viernes, 14 de agosto de 2009

Leaving So Soon: Capítulo 5.

Tim cerró la puerta del horno de un empujoncito y se acercó a la pequeña bodega que estaba en uno de los extremos de su cocina para buscar una botella de vino. La dejó sobre la mesa ya preparada para la cena y fue a controlar que la salsa que estaba ya casi hirviendo en una pequeña sartén no se pasara del punto justo. Probó un poquito, casi quemándose los labios y decidió que estaba perfecta así.
Bajó el fuego. Tim disfrutaba cocinar de vez en cuando. Se ponía algo de música de fondo, tomaba algo y despejaba sus pensamientos mientras se concentraba en hacer algo delicioso. Y por lo menos una vez a la semana, cuando Jayne llegaba tarde del trabajo, él se hacía cargo de la cena, con la intención de consentirla un poco. Más tarde, en la cama, ella lo consentía a él.
Supo que su esposa acababa de llegar cuando oyó el sonido de la puerta de entrada y el de unas llaves cayendo sobre la mesita del vestíbulo. Esbozó una sonrisa y, secándose las manos en un trapo de cocina fue a su encuentro.
Jayne le daba la espalda. Estaba dejando su bolso y su chaqueta en el armario. Tenía los hombros algo caídos, así que Tim asumió que había tenido un día largo y estaba cansada.
- Hola, cariño.- Le rodeó la cintura con los brazos por detrás y le dio un beso en la mejilla.- ¿Qué tal tu día?
Se había puesto algo tensa y estaba tan quieta que parecía una muñeca de porcelana.
- ¿Estás bien?- Preguntó, frunciendo el ceño levemente.
Jayne asintió con la cabeza en silencio.
- ¿Por qué no te pones cómoda? La cena está casi lista.- Se apartó de ella para regresar a la cocina.- Preparé algo que…
- ¿Fuiste a ver a Georgia?- Exclamó ella entonces, sin poder soportarlo un segundo más.
Tim se endureció a mitad de camino. Se volvió muy despacio hacia ella, preguntándose cómo demonios se había enterado.
- ¿Quién te lo dijo?- Murmuró, intentando mantener la calma. Lo último que quería era que Jayne se sintiera herida.
- Ella misma.- Contestó y Tim tuvo la certeza de que se estaba aguantando las lágrimas.- Acabo de encontrármela.
Tim esperó. Sabía que lo que estaba viniéndosele solo podía compararse con una tormenta eléctrica.
- ¿Por qué me lo ocultaste?- Inquirió su esposa, sumiéndose de a poco en la desesperación.- ¿Por qué fuiste a verla?
- No te lo dije porque no me pareció necesario, Jayne.- Explicó, tratando de sonar despreocupado para que ella no se alterara tanto.- Eres muy vulnerable cuando de Georgia se trata…
- ¡Me pregunto por qué!- Espetó ella, sarcástica, dejando que la ganara el enfado.
- Cariño, por Dios, han pasado quince años…- Susurró, cansinamente.
- Has contado los años uno por uno. Los has sufrido, nunca la olvidaste…- Jayne rodeó la mesa del comedor para ponerse lo más lejos de él que le era posible.
- ¡Por supuesto que sí, no seas ridícula!- Replicó Tim, quizás demasiado pronto, quizás con demasiado énfasis.
- ¿Para qué la buscaste, Tim? No me has respondido.- Insistió, escrutándolo con la mirada, casi devorándoselo con los ojos, como si así fuera a enterarse de toda la verdad mucho más rápido.
Suspirando, Tim levantó un brazo y se rascó la cabeza. No había mucho que pudiera decirle sin causarle dolor.
- Sólo quería saber si era cierto lo que Rich nos había dicho, Jayne. Quería ver si no se había equivocado.- Dijo. Hizo una seña hacia la cocina.- ¿Podemos cenar ahora?
- No.- Repuso ella, cortante.- ¡Dios mío, Tim, después de todo este tiempo sigues pendiente de Georgia como cuando teníamos dieciocho años! ¡No hizo más que aparecer y tuviste que correr detrás de ella para verla!
- Te digo que no es para tanto, cariño. No quiere decir que siga enamorado de ella, ni mucho menos…
- ¿Entonces por qué no le dijiste que estás casado conmigo?- Interrumpió y Tim se dio cuenta que eso era lo que más le dolía de todo el asunto.
Se acercó con cautela y la envolvió en sus brazos. Era obvio que todo aquello era demasiado para Jayne. La afectaba más de la cuenta.
- Porque no es asunto suyo, Jayne.
Ella cerró sus manos en puños contra su pecho y lo empujó delicadamente, pero con firmeza.
- Suéltame, Tim.
Sorprendido, Tim aflojó su abrazo y la siguió, mientras su esposa se dirigía a la cocina. Abrió el refrigerador y buscó una botella de agua.
- No tengo hambre.- Musitó en voz baja, antes de darle un largo trago, sin siquiera mirarlo.
Tim se apoyó contra la mesada para observarla, incrédulo. ¿Acaso lo que él decía no tenía valor para ella? Le estaba diciendo que Georgia no le importaba.
- Jayne, por favor, estás exagerando.- Masculló, en un último intento de hacerla entrar en razón.- Estás poniéndola entre nosotros como si fuera una pared que nos separa… y estás equivocada. No me interesa que haya vuelto. Puede quedarse, puede irse, puede hacer lo que se le antoje…
Jayne levantó los ojos hacia él. Estaban abnegados en lágrimas. Tim deseó acercarse y consolarla, pero supo que no iba a permitírselo.
- Supongo que es el precio a pagar por casarte con el novio de tu mejor amiga.- Farfulló ella, sintiendo que el llanto iba subiéndole por la garganta.- Nunca sabes cuando va a aparecer para arrebatarte lo que creías que era tuyo.
Y sin decir más, salió de la cocina como un rayo, desapareciendo en dirección a las escaleras. Tim la oyó subir corriendo y cerrar la puerta de su habitación de un golpe. De un manotón malhumorado, apagó el horno y se olvidó de la cena.
Era evidente que, en su vida, siempre había una mujer dispuesta a pisotear sus planes.

Estaba de mucho mejor ánimo cuando se despertó en su incómodo colchón en el suelo a la mañana siguiente. Georgia estaba segura de que su encuentro con Jayne era algo fortuito, destinado a facilitarle las cosas. Quizás su vieja amiga pudiera ayudarla a encontrar nuevamente el camino. Después de todo, ella había participado de todas las decisiones importantes que había tomado en su vida. Georgia se preguntaba cómo había podido decidir por sí misma durante los últimos quince años.
Se dio una ducha y se vistió antes de bajar a desayunar. En la cocina, su padre aún estaba sentado a la mesa, con apenas un fondo frío de té en su taza y el periódico desplegado frente al rostro, de modo que no podía verlo. Su madre, en cambio, pululaba alrededor, haciendo la limpieza matutina y dejó que Georgia se encargara de buscarse solita algo que comer.
Había algo de cereal en la alacena y se apropió de la caja enseguida. Hacía mucho que no disfrutaba de verdaderos desayunos. Se había acostumbrado a tomarse un presuroso latté de vainilla camino a la oficina, con algún muffin de arándanos si es que había tiempo. Y si no… bueno, a apretar el cinturón sobre su impecable falda Chanel hasta la hora de la cena, porque no tendría ocasión de detenerse por comida durante el resto de la jornada.
Se sirvió abundante cereal y, dado que la última conversación con su padre no había sido muy agradable, manoteó una cuchara rápidamente y decidió irse a desayunar a la galería. Por las ventanas se colaba un sol espléndido y era hora de que comenzara a broncearse para poder lucir su traje de baño perfectamente.
Bueno, no tenía planes para irse de vacaciones, pero… ¿y si surgía algo imprevisto? Tenía un precioso traje de baño de dos piezas en color blanco con detalles en dorado en los breteles y el elástico de la parte superior. Si seguía tan pálida como en ese momento iba a parecer una muerta en vida.
- Siéntate, Georgia, vamos a hablar.- Masculló su padre, sin embargo, no dándole el tiempo suficiente de escapar.
Se tragó la maldición que pujaba por escapar entre sus labios y obedeció, sin decir nada.
- Quizás fui un poco brusco ayer, pero mantengo lo que dije.- Bajó el periódico y clavó sus ojos en los de su hija.- Quiero lo mejor para ti, Georgia, pero creo que tienes que cambiar muchas cosas para poder conseguirlo.
Clavó la cuchara en el cereal y se llevó un puñado a la boca. Masticó concienzudamente, esperando que, tarde o temprano, Joe Atwood se dignara a disculparse.
- El problema es que ya te subiste a un pedestal, hija, y no pareces muy dispuesta a empezar desde abajo y a ganarte un puesto con tu…
- Yo ya me gané un puesto alto comenzando desde abajo, papá.- Interrumpió, dándose cuenta que tenía menos paciencia de lo que pensaba.
- Pero te despidieron.- Remarcó él, sin delicadeza alguna. Georgia se desinfló y empujó su cereal, perdiendo el apetito.- Y tienes que empezar de nuevo, de algún modo.
Suspiró y se cruzó de brazos.
- No estarías con toda esta cháchara si no tuviera un motivo. ¿Qué quieres, papá?- Preguntó, yendo al grano.
- Oí que necesitan camareras en el Blacksmith.
Georgia puso los ojos en blanco.
- Por amor de Dios, ¿no crees que sirva para algo más que para servir mesas?
- Es un trabajo perfectamente honesto.
- Sí, pero creo poder aspirar a algo más…
- Si hubieses ido a la Universidad…
- No te preocupes por mí, papá, voy a encontrar un trabajo muy pronto, me iré de esta casa y podremos volver a ignorarnos otros quince años.- Soltó, poniéndose de pie sin mucha ceremonia y saliendo de la cocina como un huracán.
Se sentó en una de las sillas mecedoras de la galería y se meció violentamente hasta que empezó a sentirse mareada por las idas y venidas. Estaba furiosa, pero lo peor era que no tenía a donde ir. Sus opciones eran estar anclada en aquella casa del demonio o recorrer ese aburrido pueblo otra vez.
Pensó en Jayne y deseó que fuera a buscarla pronto. Se lamentó por no haber sido lo suficientemente inteligente la noche anterior como para pedirle algún número de teléfono o la dirección de su casa. Se preguntó si trabajaría y si había encontrado al hombre perfecto con quien casarse. Durante el tiempo que habían sido amigas, Jayne nunca había mostrado interés por ningún chico en particular y sus relaciones habían sido más bien fugases. Georgia siempre había lamentado que su amiga no pudiera tener algo tan lindo como lo que ella tenía con Tim.
Recordar a Tim tampoco iba a hacerle ningún bien. Por mucho que le pesase, sabía que iba a tener que disculparse con él tarde o temprano. El problema era que no se sentía con muchas ganas de volver a enfrentarlo y tenía la sensación, desagradable por cierto, de que no sólo él estaba demasiado ofendido para aceptar lo que ella fuera a decirle, pero de que además no podría volver a soportar la intensa mirada de esos ojos azules nuevamente. Maldito bastardo seductor…
Aún así, tenía que ser fuerte y tragarse su orgullo para hacer lo correcto. No podía vivir sabiendo que había lastimado a alguien que la había amado tanto. Aunque ese amor estuviera ya extinto, Georgia se lo debía.
Bajó lentamente los escalones de la galería, perdida en el cielo claro y despejado. Comenzó a caminar, sin dejar de mirar las esponjosas nubes sobre su cabeza. Varias veces se había recostado en la hierba con Tim a contemplar las formas de las nubes. Para ella siempre eran diamantes, anillos, el símbolo de Givenchy. Para él siempre eran pianos, notas musicales y, extrañamente, zapatillas Dunlop. Quizás sólo para fastidiarla. Sabía que Georgia odiaba esas espantosas zapatillas blancas y verdes. Eran de muy mal gusto.
Lo que podría llegar a considerarse el centro de Battle estaba bastante ajetreado. Con el buen tiempo, los turistas aprovechaban para recorrer alguna que otra tienda, visitar la abadía y recorrer las calles para seguir el aburridísimo Battle Town Trail, una especie de caminata a través de la historia del pueblo. Georgia hubiese sido capaz de suicidarse si la obligaban a hacerlo una vez más en su vida.
Lo que más le molestaba de Battle era cómo sus habitantes se empecinaban en vivir en el pasado. Por muy orgullosos o atraídos que pudieran sentirse de los hechos históricos sucedidos en el mismo lugar donde habían crecido, no podían aferrarse a algo sucedido casi mil años antes. Era ridículo.
La pequeña voz de su cabeza carraspeó en alguna parte, como llamándole la atención. Con un tono meloso, casi burlón, le susurró: ¿y por qué tú sigues anclada en lo que pasó hace quince años?
- ¡Eso no es cierto!- Bufó molesta, y un grupo de personas que caminaba frente a ella se volvió a mirarla, extrañados. Georgia esbozó una sonrisa avergonzada y se alejó de ellos de inmediato.
No tenía más opción que seguir pensando en lo sucedido antes de que se fuera de allí. Había tenido que volver y eso la obligaba a enfrentarse a algunas cosas en particular. Ni siquiera había pensado en Tim todo ese tiempo.
Bueno… casi no había pensado en él.
Abandonó el movimiento del pueblo y empezó a cruzar a través del campo, sin ninguna dirección en particular. Los recuerdos fluían alrededor de ella mientras iba caminando. Cada rincón de Battle había protagonizado algún momento de su adolescencia. Vio a lo lejos el árbol en que Jayne y ella solían pasar horas y horas. Simplemente se sentaban entre las gigantescas raíces y hablaban sin parar. Sintió como si las ramas que apenas se agitaban en el viento veraniego la estuvieran arrastrando. Casi pudo oír su propia voz.
- Anoche…- Se oyó decir con cierta timidez.- Anoche Tim y yo hicimos el amor.
- ¿De verdad?- Exclamaba Jayne, sentándose muy recta para mirarla con total atención.
- Sí.- Georgia enrojecía por completo y se hacía la distraída arrancando un puñado de césped a sus pies.
- ¿Y…? ¿Y como fue?- Quiso saber su amiga, maravillada.
- Raro.- Musitó, pero sin poder esconder una enorme sonrisa.- Y hermoso. Sus padres tenían un compromiso y envió a su hermano a casa de Tommy para que estuviéramos solos.- Se recostó contra el tronco del árbol, pensando en esa noche inolvidable.
El recuerdo de esa tarde se desvaneció de repente. Georgia rozó con los dedos la áspera corteza y sonrió, pero no con la misma alegría que en esos tiempos. Una inesperada nostalgia se apoderó de ella. La noche en que había hecho el amor por primera vez regresó a su memoria con tanta nitidez que hasta perdió el aliento.
Sacudió la cabeza, negándose a pensar en ello y siguió caminando. No tenía ni la más mínima idea de adonde iba, pero parecía que sus pies estaban muy seguros del camino, así que se limitó a seguirlos.
Empezaba a perder la noción del tiempo, metiéndose entre los árboles y buscando el cielo nuevamente entre sus altas y tupidas ramas. Su corazón latía desbocado aunque ella no podía decir muy bien por qué.
Y entonces algo hizo clic en su interior. Y lo supo. Supo a donde estaba yendo y quiso dar media vuelta y regresar a su casa. ¿Por qué se empeñaba tanto en buscar el pasado? Esa maldita voz dentro de ella tenía razón. Estaba atrapada en lo sucedido cuando sólo era una niña.
Más allá del último grupo de árboles sabía que había un enorme granero destartalado. Por alguna razón, a Tim siempre le había gustado aquel sitio. Quizás porque estaba apartado de todo. Quizás porque le gustaba la idea de entrar en un lugar que le estaba prohibido, que no era suyo. Nunca lo había entendido. Pero lo que más la paralizaba de todo ese asunto era que, en ese granero, Tim le había dado su primer beso.
Georgia había mirado con desconfianza las gastadas vigas del techo, casi esperando que se le viniera todo el maldito lugar encima. Las paredes descascaradas tampoco la tranquilizaban mucho y estaba segurísima de que en alguna parte habría ratas. Y como cualquier otra niña de catorce años, odiaba a eso bichos inmundos.
- ¿Para qué me trajiste aquí?- Le había preguntado a Tim, refunfuñando.- ¿Podemos volver a casa?
- Quiero hacer algo antes.- Había respondido él, acercándose muy despacio a ella.- Pero prométeme que no me vas a golpear, Georgia.
- ¿Por qué iría a golpearte?- La habían sorprendido sus palabras. Tim era una de las personas que más quería en el mundo. Su mejor amigo. ¿Por qué iba a hacerle daño?
- Porque eso fue lo que hiciste cuando Eddie Green intentó lo que yo voy a intentar.- Casi la había acorralado contra una de las paredes.- Y no me gustaría que lo hicieras.
Georgia había abierto los ojos de par en par. Era cierto que había golpeado a Eddie Green con su libro de química la semana anterior. Porque había querido besarla…
Dejó de respirar, sintiéndose súbitamente nerviosa. Su padre siempre le había dicho que no dejara que ningún chico se aprovechara de ella. Por eso había golpeado a Eddie… pero éste era Tim. No quería golpearlo…
No sin cierto miedo, Tim se acercó, muy lentamente. Era más alto que ella, así que tuvo que agacharse un poco, pero al fin, antes de que Georgia pudiera decidir si quería o no que sucediera aquello, la besó.
Sus labios se tocaron y Georgia sintió una electricidad que le recorría todo el cuerpo, haciéndola responder. Los dos eran bastante torpes, no tenían experiencia, pero se aferraban al otro, ávidos por aprender.
Algo le dijo a Georgia que estaban hechos para estar juntos. Desde ese día se volvieron inseparables y ese inocente amor casi infantil empezó a crecer hasta convertirse en una verdadera relación. Pero ella no esperaba que Tim no compartiera sus sueños. No esperaba que sus planes fueran distintos. No esperaba tener que abandonarlo.
Había tenido miedo y también lo tenía en ese momento, mientras corría unas ramas que estaban en su camino para poder llegar a ese sitio al que no había vuelto en mucho tiempo. Esperó que no se hubiese derrumbado. Esperó que siguiera en pie aunque la idea de ella y Tim juntos se hubiese caído hacía ya varios años.
Sin embargo, se quedó sin aliento al ver cómo el granero no sólo seguía en pie, sino que también había sido renovado y se erguía bajo el sol de una forma imponente. La cerca que lo rodeaba había sido reparada y pintada y la vieja tranquera desvencijada había sido reemplazada por una nueva y brillante.
Con la boca abierta, sin poder creerlo, fue acercándose más, admirando los cambios. Se paró en la cerca y se apoyó en ella, mirando al interior de la propiedad. La estructura, la forma… todo era igual. Algunos de los árboles que estaban próximos a la entrada también eran los mismos. La única diferencia era que las reparaciones y la pintura le habían dado un esplendor que Georgia jamás había creído que tendría.
¿Quién podría haber comprado un sitio así? Estaba alejado de todas partes, perdido en medio de la nada, casi imposible de encontrar…
Tim amaba ese granero. Siempre le había dicho lo mucho que quería comprarlo y hacer de él un lugar donde encerrarse con su música, pero…
Escuchó un ruido y miró alrededor en busca de la fuente. Vio que junto a una pared lateral había tres autos estacionados. Los tres bastante lujosos y caros, por cierto…
La pesada puerta de entrada se abrió y Georgia frunció el ceño porque el tipo que estaba saliendo le resultaba familiar. Tenía mucha barba y era bastante delgado, pero no podía verlo con detalle desde allí. Y entonces lo siguieron los otros dos.
Los reconoció al instante, porque ya los había visto y porque no podía confundir las mejillas abultadas del primero, ni ninguna característica física del segundo. Tom y Tim iban hablando distraídamente y el otro no podía ser otro que Richard Hughes. Y ahí se completaba el trío.
Tom la vio antes que los otros. Se detuvo bruscamente y, sin ningún tipo de disimulo, se la señaló a Tim con el brazo bien extendido. Georgia no pudo discernir desde allí que expresión ponía, pero supo que no podía estar muy feliz de verla.
Caminó directo hacia ella, sin vacilar, sintiéndose absolutamente seguro. Como lo odiaba. Ella ya estaba temblando como una porción de gelatina y el muy desgraciado ni siquiera se inmutaba.
- ¿Qué estás haciendo aquí?- Espetó sin mucha cortesía, cuando estaba llegando a la cerca.
Georgia se encogió de hombros.
- Empecé a caminar y acabé aquí.- Sus ojos verdes volvieron a recorrer el granero.- Te saliste con la tuya.- Agregó, haciendo una seña con la cabeza en dirección a la construcción.- Compraste el granero.
- Ah sí.- Dijo él secamente.- Porque de todas las cosas que deseaba hace quince años el granero era lo más importante, Georgia.- Su tono cortante y sarcástico hizo que se le revolviera el estómago.
- Nunca olvidas nada, ¿verdad?- Repuso ella, mirándolo con los ojos entrecerrados.
- ¿Por qué no sigues tu camino? Tienes un largo trecho de regreso.- Contestó él, volviéndose para ir de nuevo con sus amigos, que lo miraban desde la entrada, muy quietos.
Georgia frunció los labios, no demasiado contenta. Tenía que disculparse de una maldita vez.
- Estoy un poco cansada. ¿Puedes llevarme?- Pidió, intentando sonar amable. Quizás en el trayecto pudiera armarse de valor y hablar con él sin todos esos comentarios desagradables.
Tim se giró hacia ella con una sonrisa burlona en el rostro. El hoyuelito de su barbilla se hizo increíblemente visible.
- ¿Crees que soy tu chofer? Si viniste hasta aquí solita, puedes volver solita.- Se encogió de hombros, mostrando total desinterés.- Ya no tengo por qué cuidar de ti.
- Sólo te estaba pidiendo un favor.- Refunfuñó ella.
- No tienes derecho a hacerlo. Ya no tienes derecho a pedirme nada, Georgia.- La fiereza de su tono la tomó por sorpresa. Se puso muy derecha, alejándose de él unos centímetros más.- No sé qué demonios estás haciendo aquí, pero no te cruces en mi camino.
Incrédula, lo observó en silencio un rato. El Tim que ella recordaba era dulce y maravilloso. El que estaba parado frente a ella parecía una bestia dispuesta a sacar las garras.
- Has cambiado mucho…- Susurró, con un aire melancólico.
- Sí, bueno, no puedo decir lo mismo de ti.- Contestó con brusquedad.- Sigues siendo la misma malcriada de siempre. Te crees que todo el mundo va a moverse de acuerdo a lo que a ti se te antoja…
- ¿De qué demonios estás hablando?- Farfulló ella. Nunca había sido así…
- Siempre te creíste mucha cosa, Georgia, siempre fuiste demasiado superior para quedarte aquí, tenías que ser la reina de la gran ciudad, ¿no es así?- Se le había acercado tanto que casi podía sentir la calidez de su aliento en el rostro. Aún así, sus palabras la helaban.
- Cállate. No sabes lo que dices.- Murmuró molesta.
- No vas a encontrar lo que buscas en Battle.
- ¿Y qué sabes tú lo que yo estoy buscando?- Bramó, sintiendo ganas de golpearlo.
- Perdiste tu trabajo en Londres. Tienes que empezar de cero. No tienes donde vivir.- Le sonrió ampliamente, con malicia.- Al final siempre obtienes lo que mereces.
Georgia abrió la boca, preguntándose cómo demonios sabía eso… y entonces cayó en la cuenta.
- ¡Gracias, Tom!- Gritó, haciéndose a un lado para que éste pudiera verla. Aún a la distancia, Georgia vio que enrojecía y luego se metió en un Ferrari plateado que estaba estacionado a su lado. Se volvió hacia Tim, echando fuego por los ojos.- Esto te divierte, ¿verdad? Te encanta verme en desgracia…
- No voy a mentirte.- Musitó él con suavidad.- Éste debe ser el placer más grande que me has causado…
Ofendida, le dio la espalda y comenzó a alejarse.
- ¡Idiota!- ¿Cómo podía decirle algo así? ¿Acaso en quince años había olvidado cómo mierda se trata a una mujer? ¡Si esperaba disculpas era mejor que se buscara un asiento cómodo! No iba a disculparse con ese pobre ejemplar de hombre ni por todos los zapatos Jimmy Choo del mundo.
Se fue de allí dando largas zancadas, sin importarle el cansancio acumulado en sus piernas después de la interminable caminata. Unos pocos minutos después, cuando creía que ya los había dejado atrás y que podía empezar a buscar algo de paz en su interior para deshacerse de su enojo, un brillante Volkswagen pasó por su lado a toda velocidad, levantando una espesa capa de polvo que la hizo toser.
Un par de ojos azules divertidos le dedicaron un guiño desde el espejo del lado del conductor y luego desapareció, dejándola absolutamente sola, malhumorada y con un deseo casi incontenible de devolverle la gentileza. Si Tim Rice-Oxley creía que con eso la iba a enviar de regreso a Londres, estaba muy equivocado.
Ahora sí estaba en Battle para quedarse.
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1 comentario:

sam_mccartney dijo...

Gracias por actualizar!!
Jajaj me esta encantando la actitud de Tim en esta fic.

:D