oyó fue “a donde no haya ido nunca” y se permitió perderse en sus propios pensamientos, mientras miraba a Maggie del otro lado de la mesa, que subía sus ojos de tanto en tanto para centrarlos en él. Ya que a Lena le daba lo mismo, quizás pudiera dejarla un rato en casa de Richard y él y Maggie podrían…
- No lo molestes, Lena, está cansado. Nos quedaremos aquí, jugarás con…- La dulce voz de ella interrumpió sus cavilaciones y él reaccionó.
- No, no, Maggie, no me molesta. Iremos por ahí, ya veremos.- Dijo distraídamente con una sonrisa, al tiempo que trataba de buscar su celular en algún bolsillo para llamar a Rich cuanto antes.
Después de un rato, ellas volvieron a subir y Maggie se encargó de bañar y vestir a Lena. Tom llamó al menos mil veces a Richard, pero su celular estaba apagado y en su casa no contestaba nadie, así que lo más probable era que no quisiera que lo molestaran. Tim, por su parte, contestó con un gruñido de fastidio y Tom se dio cuenta que no era un buen momento, así que se excusó lo más rápido que pudo y cortó.
Cuando Lena apareció en las escaleras parecía otra vez la tierna princesita de la que él se había enamorado tan rápidamente, con su vestidito rosa y su cabello bien peinado. Tom la levantó en brazos nada más verla, embargado de esa cálida sensación que aún no sabía explicar.
Unos minutos después estaban los tres en el auto y él iba manejando aún sin rumbo concreto. En el estéreo sonaba una canción de Barney pero, por primera vez, a Tom no le molestaba en lo más mínimo.

Terminaron en el centro comercial de Hastings, que era el más grande de toda el área cercana. Lena estaba excitadísima con las tiendas y Maggie observaba los escaparates tratando de mostrarse indiferente, pero Tom sabía que le encantaba todo lo que veía. Él, sin embargo, trató de tomar nota mental de todas aquellas cosas que parecían gustarle más. Sabía que si le ofrecía comprarle algo ella se quejaría sin cesar, así que volvería sólo a buscarle algún regalo.
Pero con Lena no tenía restricciones. La dejaba entrar en todas partes y elegir todo lo que le gustaba a pesar de que su madre intentaba protestar.
- Tom, por Dios, no la malacostumbres. ¿Cómo crees que voy a comprarle tantos juguetes?
Él se limitaba a mirarla en silencio, profundamente, con una intensidad que la hacía sentir azorada, como si acabara de hacer o decir algo terrible.
Al salir de la librería, donde para desgracia de Tom, Lena acababa de encontrar el libro de cuentos de Pocahontas, la pequeña empezó a saltar alrededor de su madre tirándose de los pantalones.
- Quiero ir al baño.- Musitó con un quejido y Maggie extendió la mano hacia ella para llevarla.
- Volveremos enseguida. ¿Nos esperas aquí?- Le preguntó y lo miró esperando que no se le notara demasiado lo mucho que deseaba besarlo en ese instante.
- Sí, sí, me quedo aquí.- Respondió Tom distraídamente, parándose junto a la tienda de discos. Empezó a escrutar el escaparate con el ceño fruncido y las manos llenas de bolsas
¿No era ése el disco que Tim llevaba semanas tratando de conseguir y que estaba agotado en todas partes? Quizás debía entrar y comprárselo…
Se dio media vuelta para entrar y sintió que chocaba con alguien y sus bolsas se caían al suelo. Pidiendo disculpas atolondradamente, empezó a recoger todo.
- ¿Tom?
La voz era inconfundible, pero aún así durante unos momentos le costó creer lo que oía. Y así y todo, cuando levantó los ojos y se reincorporó un poco con las bolsas ya seguras en sus manos, y vio a Nat, se sintió sorprendido y extraño.
- Hola.- Saludó, pensando que debía parecer un torpe, mirándola casi boquiabierto.
Tenía el largo cabello castaño suelto y caído con gracia sobre la espalda. Llevaba un abrigo ceñido al cuerpo color azul que a Tom le encantaba como le quedaba y el tiempo que llevaba sin verla hizo que se asombrara de lo increíblemente hermosa que le parecía.
- ¿Cómo estás?- Preguntó ella con formalidad, pero quizás también algo nerviosa.
- Bien, gracias.- La estudió con cuidado.- ¿Y tú? ¿Estás bien?
- Sí.- Asintió quedamente, y clavándole los ojos sin reparo alguno, agregó:- aún me pregunto qué ha sido de ti y qué fue lo que te pasó.
- ¿Sigues enfadada?- Quiso saber, rascándose la cabeza porque no sabía qué más hacer.
- En cierto modo, sí.- Se cruzó de brazos y se paró con más firmeza frente a él, haciéndolo sentir tan indefenso como siempre que estaba a su lado.- Pero supongo que en el fondo… tengo que entenderlo. Y has querido hacer lo correcto, quedándote con la chiquilla.
Tom tragó saliva porque no tenía dudas de que iba a preguntarle si aún tenía a Lena.
- Espero que todo se haya solucionado ya.- Dijo Nat en cambio, colgándose mejor el bolso que se le resbalaba por el brazo.- Y quizás cuando estés del todo libre, puedas invitarme a cenar y…
- Tom, ¿tú tienes la bolsa de la juguetería o la dejé en el baño?- Maggie apareció de repente y se paró frente a él, pero Tom difícilmente notó que estaba allí: Nat quería que salieran.
Maggie observó a Tom extrañada y vio que miraba algún punto fijo detrás de ella con total atención. Cuando también se volvió para ver qué pasaba y se encontró con aquella chica tan bonita no dudó ni un segundo y supo quién era al instante. Se sintió como un pájaro que vuela libre en el cielo azul y de repente es derribado por un tiro certero.
Nat escrutó a Maggie con los ojos muy abiertos y sin disimular en lo más mínimo. Luego bajó un poco la cabeza y vio que Lena asomaba entre ambos y empezaba a tirar de la manga de su madre y su padre simultáneamente.
- Bueno… parece que me equivoqué.- Murmuró y se dio media vuelta para alejarse de ellos cuanto antes.
Tom casi pasó por encima de las dos para estirar la mano y poder tomar el brazo de Nat.
- Aguarda, Nat, por favor…- Pidió, desesperado.- Sólo un segundo.
- ¿Qué quieres? ¿Hablar?- Replicó ella, despectivamente.- Creo que cualquier cosa que quieras decirme acaba de quedar muy en claro.
- Es que no entiendes, Maggie…- Se esforzó por explicarse, pero Nat lo cortó con brusquedad.
- Me importa un demonio qué hagas con la mocosa y la puta de su madre. Ahora suéltame, no tengo todo el día.
Reticente, Tom retiró su mano y la siguió con la mirada hasta que se perdió entre la gente. Solo un minuto más tarde recordó la presencia de Maggie y Lena. Las miró levemente y sacó las llaves del auto de su bolsillo.
- Vámonos a casa.- Farfulló en voz baja y caminó con paso abatido hacia la salida, mientras Maggie arrastraba a Lena y sus propias alas rotas detrás de él.
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2 comentarios:

asdasdasd_ dijo...

vamos por el 23 (neura)

Unknown dijo...

no me gusta el final... me asusta q pase en realidad...